La estalgia, un nuevo sentimiento en Cuba
Sin duda alguna, como ya abordé en otro artículo, existe una nostalgia por lo soviético entre los cubanos. Durante tres décadas se intentó imponernos y sustituir por la cultura soviética y el realismo socialista, toda la forma de civilización que conformó nuestra nación y en la que estaban fuertemente presentes nuestras raíces españolas y la gran influencia norteamericana en el estilo de vida.
La cotidianeidad de lo soviético en la vida de los cubanos durante tres décadas, hasta la desaparición de la Unión Soviética, nos marcó con un intercambio desigual en lo económico y lo cultural, donde se impuso abrumadoramente lo soviético, lo que llevó la política a la existencia diaria.
No en balde la abrupta desaparición de la URSS en 1991 provocó la crisis total cubana a la que se le llamó eufemísticamente “Período Especial”, donde todo el exceso de lo soviético, ese barril sin fondo, como una represa que se quiebra, se vació de repente. Pero a diferencia de lo que se dice por ahí de que regresan los rusos, yo pienso que no se han ido, siguen entre nosotros, de una manera u otra.
Como si se tratara de una utopía perdida, algo que nunca se alcanzó, la nostalgia por lo soviético, ha sido bautizada como “estalgia”. No creo que exista nostalgia por el régimen político, que de hecho no se ha modificado en Cuba aunque ya no exista la presencia constante de los “bolos” y su cultura, sino porque para más de una generación todo lo soviético, valores, imágenes y memorias, tuvieron una presencia tan fuerte que aún persiste.
En realidad no es nostalgia, porque ese es un sentimiento que solamente lo experimentan las personas que como yo estamos lejos de nuestra tierra natal y de nuestras raíces, sino que es realmente una añoranza por un estilo de vida, haya sido bueno o malo, porque el hombre es un animal de costumbres.
El comunismo fue un régimen tan fallido en lo ideológico como en lo económico, pero así y todo han quedado cicatrices, que si están presentes en nuestra sociedad, como será en los antiguos países socialistas y sobre todo en Rusia.
Hay aspectos en que décadas de influencia soviética crearon una nueva identidad, llegando a influir hasta en el lenguaje, pasando por la etapa de la infancia, donde prevalecieron los muñequitos rusos sobre los capitalistas cartones de Walt Disney, uno de los grandes errores de la política cultural cubana que soportó el que le impusieran la producción cultural soviética y de los países del Tratado de Varsovia, tan ajenos a nuestra identidad. Sin duda hubo una colonización soviética de Cuba gracias a la propensión al parasitismo de Fidel Castro, siempre arrimado a quien lo apoyara para mantenerlo en el poder.
Sputnik sustituyó a Selecciones, la revista URSS a Life en español, y en los animados el Tío Fiodor, el Lobo y la Liebre, Cheburashka y el Cocodrilo Gena o Mashenka y el Oso (cuidado que la versión contemporánea de Masha y el Oso es una maravilla total), sustituyeron a Walt Disney, Walter Lanz, Paul Terry, Chuck Jones, Hanna y Barbera y muchos otros con sus personajes de Mickey Mouse, Bugs Bunny, Pato Donald, Pato Lucas, Goofy, Tom y Jerry, Porky Pig, Betty Boop, Pájaro Loco, Droopy, Huckleberry Hound, Popeye, Casper, Little Lulu o Superman.
Toda una generación de cubanos se crió viendo estos muñequitos que hoy son recordados por algunos con nostalgia, y otros con desprecio. No en balde al famoso cómico Enrique Arredondo, se le atribuye que dijera a un niño en un programa en vivo en la televisión: Si no te portas bien te pongo los muñequitos rusos.
Pero hay que hacer una salvedad, los viejos muñequitos de Mashenka y el Oso, bien toscos y poco atractivos para los niños y despreciados por los mayores, parece que con el capitalismo volvieron a la vida, esta vez con una maestría que compite con los mejores animados en cualquier parte del mundo, ahora bajo el nombre de Masha y el Oso.
Sin dudas alguna en particular en Cuba hubo dos aspectos que nos marcaron con la cultura soviética o rusa: la literatura y el cine.
