El libro me perseguía como yo siempre lo perseguí a él, nunca he dejado de ser un lector a veces hasta obsesivo, y ahora que por el alto precio que han alcanzado los libros y la inexistencia, como había en mi época (si las hay están bien escondidas) de libros de uso, no me queda más remedio que hacer lectura de libros digitales. A los efectos de la lectura es lo mismo, uno sigue imaginando y creando las situaciones, los lugares, los personajes, que es lo rico de la lectura, pero de verdad que extraño la sensación y el olor del papel de un libro tradicional.
Pero vamos al caso, tuve una buena oferta en el Instituto del Libro como Director de Recursos Humanos, así que aunque me quedaba lejos, desde mi casa en Fontanar hasta la Habana Vieja, pegado a la catedral era una tirada larga, pero con la esperanza de contar con los libros siempre a mano y conocer mejor ese mundo, acepté el reto.
El Instituto Cubano del Libro había sido creado a principios de la Revolución y tenía una larga historia de aportes a la cultura nacional, así como también una triste historia al ser cómplice, muchas veces mudo, de las censuras orientadas o producto del miedo las que amordazaron a la literatura cubana durante mucho tiempo.
Pero gracias a su creación se imprimieron en Cuba, sin pagar derechos de autor por supuesto, los clásicos de la literatura mundial, los mejores autores latinoamericanos y cubanos, los mejores autores contemporáneos y todo en libros con precios accesibles a cualquiera. Siempre había autores que por muy famosos que fueran y muy destacado su nivel como escritores, no se publicaban porque a lo mejor hacían referencia en un párrafo al comunismo, a la Unión Soviética o a Cuba o sus dirigentes. Pero eso no era exclusivo de la literatura, también todos recordamos en cualquier manifestación artística, plástica, música, cine, teatro, un comentario adverso o un abandono del país equivalía al ostracismo total acerca de esa persona.
En los momentos en que llegué al ICL como lo denominaré en lo adelante, su sede era el Palacio del Segundo Cabo, en la Plaza de Armas, justo entre el Palacio de los Capitanes Generales y el Castillo de la Fuerza. Mi oficina estaba en una especie de atalaya en el último piso y tenía vista hacia el Castillo de la Fuerza, casi enfrente tenía al símbolo de La Habana: la Giraldilla.
Alrededor de la Giraldilla hay una historia de amor que no es muy conocida.
En 1538 Carlos I, rey de España, nombró Capitán General de Cuba y Adelantado de La Florida a Don Hernando de Soto, a quien puso en conocimiento que había mandado a hacer una fortaleza en La Habana, ” … que es en la dicha isla de Cuba, así para guardar de ella como para reparo y defensa de los navíos que van y vienen de las Indias …” El soberano le encomendó esta misión, porque De Soto se había ganado la confianza por el coraje y audacia desplegados en las expediciones de Castilla del Oro (Panamá) y en la conquista de Nicaragua y del Perú.
Luego de tomar posesión de su cargo en la Isla de Cuba, sin perder tiempo, dejó como gobernadora de la Isla a su joven esposa doña Isabel de Bobadilla, y se dispuso a afianzar el poder de España en la península de La Florida. En 1539, enfiló hacia La Florida con nueve naves, desembarcó en la bahía de Tampa y penetró tierra adentro. Por su carácter extrovertido entabló mistad con unos caciques y aquellos que no se plegaron al poderío español, conocieron la muerte a manos del Adelantado y sus tropas. A partir de documentos de la época, ha podido reconstruirse el itinerario de Hernando de Soto: Atravesó de Sur a Norte el territorio que hoy ocupa el estado de Georgia, bajó luego hasta cerca de Mobile en la actual Alabama y se dirigió hacia el Noroeste. Descubrió el Mississippi y atravesó el río en 1542, por el sitio que actualmente ocupa Memphis y se internó en las llanuras de Arkansas.
Existía una leyenda, contada desde tiempos remotos de unos indios a otros, que se refería a la existencia de la Fuente de la Juventud, cercana a las márgenes del Mississippi. De Soto, aunque sólo con 43 años, soñaba con volver a los primeros años de su vida y decidió regresar al río en busca de tan preciado tesoro, que le colmaría de riquezas y renovaría sus ímpetus. Pero su ambición le costó la vida. Allí, cerca del río, le atacó una fiebre mortal y, antes de expirar, confió el mando de su ejército a Luis Moreno de Alvarado.
