Cosas que hacíamos cuando niños en Cuba y ya no

Cosas que hacíamos cuando niños en Cuba y ya no

Recientemente abordamos el tema de los artículos que ya no se usan, pero que algunos pueden identificar, pero ahora vamos a ver otras cosas que eran comunes hace seis o siete décadas atrás o más y los que no hayan vivido esos tiempos o los hayan conocido en su casa, difícilmente puedan saber cuales eran nuestras rutinas cotidianas y nuestros entretenimientos, muy diferentes a los actuales, y mucho más sanos, por cierto.

Voy a referirme a la descripción de la vida normal de una familia sin muchos recursos económicos en la Cuba de 1958. Veamos detalladamente las cosas que hacíamos antes y que ya el cubano que vive en la Isla no puede hacer, porque el mundo ya no funciona así o porque en Cuba hay un sistema diferente al que existe en la sociedad de cualquier otro país del mundo.

Cuba, como sabemos, era un país que se podía considerar entre los más desarrollados por nuestra cercanía geográfica, económica y social con los Estados Unidos, éramos el traspatio de la nación más desarrollada del mundo y su influencia no podía dejar de tocarnos. Por eso en el continente teníamos una posición envidiable y nuestros indicadores eran superiores a muchas naciones europeas, incluyendo España. Y las perspectivas de desarrollo eran inmejorables y nuestras insuficiencias eran las mismas que tenía cualquier nación en aquellos años o menores.

Con el tiempo nuestro modesto estilo de vida se fue deteriorando hasta llegar a convertir a los cubanos, gracias a la revolución socialista, en un país muy por debajo de cualquier otro del tercer mundo. Y de eso no tiene culpa solo los líderes de la revolución y el sistema comunista mundial, sino también los propios cubanos que nos acostumbramos a vivir en la mediocridad.

Nuestra experiencia de crecimiento

Crecer en las décadas de los cuarenta y cincuenta fue una experiencia radicalmente diferente a los niños cubanos de otras décadas posteriores y marcadamente mucho mejor que los de hoy. En aquellos tiempos jugábamos en la calle a la pelota o a las bolas, intercambiando con los otros niños, íbamos a los llamados “placeres” o solares cercanos a jugar o simplemente a correr, íbamos caminando a la escuela sin temor a nada, nos mojábamos en la lluvia lo que era una experiencia inolvidable y los regaños eran muy pocos, solamente se referían a tener cuidado con los carros y nunca ir a jugar a las avenidas principales por donde pasaran guaguas o hubiera mucho tráfico, y así jugábamos hasta que se hiciera de noche o hasta que termináramos un juego de pelota de las “cuatro esquinas” para lo cual siempre había comprensión de los padres.

Todos éramos respetuosos de los mayores y si alguno nos decía algo, lo acatábamos al momento sin chistar. Cuando se acercaba el policía de posta, sonando su tolete en la acera, nos alejábamos y nos juntábamos a conversar en señal de que no estábamos haciendo nada malo.

Si nos llamaban para hacer alguna de las compras del día, que eran la mayoría de lo que se iba a almorzar y comer (carne, vegetales, viandas, pan) o a alguna factura mayor en la bodega, dejábamos el juego sin protestar para cumplir nuestra obligación. El bodeguero apuntaba en la libreta de compras sin chistar y en el resto de los comercios se cumplía cabalmente lo que pedíamos, sin robarnos onzas en el peso o darnos de menos, todo lo contrario, nos daban la contra o piltrafa o bofe para los gatos.

En fin, nuestra infancia fue muy distinta. No teníamos televisión, y por supuesto ningún dispositivo digital o electrónico y nos juntábamos por las tardes a ver los programas televisivos en casa de alguno que tuviera ese aparato, entonces muy caro para las familias, a intercambiar muñequitos, postalitas de álbumes o a jugar juegos de mesa.