La “Kinofikatsia”
Mientras la literatura, sobre todo la de ciencia ficción estuvo definida por una estrecha filiación con las producciones editoriales de la URSS, apareció simultáneamente la llamada “kinofikatsia”soviética, de la cual la Isla no podía estar ajena.
Desde sus inicios la URSS valoró justamente el papel del cine en el proceso cultural, por lo que invirtió grandes recursos y esfuerzos en lo que fue llamado “Kinofikatsia”, o sea la atención integrada de los procesos de industrialización y propaganda para el empleo del cine como un efectivo mecanismo de adoctrinamiento, lo cual hizo con tal fuerza que en la Unión Soviética y sus países satélites fueron creados ministerios específicos para el cine, que incluía desde la realización de la producción cinematográfica hasta su distribución y proyección.
En Cuba no ocurrió así pero el ICAIC, el Instituto Cubano del Cine siempre tuvo una determinada autonomía en su accionar y cuando fue ubicada dentro del Ministerio de Cultura tras la creación de éste, se mostró poco cooperativa para integrarse al mismo.
Pero al margen de esto y a los esfuerzos de hacer un cine nacional, hubo una abrumadora introducción del cine soviético en Cuba, de manera que en tres décadas se exhibieron en salas comerciales más de ochocientos largometrajes soviéticos nuevos, muchos viejos y otros cientos en salas de cinemateca, al margen de la transmisión televisiva de series, documentales y otros filmes.
La Tanda del Domingo, el programa televisivo conducido por Mario Rodríguez Alemán, tan exitoso intelectualmente como en su activismo político comunista, se convirtió en el gran promotor de la Kinofikatsia en Cuba. El programa no hacía crítica ni propiciaba debates, solo presentaba la película que se iba a proyectar y que siempre era una obra maestra, aunque fuera un bodrio y por supuesto eran producciones soviéticas. Entonces no había muchas opciones, por lo que regularmente las gente bajaba el volumen hasta que comenzaba la película, que muchas veces era útil para echar una sabrosa siesta vespertina dominical.
Eso no quería decir que todas las películas eran malas, por supuesto que eso ni lo pienso. Había maravillosas obras, con un enfoque muy diferente a la manufactura hollywoodense a la que estábamos habituados, pero sin duda la mayoría eran cine para pensar, con magnífica realización, sobre todo en fotografía. Las películas de acción, con su componente muchas veces sobreactuadas para enfatizar la política, eran para recordar y disfrutar más de una vez, y las adaptaciones de grandes obras de la literatura, magistrales.
Por eso me he dedicado, como parte de mi “estalgia” personal a buscar y volver a ver obras como: “17 instantes de una primavera”, “El escudo y la Espada”, “Liberación” en sus cinco partes, “La infancia de Iván”, “Cuando vuelan las cigüeñas”, “Ven y mira”, la simpática y melancólica “Balada de un soldado”, “Los amaneceres son aquí apacibles”, “Ellos lucharon por su patria” y una que recuerdo con particular interés pues es tanto ficción como documental “Por los caminos de la guerra”. O las finas comedias “Moscú no cree en lágrimas” e “Idilio de oficina”. Estas obras no son cualquier cosa.
Los rusos no sabrían hacer artículos cómodos, bonitos y lujosos, los hacían toscos pero duraderos y de cine, de cine si sabían hacer cosas admirables.
Aunque Rodríguez Alemán nos martirizara muchas veces con bodrios en lugar de traernos producciones como las que mencioné.
Literatura rusa o soviética
La influencia de la literatura rusa comenzó para mí mucho antes de la llegada de la revolución, sobre todo por los clásicos como Antón Chéjov, Aleksandr Pushkin, Iván Turgénev, Máximo Gorki, León Tolstoi, y sobre todo Fiódor Dostoyevski. Al que lea “Crimen y Castigo”, “El idiota” o “Los hermanos Karamázov”, por mencionar alguna de sus más conocidas obras, sin duda queda impactado, pero qué decir de la obra de los que mencionó, en particular de Chéjov y sus cuentos imprescindibles, sin duda un maestro del relato o a León Tolstói con sus obras imprescindibles: “La guerra y la paz” y “Ana Karenina”. Pero después de la revolución socialista y la creación de la URSS, vendrían otros gigantes: Vladimir Nabókov, que estremeció al mundo con su “Lolita”, probablemente escrita gracias a que pudo exiliarse tempranamente con su familia; Isaac Asimov, el genio de la ciencia ficción, con historia parecida a la de Nabókov y los no por gusto premiados con el Nobel de Literatura, Aleksandr Solzhenitsyn y Boris Pasternak.
