Juan Juan, las cárceles secretas y Mazorra
“Someone told me long ago
There´s a calm before the storm,
I know; it´s been comin´ for some time.
When it´s over, so they say,
It´ll rain a sunny day,
I know; shinin´ down like water.”
Esta canción de John Fogerty, el líder de Credence Clearwater Revival, grupo conocido en Cuba por la denominación poco racional de “Aguas Claras”, puede traducirse como:
“Alguien me dijo hace mucho tiempo
Que hay calma antes de la tormenta
Yo sé, ha sido así por algún tiempo
Cuando se termina, entonces ellos dicen
Que lloverá en un día soleado
Yo sé, brillando como el agua”
Y es cierto que hay calma antes de la tormenta, pero ya estamos dentro de ella y al paso que vamos no creo que vaya a llover un día soleado, porque no veo que los días soleados lleguen para nuestro querido país, porque sus hijos no se ponen de acuerdo y se hieren unos a otros sin razón, olvidándose que deben tener un fin común.
En nuestros días tenemos una proliferación tremenda de los llamados “influencers” que hablan incesantemente por youtube y se dicen ser los que tienen la verdad absoluta. Muchos de ellos llevan diez, veinte o más años viviendo en Miami y hasta el otro día formaban parte de ese ejército que viajaban a menudo a Cuba y que en definitiva fueron los que provocaron que la llamada Ley de Pies Secos-Pies Mojados fuera eliminada porque no tenía sentido aceptar a alguien con privilegios migratorios, ser acogido por la Ley de Ajuste Cubano y al recibir todos sus beneficios, a partir de que se asumió que eran unos perseguidos políticos, no obstante lo cual regresaban una y otra vez a Cuba. En esos momentos no hablaban de dictadura ni de política porque no les hacía falta.
Pero ahora son otros tiempos y la mayoría, que no han encontrado trabajo o su escaso talento los han llevado al fracaso una y otra vez, tratan de sobrevivir a partir de explotar el escándalo y el chisme, el alimento de los mediocres, en unos alborotados pero oscuros personajes a través de internet. Pero sobre todo han recurrido a exacerbar el sentimiento de la gente convirtiéndose de la noche a la mañana en periodistas políticos sin periódico que hacen del periodismo de opinión un arte similar a los reality show americanos, todos grandes fábulas que tienen muy poco de verdad. Si antes se decía que “el papel aguanta todo lo que le pongan”, con las redes sociales es aún peor.
Ese triunfo de estos individuos no es difícil, ya lo había explicado Einstein cuando dijo: “Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana, y del Universo no estoy seguro”. Algunos dicen que esa cita no es de Einstein, pero si no lo es, el que la dijo tiene la sabiduría del gran científico.
Al respecto también hay que recordar a Facundo Cabral cuando expresó: “mi abuelo era un hombre muy valiente y solo le tenia miedo a los idiotas. Un día le pregunté por qué y me respondió: porque son muchos y al ser mayoría pueden elegir a un presidente. Y ya sabemos que eso ha ocurrido en nuestros días en más de un país y estamos viendo las consecuencias.
Al final la gran mayoría de estos llamados “influencers” sólo son unos oportunistas a los que no les importa decir mentiras y calumnias, aunque ello lleve a desunir a los cubanos y sus hechos están basados en las mismas estrategias que el castrismo nos ha aplicado a los cubanos durante decenios, demeritar a las personas cuando sus pensamientos políticos, éticos o religiosos no coinciden con sus preferencias. Y eso no quiere decir en ningún momento que esté de acuerdo con repudiar y tomar las medidas que sea necesarias con personas que adulan a la dictadura que ha provocado que millones de cubanos hayan abandonado su país pero no desdeñan el conseguir los dólares o disfrutar de las bondades del “imperialismo”. Es una doble moral inaceptable, no comparable con la que tuvimos que asumir los cubanos porque no teníamos otra forma de solucionar nuestro encierro en la Isla y al menos alguna vez teníamos que participar, aún contra nuestra voluntad, en los CDR, la Federación de Mujeres y hasta en las movilizaciones militares o masivas.
