PLAZA DE CUATRO CAMINOS O MERCADO UNICO EN LA ACTUALIDAD.
LA PLAZA DE CUATRO CAMINOS.
Atrás quedaron las imágenes de la abundancia. Dicen nuestros mayores que aquello era un regalo para los sentidos. En la memoria, despierta la nostalgia de una especie de paraíso perdido.
El Mercado General de Abastos y Consumo Único, llamado para simplificar Mercado Único, y llamado popularmente “la Plaza de los Cuatro Caminos”, ocupa toda una manzana entre las calles de Monte, Cristina, Matadero y Arroyo, en los límites entre los municipios de Habana Vieja y El Cerro. Estaba cerca del puerto y de las principales arterias viales de la ciudad. Fue inaugurado en el año 1920 y desde su puesta en explotación fue uno de los centros comerciales más visitados en La Habana. Su estructura se sustentaba en dos plantas y un sótano, en el cual estaban los almacenes, depósitos y cámaras de refrigeración. En su interior contaba con cuatro escaleras de mármol y seis elevadores. Los puestos de venta se distribuían alrededor de un patio central.
Las casillas eran tarimas establecidas para la venta de productos, en la planta baja se vendían las viandas, hortalizas y frutas; en la planta alta se ubicaron las bodegas, puestos de carne, de pescado y pequeños establecimientos para la venta de productos gastronómicos elaborados.
EL MERCADO UNICO EN LOS AÑOS 40
El mercado era una ciudad entera, con todas las viandas y todas las frutas que querías, frutas cubanas porque las manzanas, peras y uvas las traían los chinos. Eran manzanas de California, envueltas en papel de china y tenían un cuño que decía su procedencia. Las viandas y vegetales llegaban de madrugada recién cosechadas a la plaza. A esa hora estaban todos los comerciantes, sobre todo los chinos de puestos de verduras y frutas, con sus carretillas para llevar la mercancía, siempre fresca y barata.
El pescado era fresco. Pasaban los pescadores con unas cajas de zinc donde tenían los pescados en hielo, que provenían de las numerosas goletas que tenían viveros para mantener el pescado vivo. Recibían los embarques directamente de los pescadores; dondequiera se podía pescar langosta, camarones, pescados de todo tipo, vivos o muertos pero todos frescos. Se podían hallar pargos o rabirrubias enteros y sierra, serrucho, cherna y otros en ruedas o enteros. Había restaurantes chinos por doquier con su exquisito arroz frito o arroz frito especial (la diferencia la hacían los camarones).
Era práctica normal salir de un club o cabaret de madrugada, y llegar a la plaza a tomar una sopa china, y aquello estaba siempre lleno de gente.
El mercado no descansaba. Era como una colmena. La mercancía entraba al caer la tarde o ya de noche. Se distribuía por las casillas y se vendía de madrugada. Por la mañana, a las nueve, apenas quedaban productos en oferta y si quedaban se vendían a precios bajos a los carretilleros. Resultaba preferible salir de ellos de cualquier manera que guardarlos en las cámaras de frío del mercado. Sobre las 11 de la mañana cesaba todo tipo de negociación. Era la hora de la limpieza.
PLAZA DE CUATRO CAMINOS ACTUAL
Era práctica semanal que yo fuera al mercado con mi padre, entonces trabajador de la Cooperativa de Omnibus Aliados donde doblaba los turnos y solamente un medio día a la semana, normalmente los sábados por la tarde, disponía de tiempo libre. Mi padre había logrado comprar un auto, darlo a una persona para que lo trabajara en alquiler o taxi y le pagara una cantidad prefijada. Después fue mejorando la cosa hasta que tuvo otro y en uno de ellos que no olvido, un Buick de 1953 que para mi era como una nave espacial, íbamos a la Plaza o Mercado Único.
