Lugares y personajes curiosos de La Habana
Se dice que la muerte no llega con la vejez sino con el olvido, por eso La Habana, semi derruida, desmemoriada y abandonada, ha sobrepasado el medio milenio, pero no muere, porque es una ciudad que no se puede olvidar.
No voy a referirme a las cosas emblemáticas de La Habana, como el Capitolio, el Castillo del Morro, el Cristo de La Habana, la Plaza Cívica o de la Revolución, las numerosas fortalezas y plazas de La Habana Vieja, las majestuosas edificaciones y Hoteles del Paseo del Prado y el Vedado, sino de lugares que en cierta forma han sido algo dejados a un lado o hasta demeritados. Unos ya no existen, otros se han modificado, a otros los han tratado de revivir poniéndoles colorete, la mayoría para mal, pero la historia y la memoria de lo allí ocurrido no desaparece.
En mis andanzas por esa Habana de finales de los años cincuenta, cuando comenzaba a descubrir el mundo y todo me llamaba la atención (algo que afortunadamente no he perdido), pude disfrutar de muchos de esos sitios, algunos entre las numerosas curiosidades que existen en la Habana Vieja y de las que ya hemos escrito, como el buzón de correos más viejo, el Callejón del Chorro, la Zanja Real o la calle más estrecha al costado del sitio donde se fundó San Cristóbal de La Habana en 1519 y se ofició la primera misa, el Templete, la primera construcción estilo neoclásica en Cuba y que tanto influiría en la arquitectura de la Isla y cuya costumbre de dar tres vueltas a la centenaria ceiba y echar una moneda a sus raíces y formular un deseo cada aniversario de la creación de la ciudad, con la esperanza de que se cumpla, casi siempre, al igual que la de salir la nochevieja con maletas y darle vuelta a la manzana, era la aspiración de muchos.
Fueron tantas las cosas que conocí de La Habana y tantas las que me llamaron la atención y sin embargo como comenté, gran cantidad fueron subvaloradas o despreciadas, algo que no puedo comprender. Y es que el que está rodeado de tantas cosas bellas y tanta historia, no les da la importancia que tienen, no se dan cuenta de lo afortunados que son, por eso no me canso de repetir y de escribir, que si pudiera escoger un momento de la historia para vivir, a pesar de mi afición desmedida por los sucesos históricos relacionados con la Segunda Guerra Mundial, seleccionaría a La Habana de los años cincuenta.
Cuando de verdad tuve independencia para andar La Habana, ya el Vedado se iba convirtiendo en el centro económico y recreacional, pero La Habana Vieja conservaba aún muchos atractivos, y el tiempo y la acertada valoración de la historia por parte del historiador de la ciudad, el de entonces y el actual, al margen de su filiación política, ha sido sin duda un factor decisivo en el rescate de maravillas que inclusive desde antes de la revolución, ya estaban devaluadas y no se asignaba presupuesto para ello pues en otras obras había más posibilidades de desangrar los fondos públicos.
Y hay dos temas muy interesantes y de los que se habla poco: las numerosas fosas, huecos o furnias existentes en varias partes de la capital, en particular en el Vedado, y los numerosos arcos de triunfo que en distintas épocas fueron erigidos en diversos lugares del país para celebrar diferentes hechos. Pero estos temas merecen ser tratados aparte por su singularidad.
No obstante, el haber vivido en el barrio de El Cerro, muy cercano a Palatino, me permitió conocer lugares y situaciones sobre las que ya he escrito, como han sido el antiguo Parque Forestal, situado donde ahora está la Ciudad Deportiva y permanece una parte contigua a ella en los terrenos que separan al Coliseo por la Avenida de Rancho Boyeros y el haber comenzado a trabajar en 1957 en Chacón y Cuba, me abrió la posibilidad de conocer a profundidad nuestra ciudad, en particular la Habana Vieja.
Ya hemos abordado los juegos en los terrenos, lago incluido, donde está ahora la Ciudad Deportiva, la terminación de la Vía Blanca, la broma del platillo volador el día de los Inocentes con Rosita Fornés y Meneíto, la modelo de la cerveza Cristal y todos estos hechos tenían de fondo a un testigo que no se podía dejar de observar aunque hubieran aterrizado allí los marcianos: la Fuente Luminosa, ominosamente conocida como “el bidet de Paulina”.
El bidet de Paulina
Sin duda alguna Ramón Grau San Martín, presidente de la República de 1944 a 1948, si en algo fue diferente al resto de los que ocuparon ese cargo, es que fue probablemente el que se vio envuelto en más fraudes, trampas y hechos de corrupción, pero sobre todo fue conocido como la mayor decepción de la historia cubana, todo lo contrario a aquello por la que la gente fue a votar en las elecciones. Pero como no ha habido, hasta el día de hoy, en toda la historia cubana un solo gobernante al que se le puede señalar un balance positivo, Grau entra dentro del oprobioso grupo de delincuentes que propiciaron que el país cayera en las manos del comunismo por haberse cansado el pueblo de tantas malas administraciones y haber escuchado los cantos de sirena de los que eran, no similares, sino peores.
Está como mancha suprema de su gestión el robo del diamante del Capitolio y su ridícula reaparición, el surgimiento del gangsterismo y los increíbles e interminables hechos que llevaron a que su gestión fuera calificada de deshonesta al extremo.
Y la rotonda de la intersección de la Avenida de Boyeros, la Vía Blanca y la calle 26 del Vedado, fue un ejemplo de ello. Para sumar a sus males el nepotismo, el diseño y ejecución de la obra estuvo a cargo del Ministro de Obras Públicas y primo del presidente, José San Martín, para que todo quedara en familia. El Ministro también estuvo al frente de un programa de desarrollo urbanístico, sin duda necesario por el crecimiento del parque automotor y la necesidad de construir nuevas vías, sobre todo con la apertura y crecimiento de la actividad en el Aeropuerto de Rancho Boyeros y el desarrollo industrial y de viviendas hacia el este y el sur de la capital.