Hay que recordar que Martí definía como adversario no solo a la corona española, sino también a los cubanos que atizaron el odio entre ellos y recalcó la necesidad de la unidad para la lucha, la guerra necesaria para alcanzar la independencia de Cuba no implicaba, como se ha querido interpretar por el régimen, la existencia de un solo partido y una sola idea. Lo decisivo y necesario de la unión de todos los cubanos para el logro del objetivo final es el fantasma que nos persigue desde hace sesenta años, donde el régimen ha hecho todo lo posible por dividir a los cubanos y esa práctica se ha consolidado y sembrado en las dos orillas.
La creación de un partido unido, según palabras de Martí: “se constituye para lograr con los esfuerzos reunidos de todos los cubanos de buena voluntad, la independencia absoluta de la Isla de Cuba”. Y también decía: no maltrataremos, ni excluiremos a los autonomistas que quieran venir a nuestro campo y a quienes miramos ya (…) como soldados de la independencia, mal aprovechados por unos cuantos políticos incompletos; (…) Que no procuramos, por pelear innecesariamente contra el anexionismo imposible, captarnos la antipatía del norte; que en ningún momento queremos promover, ni una guerra parcial de arriba, que deje sin representación suficiente a los elementos populares sin los cuales es imposible la Revolución, ni una guerra parcial de abajo que contraiga compromisos inmorales y funestos con unas clases de la sociedad contra otra”.
Esas citas por supuesto que no las emplean en Cuba, ni tampoco las usan los “influencers”. Ambos se basan en el odio, la intolerancia y la exclusión de los que no piensen igual a ellos. Y ese no es el camino para lograr una patria libre y democrática. Al respecto lo dice Martí muy claro: “Nosotros encendemos el horno para que todo el mundo cueza en él pan. Yo, si vivo, me pasaré la vida a la puerta del horno, impidiendo que le nieguen pan a nadie y menos, a quien no trajo harina para él”.
Por eso cuando veo el actuar de estos llamados “influencers” que no influencian para nada en mí, me retrotraigo a los tiempos de la dictadura batistiana, cuando uno al que podría atribuírsele eso papel entonces, Otto Meruelo, el comentarista radial y televisivo que nos atiborraba de mentiras para defender al gobierno. El papel de estos especie de libelos digitales, por llamarles de alguna forma es tristemente parecido al de Meruelo porque viven de las falsedades.
Y esos pensamientos me traen nuevamente a le mente la canción de Carlos Varela:
“Y todo por aquello de las dos orillas…Y todo por la duda de la sombrilla…Y aun siguen los abuelos de las dos orillas…echándose el anzuelo, la culpa y la semilla”.
Eso no es nada nuevo, es parte de nuestra historia. Ya uno conocía y estaba hastiado de ello, de culpar siempre al ajeno, pero parece que los cubanos viajamos no solo con nuestros recuerdos, con el terruño en el corazón, los amigos y la familia que dejamos atrás, también nos llevamos las cosas negativas con las que tuvimos que vivir toda una vida o buena parte de ella.
Hay que reflexionar sobre la unidad de los cubanos y los intentos de los propios cubanos para desunirse. Ejemplos hay de sobra, comenzando por la conspiración contra el Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes y la labor escisionista de de Vicente García, una polémica figura que con el pronunciamiento de Lagunas de Varona generó división e indisciplina dentro de las filas del ejército Mambí y finalmente con la labor de la revolución castrista de separar a los cubanos en dos bandos cuando expresaron: “dentro de la revolución, todo; contra la revolución, nada”. Por suerte este actuar ha tenido sus excepciones.
Cuando Martí le pidió a Máximo Gómez sus esfuerzos para comenzar la guerra de 1895 le expresó: “No tengo más remuneración que ofrecerle que el placer del sacrificio y la ingratitud probable de los hombres”. Gómez a su vez, tras la independencia tuvo “la osadía de aconsejarle al pueblo que no eligieran ministros ni administradores que alfombraran sus casas y usaran carrozas mientras las espigas no maduraran en los campos de la patria”. Pero los cubanos no aprendimos nada de eso, destrozamos la república y caímos en la trampa, en las manos del gran oportunista y embaucador de la historia cubana: Fidel Castro.