Como mis clases en la escuela primaria comenzaba a las 12 del día, la mañana era para hacer las tareas y ayudar en lo que hiciera falta en la casa y a pesar de que me daban 16 centavos para ir en guagua, pues la distancia era larga, prefería irme a pie y dedicar ese dinero a mis gustos preferidos, los muñequitos y el cine, con una empanada criolla de por medio de vez en cuando, aunque siempre llevaba en la cintura un cartucho con un pan con algo que era la merienda y recogiéramos las botellas de refrescos para venderlas a dos centavos y acumular algo adicional para darnos nuestros gustos.

En esos tiempos los padres pensaban diferente porque la vida era más tranquila, el mundo era más seguro y a nadie se le ocurría pensar en secuestros, drogas, tiroteos o ese tipo de desgracias que asola la sociedad moderna. Por ello es que éramos más libres y esa libertad la aprovechamos al máximo, siempre dentro del respeto a nuestros padres y abuelos.

Por ejemplo, nos gustaba ir desde donde vivíamos, cerca de la calzada de Palatino y Vía Blanca, en el barrio del Cerro en La Habana, hasta el llamado Parque Forestal, el lugar donde después fue construida la Ciudad Deportiva. Allí había malezas, terrenos vírgenes que la gente había acondicionado para jugar pelota y hasta un pequeño lago, y si nos atrevíamos a cruzar la Avenida de Boyeros, entonces llegábamos a un bosque aún más tupido colindante con los Jardines de la Cervecería Polar y a las márgenes del Arroyo Mordazo, entonces muy limpio y que un poco más adelante se unía al río Almendares, algo que era una aventura impresionante.

Todo este inmenso terreno con la Ciudad Deportiva era antes parte del Parque Forestal y era nuestro principal campo de juegos infantiles.

Pero cuando hacíamos esto, todos, sin excepción lo decíamos en nuestras casas, tal es así que dos eventos importantes fueron motivo para que nuestros padres nos fueran a buscar, el primero la explosión de una destilería de alcohol a partir de miel de purga en Vía Blanca y Churruca, donde nos subíamos a los vagones que contenían esa melaza, la que más de una vez nos dio diarrea, en un sitio a mitad de camino de nuestro destino, y la otra con la famosa llegada de los marcianos a la entonces en construcción Ciudad Deportiva y que no fuera más que una broma del Día de los Inocentes financiada por la cerveza Cristal.

 La broma del dia de los Inocentes en la Ciudad Deportiva en construcción

Otras salidas algo lejos de la casa, y siempre con permiso y los fines de semana era ir a ver juegos de pelota manigüera, es decir gente que se ponía de acuerdo para formar equipos de pelota (al duro, igual que la profesional) y se jugaban dinero, el equipo que ganaba se repartía el botín, y eso se daba principalmente los domingos en terrenos que con el tiempo se hicieron famosos, como el de Paniagua, muy cercano a mi casa, y el llamado “biuty” (de belleza supongo yo, frente a la Fuente Luminosa y a un costado de la Avenida de Rancho Boyeros por la parte de el Cerro. Fuera de eso, y estas expediciones eran casi todos los fines de semana, nunca hubo problemas.

¿Malas palabras? Era inconcebible pronunciarlas delante de personas mayores y menos de nuestra familia, si acaso en secreto con nuestros amiguitos y como una travesura tremenda. ¿Robar? Era algo que no entraba dentro de nuestro concepto de vida, aunque nos encontráramos cualquier cosa en la calle había que entregarlo y decirle a nuestros padres. La moral, el civismo, el patriotismo y el respeto eran elementos muy arraigados que nos enseñaban en la casa y en la escuela y el que se desviaba de ellos era porque era miembro de una familia disfuncional o tenía problemas de comportamiento.

 Las cuatro esquinas, un juego con pelota hecha con cajetillas de cigarros.