También recuerdo que el día antes de nochebuena por la noche o sea el 23 de diciembre íbamos a la plaza a comprar el puerco para nochebuena. La calle Cristina en la acera de enfrente al Mercado Único y hasta la estación de ferrocarriles que allí había se convertía en un amasijo de corrales donde había puercos, guanajos y pollos y ahí se compraban a precios de ocasión. No se me olvida, a siete centavos la libra en pie, o sea un puerco de 100 libras costaba siete pesos. Hoy con eso no se compra ni un cuarto de libra de la peor parte del puerco.
Se compraban muchas cosas pero que yo recuerde siempre cargábamos con quesos camagueyanos marca Otero, gran cantidad de camarones, filetes de sierra que era el preferido de mi padre y algún pargo o cherna grandes y siempre algo que ahora se considera miserable y que para mi era riquísima: una mortadella criolla que venía en una especie de tubo que era bien pesado y creo que es uno de los pocos precios que recuerdo, dos pesos.
Me llamaba la atención que en el edificio situado justo enfrente del Mercado por la calle Monte, había como 3 o 4 escalones altos para subir por toda la cuadra. Pues allí si usted quería pelarse lo pelaban pero de pie, por eso salía mucho más barato que ir a una barbería. Cuando uno estaba mal pelado o raspado, siempre le decían: ¿Te pelaste en la plaza?
Como lugares llenos de «color y vida» calificó el novelista Alejo Carpentier a los mercados de abasto habaneros en una de sus crónicas llamadas “La Habana vista por un turista cubano”.
El escritor describe al ya desaparecido Mercado de Colón en la llamada Plaza del Polvorín, y el Mercado Único de Cuatro Caminos y deja constancia de los nombres de algunos de los establecimientos radicados en estos y de las pinturas que los adornan, expresión de la legítima cultura popular cubana. Llama su atención «el lindo comercio de los herbolarios», es decir, el de los que se dedican a la venta de plantas y yerbas medicinales, negocio que todavía prospera junto con el de materiales para santería y alude a las guaraperas, a las que nunca llamará de esa forma, sino «trapiches en miniatura», y también «industria de abolengo y tradición merecedora de toda simpatía». Esos trapiches abundaban en muchas calles populares de la ciudad, pero dice que no recuerda haberlos visto antes de su partida a Europa, y en particular describe una guarapera llamada El Central King Kong, cuyo nombre es un acierto en cuanto a sinónimo de lo gigantesco. En la pared principal de este establecimiento se encuentra una preciosa pintura popular, que plasma los sueños de su propietario. En resumen, allí por 2 o 3 centavos se tomaba una nutritivo y fresco jugo de caña de azúcar con hielo, el cubanísimo guarapo.
ESTACION DE FERROCARRIL DE CRISTINA FRENTE AL MERCADO UNICO. EN SUS ALREDEDORES EN NAVIDAD HABIA MILES DE PUERCOS Y GUANAJOS.
Los animales vivos era uno de los puntos fuertes del mercado. En jaulas que llegan desde el piso hasta el techo se hacinan las aves en una pollería que se llama El Escorial, es decir, un expendio de pollos que lleve el nombre ilustre del panteón de los reyes de España.
Pero yendo a la historia el primer mercado público que registra la crónica habanera se ubica en la Plaza de San Francisco, pero los frailes del convento no se sintieron entusiasmados con tal vecindad y, de una manera o de otra, se las arreglaron para que los vendedores recogieran sus bártulos y emplazaran sus comercios en la Plaza Vieja y en la del Cristo. Eran conjuntos de tarimas de madera, cubiertas o descubiertas, utilizadas por los vendedores. No será hasta la centuria siguiente cuando se construyan los primeros edificios destinados a mercado: el de Cristina, en la Plaza Vieja, y el del Cristo, en el espacio de ese nombre. Eso ocurrió alrededor de 1836. Siete años más tarde surgía el primitivo Mercado de Colón, en la calle de las Canteras, vía que no tardaría en adoptar el nombre del descubridor de América. El Mercado de Colón se clausuraría en 1947. En su espacio se edificó el Palacio de Bellas Artes, por lo que el mercado fue demolido. Con él desaparecía uno de los mejores ejemplos de la arquitectura civil del período neoclásico habanero.