Por ello los terrenos ubicados en esta intersección importante, donde se construyó la rotonda fueron incautados y supuestamente indemnizados sus propietarios, lo que también fue objeto de turbulencia financiera, y fue así que se dio comienzo a las obras, las que terminaron en 1945.
Como una forma evidente del choteo del cubano, Grau que era soltero (la fama de maricón no le venía por eso sino por su amaneramiento), tenía asignado el papel de Primera Dama a Paulina Alsina, la viuda del hermano de Grau, y ella fue una de las impulsoras de que se erigiera la citada fuente, por lo que ante tanto desvío de los capitales públicos hacia las arcas privadas, acometiendo obras que no representaban una prioridad para el bienestar popular, el pueblo decidió bautizar a la Fuente Luminosa como “el bidet de Paulina”.
La fuente en sí no es para nada una belleza. Construida totalmente de piedra de cantería, está formada por cuatro niveles de vasos circulares que terminan en un estanque. Pero por algo se llamó la Fuente Luminosa, porque de noche la combinación de luces de colores la dotaban de un atractivo especial y se mantenía encendida desde el anochecer hasta el amanecer.
Por ello no era raro que muchas familias o parejas de enamorados fueran de noche a sentarse en los alrededores de la fuente, junto al estanque para disfrutar del derroche de colores del agua. Después vendría la inauguración de la Ciudad Deportiva, desalojando al viejo Palacio de los Deportes y Convenciones en Paseo y Malecón y la rotonda fue cobrando relevancia, se rodeó de comercios, restaurantes, un hospital y otras clínicas, así como la morgue habanera y algunas industrias cercanas. Las peleas de boxeo, diversos deportes o actividades musicales y otros espectáculos le dieron a la zona una vida nunca antes vista.
Tres cuartos de siglo después, los mismos que yo, la Fuente Luminosa se mantiene ahí, viendo pasar la historia. Ya nadie se acuerda de Paulina y su bidet y la fuente unas veces no tiene agua, otras no tiene luz y a veces ninguna de las dos. Por suerte la hicieron de piedra, que está a prueba de fuego, insectos y la descomposición ante los elementos naturales y no necesita mantenimiento, por lo que la capital se seguirá cayendo a pedazos y la fuente seguirá viendo como todo a su alrededor fenece.
Una maravilla casi escondida que tuvo muchos usos
Una de las calles que debía recorrer muy a menudo durante los años cincuenta fue Oficios.
Allí había radicados numerosos bufetes de abogados a los que debía acudir, por lo que esa fue en particular, junto con otras calles como Obispo y O’Reilly, las que mejor me conocía.
Me gustaba, cuando debía ir en esa dirección, tomar por Chacón, cruzar por frente a la antigua fortaleza donde radicaba la jefatura de la Policía Nacional en la misma esquina con Cuba, justo enfrente había una cafetería-restaurante adonde iba diariamente, cuyo nombre no recuerdo, llegaba hasta Tacón pasando frente al Palacio Cardenalicio, como se llamaba entonces al Seminario de San Carlos y San Ambrosio, hasta llegar, pasando junto a uno de los restos de la Muralla de La Habana, cruzar por un costado del castillo de la Real Fuerza, y tras atravesar la Plaza de Armas subir por la calle Oficios. Allí llamaba la atención y mucho, Casteleiro y Vizoso con los equipos de oficina Underwood, la Lonja del Comercio de La Habana y la Plaza de San Francisco de Asís con su Basílica y Convento. Normalmente en el trayecto hacía varias visitas, las que concluían en varios destinos en la Plaza Vieja, pero en mi viaje había un lugar en particular que me llamaba la atención: un edificio majestuoso que por fuera se nombraba como Cámara de Representantes.
Yo sabía que el congreso cubano estaba localizado en el Capitolio Nacional, por lo que pude indagar con conocidos en bufetes cercanos la historia de ese edificio, del cual pude admirar solamente el lobby porque realmente no tenía nada que hacer allí y en el mismo estaban oficinas gubernamentales custodiadas por un policía con un tolete y eso no me hacía mucha gracia.
La lectura de revistas bohemia y las indagaciones personales me llevaron a conocer que aquel sitio estaba repleto de memorias, de esos detalles de la historia cubana que no se conocen mucho, y este es uno de esos casos, a lo largo de su existencia fue un edificio que sirvió para muchos destinos.
Ubicada en Oficios entre la calle Muralla y el callejón de Churruca, se construyó a principios del siglo XX, y allí se asentaron en distintas épocas, la Comandancia de la Marina, el Ministerio de Comunicaciones, el Ministerio de Educación y Oficios, la Cámara de Representantes y el Senado de la República.
Un vestíbulo impresionante con un gran pasillo, un exquisito portón con el escudo nacional, columnas monumentales, un hemiciclo, salas de conferencias, una biblioteca y muchas oficinas constituyen a grandes rasgos la regia construcción.
Pero su ubicación, como ocurre con la mayoría de las edificaciones de la Habana Vieja, no contaba con espacios exteriores, parqueos o plazas, por lo que se hizo necesario proyectar con ese fin entre otros, lo que es el Capitolio Nacional.
Cuando conocí ese edificio en los cincuenta ya tenía más de cuatro décadas de historia y era un lugar imponente destinado a oficinas estatales y ahora es la sede del gobierno del municipio Habana Vieja. En los años noventa pasé por allí en muchas ocasiones y varias veces lo ví cerrado y todos sabemos lo que ocurre con inmuebles sin uso, pero tuvo la suerte de ser restaurado recientemente.
Creo que esta construcción también es de las que va a ser difícil de destruir, porque fue hecha a conciencia, aunque lo mismo ocurrió con el Capitolio y por poco hay que demolerlo.
