Si fio pierdo lo mio
“Paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todas son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas “
Don Quijote de la Mancha
Sobre los refranes, he escrito mucho, y es muchísimo más lo que me falta, sobre todo sobre aquellos que ya están olvidados o completamente en desuso pero que tienen plena vigencia, solo que los giros del idioma con las nuevas generaciones les han dejado de lado.
Hoy en particular me voy a referir a uno que se empleaba mucho, referido a la palabra “fiar”, algo que en mis años mozos, se consideraba una práctica peligrosa. Resalta que el mundo de hoy es un mundo donde se vive “fiado”, todo se compra a crédito y algunos piensan que no hay que pagarlo, así que veamos todo lo que ha cambiando la sociedad y que aquella frase tan recurrente, hoy no tiene vigencia alguna. No es que no existiera el crédito, sino que este solamente se usaba en la banca y en el comercio al por mayor, mientras que en las ventas minoristas se consideraba fiado y no todos fiaban.
Hay que recordar que fiar podía referirse a alguien crédulo, que con facilidad confía o cree en alguien, en el que sale de la cárcel bajo fianza o en el uso que más le damos, comprar o vender a crédito, sin pagar o cobrar en el acto.
Los niños éramos los encargados de hacer los mandados, por lo menos para las compras del día, es decir, ir al puesto de chino y traer cebolla, ají, tomate, ajo, viandas o alguna verdura; después ir a la carnicería a comprar la carne que se consumiría ese día, es decir casi siempre falda para las sopas y potajes, porque había que almorzar y comer con un entrante que eran esos platos, o principalmente palomilla para el plato principal y nunca comprar picadillo porque en ese podían intercalar mucho pellejo por lo que se hacía en casa, y de paso comprar piltrafa o bofe o huesos para los gatos y perros; ir a la panadería a comprar las flautas de pan de manteca o de agua o el tan gustado pan polaco y finalmente ir a la bodega.
En muchas bodegas de la Cuba republicana se podía ver carteles como este:
“Si doy a la ruina voy
Si fío pierdo lo mío,
Si presto al cobrar molesto
Y para evitar todo esto
Ni fio, ni doy, ni presto”
Había sus variaciones, pero la esencia era esa. No obstante esta regla se rompía constantemente con los clientes o marchantes leales a los cuales no se les cobraba al momento de entregarle la mercancía y en una pequeña libreta se les apuntaba, para lo cual el bodeguero siempre tenía su lápiz afilado en la oreja, lo que debían, ni te apuntaban de más ni tu cuestionabas nada porque la lealtad y la honestidad era una divisa para todos y el que no la cumpliera perdía como decía el dicho: “güiro, calabaza y miel”, e invariablemente en el día acordado, casi siempre el del cobro, el sábado o el domingo, se liquidaba la deuda.
Ahí se hacía el grueso de la compra y yo aprovechaba y cuando tenía un par de centavos no me fijaba en los numerosos frascos de cristal conteniendo caramelos, galletas, queques, besitos de chocolate y otras golosinas, iba directo para donde se guardaban los camarones secos y por dos centavos tenía un montón de ellos.
Por supuesto que cuando se liquidaba lo adeudado era un día feliz para el bodeguero, un humilde comerciante que mayormente vivía del fiado a los clientes habituales, por lo que sus vivencias sirvieron de base para uno de los cha-cha-chá más conocidos mundialmente y probablemente el más famoso: “El bodeguero”, de la autoría de Richard Egues e interpretado por la Orquesta Aragón, la Charanga Eterna, la más reconocida de las orquestas cubanas de todos los tiempos.
“…toma chocolate, paga lo que debes”
Este fue fue un estribillo que cantaron millones hasta el cansancio, y aún tarareamos, sin saber que detrás de ello estaba la libretica de las deudas y el afilado lápiz del gallego o asturiano bodeguero porque el prolífico autor y virtuoso de la flauta, sacaba sus composiciones, en muchas ocasiones, de lo que escuchaba en la bodega. Por cierto en esa bodega yo no compraba, sino en la de la esquina de mi casa, pero esa se encontraba a solo una cuadra de donde vivía en el barrio del Cerro, donde el músico era el personaje más popular.