Cuenta la tradición que doña Isabel de Bobadilla esperaba a su esposo, Hernando de Soto, durante largas horas por años enteros, en la torre de vigía (la atalaya) del Castillo de la Real Fuerza, que por aquel entonces era vivienda del gobernador de Cuba. Aquella larga espera convirtió a Isabel en un personaje legendario, que oteaba el horizonte e intentaba descubrir, más allá del alcance de su vista, las naves que traerían a su esposo de regreso al hogar. Dicen que la enamorada murió, finalmente, de amor.
Unos años más tarde un artista habanero de origen canario, Gerónimo Martín Pinzón que era artífice, fundidor y escultor, se inspiró en aquella mujer que era un símbolo de la fidelidad conyugal y la esperanza y esculpió una figura en su recuerdo.
El gobernador de la ciudad don Juan Bitrián, mandó a fundir la escultura en bronce y colocarla, a modo de veleta, sobre la torre añadida poco tiempo después al castillo. El gobernador Bitrán bautizó la veleta con el nombre de Giraldilla, en recuerdo de la Giralda de su ciudad natal, Sevilla. Así, la Giraldilla se fue convirtiendo en el símbolo de la ciudad de La Habana, por tradición y por su historia, con matices de leyenda y de historia de amor.
Pues allí a mi vista, contra viento, lluvia y sol, aparecía una estilizada figura que actualmente no es la original, sino una copia realizada con gran rigor estético, pues la verdadera Giraldilla se conserva en el Museo de la Ciudad, para preservarla de los rigores de agentes externos que llegarían a destruirla. La figura es la de una bella muchacha vestida a la usanza del renacimiento español y con la Cruz de Calatrava en una de sus manos y tal parece que otea el horizonte, sin fatigarse, por el paso de cuatro siglos, en espera de aquél que vendría cargado con el fluido mágico de una fuente fantástica, mientras ella continúa marcando la dirección de los vientos.
Me sentía muy a gusto, rodeado de tanta historia y esperanzado de que las cosas fueran tan acogedoras como el entorno comencé mi trabajo allí.
Conmigo enseguida vinieron a trabajar dos jóvenes ingenieros que habían laborado conmigo en el Combinado del Vidrio desde su graduación como Ingenieros Industriales, Alejandro Chanfrau (actualmente en Miami) y Jorge Barrera (actualmente en Guadalajara, México). Después en otros destinos laborales seguirían mi huella.
El mundo de la cultura es muy diferente al mundo de la industria. En la industria todo es práctico, diáfano y los resultados son palpables por todos. En el mundo de la cultura impera el subjetivismo, el voluntarismo, la envidia y la hipocresía. Era pues un mundo difícil que todavía no conocía. A eso había que añadirle lo que dijo García Márquez en Vivir para contarla: “Un buen escritor puede ganar buen dinero. Sobre todo si trabaja con el gobierno”. Y de eso se trataba para la mayoría de los escritores.
Pocos días después de comenzar mi trabajo se me explicó que el Palacio del Segundo Cabo estaba en una fase de mantenimiento y en esos momentos le correspondía al local donde radicaría el remozarlo y pintarlo, por lo que me situarían en el segundo piso en una especie de sala inmensa y que pertenecía no a la oficina central del Instituto, sino a la Editorial Letras Cubanas. El Palacio era compartido por la oficina central y las Editoriales Letras Cubanas, Arte y Literatura y Gente Joven. Otras dependencias externas eran la Editorial Científico Técnica, la Cámara Cubana del Libro que atendía Ferias y Exposiciones, la Editorial Oriente en Santiago de Cuba, la empresa Distribuidora del Libro y la empresa Ediciones Cubanas, comercializadora interna y externa. Había además mucha relación de trabajo con la Unión Poligráfica del Ministerio de Industria Ligera y la atención metodológica (lease tutelaje) al resto de la Editoriales del país o sea UNEAC, Academia de la Academia de Ciencias, Pueblo y Educación del Ministerio de Educación y otras.
Y como prioridad también se atendía directamente el funcionamiento de la subordinación local en las Empresas Provinciales del Libro y la Literatura .
Por lo tanto era también, a la usanza de la época, una estructura compleja y de subordinación vertical (la subordinación local siempre fue de mentiritas). Pero además estaba el Ministerio de Cultura. ¿Ministerio? Aquello era “el potrero de Don Pío”. Después de haber trabajado en el Ministerio de la Industria Básica, nada se parecía menos a un ministerio que aquel desorden.