Martí tuvo razón absoluta. Al morir en 1905, el Generalísimo era un esqueleto viviente de casi setenta años muy gastados y mal vividos por las privaciones y la guerra y además fue un hombre al que le fue mal en los negocios; a su primera novia la asesinó un oficial español a machetazos, sus hijos pasaron muchas carencias y sobre todo hambre; para continuar luchando por Cuba tuvo que empeñar su reloj, los espejuelos y el revólver y después, con la independencia, se convirtió por su carácter recio y recto, en un personaje no deseado por los que desesperaban por repartirse el país. Y tristemente, la casa donde murió, en el Vedado, en 5ta y D, más bien parece una ruina abandonada desde cuyo jardín sin césped, el busto del gigantesco prócer mira el desastre del país al que le dedicó toda su vida.
Una voz con vergüenza.
Pero considero que hay una excepción, afortunadamente siempre la hay, y es el que menos esperábamos porque vino al mundo con el pan debajo del brazo y podía haber optado por una vida muelle y lleva de privilegios, pero apostó por la vergüenza. Me refiero a Juan Juan Almeida, el hijo del comandante Juan Almeida, probablemente junto con Camilo Cienfuegos, de los comandantes más queridos por su condición de ser una gente humilde, de pueblo, y no escogió imponer su altura histórica a diferencia del resto. Pero no voy a juzgar a alguien de quien no conozco aspectos negativos, salvo el ser una gente de confianza de Fidel Castro.
En sus pocos cargos políticos, el comandante Almeida se ganó el cariño de los orientales y su labor respecto a los artistas y escritores, al ser también escritor y un prolífico autor musical, también le cobró la confianza de ese sector.
Pero al que me voy a referir es a su hijo, Juan Juan, cuyo programa Juan Juan al Medio, sus columnas en el Diario Las Américas y su espacio en Radio Martí durante años, he seguido cuidadosamente. Probablemente sea la única persona, o para decirlo con propiedad, uno de los poquísimos cubanos que vemos en los medios al que podemos creerle el cien por ciento de lo que dice, y absolutamente el único que sabe el valor de la palabra democracia y sobre todo alguien que conoce algo de los que los cubanos nos hemos olvidado: la tolerancia.
Y no confundamos una cosa con la otra, porque hay políticos que se dicen demócratas y no soportan que alguien les señale errores, insuficiencias y hasta malas intenciones y lo reprimen como el peor de los dictadores.
Y este artículo surge de un programa de Juan Juan al Medio que me ha traído a la memoria muchas cosas que viví durante años. No eran propiamente cárceles, pero sin duda eran una muestra de hasta dónde llegó el abuso del régimen y cambió el carácter y el pensamiento de gente que en un momento vimos como un ejemplo a seguir. Y me refiero al Hospital de Dementes de Mazorra y a su director Bernabé Ordaz.
El suegro de Ordaz.
Como saben los que han leído estas memorias, saben que viví durante más de cuatro décadas en el Reparto Fontanar, y ya mi esposa lo hacía desde quince años antes, por lo que hay un amplio conocimiento de las cosas que allí han ocurrido, antes y después de la revolución.
A dos casas contiguas de mi casa, vivía una pareja camagüeyana, Luis y Rosa, ella ama de casa y él contador del Aceite El Cocinero. Los hijos abandonaron el país y en 1974 falleció Luis y su esposa se fue con sus hijos, por lo que le entregaron la casa a un matrimonio con dos niños, algo raro porque Fontanar había sido declarado como reparto “congelado” para asignarle viviendas a los profesores universitarios de la CUJAE y ellos no lo eran. Pero duraron poco tiempo y pronto apareció otro matrimonio mayor como propietarios de la casa.
Los nuevos ocupantes eran un hombre de apellido Balari, cuyo nombre no recuerdo, suegro del comandante Ordaz y su esposa Zeida. Balari era un viejo trabajador de Mazorra, cuya hija, Adelita, Ordaz conoció y se casó con ella. No era un príncipe azul, pero era un Comandante con mucho poder, así que el montón de años de diferencia entre ambos no importaba para nada.