Un entretenimiento que ansíabamos era cuando en una de las casas de mi cuadra que tenían un patio grande, nos turnábamos para sacar las hierbas malas y regar con la manguera o plantar algo nuevo. Y por supuesto tomábamos el agua de la manguera, nos salpicábamos y mojábamos unos a otro de una forma sana.

Ir al cine era una especie de obligación religiosa y nos poníamos de acuerdo para ver lo que estrenaba el cine Edison o el México (los dos más baratos y más cercanos), para formar una buena algarabía en el momento en que se pusiera negra la pantalla porque el “cojo”, como se le llamaba al proyeccionista, se demorara en cambiar los rollos de película o ésta se rompiera, momento en que encendían la luz como indicativo de que o nos callábamos o nos sacaban del cine.

Y no dejábamos de cumplir nuestras obligaciones cuando nos requerían para ayudar en las tareas de la casa, ya fuera para ayudar en la cocina, para arreglar algo con nuestros padres, para limpiar o lo que fuera lo que hacíamos con gusto. Y era toda una fiesta cuando uno se montaba en el carro de los padres de algún amiguito o ellos en el de tu padre para ir a cualquier parte. A mi en particular me gustaba ir todos los sábados con mi padre a la Plaza de Cuatro Caminos o Mercado Único y que alguno de mis compañeros “mataperros” (es un decir porque éramos amantes de los perros callejeros a los que acariciábamos y llevábamos comida) me acompañaran.

 Las ruinas de mi cine preferido: el Edison en Calzada del Cerro y Zaragoza

Cuando juntábamos escasos centavos, la pandilla iba para la bodega y ya previamente habíamos decidido qué comprar ese día en dependencia de las finanzas con que contábamos. Democráticamente votábamos por adquirir bombones, galletas, caramelos, rompequijadas o mi preferido: camarones secos. Aquella sí era una democracia en la que se respetaba la voluntad de la mayoría y siempre quedábamos satisfechos porque todo nos gustaba.

Otra cosa importante eran los juegos de mesa, a los que se le dedicaba más tiempo en días lluviosos. Desde el simple juego de damas, pasando por el parchís, las damas chinas, la baraja española y hasta el complicado Monopolio, disfrutábamos mucho esas jornadas, en las que por desgracia no contábamos con algo que después nos gustaría más y que estaba reservado para los mayores, el dominó y el cubilete.

Y al final de nuestras correrías, era obligatorio darse una buena ducha y ponerse ropa limpia, y después comerse toda la comida (desayuno, almuerzo y cena, todas en cantidades que hoy podemos considerar gigantescas), porque se había quemado muchas calorías y había que recuperarlas para crecer fuertes y sanos. O cuando nos daban como si fuera una medicina, la yema de huevo con el vino dulce Viña 25 de Pedro Domecq o cuando nos hacían tragar la medicina de verdad, el Palmacristi o el Aceite de Higado de Bacalao (Emulsión de Scott), del que me da gracia cuando ahora veo que la llaman “Emulsión de Escocia”, aunque sigue el tipo con el bacalao a cuestas.

Y por otra parte estaba la pelota, no la de de manigua sino la que se jugaba en el Estadio del Cerro, para lo que ahorrábamos centavo a centavo para poder ir a ver un juego.

Y a los que teníamos la pelota como afición principal, que éramos la totalidad de los niños y jóvenes, nuestro equipo preferido de las Grandes Ligas era los Senadores de Washington, un equipo sotanero, pero al que queríamos porque Joe Cambria, el famoso scout de ese equipo vivía prácticamente en Cuba y fue el que más peloteros cubanos llegó a contratar, tal es así que los Senadores en un momento llegaron a tener nueve cubanos en sus filas, como fueron los casos de Fermín Guerra, René Monteagudo, Gilberto Torres, Roberto Ortiz, Santiago Ullrich, Rogelio Valdés, Preston Gómez, Luis Suárez, Oliverio Ortiz y más tarde otros reconocidos como Conrado (Connie) Marrero, Sandalio (Sandy) Consuegra, Rogelio “Limonar” Martínez, Julio (Jiquí) Moreno, el gran Camilo Pascual, Carlos Paula, José Valdivieso, Juan Delís, Julio Bécquer, Carlos Pascual, Willie Miranda el mejor short stop defensivo de la historia, Frank Campos, Raúl (salivita) Sánchez, Miguel (Mike) Fornieles, un tremendo trabuco sin duda alguna y nombres que los que siguieron la pelota en esos años seguramente no olvidan.