No pueden quedar fuera de esta relación, pese a ser exponentes del realismo socialista con su defensa a ultranza del comunismo, pero con valores literarios indiscutibles, Mijaíl Shólojov, Konstantín Símonov, y seguramente todos hemos tenido e las manos, leido o no, “Los Hombres de Panfilov” y “La carretera de Volokolamsk”, dos obras de Alexandr Bek que fueran impresas en Cuba en 1960 en la imprenta que producía la revista Life en Español y las Selecciones del Reader’s Digest en español para toda Latinoamérica, por lo que estos dos libros tuvieron similar formato al de la popular revista y fueron entregados masivamente cuando la Limpia del Escambray y la invasión de Bahía de Cochinos o Playa Girón.
Ciencia ficcion
Escribir sobre ciencia-ficción era una apuesta arriesgada en la Unión Soviética, pues era un género muy seguido por la censura y era a menudo considerado como un instrumento político y no como un género literario que debía pronosticar que el futuro tenía que ser el comunismo y mostrar la contradicción capitalismo-socialismo como un trasfondo de ciencia ficción social.
Ya conocía la obra de gigantes del género, aparte de mi preferido, Ray Bradbury y entre ellos el ruso de nacimiento y pionero del género, Isaac Asímov, pero cuando leí, gracias al consejo de mi padre, que entonces se encontraba preso en Isla de Pinos y allí lo había conocido, Iván Efrémov con su obra cumbre “La Nebulosa de Andrómeda”, al margen de su contenido ideológico pues recreaba una sociedad futura basada en el comunismo, era sin duda algo diferente, una obra maestra. Después conocería a otro grande: Alexander Belyaev, conocido como el Julio Verne ruso, que nos dejó “El hombre anfibio”, “La cabeza del profesor Dowell” y “Hoity-Toity en Un huésped del cosmos” entre otras.
Estaban también las obras de los hermanos Arkadi y Borís Strugatski de los cuales se pudieron leer en Cuba “Picnic extraterrestre”, “Qué difícil es ser Dios”, “La segunda invasión marciana” y “Mil millones de años antes del fin del mundo”, mientras que Alekséi Tolstói con sus icónicas “Aelita” y “El Hiperboloide del ingeniero Garin” se sembró dentro de los grandes del género.
Y aunque no era propiamente ciencia ficción, sino ciencias aplicadas, con títulos no solo atractivos, sino muy instructivos y amenos. Entre ellos están: Matemáticas recreativas; Aritmética recreativa; Álgebra recreativa; Geometría recreativa; Astronomía recreativa; Física recreativa; Problemas y experimentos recreativos y Mecánica para todos.
Hay que decir algo significativo sobre este género en Rusia o más propiamente en la Unión Soviética, pues había autores de todas las nacionalidades que componían ese gigantesco Estado. Casi sin excepción los autores eran personas calificadas como científicos, muchos con Doctorados y más de un título universitario, especialistas en determinadas líneas de investigación científica, lo que daba a sus obras un bagaje de conocimientos importantes al margen de lo ficticio. Por otra parte varias editoriales soviéticas, entre ellas Mir y Progreso publicaban obras en lenguas extranjeras en cantidades millonarias, por lo que su difusión estaba garantizada. A su vez Mezhdunarodnaya Kniga, encargada de la distribución y exportación mundial de libros, de un nivel organizativo tal que tras la caída de la Unión, no solamente se mantuvo sino que se convirtió en el único exportador de libros, diarios y revistas y en el importador de casi todas las publicaciones extranjeras.