Antes se decía que éramos un pueblo de café con leche y chicharrones y después, con la revolución se acabaron los chicharrones y ni café con leche se puede tomar, por lo que la memoria nos hace ver esos tiempos pasados como muy prósperos y añorados. Y una muestra de ello es el edificio del que he hablado, la muestra ejemplar del dicho de que todo tiempo pasado fue mejor.
El Coche Mambí
A un costado del citado edificio de la antigua Cámara de Representantes ha sido reubicado el Coche Ferroviario Mambí, un verdadero tesoro, prácticamente escondido y cuya historia ha salido a la luz a partir del desarrollo turístico cubano. Si no hubiera sido así estuviera oxidándose y pudriéndose junto con los centenares de máquinas de vapor, eléctricas, diésel y vagones del venido a menos ferrocarril cubano.
Justo en el callejón de Churruca, está el Coche Mambí, un coche de ferrocarril construido en los Estados Unidos en 1900 y que fuera llevado a Cuba en 1912 por el Presidente de la Pennsylvania Railroad Company, compañía con grandes intereses en la Cuba Railroad Company, presidida por el norteamericano-canadiense Sir Cornelius Van Horne, el gran desarrollador del ferrocarril en Cuba.
Se habían construido tres vagones especiales, uno para la oficina central de la empresa, otro para su filial en México y el tercero para Cuba.Al ser empleado principalmente por el presidente de la empresa ferroviaria o por altos ejecutivos y personalidades de la política, fue bautizado como Coche Presidencial y después como Coche Mambí, porque algunos presidentes fueron mambises, pero al final no tenían nada que ver con aquellos que sacrificaron todo, hasta la vida por la patria.
No era cualquier cosa, según se puede observar, tiene todas las comodidades de una residencia y hasta una terraza y habitaciones para cuatro sirvientes, por lo que el presidente de la Cuba Railroad, Horatio S. Rubens, lo empleaba para inspeccionar el negocio, que dominaba desde Las Villas hasta Oriente el transporte ferroviario.
Un diseño interior de mucho gusto, gran aprovechamiento del espacio, vitrinas con cristalería fina y cubiertos de plata, todos con el logotipo Mambí, así como muebles de maderas preciosas, convertían en unas buenas vacaciones los viajes de trabajo.
El coche fue utilizado por los Presidentes de la República para sus viajes por la Isla de Cuba, incluyendo a Estrada Palma que ya no estaba en el poder y el resto de los que pasaron por la presidencia de la Isla. Hasta se dice que Fidel Castro lo empleó en los primeros años de la revolución y lo mandó a un andén de la Terminal de Ferrocarriles como una reliquia, hasta que fue recuperado y remozado en los años noventa.
Ya hemos escrito sobre el destino del ferrocarril en Cuba, sobre todo con la suerte corrida por la Vía Ferroviaria Central, que fue la misma que sufrieron otros grandes proyectos como la Autopista Nacional, las represas, la Central Electronuclear y los túneles para la defensa, por mencionar algunos que se relacionan con el tema. Todos quedaron inconclusos y lo construido se ha deteriorado con el tiempo y la falta de atención. Ni siquiera es válido hacer comparaciones con la actividad ferroviaria antes de la revolución, donde el abastecimiento para la zafra azucarera convivía con el transporte de pasajeros y mercancías, ambos de manera eficiente. Y ni hablar de la triste fatalidad del tren de Hershey, el único servicio ferroviario eléctrico en Cuba y que está en fase terminal.
Antes de la revolución todos los servicios ferroviarios estaban bien atendidos, en perfecto estado técnico y con equipos nuevos y bien mantenidos, por lo que se podía explotar la velocidad máxima posible tecnológicamente. Ahora los pocos servicios que quedan, inclusive los relacionados con la mermada zafra azucarera, van a paso de jicotea.
Y con el socialismo se le asignó la tarea a un ignorante y delincuente, el comandante Lusson, que lejos de resolver los problemas del transporte, los agudizó, y dentro de sus desastres estuvo el servicio de trenes, lo que no quitó para que dispusiera para su uso personal de uno de los famosos gascares Fiat con todas las comodidades, lo que trajo al final que ahora el país cuente solamente con cincuenta de los más de 240 coches para pasajeros que requieren sus trenes nacionales, y de la calidad y comodidad del servicio mejor ni hablar, las vacas hacia el matadero antes de la revolución viajaban mejor que las personas hoy en día.
Curiosamente, treinta años después de ser defenestrado como Ministro, ahora, con más de ocho décadas de vida (ya tiene noventa) y más bruto e ignorante que nunca, fue designado Vicepresidente del Consejo de Ministros para recuperar los ferrocarriles en Cuba. Parece una broma cruel, pero no lo es, es parte del surrealismo tropical o realismo mágico de la revolución.
No en balde recuerdo lo que un día me dijo un guajiro semi analfabeto, pero con una sapiencia única: “a Cuba hay que pasarle un bulldozer desde el Cabo de San Antonio hasta la punta de Maisí, tirar todo al mar y empezar a construirlo todo de nuevo”. Y a ello añadió: “Y de paso va a haber que deportar a la mayor parte de los cubanos y traer japoneses”.
Y el Coche Mambí, igual que a la Fuente Luminosa y el Edificio del Congreso, no se convirtieron en polvo por estar bien construidos y con materiales duraderos. Como explica el viejo dicho, ¡se salvaron en tablita!.
Mi recorrido por edificios habaneros
Sin duda alguna La Habana era no solo la ciudad más española de América, y la plaza de la Catedral con sus soportales, las numerosas fortalezas y el Arco de Belén, daban fe de ello, pero junto con esa visión podía verse que también estaba llena de construcciones modernas y todas bien cuidadas, proliferando numerosas muestras del Art Decó. Tuve la suerte de recorrer esa ciudad durante varios años como de verdad se conocen los lugares, caminando. Sin duda fue todo un privilegio.
