Hemingway: ¿Otra vez, otro más?
¿Pero también vas a escribir de Hemingway?, dirán algunos, pero si uno es cubano y más que eso, habanero, tiene que de alguna forma hablar de Hemingway, porque al final fue uno de nosotros. Borracho, pendenciero, aventurero, todo lo que quieran, mostró su amor por Cuba y le ofreció, sin ser un creyente, su presea más valiosa, la medalla del Premio Nobel de Literatura, a la virgen de la Caridad del Cobre. Esa es una muestra de respeto y cariño hacia un pueblo que lo acogió como suyo y que él supo reciprocar.
No es tarea fácil decir algo de una persona de la que se ha hablado y escrito tanto, sobre todo en nuestro país, pero siempre es bueno repasar algunos aspectos de su vida que nos han marcado y otros que conocimos después de su muerte y que afianzan la admiración que entre la intelectualidad y mejor aún entre el pueblo, se le tenía. Y digo se le tenía porque creo que la juventud cubana ya no se parece a la que por lo menos yo viví y a lo mejor si le hablan de Hemingway, seguramente te dirán: ¡ah sí, el del museo! Y eso será todo porque la inmensa mayoría no se han leído siquiera el más cubano de sus libros: “El viejo y el mar”, y por supuesto no saben que la revista nacional de mayor circulación en la historia cubana, Bohemia, lo publicó íntegro, para que estuviera al alcance de todos, y en ello participó Hemingway de una forma que nos muestra quién era realmente este personaje.
Aquí hemos hablado de un raro número de la revista Bohemia, la de mayor circulación en Cuba, de 15 de marzo de 1953, que contiene la primera publicación en español de la novela de Hemingway “El viejo y el mar”. Miguel Ángel Quevedo, director de la revista insertó la novela completa en la edición de la fecha citada.
Mientras tanto la revista Life había publicado la novela en inglés “The old man and the sea”, antes de que fuera publicada como libro y pagado al autor a razón de un dólar y diez centavos por palabra, lo que representó cerca de treinta mil dólares, una fortuna para esa época. Bohemia le ofreció a Hemingway cinco mil dólares, ante lo que el escritor aceptó con la condición de que el dinero fuera empleado en comprarle equipos de televisión a los pacientes del leprosorio del Rincón en Santiago de las Vegas. Y puso otra condición: que su traductor fuera el escritor cubano Lino Novás Calvo.
Un ejemplar de la Bohemia se oferta en subasta en Internet inicialmente en 150 dólares, lo que indica que su valor histórico es notable.
Y a esto añado que como son mis memorias, dentro de ellas está en un lugar importante el gran escritor, del que además, creo que todo lo que se diga de él es poco, y casi todo bueno. Los mediocres, los envidiosos y los resentidos siempre tienen algo que criticar.
El escritor, el periodista.
Un perfil que se destaca poco de Hemingway es que, al igual que Gabriel García Márquez, fue un periodista que pudo potenciar y borrar las líneas divisorias entre los géneros narrativos de ficción y los géneros de no-ficción. En apariencia, hay una gran distracción por el efecto que produce su biografía extraordinaria: fue combatiente y corresponsal de guerra, le gustaban las corridas de toros y el boxeo, fue cazador, tuvo varios amores y algunos memorables, fue pescador de lujo y amigo de Fidel Castro y su revolución cuando todavía era reciente, bebió tanto para animarse como para derrotarse, y cuando no pudo más con todo eso y sus depresiones, se suicidó. Sin embargo, esa dinámica y su histrionismo fueron, en esencia, necesidades de su escritura. Él vivía para experimentar los riesgos y los placeres que luego narraba, en primera o en tercera persona, pero haciendo de sus libros una traducción sensitiva y concentrada de la realidad.
Lo primero que me leí de Hemingway fue “Por quién doblan las campanas”. De inmediato el lector reconoce la fuerza de un lenguaje auténtico y excelente, que es mejor que una la perfección y lo depurado. Es en lo auténtico donde uno se identifica con el escritor y con la obra.
Deben haber pasado sesenta años y todavía recuerdo el impactante final: “La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.”
¡Impresionante!, después de leer esa increíble narración de la guerra Civil Española supe que Hemingway escogió, al igual que el título de la obra, la trepidante frase del poeta metafísico John Donne, y que data de 1624, que de forma ampliada sería: “Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.”
Me acordé de Jorge Luis Borges, que decía que uno llega a ser grande por lo que lee y no por lo que escribe. No estoy muy de acuerdo con ese razonamiento, aunque no deja de tener razón porque la lectura nos da mucha cultura, pero en eso también mostró su grandeza Hemingway.
Y ahora que hablamos de Borges y de Hemingway, hay que decir que ambos sentían una antipatía recíproca. Hemingway fue un cultivador de la leyenda del macho, el cazador de leones y mujeres, mientras que el argentino era tímido, discreto y con pánico por el sexo. Hemingway, como casi todos los escritores de la época, tenía el corazón bien a la izquierda, el argentino, en cambio, fue un conservador profesional extremo, que hizo de las declaraciones políticamente incorrectas un género paralelo a su obra, una especie de Donald Trump de la intelectualidad. Una lástima de un personaje tan grande en su pensamiento como pequeño en su actuar.
Un buen día, salió a la luz, entre las cartas inéditas de Borges una postal de Hemingway enviada desde La Habana el 13 de marzo de 1950, que decía:
“Querido Jorge:
Mi amigo cubano Lino Calvo me dio “El Aleph”, aquí en El Floridita, la catedral del daiquiri. Lógicamente, un buen libro. Andan diciendo que eres el mejor escritor en español, puedes besarme el culo, nunca sacaste una pelota del campo de juego. Tomaste la literatura muy solemnemente. Descubriste la vida tarde. Ven hasta aquí y lucha por tu libertad con un personaje como yo, que tiene 50 años, pesa 210 libras y piensa que eres una mierda. Jorge, te golpearía bien el trasero.¿Qué te parece ahora, caballero?
Sinceramente Papa.”
Lo cierto es que el gran poeta mexicano José Emilio Pacheco fue el creador de la anécdota. La guerra entre los dos colosos estimuló las fantasías literarias de Pacheco que parieron un supuesto intercambio epistolar entre el escritor norteamericano y el argentino. El texto apócrifo, una broma literaria, en muy pocas líneas expresa el conflicto entre las cosmogonías literarias de los dos escritores. El universo realista y masculino de Hemingway y el universo fantástico y mental de Borges.