En mi visita a la Unión Soviética, en los tiempos en que se evidenciaba la descomposición de la URSS, en 1988, pude constatar la fuerza tremenda del sistema editorial en el país y el interés marcado en dos líneas de trabajo: las ediciones en lenguas extranjeras y los libros de Arte, verdaderas maravillas que en Cuba eran subvaloradas y vendidas a precios de ganga.
Cine soviético de ciencia ficción
Material de sobra había al estar disponibles tantas obras de tantos escritores excelentes para hacer buenas películas, y así ocurrió, pero se caracterizó por brindarnos una mirada más emocional y filosófica sobre las experiencias humanas, muy alejada de producciones más difundidas en el mundo y que abordan el género con una visión más cercana a las explosiones y trucos especiales, sin profundizar en el alma humana ante estas nuevas situaciones.
Así pudimos ver viejas obras del cine mudo como “Aelita”, otras como “La Hiperboloide del Ingeniero Garin”, “Qué difícil es ser Dios”; Kir Bulychov con “Per Aspera Ad Astra”, también de su pluma y la muy exitosa en Cuba “El hombre anfibio”;
Entre las grandes está las épicas “Solaris”, de Andréi Tarkovski (el director de “La Infancia de Iván”), el que también nos dejó “Stalker”. “Solaris” es la obra cumbre de la ciencia ficción, según los críticos y todos los que conozco y he hablado del tema, afirman que es una versión soviética, pero muy mejorada de “2001: una odisea espacial”, por tener un corte más filosófico y humano.
Sigue vigente la excelente “Cartas de un hombre muerto” de Konstantin Lopushansky con un tema parecido a “El día después” y un holocausto nuclear; Pavel Klushantsev hizo en 1957 una obra innovadora en efectos especiales con “Camino a las estrellas” y Planeta Bur”, siendo un laureado director, productor, guionista y camarógrafo que incursionó en varios filmes del género; “Iván Vasílievich cambia de profesión”, la obra de Mijaíl Bulgákov fue llevada exitosamente al cine por Leonid Gaidái con una simpática historia que mezcla una máquina del tiemo y al zar Iván el Terrible.
Y en la Cinemateca pude ver un filme inconcluso de 1925, porque se perdieron algunos carretes durante la Guerra, llamado “El Rayo de la Muerte” y que fuera uno de las primeros filmes de larga duración del género. Lev Kuleshov, su director se hizo famoso por sus experimentos en cuanto al montaje cinematográfico; “Días de eclipse”, una compleja novela de los tan llevados al cine hermanos Strugatski, es una obra maestra de Aleksandr Sokúrov, considerado el sucesor de Tarkovski por su alta realización estética.
Y toda una curiosidad, que no he podido ver, pero que en la Unión Soviética se consideraba una película de culto, fue la comedia “Kin-dza-dza!”, de la que hablaban favorablemente hasta los cubanos que vivían allí y cuyos diálogos se convirtieron en frases populares.
Resumen: ¿cómo traducir Moskovich al español?
El vínculo con los soviéticos solo representó atraso para Cuba. Por mucha empatía que hubiera existido en determinados aspectos, la masiva aparición de cubano-soviéticos producto del matrimonio entre cubanos y rusos, formó parte de la nuevo colonización y en ello el idioma fue uno de los puntos clave, tal es así que recuerdo a unos humoristas haber dicho: ¿Como se dice mierda en Ruso? y la respuesta fue: Moskovich. Parece que los cómicos no se acordaban de algo que podía reflejar con más exactitud la mala palabra: las cuchillas de afeitar “Patria o Muerte” o las “Astra” que tanto nos hicieron llorar, aunque fueran hechas en Checoslovaquia, pero que eran más o menos la misma mierda, productos de tan mala calidad que ni para abono servían.
Lo expuesto es una de las razones por las que Cuba ha quedado con un desarrollo económico y sociopolítico completamente estancado, como si el tiempo no pasara.
La exposición soviética de 1960 en La Habana, una muestra de logros tecnológicos y científicos que muy poco tenía que mostrarle a los cubanos y donde comenzó todo, su verdadero significado vino a mostrarse treinta años después con el “período especial”, cuando nos vimos obligados a vivir en condiciones de miseria y orfandad límites, sin saber si quejarnos en español o en el extraño idioma que hasta por radio se enseñaba y que en las universidades sustituyó inútilmente al inglés.
