De cómo me olvidé del olor de los libros
“El saco de la sabiduría humana se había roto y se desgranaba en la noche de Temuco. No dormía ni comía leyendo… Para mí los libros fueron como la misma selva en que me perdía…”
Pablo Neruda.
Todos nos hemos sentido atraídos por el olor de los libros en alguna ocasión. Y es que los libros en papel desprenden un aroma muy característico y que les identifican plenamente. Eso sí, el olor de los libros ha evolucionado. No huele igual un libro antiguo que un libro nuevo… y eso es debido a los componentes químicos que hay en ellos.
He leído interesantes explicaciones como esta: “los libros antiguos tienen un olor dulce con notas de vainilla, flores y almendras causado por la degradación de los compuestos que componen el papel, mientras que los libros nuevos su olor no suele considerarse tan especial y diferente a los otros, pero si tiene algunas características que se dan por la composición de los materiales usados como el papel, la tinta y el pegamento.”
Existen ciertas características que seducen a las personas y hacen que éstas se decidan por la lectura de libros en papel (entre otras cosas) frente a los libros electrónicos. Algunas de esas características tienen que ver con los sentidos: la vista (;les gusta ver el libro como objeto, en particular su portada, el tacto (les gusta tocar y sentir el libro) y, como no, el olfato (les atrae el olor que desprenden los libros).
Estoy seguro que desde niños hemos disfrutado pasando las páginas de un libro recién comprado y respirando el aroma fresco de papel nuevo y tinta recién impresa. Y eso que no hemos acometido lo más importante, su lectura.
Volviendo al olor de los libros antiguos, diremos que es un olor embriagante y que se destaca cuando estamos en las bibliotecas y en las librerías de segunda mano. En particular yo disfrutaba mucho en las librerías de venta de libros de uso en Cuba y en México, donde fui particularmente impactado por la interminable cantidad de títulos y ediciones
La descomposición química de compuestos dentro del papel es la consecuencia del “olor a libro viejo”, donde sobre todo la celulosa y la lignina, entre otras sustancias químicas, son las responsables del color amarillento y de su olor.
Esta descomposición química se llama “hidrólisis ácida”, y produce una amplia gama de compuestos orgánicos volátiles, que contribuyen al olor de los libros antiguos.
Sin yo saberlo, desde una cuadra antes de llegar a mi librería de venta de libros, discos y revistas de uso, a la que me he referido en otros artículos, La Biblioteca, ya me atraía el olor de los libros viejos.
Pero antes de eso, en momentos en que el olor todavía no representaba nada para mí, sino cuando me di cuenta de lo que representaba la lectura, se me quedó grabada una frase de Josep Conrad, “El autor sólo escribe la mitad del libro. De la otra mitad debe ocuparse el lector”, lo cual es cierto, la literatura nos despierta toda la fantasía que tenemos en nuestra mente y representamos, según nuestros gustos y modelos, lo que el autor quiso decir en su obra y eso no tiene nada que ver con el hecho de que el libro sea nuevo o viejo. Y pronto iba a recibir una lección muy esclarecedora sobre el tema.
En una de mis tantas visitas a La Biblioteca, me encontré un libro de Ray Bradbury que no conocía: El Placer de Quemar, algo así como una reflexión acerca de su famosa obra Fahrenheit 451, donde los bomberos, en lugar de apagar los fuegos, se dedican a incendiar libros. Una persona se me acercó y me hizo un comentario sobre lo que quiso decir Bradbury con el libro que tenía en la mano y era que “No hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe…
Esa persona no era otra sino el dueño de La Biblioteca, el lugar que tantas veces he nombrado y en el que me sentía tan a gusto entre miles y miles de libros de uso, discos y revistas, por lo que al reconocerme con un asiduo al lugar y un amigo de los libros me pidió que le dejara contarme una historia, que era algo así como la que narro:
“Había una vez (como deben empezar todos los cuentos) un ladrón que se dedicaba a robar exclusivamente libros viejos. No solo no le daban importancia a su robo, sino que algunos se alegraron y le agradecieron que lo hiciera, porque, al menos en esos tiempos, a la gente le costaba mucho botar las cosas que ya no usaba aunque estuvieran viejas. Y no se acostumbraba a donar nada, era una práctica que no existía, salvo para las grandes fortunas que ya no sabían qué hacer con tantas cosas y que además les servía para enaltecer su ego, y no como ahora, también para evadir el pago de impuestos.