Sus obras parecían estar escritas para que las tocara solamente la Aragón. Fue así que gozaron de la máxima popularidad “Sabrosona”, “Bombón chá”, “La Muela”, “Gladys”, “El Cuini”, “El trago”, “La cantina”, “El Paso de Encarnación”, “Picando de Vicio”, “Cero Penas” y sobre todo “El Bodeguero”. La flauta de Richard Egües y sus composiciones se convirtieron en un sello de la orquesta con su estilo único y sus complicadas improvisaciones.
Curiosamente tenía una tía que era costurera y siempre tenía muchas órdenes, en esos tiempos era usual comprar la tela y que una costurera te hiciera el vestido con el modelo a tu talla y gusto, lo que siempre era mucho más barato que comprar algo ya hecho. Pues esa tía compraba mucho en una quincalla cercana a mi casa, a dos cuadras en la calle Salvador y como la compra de hilos, agujas de máquina y de coser a mano, encajes, broches, cintas y todo tipo de merecería era constante, pues la dueña del lugar aplicó con ella al mismo mecanismo de los bodegueros, una libretica donde le apuntaba lo consumido y que se liquidaba periódicamente.
Lo recuerdo bien porque yo era el encargado de ir con la libretica y con un papel donde estaba escrito lo que se necesitaba.
Pero otros bodegueros, ni otros comerciantes, ni daban, ni fiaban, ni prestaban.
También había otras frases que decían:
“No me fío ni de mi sombra”. Hasta ella te abandona cuando estás en la oscuridad.
“No me fío ni de la camisa que llevo”
“Fulanita cogió fiado”, para referirse a alguien que tuvo relaciones antes del matrimonio.
“Fulano es de fiar”, para referirse a alguien digno de confianza.
“No te fíes de las apariencias”. Los que hoy te dan buena impresión, mañana pueden resultar falsos y lo que ahora parece malo, mañana puede ser bueno. Las apariencias engañan.
“No te fies de la cuerda que te sostiene, porque puede ser que algún día sea la que te apriete”.
“No te fíes de las palabras. En esta vida encontrarás a muchas personas que viven mal y hablan bien”. Una frase rotunda de Antonio Machado (Demófilo), padre de los poetas Antonio y Manuel Machado.
En fin, que el fiado era cosa complicada, mientras que hoy mientras más hayas comprado fiado, más confiable eres, siempre que pagues.
La barra
Todas las bodegas tenían una barra de madera preciosa, donde se servían bebidas, sobre todo cerveza o tragos de licores sin mucha preparación, si acaso un mojito o un Cuba Libre, y se jugaba hasta el cansancio al cubilete, mediando los saladitos, que iban mejorando en calidad con el aumento del consumo.
Pero siempre había gente no habitual, que llegaban allí por primera vez, comenzaban a pedir y a tomar y en un momento dado, en que el bodeguero estaba entretenido con otro cliente, desaparecían como el humo. Por eso se hizo común también otro cartelito:
“Si bebes para olvidar, paga antes de empezar”
Y ahora que hablo de bebidas, me viene a la mente el barrilito de mi abuelo, el que había que pagar antes de que te llevaran a la casa la cantidad que te iban a rellenar, y con el vino que venía en unas damajuanas de vidrio protegidas por una cesta de mimbre con dos asas.
El barrilito
Mi abuelo madrileño, al que no pude conocer mucho pues murió siendo yo muy pequeño, tenía dos sitios muy particulares de él en la casa:
El primero era una extensa colección de botellas en el patio, que iban desde el Anís del Mono hasta todas las marcas imaginables de vino de mesa, pasando por todos los brandys españoles y algunos coñacs franceses. No había quien le tocara aquellas botellas que tenía ordenadas escrupulosamente, como cuando era banquero. Cuando un gato tumbaba una o más de ellas, la demencia senil de la que padecía, afloraba con una fuerza tremenda. A ello le fue sumando una colección de latas vacías de todo tipo de conservas y leches.
Por supuesto que con esta colección yo siempre estaba sancionado, pues mis juegos en el patio corriendo detrás de las gallinas o de los gatos que detestaba, a menudo provocaban que el ordenamiento desapareciera y cuando el abuelo se enteraba, (yo no sé si alguna vez se enteró de que yo existía) ardía Troya. La sanción era sentarme tranquilo a leer muñequitos pero eso para mí no era castigo, sino todo lo contrario, y esa penalidad era un invento de mi abuela, que siempre me tiraba la toalla.