Yendo a los orígenes, La Habana había tenido un crecimiento lento. Desde su asentamiento junto al puerto de Carenas, había demorado más de 300 años para llegar a la calle Galiano. Demoraría 20 años más en llegar a Belascoaín, y otro medio siglo para empatarse con Infanta, aunque ya la población se escurría hacia el Cerro, los Puentes Grandes, los Quemados de Marianao, Jesús del Monte, los caseríos de la Víbora y Arroyo Apolo y el Vedado. Todavía a comienzos del siglo XX las vacas que daban leche a la capital pasaban la noche, en su mayoría, en dos grandes establos: los espacios que ocupan la Central de Trabajadores de Cuba (CTC) y el Mercado Único. De ahí que todo lo que quedara más allá de Belascoaín era el campo.
Tres caminos principales partían desde la Muralla. Los de Monte, el más importante, que fue hasta prácticamente el otro día la vía principal de entrada y salida entre la ciudad y las afueras para tomar la Carretera Central; San Antonio Chiquito, que iba hasta el actual Cementerio de Colón por las vías de Reina, Carlos III y Zapata, y el de San Lázaro. Gracias a la calle Belascoaín la calle San Lázaro se unió a partir de 1782 con Monte. En Monte y Belascoaín había una marisma. Se rellenó y surgieron los Cuatro Caminos. Muy cerca de allí, se edificó en 1920 el Mercado Único, llamado así porque la concesión le otorgaba ese privilegio para el término municipal de La Habana..
Pero aquí hay que hablar del antecedente más importante: La Plaza del Vapor.
Desde 1818 ocupaba la manzana comprendida entre las calles de Reina y Dragones, Águila y Galiano, un edificio que albergaba carretillas y casillas que surtían de productos del agro a esa parte de la ciudad. Por el lado de Galiano había una fonda en la que su propietario, en una pared, había hecho pintar un cuadro que representaba al buque Neptuno, el primer barco de vapor que realizó viajes entre La Habana y Matanzas a partir de 1819.
MERCADO DE TACON O PLAZA DEL VAPOR EN 1904
Aquella pintura dio nombre a la Plaza del Vapor, la cual fue totalmente reconstruida en 1836. De la remodelación emergió un edificio de grandes proporciones y no exento de elegancia, caracterizado por sus colosales arcadas y alta bóveda con una fachada monumental asomada a la calle Galiano. Se llamó a este edificio Mercado de Tacón, como forma de adular al Capitán General de igual nombre, pero para los habaneros no fue nunca más que la Plaza del Vapor, y tanto se arraigó ese nombre en el imaginario popular que hoy, a más de medio siglo de la demolición de aquel inmueble, así se le sigue llamando al espacio ocupado desde entonces por el parque del Curita. Ya hablé de mis expediciones a la entonces ya decayente Plaza del Vapor, donde había todo lo imaginable.
En 1918 la Plaza del Vapor dejó de ser mercado de abasto y los vendedores fueron reubicados en los terrenos de la desaparecida estación de trenes de Villanueva, donde hoy está el Capitolio. Pero con el tiempo volvería a ser mercado, sin contar que sus portales nunca dejaron de serlo. Lo ocupaban pequeños establecimientos donde se expendían frutas, mariscos, zapatos, ropa, mientras que los pisos superiores se destinaban a viviendas; unas 200. Pero la Plaza del Vapor fue, sobre todo, el mayor expendio de billetes de toda la Isla. Se calcula que allí se vendía la mitad de los boletos que semanalmente emitía la Renta de la Lotería Nacional. La billetería o la principal de las billeterías de Cacheiro, llamadas El Gato Negro se encontraba en Galiano y Zanja, a una cuadra escasa de allí.
EN EL MERCADO TULIPAN, CERCANO A DONDE VIVIA. SI LOS MEXICANOS, TAN AFICIONADOS AL GUACAMOLE TUVIERAN ESTOS AGUACATONES CUBANOS OTRO GALLO CANTARIA.