Estas son algunas de las cosas que hacíamos regularmente y que han quedado en el olvido. Por eso, a pesar de que los niños de hoy pueden disponer de muchas cosas que no imaginamos que algún día pudieran existir, ni siquiera en los muñequitos de Dick Tracy o de Titanes Planetarios, la magia de nuestra infancia no la cambio por ninguna otra. Ella me enseñó a respetar, a darle el verdadero valor a las cosas, a dejar volar mi imaginación mediante la lectura y en fin, me enseñó, aunque los avatares de la vida con lo que sucedió en Cuba con el régimen político no me permitieron disfrutarla plenamente, a vivir una vida más sencilla pero más plena en todo sentido.

La experiencia de crecimiento actual en Cuba

Ahora ser padre, si realmente quieres serlo, se vuelve una tarea más difícil en Cuba.

Por mucho que enseñes a tus hijos los preceptos morales, reglas de urbanidad y el respeto, y exijas porque actúen en consecuencia con ello, todo lo que les rodea está exento de ello. La vulgaridad, que va desde la forma de hablar, de expresarse y la música, inevitablemente los contamina.

La casa donde nacieron y viven es la misma de sus abuelos o hasta de sus bisabuelos y si no hay recursos, como es en la mayoría de los casos, ésta está en un estado deplorable (en el mejor de los casos) o en peligro de derrumbarse. La prioridad es construir hoteles para el turismo, no reparar las casas ni construir nuevas viviendas.

Hay que ser muy cuidadoso con los niños porque el ambiente que les rodea es tóxico, lo imperante es el robo de cualquier cosa y su venta, la ilegalidad impera y paga bien, por lo que muchos muchachos rechazan estudiar porque al final sacan cuentas y valoran que el salario que van a devengar tras muchos años de estudio y esfuerzo es una miseria de la que nunca van a salir. Toda la carrera había sido una mezcla de dificultades para transportarse hacia y desde el centro universitario, pasar hambre o alimentarse de torticas de morón y guachipupa si no tenías bastante dinero y sacrificar tu tiempo libre estudiando.

Los cubanos estudian gratis y solo los más inteligentes terminan una carrera universitaria a sabiendas que dedicándose a oficios que en otras partes del mundo son poco retribuidos, como camareros, maleteros o taxistas, en Cuba en cambio, por su relación con el turismo, son los más rentables. Y como la industria en Cuba está muerta y hay que vivir con la esperanza de irse del país, es mejor hacerlo cuando uno tiene un nivel de preparación profesional.

El agua poco a poco fue mermando, de tener agua abundante y con buena presión a todas horas pasamos a tenerla en horas limitadas o a tener el servicio un día sí y otro no, hasta volverse lo común el bañarse con un cubo y no con una ducha, la que se convirtió en un lujo. De un país donde había más vacas que habitantes, la leche, sumamente barata, también fue desapareciendo hasta volverse un artículo prohibitivo por su alto precio y centro de una campaña política que nunca se cumplió. Los niños juegan, pero al terminar no tienen agua para bañarse, ni alimentación adecuada, ni luz eléctrica, y si la tienen se ven obligados a ver la televisión con su carga ideológica completa, donde hasta la música y las películas tienen un mensaje favorable al socialismo, y si no es así, no las transmiten.