Pasaron los años y el ladrón de libros viejos ya tenía una acumulación gigantesca de libros y como lo que se robaba no le daban importancia, nadie sabía quién era el ladrón, pero además como nunca le habían dicho nada, pensó que lo que hacía no era nada malo, por lo que se le despertó un apetito aún mayor, ahora por los libros que fueran todavía más viejos, como los que había en los museos, las bibliotecas, los conventos, las universidades y las iglesias.
Algunos de esos libros eran antiquísimos y muy valiosos, algunos ejemplares únicos que podían alcanzar un valor muy alto, pero a eso él no le daba importancia, para él eran solamente libros viejos como los que había estado robando durante mucho tiempo y a ellos les daba el mismo valor que el resto que había coleccionado.
A causa del valor de esos libros, reforzaron la vigilancia, pusieron alarmas y finalmente lo capturaron. De su gran colección solo se llevaron los libros que pertenecían a museos y bibliotecas, a pesar de que todos los tenía bien ordenados y protegidos, por lo que le preguntó a los policías por qué no se llevaban los otros, que eran muchísimos más.
Porque son libros viejos que no sirven para nada, fue la respuesta.
El ladrón fue a cumplir su condena, lo que le sirvió para reflexionar de que todos los libros, por viejos que sean, pueden servir para algo o para alguien y que no se deben despreciar porque están viejos y usados. Su verdadero valor sólo se sabe cuando son leídos.
Al salir en libertad, el ladrón puso un establecimiento donde anunciaba la venta de “Libros usados y otros tesoros” y fue todo un éxito. Fue así que la gente llevaba allí sus libros viejos, ya leídos pero que podían serles útiles y agradables a otros que no los hubieran leído.
Cuando el ladrón cumplió la condena que le impuso el juez montó un puesto al que llamó “Libros usados y otros tesoros”. Muchos llevaban allí sus libros viejos para darles otra oportunidad a esas páginas que ya no les resultaban útiles a sus dueños, pero que podían ser muy útiles en unas nuevas manos.
Todavía no sé por qué el dueño de La Biblioteca me hizo ese cuento porque él sabía que yo era de los que sabía perfectamente el valor de los libros, que por estar usados, haber sido leídos por otras personas o simplemente por ser viejos, no dejaban de tener tanto valor de uso como valor de cambio. Pero sin duda la moraleja puede y debe ser dada a conocer a otros que piensan que lo viejo, por ser viejo, hay que desecharlo.
Probablemente eso pensó un amigo que en México me regaló la enciclopedia completa de El Tesoro de la Juventud, una edición de los años setenta al cual él seguramente ya no le hallaba valor, y en la que sin embargo descubrí cosas nuevas y redescubrí otras viejas.
Y probablemente fue a partir de ese momento que vine a darme cuenta del olor de los libros viejos, que desde los tiempos de La Biblioteca me impactó y todavía seguía atrayéndome.
Las disyuntivas de la lectura.
Miguel Hernández, ese poeta gigante, nos dejó “El Niño Yuntero”, una pincelada de su autobiografía, que de alguna manera le recordaba que su padre le pegaba cada vez que lo veía leyendo por la noche, porque para él los libros eran sinónimo de pérdida de tiempo y lo único importante era que su hijo pastoreara el ganado, pero así y todo el pequeño Miguel se atrevía a encender un candil en su habitación cuando todos dormían porque para él la literatura era la vida misma.
En la escuela se incentivaba la lectura, pero no todos podían ir a la escuela y no todos tenían acceso a libros, por lo que el ejemplo de Miguel Hernández nos muestra que la lectura no es un acto mecánico sino absolutamente voluntario de las personas y que en la medida en que, desde la primera infancia, cada uno sea formado en lo que luego se convierta en hábito o preferencia, hasta llegar a ser una necesidad o una forma de vida, ello se traduce en seres humanos más completos tanto social como intelectualmente,
El acto de leer responde más al placer que a la necesidad, con independencia de que exista como algo imprescindible la lectura informativa para estudiar.