Balari nunca había mejorado de posición en su trabajo porque era un borracho perdido, no un borracho común, sino un alcohólico, pero su parentesco, aunque se dice que en Cuba no se permite el nepotismo, el que empieza por la herencia principesca del poder entre los Castro, lo que se ha trasladado a los hijos y nietos de figuras principales de la política, lo sacó del ostracismo y lo convirtió en algo a lo que nunca hubiera llegado.
Balari fue uno de los principales beneficiarios del nepotismo, porque ascendió meteóricamente a jefe de uno de los principales pabellones del Hospital de Dementes de Mazorra, el llamado “La Colonia”, situado en el reparto Río Verde, cerca del Hospital y de donde vivía el nuevo jefe desde hacía muchos años y donde nunca había sido promovido.
“La Colonia” era un lugar donde vivían y trabajaban unas decenas de enfermos crónicos y donde se producían bloques y ladrillos para la construcción, que eran vendidos a empresas y a particulares.
La mano de obra por tanto, era gratis, en un régimen de producción semiesclavo, en donde se decía que el trabajo era parte de la recuperación de las enfermedades mentales, según Balari, el cual era una persona semianalfabeta, pero rápido para el dinero y más para la bebida.
El tema de la recuperación en parte era creíble, porque todos los que vivimos en esos tiempos recordamos el desastre que era el Hospital de Mazorra, donde los enfermos andaban desnudos, descuidados y famélicos y hubo una gran propagando sobre las reformas que el comandante Ordaz había realizado en ese lugar considerado entre los más tétricos.
Pero sin olvidar nunca la frase “Arbeit macht frei”, esa frase alemana que se puede traducir como “el trabajo libera”, que aparecía en campos de concentración, trabajo forzado y exterminio de los nazis, como Auschwitz, Dachau y Sachsenhausen. Por eso me costaba trabajo asimilar que el trabajo iba a curar a los enfermos mentales.
Balari, el borracho corrupto.
Al asignársele la casa en Fontanar, cercana a “La Colonia” y a Mazorra, Balari y su esposa hicieron determinada relación con los vecinos y así pudimos conocerlos y sobre todo tener acceso a muchas verdades de algo de lo que teníamos un concepto diferente.
Cuando estaba sobrio, algo raro, porque desde temprano andaba tomando ron, que era a veces exclusivamente su alimento, le gustaba conversar de pelota, así que algunas veces íbamos a compartir con ellos. Siempre tenía la botella a su lado, pero yo le agradecía y lo rechazaba siempre para que no pensara que lo iba a seguir, ni siquiera por compromiso, por lo que me preguntaba que me gustaba y le respondía que vino, por lo que sacaba botellas de vinos españoles que hacía muchos años que no veía ningún cubano que no fuera de la cúpula gobernante.
Zeida a su vez, era amante de los adornos, muebles y cuadros de lujo o renombre, de los cuales contaba con una cantidad importante, y que más tarde, gracias a la corrupción, llegaría a convertirse en una sucursal de un museo de arte.
Al profundizar la relación pudimos confrontar varios hechos reveladores de la verdadera madera de la que estaba hecho Balari y sobre todo el inmaculado comandante Ordaz. Cuando Balari se emborrachaba y no tenía con quien tomar, llamaba desesperadamente a algunos de sus trabajadores-cómplices y si no resolvía, me llamaba a mí, lo que a veces no pude evitar, para contarme sus andanzas y lo “vivo” que era. Fue así que me contó que tenía un negocio que daba miles de pesos mensuales, cantidades que no me podía precisar, pero que era una verdadera fortuna a pesar de que el mayor por ciento se lo tenía que entregar al comandante.
En una ocasión me mostró una montaña de latas de galletas, aquellas latas metálicas grandes en que venían las galletas Gilda, La Unica o El Gozo y que probablemente serían de veinte litros. Me enseñó varias y todas estaban llenas de billetes de a veinte pesos. Con su sonrisa etílica se vanagloriaba de ser un tipo exitoso y hasta dijo más de una vez que iba a enterrar entre el patio y el jardín a la mayoría de las latas por si “se escachaba” Ordaz.
