La contra
Seguramente que a la mayoría de las personas a las que le hablen de “la contra”, van a pensar en las bandas paramilitares financiadas por Estados Unidos que lucharon para intentar derrocar al gobierno comunista del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que gobernó Nicaragua luego del derrocamiento de la dictadura de Anastasio Somoza y su familia en julio de 1979.
Lo cierto es “los Contras”, llevaron a cabo miles de ataques terroristas y violaciones de los derechos humanos, lo que fue tratado de minimizar particularmente por la presidencia del cowboy Ronald Reagan el que se vio en aprietos porque su participación en el entrenamiento, armamento y financiamiento fue probada en la Corte Internacional de Justicia. Precisamente fue el escándalo Irán-Contra o Irangate lo mas sonado de la corrupción de este gobierno republicano (no les bastó con el descalabro de Watergate y Nixon), porque Estados Unidos vendía armas ilegalmente a Irán para financiar a los Contras, los cuales actuaron ejecutando crímenes de guerra durante diez años.
Aparte del inventor de este acto ilegal, el orquestador de este crimen fue Oliver North, condenado por el hecho pero perdonado como casi siempre ocurre con los mayores delincuentes, y ahora es comentarista de la cadena Fox (¿de cuál si no?) y está al frente de la archi reaccionaria Asociación Nacional del Rifle, una de las responsables de que Trump haya llegado a la Casa Blanca y también de promover la cultura de las armas en un país en el que no pasa un dia en que no haya hechos de sangre debido al descontrol en la tenencia de armas, lo que se defiende como un derecho de una enmienda a la Constitución que lo único que logra es que Estados Unidos esté a tono con un par de siglos atrás y al nivel del salvaje oeste en un país de un mundo que se dice que es civilizado. Un fenómeno que en los países con mayor nivel de desarrollo no se ve, sino todo lo contrario, un estricto control al respecto.
Pero no es de esos o esa “Contra” de lo que vamos a hablar, sino de “la contra” que nos daban en la bodega cuando niños.
También debo mencionar que en mis tiempos juveniles e infantiles, las personas más educadas no decían coño, sino “contra”, como forma de quejarse de que algo no salió como esperaban o simplemente como asombro. La gente era más respetuosa y tolerante y los más jóvenes veíamos como algo insólito el decir una mala palabra delante de personas mayores, no saludar o hablar cuando no le han preguntado nada. En ese sentido el mundo también está yendo hacia el Wild Wild West.
Pero “la contra”, la material, la de la bodega, iba mucho más allá de eso, era una forma, si se quiere inocente, de aliviar el presupuesto familiar o mejor dicho, de dar esa idea, aparte de complacer o atraer a los menores.
El bodeguero
La bodega era una parte inseparable de la vida y la cultura del cubano. Eran muy pocos y aislados los supermercados, destacando las cadenas Minimax y Ekloh, ubicados más bien en repartos residenciales o barrios de gente pudiente, mientras que en casi cada esquina del resto de la ciudad había, sin falta, una bodega, y en muchos tambien un puesto de chinos que vendia frutas, hortalizas y viandas aparte de frituras y helados y en otras esquinas eran acompañados por una carnicería o una pollería.
Las bodegas, en Cuba, no son el lugar donde se guardan los vinos ni el depósito donde se lleva la carga en los buques, sino una tienda de muchos tipos de mercancías alimenticias, de limpieza y belleza, con estantes que llegaban hasta el techo, siempre bien surtidas y en ninguna faltaba una barra de madera preciosa, donde se consumían bebidas y un saladito, que iba mejorando su calidad en la medida que aumentaba el consumo del parroquiano mientras se jugaba cubilete. Recuerdo una bodega a la que iba bastante a menudo después de almorzar, los días que no iba a mi casa al mediodía, donde compartimos un par de mojitos con unos camaroncitos secos hasta regresar al trabajo.
En la bodega, salvo cárnicos y vegetales, se podía abastecer la familia con casi de todo, y recuerdo que había una práctica casi universal de fiar y cobrar a fin de mes. Para ello había una libreta en la que el bodeguero, con su lápiz en la oreja, apuntabalo consumido. A los muchachos nos gustaba que nos enviaran a buscar los mandados, porque siempre nos ganamos una contra de galleticas, caramelos o bombones. Otras veces, ya junto con mandados de mayor valor, la contra consistía en sal, azúcar y otros insumos que no había necesidad de comprar porque eran “de contra”, aunque fuera muy poco lo que se recibiera.
Pero para los niños, el que nos enviaran a la bodega a buscar algo era comparable con el cuento del Ratoncito Pérez que siempre nos dejaba una moneda, un dulce o un juguete cuando se nos caía un diente de leche
No en balde surgió y se volvió tan popular la melodía de Richard Egues “El Bodeguero”, haciendo alusión a que se liquidara la deuda mensual con el estribillo: “toma chocolate, paga lo que debes…”, aunque lo cierto es que ni el bodeguero apuntaba nada que no se hubiera consumido y la gente tenía como prioridad liquidar su deuda con el gallego o asturiano, que eran los principales propietarios de las bodegas habaneras. Ese era básicamente un juego muy limpio entre el bodeguero y el marchante, que es como se le decía al cliente.
Otras “contras”.
Pero no era solo en la bodega donde la gente quería la contra o “ñapa”, como también se le llamaba, al chino del puesto de viandas se le pedía un tomatico, una cebollita o un poquito de perejil; en las tiendas de polacos en la calle Muralla, se le pedía al tendero unas pulgadas más de la tela a comprar; en la florería se pedían unas florecitas o unos espárragos o adornos más al ramo; en la barbería te ibas a pelar y te daban un retoque al bigote; en el cine las mujeres querían entrar al niño porque lo iban a sentar en las piernas; y hasta había los que querían la contra completa: leerse el periodico completo sin comprarlo.