Y como todo a lo largo de la historia, el libro ha tenido sus momentos de transición, es conveniente comenzar con la que he vivido más recientemente en este sentido.
Mi transición.
Tuve acceso hace alrededor de doce años a mi primer lector de libros electrónicos. Al inicio era muy desconfiado con el dispositivo, sobre todo porque no tenía el olor de los libros. Como la tecnología era incipiente, el lector era pesado, lento y se calentaba, pero así y todo me fui dando cuenta de que ese era el futuro y que inevitablemente, igual que en ese momento, cuando ya existía un veloz procesador i7 y un disco duro de 3 Terabytes, la cosa había comenzado con un procesador de 8 bits y un disco duro de 5 Megabytes, el que era entonces del tamaño de un camión, y con los ebooks ocurriría exactamente lo mismo, y se impondrían modelos y tecnologías más avanzadas en todos los sentidos.
Pero cuando aquello, mis inicios con el libro digital, yo tenía mi biblioteca particular con miles de volúmenes, atesorados durante casi medio siglo, y que no podrían acompañarme a dondequiera que fuera por mucho que quisiera.
Por eso con todas las vueltas que hemos dado los cubanos hasta finalmente lograr irme de Cuba con mis hijos, fue obligatorio deshacerme de mis libros y los regalé; algunos le dieron valor a lo que para mi era muy valioso y otros los tiraron al cesto de la basura o los vendieron por centavos. Pero no importaba, lo que decían esos libros estaban ya para siempre conmigo y ahora con las posibilidades del libro digital podría recuperarlos y hacer que viajaran conmigo a cualquier parte. Esto último no ha sido posible cumplirlo totalmente, hay libros que ni con dinero se pueden conseguir en ediciones digitales como dos entrañables de Maurice Leblanc, ese autor que nos trajo al personaje de Arsenio Lupin, y cuyas obras “La Isla de los Treinta Sepulcros” y “Dorotea, la Volatinera”, no he podido encontrar, por referirme solo a un ejemplo.
Esa transición no fue fácil porque cuando ya había alcanzado un grado importante de convencimiento de las bondades del libro electrónico, en México me robaron el lector, que además contenía cientos, probablemente mucho más de mil, de mis obras preferidas. Fue así que, provisionalmente, al menos hasta que pudiera obtener otro ebook, retomé la búsqueda del olor de los libros viejos, en este caso en los llamados “Tianguis”, los mercados mexicanos donde se vende de todo y en los que me di cuenta de que ese país, uno de los punteros en cantidad y calidad de existencia de editoriales y gusto por la lectura en Latinoamérica, también había sido corroído por el virus de la ignorancia y un libro costaba menos que un kilo de nopales.
Allí conseguí muchísimas obras ya leídas y otras desconocidas para mí, y hasta me regalaron una colección de la Enciclopedia El Tesoro de la Juventud de los años setenta como narré. Quiere decir que el olor de los libros viejos me acompañó durante gran parte de los cinco años que viví en ese país.
Al llegar a Estados Unidos, vi que el ebook es el rey, a pesar de lo cual el sistema editorial de libros impresos sigue siendo muy fuerte y la venta de libros físicos también, pero los miles de libros que conservo en mi Kindle, un aparato que no cambio por ningún libro, satisfacen mi sed de lectura de forma que siempre tengo cientos de libros pendientes de lectura.
Pero desde hace tiempo, cada vez que me he ido de vacaciones a Fort Myers Beach, me he encontrado que hay una buena cantidad de tiendas de cosas usadas, las llamadas thrift store, que siempre tienen una importantísima carga de libros, muchos de ellos como nuevos. Me he resistido a no comprar alguno de ellos, pero hay autores que he seguido con atención y algunos de sus títulos o no han sido traducidos al espanol o simplemente no se consiguen en su versión digital sino a precios bastante altos, por lo que finalmente me rendí ante la evidencia y compré unos cuantos ejemplares.