A partir de ese momento tratamos de cortar al máximo la relación, pero era imposible, así que un día tuvimos que ir a esa casa al ser requeridos con mucha efusión por Adelita y allí nos encontramos con los ocupantes de la casa en compañía del comandante Ordaz.
Había llevado el director de Mazorra, a un enfermo que era su cocinero personal y vivía en su mansión dentro del Hospital, el cual le estaba preparando su plato favorito: pechugas de pollo a la Villeroy, un exquisito plato de la cocina francesa que ha sido marinado en salsa, empanizado y frito que se llama así en honor a un tipo que lo único que sabía y hacía era llevar la peluca bien puesta, el mariscal François de Neufville, duque de Villeroy y mentor de Luis XV.
Para nosotros que raramente, o propiamente nunca comíamos pechuga, porque se la dejábamos a nuestros hijos, esa era una oportunidad única, aunque la compañía no era el complemento adecuado para disfrutar algo tan simple y que entonces era un manjar. En ese momento nos mostraba su verdadero rostro la nueva clase, representada por el Comandante Bernabé Ordaz.
A todos nos servían, mientras se conversaba, las pechugas y por supuesto al jerarca le tocaban las mayores, y también se ponía en la mesa una botella de ron peleón. No había otra cosa que tomar, así que mi esposa y yo tragábamos en seco a la vez que Balari bebía buches inmensos de ron y los ojos se le iban enrojeciendo.
Pero en ese encuentro no podía faltar el sello para imponer distancia y categoría: Ordaz ostentaba una botella de alguno de los más caros y exquisitos cognacs franceses como Napoleón, Remy Martin, Courvoisier, Hennesy o Martell, los que se servía en su copa y después ponía la botella entre sus pies en el suelo y no brindaba a nadie. Aquello me hacía recordar a un personaje cómico que ahora no recuerdo de dónde o de qué programa aparecía, un jefe de la policía que decía: “Que nadie toque nada, sólo yo puedo tocar”. Era como una nueva especie de cura que sin palabras te aclaraba que hicieras lo que te dijeran y no lo que vieras hacer.
Con un tabaco en la boca, sin encender, tocaba a menudo otros dos que tenía en el bolsillo izquierdo de su guayabera blanca cuando no estaba quitándose y poniéndose sucesivamente los espejuelos o se tocaba el crucifijo que tenía en el cuello con una cadena o el ala del sombrero. Se veía que era un hombre nervioso que no podía estarse quieto.
Como cubano de a pie me preguntaba por qué esas diferencias por parte de alguien que era el representante de un sistema que se decía que actuaba para el pueblo, por el pueblo y por el pueblo. Pero ahí mismo me respondía que si podía tener a los enfermos mentales bajo su cuidado como esclavos y aprovecharse de ellos y enriquecerse con su trabajo, robándole al gobierno que servía, no podía esperar otra cosa de esa gente. Todos eran cortados por la misma tijera.
Ese fue el Ordaz que conocí, llevando vida de millonario gracias al sudor de los que explotaba en su beneficio personal. El hombre seguía siendo el lobo del hombre a pesar de los interminables discursos y el bombardeo ideológico a todas horas y por todos los medios, controlados absolutamente por el estado, los únicos a los que teníamos acceso.
Eso sin contar con detalles que se me han ido de la memoria y que van desde la tenencia de un auto particular para Adelita y otro para Balari (cuando se los asignaban exclusivamente a médicos e ingenieros y ellos no eran ni uno ni lo otro), el presumir que podían comprarse vestidos y calzado de lujo que no se podían adquirir por la llibreta de productos industriales, el alardear de contar con perfumes franceses de alta gama y de viajes a los países socialistas como acompañante de su esposo, fastuosas fiestas de quince años para su hija y otros caprichos satisfechos.