Sin embargo había otras contras más sustanciosas, como era la resultante de ir a un almacén (una bodega grande que incluia venta al por mayor) donde en muchos casos los dueños eran chinos, recuerdo en la Calzada del Cerro la llamada “La Mía” o “El Asia”, dos de los nombres más recurridos para esos establecimientos, situada casi frente al cine Edison, donde el arroz costaba medio centavo menos la libra que el que vendía el gallego o el bodeguero cubano, por poner un ejemplo de un producto, por lo que el negocio era comprar más cantidad. Y la “Contra” allí era, en dependencia del volumen de la compra, de libras de azúcar, sal, paquetes de café, paquetes de galletas y otros productos, sin olvidarse las golosinas para los niños acompañantes, que nunca faltaban.
En los puestos de chinos era costumbre regalar a los marchantes habituales, acompañados de sus niños, plátanos fruta, una guayaba, un mango u otras frutas de estación, como una forma de agradecer la fidelidad como clientes.
En el comercio minorista de alimentos no se ganaba mucho y sin embargo se empleaba esta práctica de dar la contra como una forma de agradecer la compra sistemática.
Ese razonamiento hacia que entonces no se sabía ni cuando abrían ni cuando cerraban, a cualquier hora que pasaras por allí, estaba a tu disposición y a eso ayudaba que muchos bodegueros vivían en la parte trasera o encima de la bodega, lo que hacía que el bodeguero se pareciera más a un esclavo de su negocio que un propietario.
Más que dueño, el bodeguero era en verdad un esclavo de su negocio.
La gente de mi generación recordará sin duda alguna el Banco Núñez, que llegó a ser el cuarto banco comercial y nacional de Cuba por sus depósitos y que a partir de ello se diversificó con grandes inversiones en la industria, principalmente la azucarera, los servicios y los bienes raíces.
Esa es la historia de Carlos Núñez, el bodeguero que comenzó como dependiente de una bodega mixta en Gibara y después fue carretonero de caña de azúcar y trabajar en las colonias cañeras, tras lo cual mediante créditos compró tierras y fundó un banco, la génesis de una de las empresas cubanas más rentables, todo ello sin valerse de herencias , relaciones políticas o lazos familiares y sin una instrucción que fuera más allá de la primaria.
El bodeguero que se volvió uno de los personajes más ricos de la Isla,está muy lejos de ser un ejemplo de ese oficio, sino todo lo contrario, la mayoría de los bodegueros vivieron una existencia de mucho trabajo y muy pocos ingresos, de mucha lucha y de pocos réditos.
La bodega socialista.
La contra murió junto con la llegada de la revolución, pero ni siquiera los estúpidos artífices de la estatalización de todas las propiedades fueron capaces de comprender la magnitud y la gravedad que ese cambio traería para los cubanos.
En Cuba el bodeguero no sucumbió ante el empuje de los nacientes supermercados, por ello se hubieran modernizado sin duda alguna, sino que desaparecieron como institución intrínseca de nuestro modo de vida, gracias al sistema socialista y su naturaleza destructiva.
Con la bodega socialista no solo la contra desapareció, con ella se esfumó el pesaje fiel, el sobrante resultante era apropiado por el bodeguero, que ya no es el dueño, sino un empleado del Estado, y que roba para engrosar su peculio y hasta para vender la mercancía robada como si fuera suya, lo que ha sido medio de vida de muchos durante varias decenas de años.
También desaparecieron los cartuchos y el papel para envolver, así como el papel parafinado para despachar el jamón, el queso, las aceitunas, las pasas, las alcaparras y los chorizos con su mantequita y la manteca de puerco.
Se suspendió la venta de algunos alimentos y bebidas alcohólicas, que junto con los productos de aseo y de quincalla y el acortamiento de los horarios de venta, hicieron que la gestión comercial cayera vertiginosamente.
Las grandes neveras comerciales se deterioraron y los estantes cada vez están más vacíos o cogieron comején. Las pesas sofisticadas desaparecieron y las de plato o de mostrador están todas arregladas para robar.
Una de las instituciones más representativas del país no es más que un reflejo de lo que ha ido sucediendo con la nación. Las bodegas cubanas han visto que su papel de repartir los productos normados, que cada día son menos, hace que estas solo tengan público el día que se abastecen determinados productos, mientras que el resto del tiempo parecen estar llenas de telarañas.
Por eso ya al bodeguero no se le puede cantar la canción de Richard Egues cuando decía: “Bodeguero, ¿por qué tan contento está?, porque ahora se han convertido en un lugar donde para nada están contentos, y los más viejos pueden ver que el ocaso no solo ha llegado para ellos, para la bodega ha aparecido mucho antes.
Pero sin embargo, el bodeguero sigue siendo uno de los personajes de nuestros primeros años de vida que simple vamos a reivindicar en los recuerdos. Por eso me parece estar escuchando sonar la victrola, mientras el bodeguero abre la gran nevera y saca una cerveza, la abre y mientras la chapa cae al suelo y le pone un saladito al marchante, oigo la música de fondo que dice:
“Vete a la esquina y lo verás,
que atento siempre, te servirá;
anda enseguida, córrete allá,
que con la plata lo encontrarás,
del otro lado del mostrador,
muy complaciente y servidor…”
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