Se que no es lo mismo cuando comienzo nuevamente a leer un libro físico con los obstáculos que ahora le encuentro a ese tema: necesito tener una luz prendida para leer, tengo que marcar por donde dejé la lectura, no puedo hacer uso inmediato de acotaciones del libro ni tomar notas para después revisar, sino hacerlas con un lápiz o bolígrafo en la página y es probable que me pese mucho más que el ebook o me moleste la solapa, pero siempre es bueno volver sobre lo andado. Pero, así y todo estoy disfrutando, como si leyera por primera vez en ese formato, “White Flame” de James Grady, el autor de “Six days of the Condor”.
Pero lo mejor de todo es que no tengo que hacer como un amigo, que me dice que se acostumbró también a leer en dispositivos electrónicos, pero que necesita, imprescindiblemente, prender una de las velas que imitan en olor de los libros viejos y que si no es así no puede concentrarse en la lectura.
Los inicios del libro
Fue en Mesopotamia, cuna de la primera civilización humana, donde Sumerios, Amoritas, Asirios y Caldeos poblaron las fértiles tierras entre los ríos Tigris y Eufrates, abandonaron el nomadismo y construyeron las primeras ciudades,
Crearon técnicas para la construcción y el represamiento de las aguas que hicieron que el hombre alcanzara cierto control sobre la naturaleza. Pero un asunto vital fue que fueron los Sumerios los que desarrollaron la primera escritura humana, la escritura cuneiforme en placas de arcilla, el primer paso hacia la evolución de la escritura y la aparición del libro.
En la historia del Libro el libro mesopotámico no solo fue el primero sino que tenía unas características muy destacadas. Se escribía por el frente y el reverso de la tablilla, al final había un colofón con el título de la obra, el propietario de la tableta, el autor y el escriba y se incluía la fecha y una maldición para quienes se apropiaran de ella, la destruyeran o copiaran, una versión de esos tiempos para el derecho de autor.
Las tablas de arcilla eran unidas por medio de anillos o correas y sus contenidos iban desde documentos, narración de victorias militares, textos literarios, textos para la enseñanza, fábulas y obras de astrología, medicina y matemáticas, destacándose entre ellos “El Código de Hammurabi”, que regulaba los derechos y deberes de las personas y el “Poema de Gilgamesh”, narración en verso sobre el legendario gobernante de Uruk, la ciudad de la antigua Babilonia..
El libro Sumerio se puede comparar con el momento en que Neil Armstrong pisó por primera vez la superficie lunar: un inmenso paso para la humanidad. Ambos representaron un antes y un después en el desarrollo de la sociedad.
Después vino el papiro con los Egipcios, que emplearon los rollos fabricados a partir de la médula de esa planta tan abundante en las orillas del Nilo y que se cortaba en tiras, prensaba, plegaba y secaba, obteniendo una hoja en la que se podía escribir con el tallo de una caña y que tras ser procesadas por el escriba se pegaban unos con otros obteniendo rollos de decenas de metros de largo. Y sorprendentemente la tinta empleada, roja y negra, contiene pigmentos y plomo, para que secara rápidamente y se impregnara en el papiro.
Más tarde en Grecia surge el pergamino, en esencia la piel del cordero y otros animales, debidamente tratada y que resultaba ser una superficie muy pulida, elástica y resistente, por lo que fue el mejor soporte de la escritura y que se siguió empleando durante varios siglos
Y siguiendo las pautas de los Sumerios, los libros, fueran de tablillas, papiros o pergaminos protegidos por una cubierta de madera, donde su versión más moderna fue la de pergaminos pegados como tapa y en su interior papiros o pergaminos escritas por ambas caras.
Mientras esto ocurría en la mayor parte del mundo, en la cerrada sociedad china se había inventado en el año 105 el papel y en el siglo VI la impresión con caracteres de madera (los chinos siempre inventando), una etapa decisiva en la historia del libro y la más importante en la de la imprenta: los tipos móviles.