Cuando niño escuché las historias de mi abuela acerca de un lugar donde el desorden imperaba y al cual llamaba como “el potrero de Don Pio”, lo que más tarde se cubanizaría como “el bayú de Lola”, es muy interesante lo que dice Cabrera Infante sobre el tema: “los bayús (esa misteriosa palabra habanera para marcar un burdel; nadie conoce su etimología ni su origen, pero su sonido tiene la atracción del pecado y las exactas grafías del mal)”.
En inglés existe una palabra parecida: bayou, que durante un tiempo creí era originaria del francés por su sonido y porque se usa mucho en Luisiana, antiguo territorio francés. Por un tiempo también pensé que la palabra bayú habanera provenía de este bayou que se usa en Luisiana y que significa “corriente de agua lenta.” Había una canción de Linda Rondstadt que decía: Saving nickels saving dimes/Working til the sun don’t shine/Looking forward to happier times /On Blue Bayou. Bueno por lo que decía que estaba ahorrando hasta el último centavo y trabajando de sol a sol para pasar tiempos felices en Blue Bayou, aquello me confundió, pero al final analizando la canción completa te das cuenta que es un lugar que la persona añora y no tiene nada que ver con un bayú.
Como había oído hablar de la prostitución de New Orleans, hice esta asociación lingüística. Al parecer alguien conocido por Lola tuvo un bayú famoso, pues se usa la frase, ya sea ante un buen relajo o inmenso reguero: esto se parece al bayú de Lola.
Y el ministerio de Cultura era tanto potrero de Don Pío como bayú de Lola o era la combinación de ambas cosas.
LEONARDO PADURA, UNO DE LOS MEJORES ESCRITORES CUBANOS ACTUALES
En la vida profesional más de un hecho me ha hecho recordar las historias de mi abuela y he visto algún que otro potrero bien desorganizado que he intentado con más o menos suerte que se enderece, pero este que tenía ante mí, mientras más lo conocía menos me parecía que tendría arreglo.
Vamos a empezar por la dirección del ministerio.
El Ministro: Armando Hart, todos lo conocen, una figura importante de la Revolución. Considerado un gran intelectual. Voy a dar mis vivencias con él.
Una reunión con Hart siempre era en un salón exclusivo para esos fines. Era un salón alargado con dos entradas con puertas de corredera. Por una entraban los citados a la reunión, los que eran debidamente identificados y amablemente atendidos. Esa entrada era hasta una hora determinada, si llegabas tarde no podías participar, porque a esa hora se cerraba ese acceso y de improviso se abría la otra puerta, entraba Hart y había que ponerse de pie. Siempre la puerta por donde entraba le quedaba a su espalda y en cada de uno de sus lados atrás había un ayudante (seguroso y guardaespaldas). Nadie podía hablar ni ponerse de pie si él no lo indicaba. Siempre el guión o pauta de las reuniones era el mismo: Antes de comenzar la habían puesto un pequeño block con hojas rayadas y un portalápices con 10 o 15 lápices marca Mirado No.2 debidamente afilados.
Hart preguntaba a un personaje cuyo nombre no recuerdo, que no era su secretario ni jefe de Despacho sino el Director Económico pero era la persona que le dirigía y encaminaba la reunión en el sentido deseado.
Hart le preguntaba al personaje, ¿cuál es el tema hoy? Este respondía y comenzaba a dar y a quitar la palabra a los participantes. Mientras tanto Hart tomaba un lápiz, comenzaba a tirarlo hacia arriba y cogerlo en el aire, hasta que se caía y partía la punta y así sucesivamente. Muy pocas veces escribía algo y sus intervenciones eran angelicales o celestiales y las reuniones se quedaban en nada o en lo que le diera la gana a al que dirigía realmente la junta.
Hablar pues de otros jefes o de la Directora de Recursos Humanos, Digna, persona muy lista o de otros como mi compañero de la escuela de Artes Gráficas Wilfredo más conocido por “Comité” porque era fanático de los CDR, que era jefe de la guarnición del Ministerio; y para qué hablar del resto de las divisiones estructurales del Ministerio de Cultura: Artes Escénicas, Artes Plásticas o Fondo Cubano de Bienes Culturales, el Instituto Superior de Arte y las direcciones provinciales de Cultura, sin hablar del llamado “Puerto Rico” por su afán de independencia: El todopoderoso ICAIC y su director total Alfredo Guevara.
En resumen, en el Ministerio de Cultura todo el mundo hacía y deshacía y no pasaba nada. Aquello para lo único que servía junto con la UNEAC era para prohibir y vetar.