Pero hay algunos sitios que recuerdo con particular añoranza y que con el paso de los años he vuelto a visitar y me ha impactado la desidia y el abandono que impera en toda Cuba. Si algo está en Cuba a tutiplén es la negligencia.
Uno de esos lugares era el Edificio de la Metropolitana. Esta compañía de seguros, situada en O’Reilly entre Compostela y Aguacate, en su lado norte, porque abarcaba hasta la calle San Juan de Dios, solamente tenía dos edificaciones, El Edificio de la Metropolitana, compañía de seguros y sede de numerosos bufetes, con el Banco Godoy Sayán, uno de los más importantes de Cuba y a un costado el First National City Bank of New York con un inmueble impresionante.
En la acera de enfrente había un par de famosos bares restaurantes donde acudía a menudo y muchas veces tras el almuerzo me tomaba un par de Cuba Libres mientras jugaba cubilete, ya que entonces los horarios laborales tenían un receso entre las doce del día y las dos de la tarde. Muy cerca, justo en la acera de enfrente, estaba un lugar que visitaba mucho por motivos de trabajo y por mi gusto personal, la librería Madiedo, al lado de la cual estaba la Smith Corona que ofrecía muebles de oficina, máquinas de escribir y sumadoras.
El Banco Garrigó, uno de los más poderosos del país, radicaba en O´Reilly No. 306 y construyó un gran edificio en Aguiar y Empedrado, frente al parque San Juan de Dios y a un costado del Edificio Quiñones, donde también estaban establecidos bufetes y agencias de seguro. A unos pasos se hallaba uno de los mejores restaurantes de La Habana de entonces, el Lafayette, no tendría tanta fama como otros probablemente por su ubicación, pero en calidad no creo que fuera segundo de nadie. No quiero ni pensar lo que será hoy, si es que existe.
Enfrente estaban otros lugares a los que concurría a menudo, el moderno Banco Pedroso con su oficina central en Aguiar y Empedrado frente al parque de San Juan de Dios. el Banco de los Colonos en Aguiar 360 muy cerca de Obispo con un imponente edificio alto muy moderno; en la esquina de Cuba y Obispo estaba el Café Europa, todo un símbolo gastronómico habanero y con cuyo dueño trabajaría después en la librería que inauguró a pocos pasos del Café y llamada El Gato de Papel; en O’Reilly y Cuba estaba el edificio del Bank of Nova Scotia y en Aguiar 367 el Royal Bank of Nova Scotia, los que visitaba a menudo. La cuenta bancaria principal de la librería donde trabajaba estaba en el Industrial Bank, a un costado de la Catedral y que hoy es el restaurante El Patio.
También visitaba el Banco del Caribe ubicado en el edificio de Prado No. 152, donde había muchas firmas legales y cuyos dueños, la familia norteamericana Roberts eran dueños del central Nela y de la importadora de cigarros americanos y artículos para fumadores Roberts Tobacco.
Muchos abogados vivían y/o tenían sus oficinas en hoteles, como el Hotel New York en Dragones y Amistad, al lado de la Cuban Telephone Company, el Hotel Regina en la calle Industria a un costado del Teatro Campoamor, el Hotel Park View en la calle Morro, el Hotel Caribbean en Prado y Colón, el Royal Palm en San Rafael e Industria o el Gran Hotel en Teniente Rey y Monserrate.
Y también visitaba muchos negocios y apartamentos de lujo en el edificio del Teatro América, uno de los íconos del estilo Art Decó, de cuyo tipo de construcciones me impresionaba mucho el edificio La Tabacalera, una compañía de seguros con un bellísimo edificio en Morro y Colón y por supuesto el Edificio Bacardí, un lujo para cualquier ciudad.
Había muchos otros lugares a donde iba asiduamente y que estaban ubicados en diferentes barrios de la capital, no solo de la Habana Vieja, como eran el edificio del Gran Templo Masónico en Carlos III y Belascoaín, el Retiro Odontológico en L y 21 en el Vedado donde además de dentistas había muchos abogados, el edificio del cine Atlantic en 23 y 12 y otros.
Y no puedo dejar aparte mi primera visita al edificio FOCSA, entonces casi recién inaugurado, que era una maravilla e impresionaba a cualquiera con sus monumentales espejos en todas partes, sus rápidos ascensores, sus vistas impresionantes y sus amplios y ventilados apartamentos. Allí, no sé por qué razón, porque según conozco no era abogado y donde yo trabajaba entonces solo se vendían libros de derecho, fui a hacer una entrega al famoso músico Adolfo Guzmán. Todos los que lo han mostrado como un viejo comunista, un personaje noble y simpático, habrán tenido sus razones para hacerlo, mientras tanto yo lo voy a catalogar como la persona más arrogante, detestable, mal educada y abusadora que he conocido. Parece que a sus colegas o a la gente que lo pudieran beneficiar eran tratados por él de una forma y un muchacho imberbe, un miserable mensajero como era yo, no merecía ese trato. Como buen viejo comunista el maestro Guzmán era un arma de doble filo con doble cara.
Muchas notarías o bufetes famosos que visitaba eran los del Dr. Guillermo Alamilla en el Edificio Metropolitana; el Dr. Federico Alvarez de la Campa en San Pedro 16 en la Avenida del Puerto; el Dr. Francisco Angulo en Obispo 202; el bufete del Dr. Pascual Argain en el Edificio Metropolitana al igual que el del Dr. Adolfo Argüelles, el bufete del Dr. Gerardo Portela, el bufete Cruz y Escarpenter y el bufete Alvarez Vega; el bufete Dorta Duques en Tejadillo 114; el Bufete de Calvo y otros en el Banco de Nova Scotia en O’Reilly y Cuba; el Bufete Raggi en Empedrado 460; los prestigiosos bufetes Salaya y Casteleiro en Oficios y Lamparilla y el Vega-Penichet en Prado y Trocadero y al lado el bufete Jova y Vega Penichet, ambos con ricas bibliotecas a las que después yo daba servicios de organización y mantenimiento.