Los tipos movibles o intercambiables primero fueron de arcilla en 1041 y en 1298 de madera y se crearon las mesas giratorias de impresión. Sin desdorar su mérito, toda la gloria se le ha atribuido a Johannes Gutenberg, quien se apropió del invento chino e imprimió con la máquina que creó la Biblia de Gutenberg, lo que representó para el mundo occidental la universalización de la imprenta y el libro.
Pero el libro impreso más asntiguo no es la Biblia de Gutemberg, sino uno del año 868, seis siglos antes, el Sutra del Diamante, descubierto hace un siglo en una cueva china y que hoy se conserva en la Biblioteca Británica.
Del resto todos lo conocemos de una forma u otra, la imprenta y el mundo del libro, con la aparición de las editoriales, representaron una de las fuerzas económicas más pujantes de los últimos siglos. Después se inventó el formato de bolsillo, con libros pequeños y económicos, se introdujeron diferentes tipos de letras, entre ellas las cursivas, que ahorran espacio e hicieron más sencillo y cómodo el proceso de lectura.
Ese fue el formato que conocimos de niños, de jóvenes y hasta de viejos, hasta que apareció el e-book, una de las más impactantes fases de la revolución digital.
La revolución digital llega al libro.
Este proceso de transformación o transición del libro del papel a lo digital no es ni la primera ni la mayor revolución en la historia del libro.
Mientras unos ganan adeptos y ceden sus posiciones en favor del otro, cada uno tiene sus ventajas y desventajas y ambos conviven en el mundo de la literatura y el pensamiento.
Mucho antes de que Internet se hiciera conocida mundialmente, surgió el primer libro electrónico de forma global en 1971 con el Proyecto Gutenberg, que pretendía y lo ha logrado en gran medida, crear una biblioteca digital gratis con libre acceso, con obras clásicas de la literatura mundial.
Una década más tarde aparece el primer libro digital a la venta, el Random House ‘s Electronic Dictionary. De ahí en adelante el avance fue más lento, hasta que en 1996 aparece el lector Rocket en una versión avanzada pero con un precio también muy avanzado, 250 dólares, Le sigue Softbook, también muy caro y con una suscripción de 20 dólares mensuales para descargar libros vía módem telefónico.
Le siguen decenas de dispositivos diferentes, pero todos muy lejos del camino que finalmente encontraron estos dispositivos. Pero llegó una prueba que hizo que editoriales, creadores de contenidos y fabricantes de dispositivos se dieran cuenta de que había un mundo nuevo por explotar ante ellos, y fue cuando Riding the Bullet, un título de Stephen King, vendió en su versión digital medio millón de ejemplares en dos días a 2,5 dólares cada uno. ¡Casi dos millones de dólares a los precios actuales en dos días!.
De cualquier dispositivo que tuviera memoria y pantalla, se pasa entonces a la especialización de dispositivos dedicados exclusivamente al libro electrónico, de forma tal que emularon con los libros tradicionales, a partir de que contaban con bajo consumo de energía, alto nivel de contraste aún con luz diurna y pantallas con dimensiones no muy pequeñas, sino parecidas a las de los libros tradicionales.
Ello vino acompañado de que los fabricantes y editores se pusieron de acuerdo para unificar en pocos formatos los que se pudieran leer en los equipos, mientras que en el orden tecnológico surgió un elemento transformador: la tinta electrónica.
La tinta electrónica fue el auténtico detonante para el despegue de los eReaders , porque las pantallas de tinta electrónica permiten una lectura natural con sensaciones aún superiores a las de leer un un libro de papel y con menor fatiga visual que leer en otro dispositivo digital.
Y Fiona fue el proyecto inicial del que surgió el Amazon Kindle, el que en 2007 cambió completamente el mundo del libro digital y puso a temblar el libro convencional. La popularidad del Kindle fue tal que popularizó la lectura de libros electrónicos, sobre todo en Estados Unidos.
Con el Kindle apareció el teclado físico y más tarde uno virtual, la pantalla de tinta electrónica y aunque fue un producto más cerrado que otros competidores, con características muy positivas, se convirtió, también gracias al programa Calibre de su propiedad, en el referente del e-reader o lector de libros electrónicos. Pero además se acompañó de algo más importante, la creación de un sistema de venta y suscripción de títulos, con el que comenzó, junto con la venta de libros físicos, el gigante Amazon.