El otro sitio prohibido era un barrilito de madera ubicado en el comedor encima de un armario, que siempre estaba lleno de un vino gallego espeso y fuerte y del que hacía uso varias veces al día con una pequeña llave que tenía al frente. Encima del barrilito, que tendría unos 25 o 30 litros de capacidad, estaba colgado en la pared un azulejo, cuarteado por el tiempo, con unas filigranas en forma de marco y con una inscripción que decía: “El vino alegra el ojo, limpia el diente y sana el vientre”. El abuelo seguramente prefería el vino a tomar agua.
Nochebuena y el vino
Fue mi abuela la que me explicó lo de los pagos anticipados del vino para llenar el barrilito y en qué consistía el fiado. Yo escuchaba la palabra “damajuana” cuando venían a rellenar el barrilito y además cómo esa era una voz muy corriente en su natal Andalucía, y me repetía, y yo escuchaba nuevamente con atención, aunque me lo hubiera dicho mil veces, que el nombre de damajuana viene de que los marineros del sur de Francia llamaban “dame Jeanne” a las botellas gordas de cinco, diez y veinte litros, las que comparaban con mujeres barrigonas, y aquello me hacía mucha gracia y le preguntaba si a la vecina que iba a tener un bebé se le podía decir “damajuana”.
Mucho tiempo después pude conocer que el abuelo, que había sido un personaje importante (nunca se aclaró, pero se decían que Vicepresidente o algo parecido) del Banco Español de la Isla de Cuba, guardaba una gran cantidad de billetes de diferentes denominaciones del desaparecido Banco, pero en la familia no se les dió, igual que a otros muchos documentos de identidad, la importancia que tenían. En parte todo ello hizo que se me hiciera imposible calificar para acogerme a la ciudadanía española a través de la Ley de Memoria Histórica. A mis abuelos maternos, también españoles, no los conocí pues murieron antes de yo nacer y el abuelo paterno falleció cuando tenía unos cuatro años (recuerdo los sacos y más sacos con las botellas y latas que se llevaron los basureros) y el tremendo impacto que representó para mí el que su velorio fuera en la sala de la casa, lugar en donde no quería sentarme solo durante mucho tiempo, en cambio de mi abuela andaluza recibí un cariño tan grande que de ella tengo recuerdos casi permanentes, imborrables, a pesar de que murió ya hace más de medio siglo. Pero por ser casi analfabeta, lo que no se reflejaba en su sabiduría de la vida, no fue previsora en guardar sus documentos, los que apenas podía leer. Además en esos tiempos quién se iba a ocupar de pensar en la ciudadanía española, un país que la dictadura franquista tenía sumido en la miseria y la represión como después nos ocurriría a los cubanos.
Y en Nochebuena además del barrilito había una colección de botellas de vino español, de los que siempre tengo presente las marcas Azpilicueta y Romeral y Marqués de Riscal, además de las infaltables botellas de sidra El Gaitero, el vino dulce Viña 25 y el brandy Pedro Domecq para ligar con sidra y hacer el famoso “España en llamas”.
Pero lo verdaderamente gracioso fue que desde muy pequeño, ya los tíos y mi padre estaban eufóricos por el vino que habían tomado y sobre todo por los “España en llamas” consumidos (un cóctel a partes iguales de coñac y sidra, aunque supongo que en mi casa se haría con brandy español) y entonces era una gracia llamarme para que probara el vino, primero el dulce Viña 95 y después el fuerte vino del barrilito. esa fue mi primera experiencia con el llamado por todos “vino de Ribeiro”, la denominación de origen Ribeiro que significa “ribera del río” en gallego, una zona que se ubica a lo largo del río Miño y sus afluentes y es una de las denominaciones de origen históricas de Europa, siendo la segunda más conocida en España. No en balde me gustó tanto ese vino. Aquello era una combinación muy fuerte para mí, así que caía rendido antes de finalizar la fiesta y poder repetir todos los turrones, dátiles e higos que eran mis preferidos.