En la Lonja del Comercio estaba el bufete Escoto; en el maravilloso edificio Bacardí estaba el Dr. García Ordoñez y el bufete Klawans & Menéndez Aponte; el Dr. Tomás Goicoechea estaba en Cuba 468 cercano a la Bolsa de La Habana y ; en la Manzana de Gómez estaba el bufete Hernández y Revilla; en Consulado casi frente al Anón de Virtudes estaba el bufete Leyte Vidal; en Habana y Cuarteles estaba el bufete del Dr. Méndez Capote y su hijo y en Habana y Chacón, al lado de una bodega donde compraba diariamente unas sabrosas empanadas de carne y un Orange Crush como merienda y allí también radicaba el Dr. Rolando Millás; en Cuba y Amargura estaba el imponente edificio Barraqué; en Obrapía y Cuba la Bolsa de Valores de La Habana; en Habana y San Juan de Dios estaba el bufete de Moré y Mendive y en Cuba y Empedrado otro buen cliente el Dr. Felipe Mustelier y justo al lado el bufete Romeu y Jaime con el Dr. Emilio Cancio Bello; en Compostela y Obrapía el Dr. Raúl Trelles Govín y en Aguiar y O’Reilly el Dr. Fernando Sirgo, familiar del famoso actor Otto Sirgo.
Uno de los más famosos bufetes, Lazo y Cubas, estaba en Oficios 110 frente a la plaza de San Francisco de Asís en el antiguo Palacio del Marqués de San Felipe y formaba parte de los que eran más amigables y mejores clientes, junto con el Dr. Luis Botifoll en calle 23 No. 55 en el edificio Ambar Motors, la Atlántica del Golfo Sugar Company que era el segundo mayor grupo azucarero de Cuba y el primero con capital estadounidense y era la continuadora de la ya extinta Cuban Cane Sugar Corporation, la mayor empresa azucarera del mundo y que quebrara en 1929, En ese edificio contaba con extensas oficinas, un bufete gigantesco al igual que una biblioteca extensa. Estaba el Dr. Julio Batista en Amargura 205; el Dr. Gómez Roca en Aguiar 306; el Dr. Alberto Gutiérrez de la Solana en Obrapía 360 y su hermano Domingo en Aguiar 363 y sobre todo el bufete Entenza y Duranza en el Edificio La Tabacalera en Morro y Colón, con el Dr. Pedro J. Entenza con el que hice una amistad personal, le cuidaba el bufete en sus viajes frecuentes a Miami y fue una de las personas que más me aconsejó y me impulsó a estudiar.
Estos datos no pueden haber salido de mi mente, aunque muchos de esos nombres los tengo sembrados en mis recuerdos porque la memoria es muy selectiva, sino que fue posible porque encontré un listado impreso en mimeógrafo en que aparecen algunos de los destinatarios de los catálogos de nuevos libros que mensualmente mecanografiaba, reproducía en Ditto, un sistema de reproducción de texto en pequeñas cantidades basado en gelatina alcohólica, los que entregaba a cada cliente. Eran alrededor de cien ejemplares con varias páginas cada uno, recogía días después los pedidos, realizaba los pedidos a las editoriales en España, México, Bogotá o Buenos Aires y al recibirse los ejemplares por correo postal, facturaba y entregaba a los solicitantes, así como cobraba, según se había acordado, el importe total o la cuota mensual. Para esa tarea, asignada a un aprendiz entonces, ahora harían falta en Cuba un batallón de gente y probablemente no lo harían tan rápida y eficientemente. Esa es una muestra de lo que la libertad hace posible y me refiero a libertad en todos los sentidos.
Los abogados negros, los inspectores de comercio y la corrupción
Relacionado con mi trabajo, que incluía además atender el salón de la librería cuando no estaba realizando alguna de las otras tareas que mencioné, se producían o conocí cosas curiosas que voy a relatar.
Entre los clientes de la librería había un abogado negro que era tota una personalidad: Cheo Belén Puig, el famoso músico, que a diferencia de otros abogados, concurría a menudo a la librería y allí mismo hacía los pedidos, los pagaba por adelantado y más tarde los recogía, porque decía que pasaba mucho por ese lugar al tener familiares muy cerca. El fue el que me contó, sin que yo me atreviera a inquirirlo sobre el tema, que en las primeras décadas del siglo XX (estoy hablando de los años cincuenta de ese siglo), solamente había en Cuba cuatro abogados, nueve médicos, quince arquitectos y catorce ingenieros negros y que no creía que eso hubiera cambiado proporcinalmente a la población, mucho. No se quejó de racismo pero no hacía falta porque era evidente lo que señalaban las cifras. Contaba que donde único había mucha acción interracial era en las peleas de gallos y en los cultos religiosos afrocubanos, en el resto había una barrera impuesta por el color, y tenía razón, pero ello provocó que los negros se aislaran a sí mismos y vivieran en un mundo aparte, y que personalmente no comulgaba con ese accionar y por eso tanto en su condición de música como en su actuar profesional, tenía mucha interacción con todas las razas. Hacía a menudo, como prueba de lo que ocurría o porque no recordaba haberlo contado anteriormente, la historia de Martín Morúa Delgado, presidente del Senado en 1909 y más tarde Ministro de Agricultura, de Comercio y Trabajo y un destacado intelectual, que había tenido que soportar el desprecio y la humillación de Estrada Palma porque no invitaba a su mujer, que era negra como él, a los banquetes oficiales. Cheo Belén decía que con todo respeto, él en su lugar hubiera renunciado inmediatamente a sus cargos, pero Morúa después se dio cuenta que su trabajo y su aguante fue inútil porque la discriminación tuvo su máxima expresión en la masacre resultante de la Guerra de 1912 o Levantamiento de los Independientes de Color. Sin duda Cheo Belén Puig, del que todos los cubanos hemos escuchado sus refinados danzones, era una persona que infundía respeto y admiración.