La vida de Borges creaba su mito de lector infinito: su vida transcurría entre libros, bibliotecas, conferencias y el departamento de su madre, mientras que Hemingway vivía entre safaris en África, corridas de toro en España y se lanzaba a todas las guerras que hubiera como corresponsal. Mientras tanto era cliente de todos los bares disponibles hasta caer liquidado y a su vez coleccionaba esposas.
Borges, con su acostumbrada ironía, ni siquiera respetó su suicidio y dijo: “Yo he hecho todo lo posible para que me guste Hemingway, pero he fracasado”. Y también algo peor: “Hemingway, que era un poco fanfarrón, terminó por suicidarse porque se dio cuenta que no era un gran escritor. Esto, en parte, lo redime”.
Solo por esta infeliz e irrespetuosa frase, no porque estuviera en las antípodas de Hemingway, sino porque estaba en las antípodas de la civilización, Borges, el gran genio, fue borrado de mi biblioteca. No hay que ser tan desagradable y arrogante porque alguien no te guste, o como pienso yo, porque sea un escritor, no mejor que él, que solo escribía para élites, pero sí más popular.
Estos personajes, tan diferentes entre sí, son dos gigantes de la literatura universal, especialmente del relato corto y sus cuentos están entre las obras cumbre del género en cualquier época.
Pero como yo soy cubano, y para los cubanos usted puede ser cualquier cosa menos un “pesado”, el Sr. Borges, al que admiraba como escritor, lo desprecié como persona, por prepotente y sobre todo por envidioso, porque él es un elitista y Hemingway alguien universal. Y al final demostró que entre los pesados él es un peso pesado.
La última de las dos cartas que Hemingway envió a Borges decía: “Me divertí muchísimo con usted o tal vez deba decir gracias a usted, por eso y porque no suelo responder si no es con los puños, he decidido ignorar la mierda que escribió sobre mi “Tener y no tener’”.
Parece que en ese momento, Hemingway no había acuñado una de sus frases favoritas: “Dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar”.
Pero aparte de eso, posiblemente lo que más le había molestado de Borges, es que aquel no supo lo que era el periodismo y lo que ello le aporta a un escritor. Es por eso que Hemingway tenía algunas cosas muy claras sobre el oficio de la literatura y el papel del escritor.
Una de las afirmaciones de Hemingway está centrada en la relación del periodismo y la literatura cuando son ejercicios u oficios practicados por el escritor que pretende dedicarse a la ficción. Era consciente de la convivencia, pues por experiencia propia sabía que muchos escritores comienzan su carrera literaria o la simultanean con la actividad periodística, pero deben ser capaces, en un momento dado de elegir cuál camino seguir y dedicarse por completo a la literatura.
La exigencia en tiempo y en atención que implica el trabajo periodístico, el entregar un reportaje y tener que pensar de inmediato sobre el siguiente, no permite dedicarse a otra cosa en el orden creativo. Por eso Hemingway, como seguramente le ocurrió a García Márquez, cuando decidieron dedicarse a la literatura, sintieron que se habían liberado de una especie de agobio que impedía que sus ideas fluyeran.
Hemingway y las guerras.
Durante su juventud fue aficionado al boxeo, a la pesca y al fútbol americano.
En 1918, con 18 años, fue voluntario a Italia para combatir en la Primera Guerra Mundial. Condujo ambulancias en ese país y en Francia. Después de prestar servicio, al término de la guerra, trabajó en el Toronto Star, diario canadiense en el que sirvió como corresponsal en París. El conocer la guerra de cerca lo motivó a acercarse al periodismo y a escribir “Adiós a las Armas”.
En la segunda mitad de los años treinta trabajó como corresponsal en la Guerra Civil Española, cubriendo los sucesos y acumuló combustible para su genial “Por quién doblan las campanas”.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Hemingway viajó a Europa otra vez como corresponsal de guerra y estuvo en el desembarco de Normandía y en la liberación de París.
Es por ello que su actividad periodística, al igual que su vida, fue intensa, violenta, rondando siempre la muerte, y esas experiencias nutrieron sus cuentos, novelas y reportajes, de una manera tan directa que su obra literaria está llena de su vida.
Esa vida pública y andariega que en una época marcada por crisis económicas, guerras mundiales, surgimiento de movimientos artísticos vanguardistas, guerra fría y otros acontecimientos espeluznantes, le permitió narrar una épica marcada por profundos rasgos autobiográficos.
Sin duda sucesos como cuando conduciendo una ambulancia en el frente italiano de la Primera Guerra Mundial, un explosivo estuvo a punto de matarlo y por esta causa le extrajeron más de un centenar de esquirlas de las piernas y la espalda, despertaron el Hemingway el deseo de contar lo que había vivido, no como una simple narración, sino como una lección realista de vida.
Esta filosofía la hizo extensiva también a los deportes que practicaba, el boxeo, la caza, la pesca en alta mar, y en la sucesión de viajes arriesgados, los desarreglos conyugales y los excesos con la bebida. Creo que este último, el jaibol, era su deporte preferido entre todos.
De esas vivencias se alimentaron sus cuentos, novelas, reportajes, de forma directa y contundente. Inclusive “El viejo y el mar”, Hemingway, esa gran lección de esfuerzo y amistad que sugiere, casi la vivió con el pescador infatigable que realizó la hazaña, y que supo reflejar como una más de sus innumerables pesquerías.
En el Hotel Ambos Mundos escribió los primeros capítulos de “Por quién doblan las campanas”
Hemingway descubre a Cuba
Gabriel García Márquez dijo de él que ningún escritor extranjero, mucho menos un estadounidense, había dejado tantas huellas “a su paso por los sitios menos pensados” de Cuba.
Hemingway vino por primera vez a La Habana en 1928, y ese encuentro dejó alguna huella pues poco tiempo después comenzó a explorar la corriente del Golfo en busca de parajes para satisfacer su afición por la pesca, y en una de esas incursiones conoció a Gregorio Fuentes, patrón del yate Pilar, su medio de transporte en las aventuras por los mares cubanos.
Ernest Hemingway se enamoró de Cuba a primera vista. Aunque su necesidad de viajar fue insaciable, el norteamericano vivió en Cuba durante 25 años.
El Hotel Ambos Mundos en La Habana Vieja fue el primer lugar que Hemingway tuvo como hogar en Cuba. Alí vivió, a partir de 1932, durante casi nueve años de forma intermitente y en la habitación 511 escribió una de sus mejores novelas, “Por quién doblan las campanas”. El hotel inaugurado en 1925, conserva la cuenta que el norteamericano tenía en el bar y la icónica habitación 511 es hoy un museo, Hemingway aún sigue ahí.
La panorámica que desde allí tenía de la ciudad no solo fue deleite para su vista, sino tema de varias crónicas, entre ellas la primera que escribiría sobre Cuba, publicada en el año 1933 en la revista Esquire.