Puedo entender que por su experiencia como médico y la organización mostrada en los servicios médicos en la Sierra Maestra, el 9 de enero de 1959, un día después de llegar Fidel Castro a La Habana, fuera nombrado Director del Hospital Psiquiátrico de La Habana, para reformar esa vergüenza nacional que era Mazorra, pero todavía no entiendo como alguien que no era psiquiatra sino anestesiólogo pudiera ser designado Presidente de la Asociación de Psiquiatras de América Latina.
Lo que más le reconocí personalmente a Ordaz fue su amor por el béisbol y el apoyo que le dio al equipo que fundó, que se convirtió en un ganador y que contó con figuras grandes de nuestra pelota como Changa Mederos, Lázaro Pérez y Armando Capiró. Sobre su actuar como persona noble, está por ver, no es esa la percepción que tengo de él.
En resumen, Ordaz no fue otra cosa sino propaganda de la buena. En sus tiempos no hubiera salido a la luz jamás el escándalo de los 26 pacientes muertos por frío en 2010 en Mazorra. Aunque probablemente este hecho nunca hubiera ocurrido si Ordaz y sus cómplices, como Balari, no hubieran implantado métodos mafiosos y corruptos en el Hospital. A pesar de ello hay que reconocer que el Hospital funcionó mejor que con sus antecesores y sucesores, algo que no era muy difícil.
La danza de los millones con muebles y adornos.
Sin duda uno de los hechos más impactantes de toda la historia de la Cuba revolucionaria, fue el éxodo del Mariel a partir de mayo de 1980.
La salida de la Isla de ciento veinticinco mil cubanos, principalmente para Miami resultó un hecho de gran conmoción tanto para Cuba como para Estados Unidos. Esta crisis migratoria se originó a partir del incidente de la Embajada de Perú en La Habana y tuvo como trasfondo algo que venía gestándose desde algún tiempo atrás y que estuvo relacionado con la buena voluntad del presidente Jimmy Carter y el reencuentro entre los cubanos exiliados y los que vivían en Cuba, las llamadas visitas de la “comunidad” y su impacto político en los deseos de libertad y de una mejor vida de los cubanos, por lo que el Mariel sirvió como válvula de escape ante el descontento creciente.
Pero una vez terminado el trauma, el gobierno aceleró la domesticación de los ciudadanos que no se marcharon y se completó la sovietización del país, reforzando el papel de la represión y el control total sobre la sociedad.
Y de ello formó parte una política de tierra arrasada, hurtando de las decenas de miles de casas que dejaron los exiliados todos los muebles, adornos y equipos eléctricos, y procediendo a la repartición del botín, muebles e inmuebles, entre personajes agraciados. Entre los que se apoderaron de los bienes, estaba el Hospital Psiquiátrico, es decir, Ordaz. Y quién mejor para escamotear todo lo posible que su suegro, Balari, que convirtió a “La Colonia” en un almacén gigante de cosas robadas, del que previamente se extrajo todo lo que se le ocurriera a la esposa de Balari o a Adelita, y el resto fue vendido de forma semiclandestina, yendo a parar el gigantesco monto de dinero a los bolsillos del comandante, menos lo que atracó su suegro.
Fue así que la casa de Balari, por acción de Zeida, se convirtió en un sub museo, en una filial del Centro de Artes Decorativas, con figuras relevantes. Daba lo mismo que fueran piezas chinas o japonesas, obras francesas de Sevres o Chantilly, joyas inglesas de Chelsea, Worcester y Staffordshire, vajillas alemanas, figuras de Biscuit, muebles de todos los estilos habidos y por haber, desde muebles laqueados chinos hasta butacas inglesas Chippendale, exquisitas piezas de cristal de Bohemia o de Murano en Venecia, incluyendo valiosas lámparas colgantes, alfombras y tapices persas, jarrones y tallas en marfil chinos y japoneses y cuadros de pintores de varias nacionalidades, en particular cubanos. Y lo de mayor volumen eran los muebles de cuarto, comedor y sala de estilo y muchos de maderas preciosas y de gran valor.