Pero al día siguiente era el primero que me levantaba, mientras los demás estaban durmiendo bajo los efectos de lo que habían comido y bebido en demasía, sobre todo el “España en llamas”, así que cogía una copa de la vitrina (como le había visto hacer a mi abuelo), iba hasta el barrilito, abría la llave y llenaba la copa hasta casi llenarla. Después bebía sorbo a sorbo, imitando a mi padre y cogía algo que me gustaba de la mesa, la que todavía tenía todo tipo de comidas y golosinas para un batallón y mientras degustaba lo que más me gustaba, me tomaba la copa entera. Después volvía a la carga hasta que alguien se levantaba y me cogía en el brinco o hasta que caía nuevamente liquidado, ahora sí en una forma que me gustaba.
Después mi abuela y mi madre, al ver que no me despertaba, comenzaban a criticar a mi padre y a mis tíos diciéndoles que a los niños no se les daba de beber vino.
Pero ese barrilito me enseñó a apreciar una de las mejores bebidas que puede consumir el hombre: el vino.
Los fiados que conocí
A partir de determinado momento al ir creciendo, me tocó la tarea de “hacer los mandados”, los que se hacían diariamente, no como hoy que compramos cosas para varios días o para toda la semana o el mes. Todo era fresco, la carne era de animales recién sacrificados, los vegetales, viandas y frutas cosechados en horas de la madrugada o muy temprano en la mañana y el pan recién horneado en la panadería. Todo eso había que pagarlo al contado, por lo que tenía que ser muy cuidadoso con el dinero que me daban y con los vueltos.
Pero en la bodega, iba con un papelito donde estaba escrito lo que se iba a comprar y tras entregárselo, lo apuntaban en la libretica proporcionada por el bodeguero y que cabía en el bolsillo del pantalón.
Que yo recuerde nunca hubo problemas por falta de pago para que nos dejaran de fiar, siempre se cumplió celosamente con liquidar el fin de semana lo que se debía, así que el lápiz del bodeguero siempre estaba afilado y listo para apuntar nuevos fiados.
Y algo que recuerdo y que me daba vergüenza, es que me repetían una y otra vez que le dijera al bodeguero que me diera la contra, ya fuera sal u otra cosa. Y el bodeguero me la daba muchas veces sin yo pedirla.
Sanchez Mola y mi tio Rogelio
Ya cuando comencé a trabajar comencé a disponer de algún dinero para darme mis gustos, por lo que con el tiempo me fui acostumbrando al fiado.
Mi primera experiencia al respecto fue con el hijo del dueño de donde trabajaba, que siempre vestía a la moda y se dio cuenta que yo admiraba la ropa que se ponía, por lo que un día me propuso que si quería que le diera un aval para el lugar donde él compraba ropa, calzado, perfumes y otras cosas y que podía pagarlas a plazos.
Así fue que obtuve mi primer crédito con la tienda Sánchez Mola, un préstamo que ascendía a cincuenta pesos cubanos (equivalentes a dólares de entonces y a unos quinientos actuales) y que me permitió comprar una trusa Jantzen, una camisa de mangas largas de cuadros McGregor y un pantalón de la misma marca sin bajos y sin pliegues, que entonces eran la última moda. Ni remotamente llegué a usar la mitad del crédito y solamente pagaba cinco pesos mensuales para amortizar la deuda, así que era algo muy conveniente y que fui aprovechando cuidadosamente para mantenerlo.
Después fui a una sastrería que había en la Manzana de Gomez, El Sol, cuya propaganda era “Sastres anatómicos y fotométricos” aunque a mi no me tomaron ninguna fotografía, solo las medidas, y me compré (a crédito y a pagar en cuatro plazos) mi primer traje, de muselina inglesa gris de unas rayas muy finas, casi imperceptibles, que costó veintiocho pesos. Y también lo pagué en varios plazos durante seis meses.