Las luchas de los cubanos en esa época y su sentimiento de simpatía hacia ellos fueron también reflejados por el escritor en su obra “Las verdes colinas de África” de 1935, donde describe a la isla como “larga, hermosa y desdichada” y recrea acontecimientos de la lucha contra el dictador Gerardo Machado.
También describe las maravillas habaneras en su única obra de teatro, “La quinta columna”, escritas en 1938,en la que uno de sus personajes dice: “(…) ¿y has estado alguna vez en el Sans Souci de La Habana, un sábado por la noche para bailar en el patio bajo las palmas reales (…)?”.
Pero su verdadero hogar en la Habana fue Finca Vigía, la que compró en 18.500 dólares en 1940 con los derechos que ganó por la edición de “Por quién doblan las campanas”.
“Yo siempre tuve buena suerte escribiendo en Cuba”, afirmó en una carta a un amigo. “Donde un hombre se siente como en su casa, aparte del lugar donde nació, ése es el sitio al que estaba destinado”, escribió en una ocasión Hemingway.
Finca Vigía.
Después de su salida de París en 1928, Hemingway nunca volvió a vivir en una gran ciudad.
La Habana es más fresca que la mayoría de las ciudades del hemisferio septentrional en estos meses, porque los alisios soplan desde las 10 de la mañana hasta las cuatro o las cinco del siguiente día. Ernest Hemingway, agosto de 1934.
Es su tercera esposa, la escritora y corresponsal de guerra, Martha Gellhorn, quien lo anima a instalarse en Finca Vigía a principios de los años 40. En 1937 los dos vivieron un romance que terminaría con su separación de Pauline, pero su relación con Martha tuvo un segundo aliento en Cuba, exactamente en esa casa campestre que sería su verdadero hogar por 20 años.
Pero pocos años después, durante la Segunda Guerra Mundial, Hemingway viajó a Europa otra vez como corresponsal. Estuvo en el desembarco del Día D en Normandía y en la liberación de París y se enamoró de la periodista Mary Welsh, con la que se casó por cuarta ocasión, por lo que Finca Vigía tuvo una nueva dueña.
Hay que decir que el anterior dueño de Finca Vigía, la tenía cerrada y no permitía el acceso de nadie, pero Hemingway lo primero que hizo fue abrir el portón de aquel lugar a todo el que necesitara algo de él o de allí.
Prohibió que se cortara un árbol ni otro tipo de planta, y nunca más se mató un pajarito y allí los mangos, guayabas y otros tipos de frutas eran para el disfrute de los muchachos de la vecindad, y hasta se permitía que las personas de San Francisco entraran a cogerlas, o se ordenaba a los jardineros que las sacaran a la puerta para que pudiera servirse todo el que quisiera.
Pero como buen americano tenía reglas, tales como no tirar piedras a los árboles ni subirse a ellos y por supuesto no interrumpirlo en las horas en que escribía. Construyó un campo de béisbol y compró un equipo de guantes, bates, pelotas y otros accesorios para los muchachos que había visto jugando en los alrededores en terrenos improvisados. Y el practicar tenis, boxeo y usar la piscina era también libre para los muchachos, a no ser que tuviera invitados.
En 1948, Hemingway y Mary viajaron a Europa y permanecieron en Venecia varios meses. En ese lugar, Hemingway se enamoró de Adriana Ivancich una joven de 19 años de edad, cuyo amor platónico lo inspiró escribir la novela “Al otro lado del río y entre los árboles”, lo que hizo en Cuba en una época de conflictos con Mary. Al año siguiente, furioso por la recepción crítica de “Al otro lado del río y entre los árboles”, escribió el borrador de “El viejo y el mar” en ocho semanas, diciendo que era “lo mejor que puedo escribir durante toda mi vida”. “El viejo y el mar” se convirtió en un gran éxito, hizo de Hemingway una celebridad internacional, y recibió el Premio Pulitzer en mayo de 1952.
Ernest y Pauline en Paris en 1927.
En noviembre de 1956, estando en París, se acordó de los baúles que había almacenado en el Hotel Ritz en 1928 y que nunca había recuperado. Los baúles estaban llenos de cuadernos y escrituras de sus años en París. Cuando regresó a Cuba en 1957, entusiasmado con el descubrimiento, comenzó a escribir la que puede considerarse autobiográfica, una semblanza de los buenos tiempos que vivió en su juventud, “París era una fiesta”, extendió “Al romper el alba”, añadió capítulos a “El Jardín del Edén” y trabajó en “Islas en el golfo”, donde menciona los códigos para descifrar los mensajes en clave que enviaba desde el yate Pilar durante la aventurera operación de persecución de submarinos nazis que protagonizó en los cayos del norte de Cuba durante la Segunda Guerra Mundial.
Y viene al caso que Ernest Hemingway perdió en un maleta todos los cuentos que había escrito y una primera novela en 1922. Sin duda las maletas son protagonistas de hechos como este en tiempos donde no existían las computadoras, Internet y mucho menos dispositivos de memoria o la nube virtual donde pudieran conservarse las informaciones. Un hecho paralelo fue también que se perdió en Collioure, donde después moriría, el equipaje y los escritos que contenía,del poeta español Antonio Machado.
Hemingway llevaba tres años trabajando en cuentos y en una novela, cuando en un viaje de París a Suiza, su primera esposa, Hadley Richardson, sufrió el hurto del equipaje al abandonar el vagón para comprar agua. De ellos solamente sobrevivieron dos relatos enviados afortunadamente a una revista. Hemingway, muchos años después se daría cuenta que el hecho había tenido su parte positiva y es que el director del Hotel Ritz de París le guardó y devolvió dos maletas repletas de papeles que había dejado cuando París era una fiesta.
Sin embargo, el escritor tuvo que dejar Finca Vigía en julio de 1960, un año y medio después del triunfo de la Revolución, debido a las tensas relaciones diplomáticas entre el Gobierno de Washington y el cubano. Por desgracia esos años fueron muy oscuros en la vida del escritor que se sumergió en la depresión y el alcoholismo y acabó suicidándose, un año después de salir de Cuba, en 1961. Pero allí en Finca Vigía sigue vigente su huella.
La pintura de Miró ‘“La Masía” y Hemingway
Y si mencionamos a Hemingway y Finca Vigía, hay que mencionar a “La Masía”.
Puede hablarse de varias vidas paralelas relacionadas con Hemingway. Una de ellas fue con el pintor catalán Joan Miró, ambos indiscutibles íconos culturales del siglo XX.