No tengo ni idea del monto total de la venta, pero por los comentarios de Balari sobre la inmensidad de piezas y el valor de muchas de ellas, para lo que se auxilió de un especialista en arte que según él cobró muy caro, supongo que haya sobrepasado el millón de pesos en los tiempos en que un peso era un peso. Hasta me comentó que un tipo medio loco (en su concepto de ignorante) había pagado una cifra de cuatro ceros (diez mil pesos o más) por un cuadro de una mujer a la que se le veía el culo, pero que no recordaba su autor. Probablemente haya sido una obra de Carlos Enríquez, pero que iba a saber Balari de arte, lo suyo era hacer bloques, ladrillos, robar e identificar marcas de ron.
Lo real es que las secuelas del Mariel fomentaron el crecimiento de la corrupción y el robo por parte de los personajes de las altas esferas y sus corifeos y sentaron las bases para buscar medios de quitarle el dinero al pueblo para lo que años más tarde inventaron la Casa del Oro y la Plata, otra estafa de grandes proporciones.
Alejo y Cabrera, los esclavos de Balari.
Las prácticas habituales de Mazorra no estaban solamente relacionada con el robo y la malversación, también alcanzaron a ser un ejemplo de explotación del trabajo de los pacientes llevado a niveles que las personas comunes ni siquiera imaginamos. Y una muestra fue el caso de Alejo y Cabrera.
Balari llevó para su casa a dos enfermos de los que vivían y trabajaban en “La Colonia”. Alejo y Cabrera eran dos viejitos de más de sesenta años, que se mudaron a la casa de Balari en Fontanar para servir de criados domésticos, donde lavaban, fregaban cuidaban el jardín y hacían cualquier trabajo. En lo que era el car porch se les acondicionó un cuartico, con una sola entrada y salida y que se cerraba por la noche con una reja con candado.
Eran personas muy nobles, con días donde estaban completamente perdidos, otros con determinados episodios donde se quedaban en blanco o hablaban solos, pero siempre se destacaron por ser personas muy decentes y correctas, que en muchas ocasiones se daban cuenta de su enfermedad y contaban los años que llevaban en Mazorra, muchísimos, y la vida de perros que llevaban en su confinamiento.
Durante su estancia en “La Colonia” había veces que trabajaban hasta doce horas en labores fuertes, la alimentación no era buena y el premio al esfuerzo era darles muchas cajas de cigarros, para que se murieran más rápido. Parece que ese fue el móvil de llevarlos a vivir a casa del jefe del pabellón, por lo que se puede decir que al menos en sus últimos años vivieron un poquito mejor.
Se hizo costumbre que por la mañana y al atardecer, fueran los dos a mi casa con sus jarritos de aluminio a buscar el café que gustosamente les brindaba mi suegra y que decían ellos que hacía muchos años que no tomaban. Un pedacito de domingo para aquellos infelices que aparte de su desgracia de padecer tan cruel enfermedad, encima de ello eran explotados como esclavos.
Balari terminó sus días en una borrachera épica, mucho antes que Alejo y Cabrera y
Ordaz se mantuvo durante 45 años como Director del Hospital Psiquiátrico de La Habana, designado Héroe Nacional del Trabajo y tuvo otros cargos políticos, pero para mí, que conocí de cerca cómo realmente pensaba, creo que se merece el desprecio y ningún reconocimiento, porque lo que hizo lo realizó como una tarea de propaganda política y no porque realmente sintiera algún tipo de piedad hacia los demás. Quisiera equivocarme y pensar que realmente fue una persona dedicada a reducir el sufrimiento humano y el medio corrupto de la sociedad que creó la mafia castrista a la que pertenecía, lo hizo convertirse en un insensible degenerado.
Pero un suceso posterior me ratificó la percepción que había del comandante entre los trabajadores bajo su mando. Al padecer de psoriasis, me remitieron a una dependencia de Mazorra, Higiene Mental, sita en la Avenida de Rancho Boyeros y la calle 26, frente a la Fuente Luminosa y la Ciudad Deportiva. Allí iban a someterme a un tratamiento con acupuntura y como parte de ello tuve varias sesiones con alguien cercano a Balari, no se si era un psicólogo o un técnico en medicina china, lo que puedo decir es que me mejoré muchísimo y además, sin dar mensaje alguno, en cada sesión me hablaba horrores de Balari y sobre todo de Ordaz, a los que catalogaba de ladrones, abusadores y rateros.