Y afortunadamente no llegamos a contar con la misma olla de presión nuclear que Chernobil y que sabemos cómo terminó. Pero no estuvimos muy lejos de ello.
La Estalgia y su pariente la Ostalgia
Este término de “estalgia” no es nuevo, probablemente sea una derivación o adaptación a la realidad cubana lo que fue conocido como “ostalgia”, que literalmente puede traducirse como “nostalgia por el este”, un acrónimo de las palabras alemanas Ost (este) y Nostalgie (nostalgie), que fue definido como la añoranza que sienten muchos alemanes que fueron ciudadanos de la extinta República Democrática Alemana (RDA) cuando piensan en los tiempos anteriores a la caída del muro de Berlín y la reunificación del país.
Cuando leo ese término no puedo dejar de acordarme de “Good Bye, Lenin!, “ donde una mujer de la RDA y con profundas convicciones socialistas cae en coma y despierta tras la caída del Muro de Berlín. El 7 de octubre de 1989 no era un instante adecuado para estar ajeno a lo que estaba ocurriendo en la República Democrática Alemana, de ahí los esfuerzos de su hijo por ocultarle la realidad para que no tenga una recaída.
Los alemanes del este se fueron integrando al sistema de vida occidental, vieron como desaparecían marcas y recuerdos de su cotidianidad, pero junto con la nueva existencia y a pesar de sus ventajas, comenzaron a sentir nostalgia por la vida que llevaban en el socialismo y que había desaparecido. Por ello la “Ostalgie” aparece como la nostalgia por el día a día de la desaparecida RDA y por extensión puede aplicarse a Cuba.
Había semejanza en muchos aspectos de los dos países en su similar condición de satélites del imperio soviético, uno de ellos los restos divididos de una gran potencia mundial que intentaron convertir en la vitrina del socialismo, pero se quedaron muy cortos y el otro un regalo caído del cielo a corta distancia de su enemigo mortal y que era fácil de mantener y colonizar gracias a sus gobernantes inexpertos y ambiciosos de poder. Pero en ambos crearon un sistema colonial que ya hubieran querido tener los españoles en su gigantesco imperio.
La Ostalgia no se quedó ahí, aparecieron la “yunostalgia” respecto a la desaparecida Yugoslavia, la “nostalgia republicana” respecto a la Segunda República española y hasta “trabant”, nostalgia por un coche producido en la RDA y que era un ícono del país. Muchos aspectos incidieron en la aparición de la Ostalgia, en particular por considerar los alemanes orientales mejor la gestión que en la RFA respecto a la igualdad de género, la seguridad social, la seguridad pública, la salud pública y el sistema educativo y por ciertos estereotipos que calificaba a los ciudadanos de la RDA como inferiores, sin darse cuenta que no vivían en un medio competitivo y requerían de tiempo para adaptarse a un nuevo estilo de vida al igual que a una nueva identidad nacional que había sido rota por la guerra.
De ahí el crítico deterioro de la situación de Cuba al no existir su colonizador, donde no hacía falta que pasara uno de los grandes huracanes a los que estamos acostumbrados los cubanos, ni haya una guerra, con el Período Especial ya conocemos lo que es el apocalipsis, somos expertos en miseria, escaseces y ruinas de todo tipo, en particular la más difícil de revocar, la ruina moral.
Es un hecho que aquellos soviéticos o más bien rusos como se les llamaba en silencio, que representaba algo así como una herejía política, y a los que popularmente se identificaba como “bolos”, que unos dicen que bolo viene de bolchevique o del nombre Volodia, pero lo más probable es que se refiera a la tosquedad de ellos como personas o la bastedad de sus productos, a diferencia de lo cual son robustos y casi indestructibles. Pero no creo, al igual que le decimos “gallegos” a todos los españoles o “chinos” a todos los asiáticos, tenga un significado despectivo, sino más bien afectuoso.