Pero volvamos al Instituto del Libro. En el Segundo Cabo, en las oficinas provisionales del segundo piso, dentro de la Editorial Letras Cubanas, nos enterábamos de muchas cosas porque había unos sofás y butacones donde iban a charlar los intelectuales. La mayoría era de los que ejemplificaba García Márquez con la frase: “El escritor escribe su libro para explicarse a sí mismo lo que no se puede explicar”. Ellos escribían para ellos mismos porque nadie entendía lo que querían decir.
Allí veía muy a menudo a un hombre joven, de pelo largo ( muy conversador y grandísimo cuentista, con el que todo el mundo se reía muchísimo y decía a veces cosas bien atrevidas y cuentos de corte político que era mejor hacerse de la vista gorda y simular como que uno no había escuchado nada. Era jefe de una redacción en la editorial y su nombre era Abel Prieto.
Abel Prieto no era lo que se dice un gran intelectual, sólo había publicado un libro de cuentos pero tenía fama de ser un editor muy avezado y con muy buen ojo para las figuras que descollaban. Además era hijo de un señor llamado igual que él y que había sido Viceministro de Educación en los primeros años de la revolución, cuando el ministro de ese ramo era Armando Hart.
Nada que de la noche a la mañana, después de la deserción del director de la Editorial Letras Cubanas, el ilustrado profesor Alberto Batista, fallecido años después en New York, Abel Prieto ocupó esa responsabilidad, después desapareció, arreglaron el local donde yo radicaría y no lo vi más hasta que un día apareció como viceministro de Cultura y muy poco tiempo después presidente de la UNEAC. Creo que el cambio que le dio a la UNEAC con su personalidad y sobre todo falta de miedo, cosa bastante escasa en Cuba y que demostrara más de una vez, hizo que lo nombraran Ministro de Cultura, cargo que ocupó por más de 15 años. Por mucho que luchó no pudo arreglar el potrero de Don Pío ni el bayú de Lola, pero sin embargo, la mayoría de la gente del sector habla muy bien de él, salvo quizás algunos músicos que lo acusan de “rockero”, casi constitutivo de excomunión para los partidarios de la decadente música cubana contemporánea.
El área del Instituto del Libro que funcionaba (porque el resto no funcionaba) era la Vicepresidencia de Comercialización, dirigida por todo un cuadro procedente ¿de dónde? ¿De donde va a ser?: del Ministerio de la Industria Básica. Mario Guillén, un dirigente, un profesional y un hombre en todo el sentido de la palabra comprendía que estaba entre lobos pero actuaba como si con él no fuera, luchaba y exigía y tenía resultados. La Distribuidora del Libro la tenía organizada como aprendió en el MINBAS y planificaba correctamente y exigía y tenía un equipo de profesionales que lo apoyaban. Su atención a las empresas proviciales del libro era esmerada y fiscalizadora.
El resto de las actividades en el ICL eran desastrosas, salvo un personaje que respetaba mucho su trabajo pero que al final era vencido por el poder, su nombre Rolando Luis, el jefe económico del Instituto, era alguien con quien también se podía trabajar. El área de producción era un desastre a pesar de tener un grupo de Ingenieros en la materia, la jefa, una neurótica con un tic nervioso que guiñaba el ojo constantemente y hacía un movimiento lateral con la boca, destruía todo lo que tocaba. Mercy Ruiz era su nombre y estaba ahí yo creo porque era esposa de Federico, un capitán de la seguridad del Estado que atendía al Ministerio de Cultura y que apareció muerto a puñaladas en su apartamento en H entre 23 y 25 y de cuyo asesinato nunca se supo nada.
Los consejos de dirección del ICL eran algo insoportable, era una efusión de pedanterías, todo el mundo usaba palabritas rebuscadas y quería demostrar ante el resto su superioridad intelectual. Pero el campeón de la verborrea cantinflera era el Presidente del ICL, Pablo Pacheco, que en 1962 ingresó en el Partido Unido de la Revolución Socialista de la que formó parte como profesional, hasta 1969 en que ingresó en el Instituto Cubano del Libro, se licenció en Ciencias Sociales. Todo un cuadro político. Era un tipo realmente pedante, lo que se dice en Cuba un “chorro de plomo”. Pero uno no escoge a sus jefes y la mayor parte de las veces ni a sus subordinados, así que con ese buey (o asno) tenía que arar.