Y mi tío Rogelio, el más exitoso de la familia y que había llevado una vida aventurera, pues se fue a pelear con los republicanos a la Guerra Civil Española, estuvo en campos de concentración en Francia, a su regreso fue policía secreto y con ideología contraria al izquierdismo que había practicado y después se fue a vivir a Venezuela, de donde regresó con una pequeña fortuna, la que aumentó gracias a que compró varios ómnibus de la COA (Cooperativa de Omnibus Aliados) las que eran trabajadas por mi padre y mis dos tíos, Enrique y Armando y al final con el gobierno revolucionario se las confiscaron todas. Hasta ahí llegó su amor por la república española y el comunismo. Pero Rogelio además se dedicó, por haberlo aprendido en Venezuela, a la joyería y relojería.
Fue así que me vendió un reloj suizo Movado, y un anillo de oro 24 kilates con mis iniciales, pagando dos pesos semanales. El reloj me duró veinte años y lo vendí en un precio mayor de lo que me costó y el anillo se me perdió bañándome en la playa.
¡Capitalismo puro y suave! Por eso es que extrañamos tanto a la Cuba de los años cincuenta.
Y por cierto, siempre me llamó la atención que Rogelio vivía en un apartamento pequeño situado al fondo de la parroquia del Cerro con mi tía Rosa y mi primo Héctor. No tenía carro y el único lujo que se daba es que comía, mañana y tarde, de cantina, es decir que en su casa no se cocinaba. No se iba de vacaciones, no fumaba ni bebía, así que lo que pensé fue cierto. A su muerte mi primo Héctor se encontró toda una fortuna en joyas y oro, la cual despilfarró aceleradamente.
El fiado hoy
Después vino el socialismo y el desabastecimiento, el estancamiento y el pago al contado de todo lo que quisieras, con un monopolio estatal en toda la economía que restringía todas las posibilidades de progresar. De ahí que surgiera con fuerza un mercado negro donde los precios eran més competitivos, pero igualmente con pago al cash.
Aparecieron unos tímidos mecanismos de pago a crédito, los que volvieron a desaparecer a la misma velocidad de su llegada y solamente comprendían artículos electrodomésticos caros o autos asignados que era como sacarse la lotería. Pero no es que nos conformáramos, teníamos que conformarnos con lo poco y lo malo, porque eran los tiempos en que se anunció por el máximo líder textualmente: “ahora sí vamos a construir el socialismo” junto con “la rectificación de errores y tendencias negativas”, después de tres décadas de declive de la nación que ellos conquistaron a base de mentiras.
Hoy la frase “si fío pierdo lo mío” no tiene ninguna actualidad, en el mundo entero (menos en Cuba) todos vivimos del fiado y mientras mejor sea nuestro índice crediticio, mayor será la credibilidad que tenemos de que pagamos nuestras deudas y por ende podemos deber mucho más dinero. Es algo que para los que venimos de Cuba, donde todo había que pagarlo al cash, nos parecía un poco y extraño y hasta peligroso, hasta que finalmente nos acostumbramos (en cierta medida, porque tratamos de liquidar todo lo que compramos a crédito o liquidarlo en un tiempo prudencial aunque tengamos muchos meses para hacerlo).
El tener un buen crédito en Estados Unidos es algo esencial, más que ello, es vital, porque ello nos permite adquirir bienes o servicios que sería imposible de pagar de una vez y el mantener y hacer crecer el puntaje del crédito nos abre las posibilidades de mejores tasas de interés y mejores términos y cuantía del crédito.
Muchos cubanos llegan a este país y piensan que no necesitan del crédito y pueden enfrentarlo todo pagando al contado y al final se dan cuenta de que sin un historial crediticio no es posible acceder a préstamos indispensables para enfrentar gastos grandes como comprarse una casa o un automóvil, electrodomésticos o viajes.
También es difícil venir de un país con un sistema bancario y financiero que está en pañales con respecto al resto del mundo a enfrentarse con complejos mecanismos bancarios. Y a eso se le suma la imagen paradisíaca que tienen los cubanos jóvenes de que el dinero en Estados Unidos cae de los árboles como las hojas en otoño y al estar acostumbrados a vivir sin trabajar, como hacían en Cuba, el choque cultural no es para nada fácil de asimilar.
Pero al final, los estímulos al trabajo que existen en el mejor país del mundo, lo hacen poner los pies en la tierra y terminan siendo los más celosos cumplidores de sus compromisos crediticios.
Y los que fían, no pierden lo suyo, todo lo contrario, son los más ricos.
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