Otra anécdota se relaciona con una persona cuyo nombre trato de recordar y que aunque su físico puedo visualizar, no doy con ello aunque se que tenía un apodo. Era un hombre alto, canoso, siempre vestido con guayabera y un tabaco en la boca, con una cadena de oro con la Virgen de la Caridad del Cobre y zapatos de dos tonos, sobre los que hablaba mucho.
Explicaba que no usaba otra cosa sino los originales modelo Oxford spectators, que para mí y para los demás no representaban nada o no sabíamos en absoluto de que se trataba, pero el personaje explicaba que eran zapatos de vestir lisos, de cordón cerrado, puntera recta y que combinan dos colores o dos texturas de piel, normalmente en blanco y negro. Reafirmaba entonces que solamente calzaba zapatos Thom McAn o Florsheim Imperial, ambos americanos o Amadeo o Ingelmo de producción nacional, de los que afirmaba que no tenían nada que envidiarle a los americanos salvo la marca. Y terminaba su cuento siempre hablando de Yayo, el único limpiabotas al que le confiaba sus zapatos.
Tampoco recuerdo cual era la relación que tenía con el dueño de la librería, Juan Cebrián, o con su hijo adoptivo, Jorge Serra, pero llegaba y se sentaba en el patio, ya que al fondo de la librería y encuadernación estaba una amplia vivienda con un gran patio interior y lo hacía como el que llega a su casa, sentándose en uno de los sillones criollos que allí había. Me inclino por pensar que era tío de la esposa de Jorge, pero no lo puedo ratificar. El hecho importante es que el hombre era un vividor nato. Su empleo era nada más y nada menos que de Inspector de Comercio, un puesto estatal que él mismo decía que era el mejor del mundo, porque los horarios de trabajo eran a su discreción y las “puñaladas”, “mordidas” o “búsqueda”, como se han denominado en diferentes épocas a los sobornos o pedir u ofrecer dádivas para lograr que el sobornado realice un acto de omisión ilegítimo, eran abundantes y generosas. Era una forma muy fácil y muy rentable de vida.
Supongo que habría muchos tipos de inspectores en la esfera gubernamental cubana, pero por lo que conocí, estoy seguro que ninguno estaba por hacer cumplir la ley como objetivo principal, sino de ver qué beneficios personales podía obtener de su cargo. Habría inspectores de transporte, de comunicaciones, de obras públicas, de turismo y de todos los sectores de la economía, pero probablemente uno de los más lucrativos eran los inspectores de comercio, que podían, si no se cumplían sus reclamos, declarar que las cosas estaban peor de la real y por ello ordenar el cierre de un restaurante, un bar, un cabaret, un almacén o una industria cualquiera.
Y este personaje, muy parecido a un político criollo típico, era un mulato blanconazo, porque aunque era más bien colorado y con facciones suaves, su ascendencia negra era palpable sobre todo por el pelo rizado, en realidad se me parecía mucho a Daniel Santos, el llamado Inquieto Anacobero, que en la lengua africana utilizada por los ñáñigos, significa “diablito”, el famoso y conflictivo cantante boricua. Al final yo lo resumía como un camaján, un vividor que explota a quien se ponga en su camino. Me llamaba la atención que cuando quería hablar mal de alguien decía:
“Ese es las cinco pe: pargo, pato, pájaro, penco, pajuso”.
También tenía una jerga que ya estaba entonces en desuso, como “la lea” para identificar a una mujer, “montón pila, burujón, puñao” para describir una gran cantidad, “Culicagao” para describir a alguien sin experiencia, “el Indio” para describir al sol, “Sanaco” como sinónimo de tonto, “Le partieron la ventrecha” para referirse a alguien que ha muerto, “me comí el millo” era quedar defraudado con alguien o algo, “habitante” designaba a alguien holgazán, vago, indigente y muchos otros que conocí por él como una que repetía diciendo que era un cubano reyoyo”. También era prolífico en el uso de “olrái, oukei, senquiu, bái, nevermáin” y otras voces del inglés que repetía incesantemente.
Algunas de esas palabras o frases, salvo los vocablos ingleses, quedaron en el olvido y de otras solo nos acordamos algunos viejos. Pero al final, para la forma en que se hablaba coloquialmente en esos años, el tipo era lo que entonces se le llamaba “chuchero”.
No era totalmente en su vestir el clásico chuchero popularizado en las películas mexicanas, pero si lo era en su jerga porque además de ser bastante vulgar mezclaba las mencionadas palabras del inglés en su lenguaje y usaba sombrero y cadenas para las llaves y el reloj de bolsillo y otra al cuello y por supuesto los infaltables zapatos de dos tonos.
Por cierto una curiosidad fue cuando conocí que en México, la cuna de los chucheros encabezados por el actor-bailarín-cantante Tin Tan, que chuchero es la denominación que se le da a un equipo de sonido para los carros con mucha potencia y muchas bocinas.
El chuchero, la trompetilla y Eladio Secades
En Cuba solo los viejos recordamos esa palabra pero ahora es muy popular “dar chucho”, que supongo que venga de chuchero, aunque sabemos que Chucho es la forma afectiva del nombre Jesús o es como se le dice a los perros en México, pero en Cuba, en la era contemporánea, “dar chucho” es burlarte de alguien por alguna razón o sin ninguna y se ha convertido en una práctica recurrida por parte de malos humoristas que como no tienen gracia la buscan burlándose del público que equivocadamente fue a verlos. No me imagino a verdaderos humoristas como Alvarez Guedes haciendo chistes a costas del público. El chucho es un arma de los mediocres o incapaces.