La Masía, fue una obra maestra de Miró que comenzó a pintar en 1921 en Tarragona, en la casa de veraneo familiar y terminó en París al año siguiente. De ella dijo: “Han sido nueve meses de trabajo constante y pesado… Sufría terriblemente, bárbaramente, como un condenado”.
Fue otro de los amores a primera vista de Hemingway, al verla en el estudio parisino del pintor de Rue Blomet, no paró hasta conseguirla en 1925 y no se separó de ella nunca, convirtiéndose en su cuadro preferido, a pesar de poseer una notable colección de obras de Masson, Gris, y Klee. Hemingway, que no era muy fiel ni a las mujeres ni a los amigos, conservó una amistad duradera con Miró.
Hemingway, para comprar la pintura en septiembre de 1925 junto a John Dos Passos y Evan Shipman, recorrieron bares y restaurantes de París con la intención de pedir dinero a los amigos y conocidos y después de reunir los 3.500 francos, Hemingway se llevó la tela en un taxi descubierto. “El viento infló el gran lienzo como si fuera una vela”, “En casa lo colgamos y Miró vino, lo vio y dijo ‘Estoy muy contento de que seas tú quien tenga La Masía”escribió en 1934.
Esta obra representa la esencia de lo que es Cataluña para Miró, un pintor enamorado del campo y sus valores por encima de lo urbano. Sobre ello Hemingway coincidía totalmente, el que dijo que: “contiene todo lo que sientes por España cuando estás allí y todo lo que sientes cuando estás lejos y no puedes ir”. La Masía representa para la nación catalana lo mismo que El Guernica representa para la plural España. La Masía no es más que una casa de campo con tierras de labor, característica de las regiones españolas de Cataluña y Aragón.
En 1934 recuperó el cuadro después de haberse separado de la primera de sus cuatro mujeres, Hadley Richardson, ya que Hemingway se lo pidió prestado una temporada, pero nunca se lo devolvió.
Dondequiera que vivió el premio Nobel: Chicago, Florida y Cuba., ahí estaba “La Masía”
En 1959 Miró le pidió permiso para restaurar la obra de forma exhaustiva,, por eso después de la revolución cubana la obra ya estaba fuera del país en manos de su cuarta esposa Mary Welsh, la que en 1986 la cedió a la National Gallery de Washington, donde es una de las obras maestras que allí se exhiben.
Al igual que pasaba con Borges, con el que no había ningún paralelismo, Hemingway y Miró eran muy diferentes. El primero era fuerte, alto, extrovertido,descuidado en el vestir, gran tomador, incansable y viajero. Miró era tímido, sedentario y muy pulcro. Pero coincidían en que ambos compartían un sentido trágico de la vida. A los dos les gustaba boxear y hasta Miró hizo de sparring de Hemingway.
Y otro personaje con el que Ernest Hemingway tuvo muchos paralelismos fue el dramaturgo Tennessee Williams. Ambos, norteamericanos, fueron incansables viajeros, interesados en otras culturas y ambos escogieron a Key West o Cayo Hueso como lugar de residencia.
Key West representó para ellos un lugar donde estar tranquilos y relajados, gracias a su clima tropical y sus playas caribeñas muy similares a las de Cuba, y fue también una inspiración. No en vano, Hemingway escribió su única novela escrita en Estados Unidos, “To Have and Have Not (Tener y no tener)”, en una preciosa casita de estilo colonial español en el Cayo, la cual tuve el gusto de conocer, al igual que la plaga de gatos que por allí hay y algunos de ellos tienen un dedo extra en sus patas, tal y como Snowball, el felino que Hemingway recogió en los muelles de la isla y del que, se dice, descienden todos cuantos actualmente viven en la ciudad.
Hemingway y Williams, examinar en obras paralelas la hipermasculinidad, el primero con The Sun Also Rises (Fiesta) y el segundo con Cat on a Hot Tin Roof (La gata sobre el tejado de zinc caliente) de las cual se hicieron dos impresionantes películas., sobre todo la segunda.
Para Tennessee Williams un hombre bebe por dos razones o está muerto de miedo por algo o no puede afrontar la verdad de algo”. estos eran los sentimientos que en su caso debía acallar con ingestas de: dos whiskys en el bar, tres bebidas por la mañana, un daiquiri en el Dirty Dicks’s, tres vasos de vino para comer y tres para cenar. Hemingway llegaba a cantar alabanzas del alcohol, que había tomado desde los 15 años y era una de las cosas que le habían “proporcionado más placer” en la vida”. Respecto al lado profesional del asunto, decía: “Cuando trabajas duro todo el día con la cabeza y sabes que tienes que trabajar de nuevo al día siguiente, ¿qué otra cosa sino el whisky puede cambiar tus ideas y hacer que se muevan en un plano diferente?”.
Pero Hemingway también fue un gran tomador del ron, bebida que siempre ha sido tenido connotaciones románticas. El consumo de ron se ha ligado a piratas, corsarios, a toscos marineros, e incluso, a íconos como Hemingway, que también sabía que más que de otro sitio, ese romanticismo venía, precisamente, del efecto que había producido en él Cuba, esa isla paradisiaca de la que se enamoró y siempre ha sido asociada al tabaco, al ron, a la música y a las mujeres bonitas.
Curiosidades relacionadas con Hemingway.
Era excesivamente quisquilloso a la hora de escribir, al extremo de que rehízo nada menos que 17 veces el comienzo de la que está considerada la primera obra de importancia del autor titulada “The Sun Also Rises”, llamada “Fiesta” en español.
Era un lector incansable y una buena parte de los casi diez mil libros de la biblioteca de Finca Vigía, tienen anotaciones manuscritas, apuntes e ideas para títulos o contenidos de obras.
Entre sus manías curiosas, tenía la de guardar todas las entradas de las corridas de toros a las que asistió y todos los pasajes, ya fuera de avión, tren o autobús, de los incontables viajes que hizo por el mundo.
Hemingway llegaba a beberse 16 daiquiris de una sentada, un récord sólo superado por los 18 whiskys que al parecer llevaron a la tumba a Dylan Thomas y recuerden que de los ocho premios Nobel de Literatura (masculinos) que ha tenido Estados Unidos, cinco eran alcohólicos como John Cheever, Scott Fitzgerald, Raymond Carver, Tennessee Williams y John Berryman, y por supuesto Hemingway.
El gran poeta John Berryman compartió otro hecho trágico con Hemingway. Los padres de ambos se suicidaron de un tiro y ellos mismos acabaron siguiendo su ejemplo, si bien el poeta no se valió de una escopeta sino que se tiró de un puente en Minneapolis.