Después surgirían muchas versiones de Kindle hasta llegar a Paperwhite, más ligero, mejor contraste y mayor velocidad de cambio de páginas y que fue reduciendo su precio hasta hacerlo más compacto y de mayor capacidad, por lo que nadie ha podido destronarlo.
Una nueva modalidad: los audiolibros
Ahora ha surgido, buscando su cuota de mercado, el llamado Audiolibro. Muchos se preguntan qué es esto, y yo también.
Yo no incluiría a los Audiolibros dentro del concepto de lectura, porque no se trata de eso, no es lo mismo leer un libro que escucharlo, porque la lectura, aunque no representa un mayor esfuerzo mental que la escucha, porque para comprender el lenguaje escrito empleamos un proceso mental similar al que utilizamos para aprender el lenguaje oral, no creo que se obtengan resultados similares si leemos o si escuchamos lo que otro lee.
Si algo tiene de positiva y de creativa la lectura es que decodificamos el texto escrito y lo imaginamos en nuestra mente de la forma que queramos, lo que hace que vivamos la historia dentro de nuestra psiquis Pero leer es algo que hacemos, mientras que escuchar es algo que alguien nos transmite, no lo hacemos, sino que nos ocurre, somos un ente pasivo en ese proceso. La lectura impone que tomemos parte activa en la narrativa, mientras que un audiolibro avanza aunque no hayamos entendido o procesado lo que otro lee, por lo que el impacto en nuestra conciencia no es totalmente efectivo y no tendrá el efecto que tiene la lectura, la que nos obliga a procesarlo y hasta que no lo hagamos no avanzamos.
Vuelvo a la cita de Josep Conrad, de que la mitad que nos toca poner como lectores va a desaparecer porque alguien está leyendo por nosotros y en su vocalización va a mostrar sus estados de ánimo, sus exclamaciones, sus inflexiones, algo que nos tocaría hacer si estuviéramos leyendo nosotros.
Puede que escuchar un libro y no leerlo no sea necesariamente negativo o nocivo, puede que pueda ser una excelente herramienta para los niños, aunque creo que nunca van a sustituir los cuentos de los abuelos, pero considero que leer y escuchar son dos medios diferentes que no necesariamente pueden lograr los mismos resultados.
Sin duda alguna me quedo con la lectura. Para lo otro está la radio, aunque hay quienes afirman que también la era del podcast está al finalizar. ¿Quién sabe?, cuando la televisión comenzó su auge, muchos vaticinaron que la radio tenía los días contados y siete décadas después, sigue bien viva.
La disyuntiva de los lectores de hoy
Muchos se preguntan si se lee más en formato impreso o en digital.
Todo parece indicar que el libro digital le va ganando la batalla al del libro físico, pero no es una victoria rápida ni definitiva, porque a pesar de que ahora hay muchísimo menos lectores que hace no un siglo, sino medio siglo, todavía sigue existiendo una cantidad importante de gente que valora lo que es la lectura y no solo con fines educativos o profesionales, sino como entretenimiento y cultura.
Y es que simplemente algo tan arraigado en la civilización como la lectura no desaparece ni se extingue, simplemente se acomoda a los cambios tecnológicos que se producen en la sociedad y avanza junto con ellos.
No hay duda alguna de que el libro físico es más lento y costoso de producir y distribuir que el digital, mientras que el libro electrónico tiene muchas ventajas pero algunos lo consideran impersonal, cosa que no es cierto. Hoy en día las ediciones digitales tienen el mismo rigor que los de papel y tinta y además el libro electrónico tiene un alcance universal que nos permite conocer autores y obras de cualquier parte del mundo, que probablemente en libro físico jamás conoceríamos.