Eladio Secades, un importante escritor que profundizó mucho en las costumbres, personajes y las formas de vida del cubano, creó lo que llamó “Estampas Cubanas” en entregas semanales en el periódico Alerta, el Diario de la Marina y la revista Bohemia, después plasmadas en varios libros. Se ha catalogado por voces autorizadas como la de Gastón Baquero, que de las estampas de Eladio Secades “puede extraerse una antología de instantes definitivos para la catalogación del carácter cubano”, también en otra ocasión escribió: “Las Estampas de Secades no son otra cosa que un espejo fiel, certero, de figuras y hechos que forman parte de nuestra sociedad, que nos dicen con mucha profundidad —la profundidad no tiene nada que ver con la pedantería ni con el retorcimiento— cómo somos. Se leen con una sonrisa, a menudo con una carcajada, pero dejan siempre las Estampas, luego de la alegría de tantas sorpresas de observación exacta y de encuadramiento, un recuerdo, una huella en la conciencia (…) Así como nos pinta Secades, o como nos refleja el espejo colocado por Secades ante nuestra realidad, somos. Sin pretenderlo, contribuye a que vivamos menos engañados sobre una porción considerable de la fisonomía social cubana”.
Muchas veces repaso las viejas bohemia digitalizadas que tengo solo para detenerme en esas Estampas y observo cómo Secades trata con maestría su propósito de subrayar defectos, detalles ridículos, actitudes censurables. Y respecto al tema que tratamos, el “chuchero” como alguien que viste de manera estrafalaria y tiene actitudes a veces insólitas e inesperadas. Pero todo lo hace con un sentido general y no dándole “chucho” a nadie en particular.
Se dice que el chuchero cubano surgió después de la Segunda Guerra Mundial durante el gobierno del payaso Grau San Martín, cuando a poco tiempo de tomar el poder comenzaron las balaceras entre los diferentes grupos de gángsters a la par que la corrupción gubernamental llegaba a niveles nunca antes vistos. Era una forma de burlarse del poco respeto que ese gobierno imponía y a ello contribuyó también la moda impuesta por artistas como Daniel Santos, Tin Tan y Benny Moré que proliferaba fácilmente y en los alrededores de la Terminal de Trenes hicieron su sitio de reunión habitual un grupo de chucheros, vestidos con pantalones con talle muy alto, anchos, sujetos por tirantes y con corte de tubo estrecho al tobillo, sacos largos, corbatas muy anchas, sombreros con alas inmensas y los infaltables zapatos de dos tonos y cadenas exageradamente largas y hablando una jerigonza que sólo lo entendían ellos. Mientras tomaban cerveza, fueron apresados por decenas de policías que acordonaron con varias perseguidoras el lugar y tras cortarles los pantalones y darles golpes, se marcharon. Según se conoce la tropa continuó violentando a todos los chucheros que encontraban por el camino y lo mismo hicieron durante un tiempo, pero a pesar de la cobertura de esos hechos por la prensa, no ocurrió nada con los agresores.
Otra versión dice que los chucheros, que ya tenían sus antecedentes en el norte de México y sobre todo en Los Ángeles, donde eran llamados “pachucos”, lo más aceptado es que algunos de ellos trabajaban en el patio de la Estación Central de Ferrocarriles como cambiavías, ocupación también conocida como cambia chuchos o “chucheros”. Nada que los cubanos y los mexicanos con las palabras son capaces de inventar cualquier cosa.
Poco después la policía tuvo que dejar de acosar a los chucheros porque se les había ido de las manos el tema del gangsterismo y a principios de los años cincuenta vinieron otras modas y los chucheros fueron desapareciendo. Pero el nombrar como “chuchero” a alguien fue más allá de la moda y se aplicó a gente que no trabajaba o eran unos vividores que se pasaban la vida pidiendo dinero prestado o estafando. Yo era un niño y escuchaba a menudo la frase de: ¡fulano es un chuchero! al referirse a alguien que no le gustaba trabajar.
Al margen de este aspecto de nuestra historia no hay que olvidar que Eladio Secades dejó para la posteridad, aparte de lo ya mencionado y de su condición de reconocido cronista deportivo, una frase concluyente: “La trompetilla es el verdadero concepto cubano sobre la libertad del pensamiento”. Y es que la trompetilla, que ha pasado a la historia, llegó a ser un símbolo nacional hasta que llegó el Comandante y mandó a parar y eso incluía todo, hasta el desarrollo.
Y para rematar Secades añadió que casi todos los errores ocurridos en nuestra historia hay que culparlos a trompetillas que dejaron de tirarse. Y a la trompetilla solo le ganaba en efectividad las bombas de peste fabricadas con el fermento de la flor de peo que a los graciosos se les ocurría tirar dentro de un cine, pero el efecto de la peste pasaba y el de la trompetilla perduraba en la mente de las personas.
Pero con la revolución la trompetilla solo quedó como la definición del embudo metálico que usaban los sordos para escuchar, porque como su efecto era peor que un disparo y desarmaba a cualquiera, las charlas revolucionarias y los interminables discursos no podían ser blanco de tan poderoso enemigo capaz de dejarlos fuera de combate. Ya hoy ningún cubano joven se acuerda o hasta conoce qué cosa es una trompetilla, porque hasta eso abarca la censura ideológica en la sociedad cubana.
Cuando el cañonazo de las nueve dejó de escucharse
Otro excelso intelectual, Jorge Mañach lo definía como: “la soberana institución del cañonazo de las nueve” en sus Estampas de San Cristóbal de La Habana, y lo llevaba al nivel de todo un símbolo de la capital cubana.
Antiguamente existía el dicho: “soy más cubano que el cañonazo” y otros al ser cuestionados sobre su vitalidad afirmaban “estoy como el cañonazo de las nueve”, una forma muy gráfica y cubana de definir su vigencia..