Es impresionante las notas y la serie de fotos del pescador cubano que fue el modelo del héroe de “El viejo y el mar”, y lo que dice de él Hemingway a sus amigos en las cartas que escribía a la vez que recreaba, corrigiendo incansablemente, la odisea del viejo pescador luchando a palos contra los tiburones que le arrebatan el enorme pez espada que ha conseguido pescar. Esa imagen del hombre que no se rinde, la recreó Hemingway escribiendo y reescribiendo la historia quién sabe cuántas veces.
A Hemingway le gustaba mucho España, creo que por eso también le gustaba mucho Cuba, y allí se le pegaron algunas costumbres, como el decir “malas palabras”. A veces se creía que estaba en la Guerra Civil, decía una “mala palabra” o gritaba, y después se arrepentía.
Hemingway era una persona muy sencilla, hablaba con todos y los trataba con afecto y con paciencia. Pero, como es natural, cuando estaba escribiendo no le gustaba que nadie lo molestara. Muchas personas entraban a la finca cuando querían porque las puertas nunca tuvieron llaves ni estuvieron cerradas, para pedirle favores o por alguna necesidad, y no se percataron de que su visita coincidía con la hora en que escribía, que era entre las siete de la mañana y las doce y media del día. Algunos que no respetaron eso, dijeron que era una persona grosera, pero no era así, los groseros e ignorantes eran ellos.
Hemingway escribía de pie, en un atril, como Víctor Hugo, pero lo hacía con lápiz y en unos cuadernos rayados de escolar, con una caligrafía tan difícil que hasta en la pantalla que aumenta varias veces su tamaño resulta muy imposible descifrarlo, o con la máquina de escribir.
Era muy disciplinado para escribir. Se levantaba a las seis de la mañana y hacía ejercicios; hacía religiosamente 50 abdominales y otros ejercicios y después se pesaba y hacía anotaciones en las paredes con respecto a su peso. La última anotación es de un día antes de partir de Cuba para no regresar nunca más: el 24 de julio de 1960, cuando pesó 190 libras.
Usaba un sacapuntas de mano que está en la biblioteca para los lápices con que iba a escribir. Todos los días preparaba cinco o seis lápices para las descripciones, porque para las narraciones usaba la máquina de escribir.
El proceso creativo de Hemingway tenía sus normas, claro que podía escribir en cualquier lugar y bajo cualquier circunstancia, pero los visitantes y el teléfono lo sacaban de paso. Es por ello que escribía a mano todas sus ideas antes de hacerlo en la máquina de escribir. Su mesa, su cama, cualquier lugar disponible, siempre estaba llena de cuadernos, libros, hojas sueltas con apuntes y todo lo que le sirviera para el tema en que trabajaba.
Además, igual que registraba su peso, llevaba un registro de avances en lo que estuviera escribiendo, lo que hacía para no detener el trabajo. Anotaba cuántas palabras escribía en el día y las valoraba como jornadas más o menos creativas o productivas y saber las causas de una cosa o la otra.
A Hemingway le gustaba estar de pie mientras utilizaba su máquina de escribir. Para él, las ideas fluían mejor si trabajaba de esta manera, de pie frente a una máquina. Poseía distintas máquinas de escribir: Corona No. 3, Corona No. 4, Underwood Noiseless Portable, Royal Portable y Halda Portable.
Se dice que un episodio romántico de Ernest Hemingway en La Habana fue una mulata llamada Leopoldina, fina, elegante, con un sonrisa deslumbrante y con toda la gracia y la picardía de la cubana y con la que el escritor mantuvo un amor clandestino por muchos años.
En “Islas en la corriente”, Hemingway traza esta descripción de Liliana, llamada la Honesta, que no era más que Leopoldina:
“Tenía una hermosa sonrisa, unos ojos oscuros maravillosos y espléndido pelo negro (…) Tenía un cutis terso, como un marfil color olivo, si tal marfil existiera, con un ligero matiz rosado…”
Liliana era en realidad una prostituta que frecuentaba el bar-restaurante Floridita, de La Habana. Leopoldina murió de cáncer, en 1951. Hemingway corrió con los gastos del sepelio. Y fue el único hombre que la acompañó hasta la tumba. Ese día, en el Floridita, bebió más de lo habitual.
Premio Nobel y medalla para Cachita
Al ganar en 1954 el Nobel de Literatura con “El viejo y el mar”, escrita en Finca Vigía, Hemingway se declaró un cubano más y decidió entregar la medalla del galardón al santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre, que es la Patrona de Cuba y de los pescadores.
Hemingway había escogido a Cuba como su único hogar. Amó profundamente al país y a su gente. En la Isla caribeña encontró un lugar donde podía trabajar, donde podía escribir con facilidad.
Para 1942, Ernest Hemingway había decidido (según sus propias palabras) renunciar al “negocio” de la escritura y no escribió nada durante cuatro años. En 1946, luego de su matrimonio con Mary y la pérdida de su hijo a los cinco meses de embarazo, cayó en una depresión profunda. Fue una década devastadora en su vida, sus amigos escritores morían uno detrás de otro: en 1940 murió Scott Fitzgerald; en 1941 fallecieron Sherwood Anderson y James Joyce; en 1946 se fue su amiga Gertrude Stein; y en 1947 Max Perkins, quien fue durante largo tiempo su editor y amigo. Empezó a sufrir fuertes dolores de cabeza, presión arterial alta, problemas de sobrepeso y se le diagnosticó diabetes como resultado de muchos años de consumo excesivo de alcohol. Sin embargo, en enero de 1946 comenzó a escribir nuevamente, al despojarse de sus miedos, dolores y demonios con la escritura. Su catarsis no perseguía sueño alguno, peor aún un premio o reconocimiento. Sólo era un audaz periodista que no podía dejar de escribir.
En 1954, cuando le comunicaron que iba a ser galardonado con el Premio Nobel de Literatura, declaró a la prensa que Carl Sandburg, Isak Dinesen y Bernard Berenson eran mucho más dignos de semejante honor, pero que él con mucho gusto recibiría el dinero del premio. No asistió a la cena de premiación en Estocolmo, pero escribió una nota para que la leyera el embajador de los Estados Unidos en su nombre. Por su impactante contenido, debemos reproducirlo íntegramente:
“Carente de toda habilidad para pronunciar discursos y sin ningún dominio de la oratoria o la retórica, agradezco a los administradores de la generosidad de Alfred Nobel por este premio.
Ningún escritor que conozca a los grandes escritores que no recibieron este premio, puede aceptarlo sin humildad. No es necesario hacer una lista de estos escritores. Todos los aquí presentes pueden hacer su propia lista de acuerdo a su conocimiento y conciencia.