Mientras que el libro en papel para unos nos da el placer de tocarlo, escribirlo, subrayarlo, dedicarlo, regalarlo o prestarlo (y olerlo por supuesto) e inclusive guardar algún recuerdo dentro de él, el libro electrónico es de más fácil transportación y lectura, no requiere de luz externa para verlo y en un solo volumen, de poco peso, se pueden cargar miles de obras literarias o libros de todo tipo, por lo que se dice que gracias a los ebooks ahora se lee más.
Aunque ya no se ven, como antes, a gente leyendo en todas partes, como acostumbraba a ver en los viajes en guagua, todavía mucha gente lee sistemáticamente, conversa sobre literatura y siguen considerando la lectura un valor intrínseco e inseparable del ser humano y todos nos creemos mejores si leemos, nos sentimos más cultos y preparados para la vida gracias a ello.
Mientras que el libro físico puede ser un regalo que se guarde para siempre con cariño, no es práctica regalar un libro o un grupo de obras digitales. Por otra parte el libro digital pasó de su primer soporte, la computadora, a poder ser disfrutado en cualquier dispositivo electrónico, ya sea una tablet, un teléfono celular, hasta su más pulido soporte, el lector de libros electrónicos o e-reader.
Y otra ventaja es que la descarga de los contenidos digitales cada vez son más baratos e impera, con un gran volumen, los títulos gratuitos, que van desde obras antiguas y clásicas hasta contemporáneas, tanto en cualquiera de las manifestaciones de la literatura y de las obras educativas o de consulta.
El formato digital nos permite contar con los libros que desees cuando quieras, son fácilmente descargables y se leen en la pantalla en lugar de pasar las hojas de papel, despiertan en la última página que leíste, y son de fácil acceso en ellos la tabla de contenidos, comentarios, notas y los gráficos y fotos se ven igual que en el libro impreso.
Un ebook es un libro en formato electrónico. Así de fácil. Este ebook se descarga a un ordenador o cualquier otro tipo de dispositivo de lectura y se lee en una pantalla en lugar de pasar las hojas de papel. Puede haber páginas numeradas, tabla de contenidos, fotos y gráficos exactamente igual que si el libro fuera impreso.
Casi seis siglos de existencia del libro tal y como lo conocemos hoy, se ve amenazada por ser sustituida por el libro electrónico o digital, que con alrededor de 25 años de existencia, domina alrededor del treinta por ciento del sector en Estados Unidos y mientras se reduce la producción del libro de papel, aumenta la de los digitales.
Ya no hay que hacerle caso a Benjamin Disraeli cuando dijo que cuando necesitaba leer un libro, lo escribía. Ahora basta con descargarlo de Internet.
Como diría mi abuela: el libro de papel y el electrónico son el mismo perro con diferente collar.
Y al margen de esta disyuntiva, hay otra más grave, la de los que leen y los que no leen. Para estos últimos, está la frase de Neruda:
“Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye música, quien no encuentra gracia en sí mismo”.
Desgraciadamente la tecnología está convirtiendo a los seres humanos en entes no pensantes, a los que se les da todo masticado, anquilosando el cerebro y condicionándolo a mecanismos que no le aportan nada a su intelecto y a su desarrollo. Y lo triste es que ese proceso comienza desde la infancia y al llegar a adultos no saben hacer nada, ni siquiera una operación matemática sencilla, sin la ayuda de un procesador digital, sea cual sea. El teléfono celular inteligente nos hace más brutos y ha sustituido al reloj, la cámara, el calendario, el despertador, los mapas, los equipos reproductores de audio, los reproductores de video, el televisor, los dispositivos de juegos electrónicos, el profesor, el libro y hasta a la familia.
Para mí ese es un triste destino de la humanidad, y va mucho más allá del libro y la lectura. Ojalá que no pase como ocurre con los muertos, que reciben más flores que cuando estaban en vida porque el remordimiento y el arrepentimiento es mucho más fuerte que el amor y la gratitud. Por eso, ante una fiesta de amigos y familiares, yo pondría un gran letrero que dijera: “no hay WiFi, hablen entre ustedes”.
Pero al final, como bien dijo Abraham Lincoln: “mi mejor amigo es la persona que me dió un libro que no había leído”, y eso será cierto con independencia de si es un libro en papel o electrónico.
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