Estando en el ICL me asignaron al frente de un grupo que iría a un entrenamiento en la Unión Soviética, formado por 20 personas, entre ellos muchos directores provinciales del Libro, pero de eso hablaré en un artículo exclusivo pues merece la pena. Solo voy a referirme como conclusión de ese viaje de la cita de Alexander Solzhenitzyn: “Para nosotros, en Rusia, el comunismo es un perro muerto, mientras que, para muchas personas en Occidente, sigue siendo un león que vive”. En esa visita me di cuenta de que era efectivamente “un perro muerto” y fue enterrado poco más de un año después.
Está de más decir que tenía acceso a todos los libros que se publicaban en el país, fuera por editoriales adjuntas al ICL o de las “independientes”. Asimismo a la oficina de Pacheco llegaban múltiples publicaciones de las editoriales más importantes del mundo: Planeta, Random House, Mondadori, Santillana, Fondo de Cultura Económica de México, Taurus, Aguilar, Salamandra, Grijalbo, Siglo XXI Editores de México, La Oveja Negra de Colombia, Editorial Dunken de Argentina y otras. La mayoría de esos libros nadie los leía y muchas veces eran best sellers de los que uno estaba ávido de tener en sus manos.
En algunas ocasiones tomaba subrepticiamente un libro para leérmelo en el fin de semana como hice con Odessa de Frederick Forsythe o el libro de Records Guinness y devolverlo después; algunos los pedí prestados para leerlos pero me di cuenta que a nadie le importaba que se devolviera lo que muchas gentes quisieran tener para leer, así que otros simplemente me los llevé y no devolví. Decía José Martí que “robarse un libro no es robar”. No sé si de verdad lo dijo pero yo me acogí a la palabra del Apóstol , teniendo como compinche a Jorge Barrera, un lector incansable como yo, Alejandro creo que no leia ni el periódico, y ello me valió leerme obras de Cabrera Infante (totalmente prohibido en Cuba), Vargas Llosa (ya satanizado en Cuba) Frederick Forsythe, Stephen King, Aleksandr Solzhenitsyn, Tom Clancy y otros que no se atrevían a “fusilar” porque siempre tenían dentro de sus obras mensajes de “diversionismo ideológico” (¡vaya con la palabrita!). Además me acaba de leer un artículo muy interesante que se titulaba: “Breve manual para robar libros y no sentir remordimiento”, por lo que me sentía doblemente perdonado: por Martí y por los consejos del libro.
Por aquel entonces se celebraban las primeras Feria del Libro de La Habana, que estaban dedicadas a determinados autores, y se efectuaban en el Museo Nacional de Bellas Artes y en el Parque Central y contaron con una pequeña representación de editoriales latinoamericanas. Después la Feria se organizó cada dos años y es en el 2000, cuando se decide celebrarla anualmente y con carácter internacional, pero cuando ello ocurrió ya no trabajaba en el ICL hacia rato. Sin embargo para participar en ferias de otros países el Instituto sí estaba bien preparado y dispuesto, claro que esto representaba viajes al exterior, varios todos los años y había toda una estructura con un argentino oportunista al frente, llamado Jorge Timossi el cual había sido corresponsal de Prensa Latina y un apestado en su país, además de que se “cogía” todos los viajes para él solo.
En ese equipo pude ubicar a trabajar a Albertico, un joven arquitecto que tenía parentesco con la familia de la esposa de mi cuñado. El mismo hizo buenos trabajos, aquello era muy poco para su preparación, y decidió quedarse en uno de los viajes. Ahora vive en Los Angeles con su esposa e hijos y le ha ido muy bien. Pero no fue el único “desertor” dentro de la Cámara Cubana del Libro, no se al final si desertaban por problemas políticos, económicos o simplemente porque no podían soportar al insoportable de Timossi. Aquello era parecido al equipo Cuba de pelota o algo así, siempre se quedaba alguien. Pero no importaba, Timossi seguía en sus viajes infinitos con todos los gastos pagados que era lo que realmente le importaba. Ah y en una época donde quedarse uno de los trabajadores en un viaje de trabajo ponía al jefe en una posición incómoda, Timossi se las arreglaba para echarle la culpa a otros, casi siempre al área Recursos Humanos porque no investigó suficientemente a la persona para situarla en esa actividad tan sensible a los cantos de sirena del imperio.