Me resulta imposible pedir al embajador de mi país que lea un discurso en el cual un escritor diga todas las cosas que están en su corazón. Las cosas que un hombre escribe pueden no ser inmediatamente captadas, y en esto algunas veces es afortunado; pero eventualmente se vuelven claras, y por estas y por el grado de alquimia que posea, perdurará o será olvidado.
Escribir al mejor nivel, conlleva una vida solitaria. Las organizaciones para premiar escritores mitigan la soledad del escritor, pero dudo que mejoren su escritura. Crece en estatura pública a medida que se despoja de su soledad y a menudo su trabajo se deteriora debido a que realiza su trabajo en soledad, y si es un escritor suficientemente bueno, cada día deberá enfrentarse a la eternidad o a su ausencia.
Cada libro, para un escritor auténtico, es un nuevo comienzo donde intenta cada vez alcanzar algo que está más allá de su alcance. Siempre intenta lograr algo que nunca ha sido hecho o que otros han intentado y han fracasado. Entonces algunas veces, con gran suerte, tiene éxito.
Cuán fácil resultaría escribir literatura si tan sólo fuera necesario escribir de otra manera lo que ya ha sido bien escrito. Debido a que hemos tenido tantos buenos escritores en el pasado es que un escritor se ve forzado a ir más allá de sus límites, allá donde nadie puede ayudarlo.
Como escritor, he hablado demasiado. Un escritor debe escribir lo que tiene que decir y no decirlo. Nuevamente les agradezco”.
Ganó el Premio Pulitzer por su novela El viejo y el mar y luego obtuvo el Premio Nobel de Literatura por su obra completa como autor de diez novelas, 12 libros de cuentos, relatos excelentes y periodista excepcional.
Es increíble conocer que el comité del Nobel no mostró un entusiasmo unánime por Hemingway; hubo incluso un intento de rebelión, y algunos plantearon declarar desierto el premio. Por supuesto que eran otros tiempos, con profunda influencia política en las decisiones, donde la evaluación crítica se difundía lentamente y los académicos no asumían los elementos biográficos de sus libros; fallaba la comprensión del personaje y del autor. Pero la popularidad de “El viejo y el mar” era indiscutible, como toda la obras de Hemingway, al margen de que los informes de sus paladines no mencionan obras más grandiosas como “Fiesta” o “Por quien doblan las campanas”.
Para Hemingway, que no aguantaba el suspenso de la academia sueca, tampoco hizo campaña a su favor ni buscó quien lo respaldara, es más, no sentía mucha admiración por otros ganadores estadounidenses. Su falta de voluntad e interés se manifestaron en que no se prestó para el show y no fue a Estocolmo a recoger el premio.
Ante esta anécdota no queda menos que asombrarse que ahora le den el Nobel de Literatura a Bob Dylan, que apenas ha escrito dos libros que nadie conoce y la letra de sus canciones son el reflejo de reciclajes folclóricos y de apropiación de creaciones ajenas, por lo que todavía me pregunto cual es el sentido de darle el premio. Quizás si se lo hubieran otorgado a Joan Manuel Serrat, a Alberto Cortés o a Silvio Rodríguez, auténticos poetas aparte de músicos, estaría conforme. No creo que no existan decenas de escritores con una obra que merezcan este reconocimiento.
Homenaje a Hemingway en la cerveceria Hatuey La Habana 13 de agosto de 1956
La Medalla del Premio Nobel y Cachita.
El mayor reconocimiento que se otorga a los escritores en el mundo, el Premio Nobel de Literatura, se le concedió a Ernest Hemingway en octubre de 1954. Según declaraciones del propio novelista en una entrevista en español que aparece en la multimedia Finca Vigía, el hogar de Hemingway en Cuba, al ganar el Nobel: “He experimentado una sensación de alegría; estoy muy feliz de ser el primer “cubano sato” en ganar este premio”.
En un homenaje que se le dió a Hemingway honrándolo por su Premio Nobel, que sentíamos también era un premio para Cuba, el escritor, en la celebración en su honor en la Cervecería Modelo de El Cotorro, pidió que su presea fuera colocada en el santuario de El Cobre, brindándosela a la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba y de los pescadores, no porque tuviera fervor religioso, sino porque sabía que la Virgen es una invocación que une a los cubanos como ninguna otra cosa parece ser capaz de hacerlo. A diferencia de otras naciones, en Cuba se le rinde culto masivo a una sola virgen: la de la Caridad de Cobre.
El 13 de agosto de 1956, cuando expresó que su medalla de Premio Nobel reposara en el Santuario de la Caridad del Cobre, conquistó el corazón de todos los cubanos, incluyendo aquellos que no lo conocían.
En una ocasión la medalla fue robada, y por suerte rápidamente recuperada, por lo que no se exhibe, sino que se guarda celosamente en el Arzobispado de Santiago de Cuba. Desde entonces la medalla sólo se muestra el día 8 de septiembre de cada año durante las festividades por la Virgen de la Caridad del Cobre en su santuario, fecha que se celebra en nuestro país desde 1916.
De forma excepcional, en septiembre de 2014 dicha institución religiosa autorizó el traslado momentáneo de la medalla hasta Finca Vigía, la casa de Hemingway en Cuba y hoy museo, para mostrarla a los nietos del célebre escritor durante una visita que realizaron a la instalación.
Ese día ha sido una de las pocas veces que se juntan la medalla y el pergamino o diploma correspondientes a la distinción Nobel.
Ernest Hemingway, Elpidia y René Villarrealen marzo de 1957
El hijo negro cubano de Hemingway.
Al llegar a Finca Vigía, como narramos, Hemingway compartió su vida con los niños del barrio. Pero entre ellos hay uno que entró en la vida del escritor y nunca salió de ella.
René Villarreal jugaba pelota en los alrededores de la finca cuando Hemingway estaba en trámites de comprar un lugar donde vivir. Preguntó por qué no jugaban dentro de la finca y le dijeron que el dueño no lo permitía, al igual que acercarse a las matas de mango o de otras frutas. Papa respondió que iba a comprar la finca y que podrían jugar dentro de ella y comer las frutas, como realmente ocurrió.
Ante una tragedia familiar de René, le ofreció trabajo en la finca para que pudiera ayudar al sustento de la familia, siempre que no dejara los estudios. René además ya tenía acceso a la finca pues los niños de la vecindad alegraban la vida del escritor y pudieron tener un terreno de pelota y hasta hacer un equipo para jugarla.
El infortunio acercó para siempre a René al escritor. Realizaba tareas menores, como hacer los mandados, daba de comer a los gatos y perros y tiempo después cuando creció, se convirtió en el administrador de Finca Vigía, y con los años se convirtió en el hombre de confianza de Papa.