Mercados campesinos o agropecuarios.
Durante muchos años este tipo de mercados de oferta y demanda fueron legalizados, prohibidos y vueltos a permitir, como parte de ese cachumbambé que ha sido la política económica cubana, dado lo ineficiente del sistema estatal de distribución. Los llamados mercados de acopio o concentradores estatales solo han hecho que las frutas, vegetales y viandas muchas veces no le sean recogidos al productor o que se recojan y no se distribuyan de inmediato y se pierdan y pudran con el consiguiente daño económico a todo el país, sobre todo al consumidor.
El mercado Tulipán que pertenece al EJT (ejército juvenil del trabajo, que es supervisado por las FAR)estaba muy cerca del último lugar donde viví en Cuba. Es por eso que a diario pasaba por allí donde como en todos los comercios en Cuba que no venden las cosas prempacadas, las pesas tienen buenas diferencias con el peso real (siempre marcan más que lo real) y los dependientes nunca tienen vuelto o te lo dan equivocado a su favor.
Cuando había productos muy deseados, como el precio en el mismo era más bajo que en el resto de los mercados, pues prepárate a hacer cola de horas. En otros mercados de oferta y demanda, como el de 19 y C y en la propia plaza de cuatro caminos ya los precios eran bien elevados, pero conseguías cualquier cosa y de la máxima calidad, siempre recordando que era prohibitivo para la mayoría de los bolsillos.
CARRETILLEROS EN CUBA: LA NUEVA FIEBRE.
Igual ha ocurrido con una fiebre similar a la fiebre del oro de California y Alaska, el surgimiento de los llamados “carretilleros”, que tienen las viandas y vegetales que no están disponibles en ningún otro mercado o tiene las de mayor calidad, por obra y gracia de que los trabajadores de los mercados estatales o de la famosa empresa de Acopio se las facilitan como prioridad. Así que usted va al agro estatal y no hay zanahorias o las que hay son pequeñas y están blanditas, descomponiéndose. El carretillero tiene las que le gustan al conejo Bugs, anaranjadas y grandes, si las quiere, gracias a la corrupción, a la falta de control y a que “el dueño es el pueblo”, usted tendrá que pagarlas mucho más caras o no comerlas.
La prensa oficial insiste que los problemas de la agricultura cubana son de transportación y comercialización, que los productos no llegan al consumidor por tantos intermediarios entre el productor y dicho consumidor. Cree que las causas de que boniatos, yucas y malangas no lleguen a la mesa de los cubanos las tienen el papeleo, los camioneros, y los vendedores e ignoran que el más ineficiente de esos intermediarios es la Empresa de Acopio estatal, engendro burocrático que nunca tiene medios de transporte ni envases suficientes para recoger las siembras, ni tampoco acierta a la hora de fijar el precio de compra a los campesinos y para que bajen los precios es necesario que aumente la competencia entre los distintos actores de este entramado: campesinos, transportistas y comerciantes.
Por eso dice Carlos Varela respecto al papel de los medios de difusión: “Demasiada brillantina en la radio, Demasiado verde en la tv”…. y también: “Todos quieren vivir en el noticiero, allí no falta nada y no hace falta el dinero”. Triste realidad de querer tapar el sol con un dedo.
Ahora me entero por Internet que el mercado de cuatro caminos va a ser cerrado por reparación general (menos mal que les dió tiempo, pues como pueden ver en la foto es milagroso que no se haya desmoronado) y se comenta que la Oficina del Historiador de la Ciudad se ha interesado por este local. En el mejor de los casos veremos como se erigirá un magnífico centro comercial y al que muchos visitarán, de vez en cuando, con las manos entrelazadas en la espalda como si estuvieran en un museo, como hacían nuestros abuelos en aquel capitalismo de antaño, cuando ignorando su pobreza y posibilidades, se vestían de domingo y se iban “de tiendas”.
MERCADO DE FRUTAS EN EL BARRIO CHINO DE LA HABANA AÑOS 50.
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