Con la imposición de una censura total y el monopolio estatal de los medios, toda la prensa dice lo mismo y muchos de los mejores libros no son publicados en el país por ser políticamente nocivos al régimen. Se le niega a los ciudadanos y a los niños en particular el pensar libremente, dándole muy limitadas opciones.

Es cierto que aparecieron el celular e Internet, después de muchos años tratando de impedir su difusión masiva, ambos imposibles de contener y censurar totalmente, pero se sigue haciendo todo lo posible por coartar la libertad de expresión y el acceso a la verdad y se reprime a aquellos que se atrevan a expresar ideas disidentes al sistema en las redes.

Se alude a dos temas que afectan a la sociedad y en particular al niño y que son campañas políticas casi eternas en la Cuba de hoy: primero a que Batista se llevó el tesoro nacional, no sé cuántos millones de dólares y oro. Es cierto pero la mayor riqueza se quedó en Cuba, su industria, su agricultura, la infraestructura, la fertilidad de la tierra, los principales rubros exportables: el azúcar, el tabaco, el ron, la industria turística y la producción nacional, donde destacaban el calzado, las telas, el transporte y la construcción.

Toda esta riqueza fue nacionalizada por la revolución y dejada fenecer poco a poco, hasta llegar al momento actual, donde casi no existe, porque lo que es de todos, no es de nadie y a nadie le importa.

El otro tema es el del llamado bloqueo por parte de Estados Unidos, al que otros llaman “embargo”. “Embargo o bloqueo”, lo que sea, realmente ha sido poco efectivo porque hasta los principales productos alimenticios con que subsiste Cuba hoy en día proceden de Estados Unidos y durante más de treinta años la Unión Soviética suministró a la Isla todo tipo de insumos, por lo que el bloqueo no la afectaba para nada, pero además Cuba podía comprar absolutamente cualquier cosa, inclusive tecnología de punta en otros países, por lo que nunca le faltó de nada. El bloqueo es una cortina de humo político que solo convence a los tontos.

Pero a pesar de ser una gigantesca mentira, de tanto repetirse, ello ha influenciado en la crianza de los niños aquellos que han crecido diciéndoles que son el “hombre nuevo” (debe ser uno que vive sin trabajar), en un país constantemente asediado por la mayor potencia del mundo, por lo que se hace necesario acatar todas las órdenes del partido, lo que ha permitido que Cuba subsista como nación y que al final ha hecho de los cubanos gente que no se esfuerza por tener una vida mejor, sino se conforma con lo que le den y lo que le permitan, una imparable fábrica de vagos y mediocres, que además ha hecho desaparecer toda la bravura que históricamente se le ha atribuido a los cubanos como pueblo rebelde e inconforme.

El triste cambio de Cuba

Seis décadas de deterioro de la economía (que se puede recuperar sin grandes esfuerzos) ha venido acompañada de un deterioro moral y cívico con absoluta falta de libertades (de muy difícil recuperación), es el panorama complejo de la Cuba actual.

Ya en Cuba no se puede dejar que los niños jueguen en la calle hasta que se haga de noche: mandarlos a comprar a una bodega es correr el riesgo de que le roben en el peso de los productos o que no se los den completos: el juego con la manguera es impensable porque a veces no hay agua ni para tomar: decirles que respeten a los mayores y no usen malas palabras es un imposible porque todos son vulgares e irrespetuosos y la escuela no enseña modales ni reglas de comportamiento, solamente consignas políticas y una instrucción que cada día es más elemental; el ambiente de la calle solo enseña a vivir sin trabajar, robando o negociando lo robado, aprendiendo a fumar y a tomar ron como principal entretenimiento y en el caso de las hembras, iniciarlas en la prostitución como una forma de vida lucrativa.