Esta relación casi de padre a hijo duró 17 años, y quedó para la posteridad en su libro “El hijo cubano de Hemingway”, donde René cuenta toda su vida al lado del escritor al que, con el paso de los años, llegó a considerar su padre blanco.
Muchas de las curiosidades de Hemingway son sacadas de este libro, donde se retrata al hombre cándido y generoso que fue el Premio Nobel.
Era tal la confianza entre ambos, que el escritor le envió una carta días antes de suicidarse en la que le confesó: “René, mi querido hijo cubano, a Papa se le está acabando la gasolina. Ya no tengo ánimos para leer, que era lo que más me fascina, los médicos me han puesto una dieta y he bajado mucho de peso”.
René Villarreal siguió siendo el administrador de los bienes de Ernest Hemingway hasta que, en 1972, la viuda del novelista, Mary Welsh, decide llevárselo con ella, primero a España y luego a Estados Unidos, donde vivió hasta el último día de su vida.
Por suerte entre las cosas inteligentes que hizo la revolución estuvo el designar a René administrador del Museo Hemingway.
Entre los recuerdos de René, que se agitan entre libros, trofeos de caza, cuadros, cabezas de ciervos, discos de vinilo y botellas de licor hay una serie de reflexiones valiosas: “Me enseñó a no tener miedo, a no dejarme sorprender, y a tener cerca los rifles de cacería sin usarlos, sólo en caso de vida o muerte”. “Sus empleados éramos su familia cubana”, dice René.
Sin duda que René, al lado de Papa Hemingway aprendió mucho: a respetar, a querer, a amar. Ambos amábamos todo lo que tuviera vida, porque:“Él fue un hombre muy bueno, quería mucho a la gente del pueblo y la gente del pueblo lo quería mucho a él. Fue para mí sobre todo un ejemplo.”
Había gente que no sabía respetar la privacidad y los horarios de trabajo o descanso. Por eso él se ponía furioso si lo molestaban en los momentos que le eran sagrados. Y hablaba fuerte, entonces la gente lo juzgaba mal. Cuenta que a la finca iban muchos picadores, que en Cuba es alguien que te pide dinero prestado y no te lo paga o fuma pidiendo cigarros a otros pero nunca compra, gente que venía a pedirle favores o dinero, y como él les daba siempre algo, regresaban con otro cuento distinto. Una vez llegó uno con el mismo cuento de la vez anterior y Papa le dió dinero , pero le dijo que no lo hacía por lo que le había contado, sino por ser un buen actor.
Es decir, que si se ponía bravo era por una razón, pero era una persona que tenía buen sentido del humor.
Una anécdota interesante de René es la siguiente: “Yo no hablaba mucho, no le hacía preguntas, pero él sí me hablaba, él mismo me decía las cosas. Por ejemplo, mientras yo limpiaba una de las cabezas de antílope que están aún en la sala de la finca, él me contaba cómo la obtuvo, lo que para él representaba tenerla consigo o me hablaba de las características de su especie. Un día le pregunté por curiosidad: Papa y a este antílope tan chiquito, ¿por qué lo mataste, por los cuernos? y me dijo, No, porque es una de las mejores carnes y en el safari yo tenía que asegurar que todos nos alimentáramos.”
Sin duda René fue testigo de que Cuba lo conquistó desde el primer día en que llegó, para él, Cuba era un país bello y lo la amaba, podía estar meses fuera, pero cuando regresaba su lápiz corría solo.
El suicidio.
Un escopetazo en su cabeza dejó huérfanos a millones de personas, a la finca La Vigía, al yate El Pilar y su patrón Gregorio, a sus amigos escritores, actores y toreros, a la Bodeguita del Medio y al Floridita, a su familia incluyendo su hijo negro y sobre todo a sus incontables lectores y admiradores en todo el mundo.
La diabetes, la que trataba de controlar diariamente con ejercicios y con las anotaciones en la pared del baño contribuyó al final de su vida.
Pescar agujas en la corriente del golfo acompañado de Gregorio Fuentes, y beber sin límites eran síntomas de su soledad ante una sociedad que ya no lo emocionaba como cuando estaba en plenitud de facultades. El médico había ordenado, no aconsejado, como cuestión de vida o muerte dejar de beber alcohol, porque ni eso solamente agravaba su diabetes y sus depresiones.
Ernest Hemingway había perdido el deseo de vivir y murió como vivió: intensamente. Dejó sus espejuelos graduados en su mesa de trabajo en la finca La Vigía para no tener que volver a escribir.
En el pequeño pueblito de San Miguel del Padrón, ya no aparecería más el Premio Nobel de Literatura, descalzo, en pantalón corto cuando no se usaban, rodeado de perros, gatos y manuscritos. Aunque siempre tuvo perros y sus tumbas están en Finca Vigía, le gustaban mucho los gatos, al extremo de que en “Por quién doblan las campanas”, escribe con admiración por ellos: “Ningún animal tiene más libertad que el gato…el gato es el mejor anarquista”.
Hemingway dejó en Finca Vigía infinidad de manuscritos, dos mil de los cuales aún conserva el gobierno cubano. Dichos manuscritos se han estudiado durante décadas; según el diario El País, de España, el Nobel “prefería escribir de pie con zapatillas de andar por casa, primero a mano y luego a máquina, en su luminoso cuarto”.
En 1960 Hemingway salió de Cuba para volver a Estados Unidos. A pesar de su delicado estado de salud, que incluyó afecciones en el hígado y corazón, y diabetes, la revista Life lo contrató para escribir notas sobre corridas de toros en España.
Pero ya no había inspiración, el 2 de julio de 1961, preso de una depresión Hemingway se disparó en la cabeza con una escopeta.
¿Por qué un hombre como Ernest Hemingway que durante más de cuatro décadas tuvo la fama de duro y temerario decidió acabar con su vida con un disparo que se escuchó en todo el mundo?
Gabriel García Márquez escribió alguna vez una columna para una revista mexicana donde sostenía que “… Hemingway no parecía pertenecer a la raza de los hombres que se suicidan. En sus cuentos y novelas, el suicidio era una cobardía, y sus personajes eran heroicos solamente en función de su temeridad y su valor físico”. “De todos modos, el enigma de su muerte es puramente circunstancial, porque esta vez las cosas ocurrieron al derecho: el escritor murió como el más corriente de sus personajes, y principalmente para su propios personajes…”.
Creo que lo que más se acerca a la verdad fue lo que el hijo menor del escritor, señaló respecto al suicidio de Hemingway: “Creo que fue por tres razones: porque el deterioro de su salud no le permitía escribir, porque no aceptaba la decadencia del cuerpo y porque la revolución lo obligó a abandonar Cuba. Pensar que no podía volver le causó una gran depresión. Además varios miembros de su familia lo habían hecho”.