Antes de hablar por qué me trasladé del ICL creo pertinente comentar sobre las Ferias Internacionales del Libro en Cuba. No he ido a muchas de ellas, pero entre mis vivencias y lo que me cuentan los participantes, de feria del libro no tienen casi nada. Son un maratón de espectáculos de todo tipo, mucha venta de comidas y bebidas y de artesanías y libros que no estén al alcance de los bolsillos cubanos, con tiradas muy limitadas en los libros verdaderamente importantes y que más le interesa al público conocedor de la lectura, que han convertido esa feria cultural en una feria de circo.
Pero por qué deje de lado un medio que me gustaba, simplemente porque el medio era una cosa y los mediáticos otra, las intrigas, chismes, y traiciones que se eran lo cotidiano allí no merecían la pena continuarlas viviendo. Así que cuando el intocable Pacheco se equivocó al decirme que el necesitaba un Director que hiciera tal y tal y que no cuestionara sus órdenes, le dije que se lo buscara que ese no era yo, que tenía criterios propios y ahí vi nuevamente la necesidad del cambio y así lo hice.
“En cualquier momento de decisión, lo mejor que puedes hacer es lo correcto, lo segundo mejor lo equivocado, y lo peor que puedes hacer es nada”, dijo Theodore Roosevelt. La decisión que tomé fue hacer lo correcto, sin duda. “Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades”, sentenció Miguel de Cervantes en Don Quijote de la Mancha.
Y algo muy interesante, Pacheco era de Madruga, un pueblecito de la provincia La Habana, ahora Mayabeque, y trajo en mi sustitución a un socio de aventuras políticas: el mismo señor que denominé administradorcillo cuando en el periódico Revolución (ya entonces Granma) vino a sustituir al imberbe, el camarada Silvio. Por supuesto que en la entrega todo se lo dije al revés y mis dos amigos ingenieros jóvenes se quedaron agarrados de un clavo ardiendo, pero contentos por lo que había hecho, pues pronto se dieron cuenta del nivel de idiotez y esperaron, sin mucha paciencia el momento de irse conmigo nuevamente, que como siempre llegó.
Así que buscando, topé con un personaje que había sido Subdirector de Ediciones Cubanas y que se iba a trabajar en el ICRT, pero le habían ofrecido un trabajo en República Dominicana, así que no tenía mucho que pensar y me pasó la información y el contacto. Yo no estaba acostumbrado a vivir sin trabajar ni un día y me puso en contacto con Josefa Bracero, la Vicepresidenta del ICRT. Un personaje inolvidable.
Pero el ICRT merece punto y aparte.
4 Comentarios
sofas restaurante
July 14, 2014 at 1:18 pmImpresionate, formato de tu blog! ¿Cuanto tiempo llevas bloggeando? haces que leer en tu blog sea entretenido. El uso total de tu web es magnífico, al igual que el material contenido!
Saludos
carlosbu@
September 24, 2014 at 10:17 pmgracias por tu comentario, estoy preparando muchos materiales nuevos y tengo otros sitios pero este es el mio personal, tambien puedes ver si te interesa: sobre4ruedas.com, zonadenoticias.com, siempremama.com, lanuevavozlatina.com y siemprelatina.com, nuevamente gracias
Lidia Pedreira
August 11, 2017 at 8:19 pmAunque ha pasado mucho tiempo desde que usted, Carlos, publicara este artículo, ha sido hoy, 11 de agosto de 2017 que, casualmente, me interesó su lectura.
Trabajé 20 años en el Dpto de Traducciones y la Editorial Arte y Literatura hasta jubilarme en 1994. Tengo, desde luego, alguna información sobre el ICL que me permite señalarle algunos errores: en primer lugar, la editorial dedicada a la publicación de literatura infantil y juvenil jamás se llamó Gente Joven, sino Gente Nueva. Y Abel Prieto, cuando usted lo conoció como director de Letras Cubanas, en el Segundo Cabo, ya había sido director de Arte y Literatura desde que esa editorial se hallaba en la calle G en el Vedado.
He creído oportuno hacerle estas aclaraciones y expresarle, además, que, desde su “atalaya” en lo alto del Palacio, desconoció la labor que hacíamos los verdaderos encargados de que se publicaran libros en Cuba: los que trabajábamos en las editoriales.
carlosbu@
August 27, 2017 at 7:58 pmCon todo el respeto, la mayoria de los que trabajaban en editoriales en Cuba eran unos pedantes que se despedazaban unos a otros, yo solo cumplia con mi parte que por suerte no era estar metido dentro del mundo editorial donde imperaba la envidia y la trampa, de eso no hablo en mis articulos pero tambien lo conocí y profundamente, empezando por Pablo Pacheco que era una vieja chismosa