Pasamos de ofrecer la otra mejilla al que nos dio una bofetada a la política de la guapería barata de no resistir al que nos ofendió (salvo si es alguien con poder para dañarnos aún más). Los Amish tienen su regla moral basada en el Sermón del Monte, donde Jesús instruyó a sus discípulos en “no resistir al que es malo”, respondiendo con otra bofetada al que nos la diera (Mateo 5:39), pero lo de los cubanos es otra cosa, es la guapería barata de Cheo Malanga, por lo que los Amish son más corajudos que nosotros.

No llega al nivel de cuando en la Edad Media llevaban a los niños a ver el morboso espectáculo de una ejecución, decapitando, ahorcando o quemando al condenado, práctica que subsiste en nuestros días con ejecuciones públicas en lugares como China o los países musulmanes, sino que más bien se relaciona con el estilo de vida cubano actual. Antes había analfabetos e ignorantes, lo que se vivía de forma vergonzosa y se debía al atraso económico y social o al ambiente familiar, pero ahora, en un país con pleno acceso a la educación hasta el nivel universitario, una inmensa mayoría presume de no haberse leído un libro en su vida, su premisa es el reguetón ese ruido que desbarató el arte, hizo de la música una prostituta y convirtió la poesía (o mejor dicho la rima) en algo vulgar y repulsivo. El mundo ha ido en la dirección que un día describió el gran poeta Antonio Machado: “de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa”, pero en Cuba parece que nos acercamos más a las diez cabezas. Pero estas cabezas no embisten lo que tienen que embestir, sino unas a otras.

Tristemente este repulsivo comportamiento social no es exclusivo de Cuba, millones de personas que tuvieron acceso a la educación y saben leer y escribir, no han salido de la ignorancia y falta de cultura y razonamiento gracias al mercado y a los medios que viven de la propaganda comercial, que están dirigidos a gente como ellos que no lee y que no es capaz de digerir otra cosa que no sea la frivolidad o lo superficial y que viven cegados por los dogmas de la religión en su forma más retrógrada, porque no entienden ni razonan, y por ello elevan a presidente de una nación tan grande y desarrollada como Estados Unidos a uno de sus peores representantes, aunque tenga mucho dinero y haya logrado su fama como payaso de un programa televisivo, porque comparte su falta de valores, su carencia de principios y su ineptitud . Las personas con inteligencia tendrán que limitarse a expresar sus opiniones para no ofender a la mayoría, constituida por imbéciles, que aparentemente nunca van a entender quién es verdaderamente el personaje que defienden.

Y si no lo creen, solo voy con esta reflexión: Si no necesitan una máscara ni de una vacuna para evitar contagiarse del virus del Covid-19, porque Dios los va a proteger, ¡cómo es que necesitan tener un arma de fuego (o varias, incluyendo rifles de asalto de uso militar)?. Parece que llamaron al cielo y no los oyeron porque se enferman de Covid, mueren y además se rompen todos los récords en tiroteos y muertes inocentes a causa de ello porque cualquiera tiene acceso a un arma, dos grandes epidemias en la nación más desarrollada del mundo.

La Democracia tiene sus imperfecciones, en Cuba eran electos presidentes aptos para el cargo y otros que eran unos delincuentes, o una combinación de ambas, pero la propaganda, la corrupción y otros vicios nos llevaron a donde estamos y tristemente no hemos aprendido de la historia, que a pocos les interesa saber, salvo a los que la vivimos y que nos vamos a ir solos con esas vivencias.

Y si además vemos un mapa de hace cincuenta años notamos que hay países, inmensos y poderosos inclusive, que ya no existen, las fronteras han cambiado porque el hombre tiene que estar permanentemente en guerra y por ello ya se nos hace imposible identificar el mundo que conocimos, ¡cómo vamos a pensar que los valores con que crecimos y con los que vivimos, van a permanecer sin cambio?.

Si hasta el patriotismo desapareció en Cuba, qué podemos esperar si no se respeta a nuestros próceres ni a los símbolos patrios?.

Resumen: si uno pudiera escoger la época en que uno va a nacer, sin duda escogería la que viví o algo más atrás, no los tiempos actuales.

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