Colofón
Si nos vamos por el sentido del colofón, lo que, supone la conclusión o el cierre de algo, entonces no es un colofón, sino una conclusión, pero nada parecido a un fin, porque la historia de los hombres grandes no tiene fin y mucho menos colofón. Yo siempre recuerdo la cita de García Márquez al que le habían cuestionado que sus historias muchas veces no tenían un colofón o un fin, a lo que el Nobel respondió algo así como: si llevo todas mis historias hasta el final, las tengo que escribir hasta la muerte de los personajes.
Eso puede ser cierto en una novela, pero en este caso, como en el de Gabo, nada se acaba porque hayan muerto, su legado sigue vivo.
Leí mucho a Hemingway en mi juventud y fue uno de los primeros autores que pude leer en inglés, cuando todavía comenzaba a aprender esa lengua.
Hasta que volví a releer “El viejo y el mar”, y quedé convencido de que era una obra maestra absoluta, una de las parábolas literarias que refleja lo complejo de la condición humana. Esta historia amor y de venganza, de odio y locura, de vida y de muerte, pero sobre todo de la voluntad humana, como “Moby Dick”, “Los Miserables” o “Cumbres borrascosas”, es una de las obras más notables de Hemingway, que escrita con un lenguaje de gran fuerza y sencillez, retoma, en un estilo único, el clásico tema del valor ante a la derrota, del triunfo personal sobrepuesto a la pérdida.
En verdad, Hemingway fue siempre un hombre angustiado, con frecuentes períodos de depresión, la que trataba de alejar con borracheras, las que sólo servían para hundirlo más en esa melancolía en la que lo rondaba el estigma heredado del suicidio.
Por suerte en Cuba ses publicaron muchas de sus obras, y en 1963, Correos de Cuba pone en circulación dos sellos en honor al escritor Ernest Hemingway, dedicados a sus libros más conocidos: “El viejo y el mar”, de 3 centavos, y “Por quién doblan las campanas”, de 9 centavos.
Hemingway no tuvo mucha suerte con el cine, ninguna diría yo. Hemingway nunca vió sus obras reflejadas en las películas basadas en ellas, todas se consideraron pésimas adaptaciones. Las Nieves del Kilimanjaro, Por quién doblan las campanas, Adiós a las armas, fueron un desastre, solamente se salva un poco de esta calificación Los Asesinos con Ava Gardner y Burt Lancaster y Tener o no tener con Humphrey Bogart y Lauren Bacall, por sus actuaciones pero al resumen es malo. Y la peor, contrastando con uno de sus mejores libros, y los esfuerzos que realizó interviniendo en su producción, El viejo y el Mar.
Cabrera Infante, que comenzó su carrera como crítico de cine, de lo cual es un gran conocedor, dijo: “El viejo y el mar (Warner), es fundamentalmente, un error. El cronista no puede olvidar que se ha intentado hacer arte y que un esfuerzo enorme se ha malgastado en una de las intenciones más nobles que haya tenido ningún productor de Hollywood en los últimos diez años. Pero el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones…y aparentemente el de Hollywood también. Esa es la razón de que donde debía haber la peor señal que puede hacer Cine, el pulgar hacia abajo: ningún punto, peor que mediocre, hay un asterisco para hacer la salvedad; El viejo y el mar no es una mala película: simplemente no es una película.
El primer error, y el que condujo a la vía de todos los errores es haber hecho el film. El viejo y el mar, el libro, es una obra maestra y sin duda quedará entre los clásicos de la literatura americana
Papa sigue ahí, como siempre, el El Floridita.
Por suerte en ese momento ya me había leído casi todas sus obras. Otros sólo sabían que era un americano borracho que se pasaba la vida en el Floridita y otros más despistados aún, solo conocen de Hemingway el nombre de la Marina, antes llamada Barlovento y que está antes de la Playa de Jaimanitas y donde se celebra el Torneo Internacional de Pesca Ernest Hemingway cada año en el mes de mayo .
Pero al margen de los ignorantes, fue uno de los grandes escritores de su tiempo, sin duda, y diría yo, de todos los tiempos.
Su habitación del Hotel Ambos Mundos, por suerte ha quedado detenida en 1939. Ahí se exhibe a los visitantes su máquina de escribir con una hoja de papel, sus anteojos (no se si son los que dejó en Finca Vigía) y un lápiz; del armario cuelgan un chaleco de safari y otro de torero, en su cama unos libros y revistas. Su butaca favorita en el legendario bar Floridita y su silla con vista al mar en La Terraza de la playa de Cojímar, a lo que se añade la Finca Vigía con su biblioteca y el Yate El Pilar, recuerdan su vida en Cuba, esa “isla larga, hermosa y desdichada”, como la describió en “Las verdes colinas de África”. Hemingway se metió “dentro del alma de Cuba mucho más de lo que suponían los cubanos de su tiempo”.
Con Gregorio, el patrón de El Pilar.
No hace mucho, me dí cuenta que Ernest Hemingway había vuelto a Cuba, su hogar durante casi tres décadas. Contando con un carisma especial para las palabras, las fiestas y la bebida, uno de los escritores norteamericanos que con más fuerza ha marcado la literatura mundial y a generaciones enteras de escritores y periodistas, vuelve a Cuba, esta vez con la película “Papa”, que milagrosamente pudo rodarse en Cuba y que pude disfrutar. Esta, que no se basa en ninguna de sus obras, sino que da pinceladas de su vida en Cuba, es al menos un filme aceptable.
Hemingway fue un norteamericano con mucho apego a su tierra natal, pero que se sintió definitivamente cubano
El historiador, crítico social y ensayista escocés Thomas Carlyle dijo cosas muy interesantes, y algunas de ellas se le puede aplicar a Hemingway al pie de la letra: “Puede ser un héroe lo mismo el que triunfa que el que sucumbe, pero jamás el que abandona el combate”, al igual que el siguiente razonamiento: “El hombre ha nacido para luchar, y es como se le define mejor diciendo que es un guerrero nato y que su vida desde el principio al fin no es sino una batalla.”
Carlyle concluía que la historia que la suma de las biografías de unos cuantos personajes y que las personalidades marcan la historia. Sin duda Hemingway es uno de ellos.
Y mucha menos duda hay, es de que la mejor novela de Hemingway fue su propia vida. Una vida impresionante. Yan implresionante que me atrevo a calificar a Papa como, con perdón de la palabra, un perfecto “cojonudo”.
1 Comentario
MenendezJorge
March 30, 2018 at 9:14 pmExcelente, creo que su vidafue tambien una obra maestra.