El cañonazo de las nueve es un hecho muy particular de la capital y sobre el cual hemos abundado, ya que avisaba el cierre de las puertas de la muralla que protegía a la capital del ataque de corsarios y piratas y tras ser derribadas éstas, quedó para siempre como una costumbre.
Adicionalmente los cañonazos servían, en horarios diferentes, para una celebración especial o como saludo a la visita de un buque de guerra, buque escuela o uno en particular que ameritara destacar su llegada. Pero cuando Cuba entró como aliado de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, se decidió suspender el disparo del cañonazo de las nueve.
La razón alegada por el Estado Mayor del Ejército para prohibir el disparo nocturno, era para ahorrar pólvora y no ofrecer nuestra posición al enemigo. o alarmar a la población ante un posible ataque y como alternativa a ello se decidió sonar la sirena de la planta eléctricas de Tallapiedra al final de la bahía, la cual se escuchaba solamente en sus alrededores.
Para reforzar su teoría el gobierno de Batista argumentó que gracias al cañonazo los submarinos nazis detectaban la posición geográfica de La Habana y así estarían en posición para atacar la ciudad o hundir los barcos que fueran a entrar o salir de la bahía habanera.
Pero como el cubano a todo le encuentra su veta cómica o burlona, surgieron los comentarios de que los submarinos nazis que navegaban cercanos a La Habana ponían en hora sus relojes guiándose por el cañonazo y la decisión tomada era para afectarlos y trastornar a su tripulación, la que no sabría si era hora del desayuno o la comida, lo que provocaría que se enfermaran del estómago y tuvieran diarreas incontrolables y con ello crecería la indisciplina que llevaría hasta una huelga que concluiría con la rendición a la Marina de Guerra de Cuba de los U-Boat alemanes.
Ni la Habana fue atacada nunca ni los argumentos para suspenderlo tenían validez, por ello ni siquiera cuando Cuba estuvo al borde del colapso nuclear durante la Crisis de los Misiles en 1962 se suspendió esta costumbre.
Normalmente el cañonazo se sentía en grandes zonas de la capital, aunque la detonación llegara con la correspondiente demora por la velocidad con que viaja el sonido, pero era muy común que la gente viera sus relojes para certificar que estaban en hora o aprovecharan ese momento como una rutina para darle cuerda a los mismos. A nadie lo sorprendía el cañonazo de las nueve, lo extraño era no sentirlo.
A partir del deshielo turístico, a partir de los años noventa, al acabarse los subsidios soviéticos, se estableció la ceremonia del cañonazo de las nueve en la Fortaleza de La Cabaña, supongo que haciéndola de forma similar a la que en tiempos coloniales se realizaba, como una forma de atraer turistas, pero además sirvió para reforzar el paradigma de que La Habana sin el Morro y sin el cañonazo de las nueve, no era La Habana.
Lo que comenzó en 1774 lleva ya 246 años, solo interrumpidos por la Segunda Guerra Mundial. Por eso entre las cosas que nos llevamos de Cuba los habaneros, está sin duda la nostalgia por ese cañonazo a las nueve de la noche.
No en balde la Sonora Matancera le dedicó una canción al cañonazo:
“Hay una jovencita que
es atracción popular en La Habana
Por donde quiera que pasa
por donde quiera que va
no se oye más que decir
Sonaron los cañonazos
Cañonazos, sonaron los cañonazos
Cañonazos, sonaron los cañonazos
Eran las nueve de la noche
Cuando sonó el cañonazo en La “Bana
Cañonazos, sonaron los cañonazo’”
La nostálgica Habana
Desde la segunda parte de El Padrino de Francis Ford Coppola y en la actualidad, La Habana es una mezcla de gente mal vestida y vagando sin sentido a ver que se le pega, horas de mendigos y niños pidiendo cualquier cosa, prostitutas jóvenes, grupos musicales con guayaberas por doquier, negras santeras o negros vestidos de blanco, pero La Habana de los cincuenta no tenía nada de eso, todos trabajaban, desde puestos elitistas hasta vendedores de maní, helados, granizado o tamales y todos los comercios trataban de ofrecer a cubanos y al turismo, básicamente norteamericano, lo mejor. Era otra Habana, en la que había niños descalzos que limpiaban zapatos, pero en donde también los lecheros dejaban los litros de leche en la puerta de las casas y nadie se las robaba, en donde el que no podía ir a un restaurante de lujo se conformaba con comerse en un puesto de la calle un pan con biste o una frita, en donde no había aire acondicionado no hacía calor por lo diferente del clima o por la presencia de ventiladores y toldos. Donde había de todo para todos los precios y el trabajo era la aspiración máxima de todos los ciudadanos, no el vivir del robo y sin trabajar como ahora. O para completar la idea, vivir a costa de los que se fueron del país y tienen que “pulirla” para mantener a su familia en Cuba.
Con sus luces y sus sombras, esa Habana era millones de veces mejor que la ruina que es hoy. No en balde los exiliados nos mantenemos con ese orgullo a veces hasta romántico no por lo que tenemos o por lo que somos, sino por lo que tuvimos y dejamos de ser en esa Habana que sigue con nosotros a todas partes.
Al margen de eso, sigue habiendo lugares que vale la pena recordar, por lo que este tema necesariamente tiene que continuar con otras estampas, con permiso de Eladio Secades.
4 Comentarios
michael
June 20, 2020 at 5:24 pmbuenas tardes,
que lindo texto me encanto 100000gracias.
michael
carlosbu@
June 21, 2020 at 12:31 ammuchas gracias por su comentario
Shirley
July 6, 2020 at 6:06 pmEl edificio de la Cámara de Representantes siempre me llamó mucho la atención, una vez entré y había una parte como museo de la alfabetización sinceramente anacrónico en un lugar como ese. El tren mambí es una joya, un verdadero lujo, menos mal que fue rescatado.
carlosbu@
July 7, 2020 at 3:32 pmgracias por su comentario, ciertamente son dos joyas que afortunadamente no han desaparecido