Y nadie era capaz de predecir que los “bolos” mantendrían tras lo ocurrido con el socialismo europeo, una presencia tan ambivalente como cuando estaban en Cuba, presentes en todo y mucho menos que esa nostalgia se reforzaría ante las carencias materiales. Tal fuerza tiene que en Estados Unidos, donde no solo hay riqueza extrema, sino derroche extremo, los cubanos reclaman la oferta de carne rusa y otros productos de la extinta URSS.
Cuando los soviéticos pusieron en órbita el primer satélite de la Tierra, el Sputnik 1, lo vimos con recelo porque estábamos en la órbita norteamericana, pero ya con menos preocupación cuando lanzaron al espacio a la perra Laika y después celebramos con júbilo, gracias a la exposición soviética y el comienzo del acercamiento entre los dos países, el lanzamiento del primer hombre y la primera mujer al espacio, Yuri Gagarin y Valentina Tereshkova, y nos creímos que el cambio era muy favorable, de la misma manera como asimilamos todos los cuentos utópicos y engañosos de Fidel Castro.
Pero con el tiempo vimos que el “soviet way of life” no tenía mucho que ofrecer en comparación con el “american way of life” al que estábamos acostumbrados. Pero no avizoramos que todo era un espejismo y ni siquiera nos dimos cuenta de que lo peor no se veía: la restricción de las libertades.
Sin duda alguna, aunque se diga que los soviéticos son los responsables de la colonización moderna y la confiscación del desarrollo de Cuba, realmente ese papel le toca al demente que nos dirigió y que hasta después de su muerte sigue dirigiendo los destinos de Cuba, porque el sistema mafioso que creó se mantiene vital.
Los rusos o soviéticos al final fueron unos cómplices aborrecibles. Y desaparecieron hace treinta años, por lo que ahora la culpa se la achacan al bloqueo norteamericano, que es realmente un embargo sin mucha efectividad, pero nunca se menciona la responsabilidad casi total de las políticas del gobierno revolucionario, el verdadero gran culpable de los repetidos fracasos del llamado socialismo cubano.
Mucho se pudo haber hecho con la interminable ayuda soviética pero era más fácil derrochar y hacer política para garantizar la permanencia en el poder y obedecer al amo para exportar el comunismo, que desarrollar al país. Esa es una culpa que no puede eludirse.
Mientras tanto los cacharros soviéticos, con muchos supervivientes aún hoy en día, son testigos mudos del pasado y el presente de Cuba, que es casi lo mismo. La historia es fácil de escribir porque siempre la escriben los triunfadores, pero después es difícil de reescribir y peor aún de borrar.
La Habana es cada día más ruinosa y pobre y cada vez se aleja más de la utopía soviética que describió Iván Efrémov en “La nebulosa de Andrómeda”.
La gente se acuerda con tristeza del incendio que destruyó completamente al Restaurante Moscú, ubicado en donde estuvo el antiguo Cabaret Montmartre. El Moscú dejó un impacto emocional en quienes lo frecuentamos, y vemos con tristeza que tras casi cuatro décadas y pese a su emplazamiento privilegiado, todavía el sitio se encuentra en ruinas, lo que nos ratifica, como la película, que “Moscú no cree en lágrimas” y La Habana mucho menos. Y ni hablar de otro paisaje apocalíptico en el que se derrocharon recursos soviéticos y cubanos para crear otra ruina: la Planta y la Ciudad Electro Nuclear de Juraguá, en Cienfuegos. Son muy tristes remembranzas de esa época en las que nos pintaron un futuro que nunca llegó.
Por eso me pregunto: ¿vale la pena hablar de “estalgia” cubana?. Es algo sin sentido, como la prostituta que añora a su gigoló, el que la explotaba, maltrataba y vejaba. En esta época donde los pueblos se levantan y derriban gobiernos, los cubanos ya demostramos que no somos tan valientes como nos hemos pintado, ¿pero encima de eso ser masoquistas?.
2 Comentarios
Shirley
July 4, 2020 at 2:37 amTodavía tengo cuentos de libros rusos, lindísimos.
carlosbu@
July 4, 2020 at 5:56 pmsin duda alguna la literatura rusa es fantástica, la estalgia no es por gusto y no hay que confundirlo con un regimen politico fracasado