Amenazas a Juan Juan y sus amigos.
Ahora que Juan Juan Almeida y sus amigos son amenazados por los que no quieren que se sepa que Cuba es el imperio del nepotismo y de la corrupción, donde hasta los ciudadanos ya no ven el robo como algo ilegal, sino como un medio de vida, donde la gente le interesa solamente un trabajo si hay “busca” y donde ante tanta miseria y precariedad el pueblo se vuelve insensible ante lo mal hecho, no me queda otra sino recordar sucesos como el que he narrado.
Si como explicó Juan Juan en su programa del 28 de abril existen cárceles clandestinas donde la gente son empleadas como esclavos y no reciben remuneración alguna, una práctica que supongo lleve muchos años, no es ocioso conocer el actuar de personas que algunos consideran como gente noble y limpia, como revolucionarios impolutos.
En otros artículos de estas Memorias como el titulado “Cadena de Tiendas Caracol”, narré el vomitivo mundo de los militares cubanos y cómo fueron ascendiendo, desde el siglo pasado, a posiciones dentro del turismo. Los delincuentes como Manuel Vila Sosa, socio del actual primer ministro, ambos de la delegación de Gaviota en Holguín, mostraron su rostro de corrupcion extrema en Caracol, donde convirtieron uno de los edificios del complejo de Primera y 20 en Miramar en casa de visitas para hospedar no a los funcionarios de las delegaciones provinciales, sino para dar fiesta,banquetes y borracheras mayoritariamente con gente de Gaviota, donde se consumían las mejores bebidas y grandes consumos de tabacos Cohiba y cigarrillos extranjeros.
Al Administrador de la Oficina Central de la Cadena, que denunció el derroche de recursos en asuntos ajenos a la misión de la empresa, lo amenazaron con denunciarlo por hechos delictivos y el nivel de corrupción llegó a niveles tan extremos como viajes internacionales por Vila Sosa y sus adeptos en primera clase, nunca antes realizado, asignaciones gigantescas de combustible y otras que hicieron que a los pocos meses de haber sido nombrado, fuera sustituido, pero a la usanza cubana, botando el sofá, pues fue ubicado en Rumbos, que finalmente terminó en la quiebra. Esa es la huella de los militares cubanos en la economía, particularmente el turismo, una increíble escalada de prostitución, perversión y deshonestidad.
No es para nada improvisado que el segundo Zar, Raúl Castro, haya convertido a su yerno en el administrador de la principal fuente de ingresos del país. De una forma u otra, con la prolongación del régimen o sin él la cúpula dominante mantendrá el poder.
Y cuando Cuba finalmente sea libre, si hay algo garantizado es la continuidad de ellos formando parte de lo que será la Mafia Cubana (la de Cuba porque el cliché de la mafia cubana de Miami, todos sabemos que es una mentira más de la dictadura). Ahí está el referente de lo ocurrido en Rusia, lo que inevitablemente se repetirá en la Isla porque está presente el caldo de cultivo creado por la dictadura con sus métodos típicos del hampa. Pero aún nos queda la esperanza de que los culpables del desastre cubano paguen sus culpas, pero eso está por ver.
Nota al Pie:
Después de fallecer Balari, con el hígado cocinado, su viuda tuvo una relación que duró hasta su muerte con un compañero de estudios, que por algo nunca tuve como amigo, y que al conocer por mí las historias que aquí narro, llenó de huecos el patio y el jardín buscando las latas de galletas con billetes de a veinte pesos. No se si halló alguna, porque nunca me lo dijo, o Balari tuvo tiempo de despilfarrar el dinero, o quizás fue un alarde suyo y probablemente la fortuna fue a parar a los bolsillos del Héroe de la República de Cuba, porque al final ellos han sido los ilegítimos pero absolutos dueños de Cuba y sus destinos.
Pero los cubanos exiliados y su descendencia no han perdido su identidad, siguen siendo ruidosos, alardosos, exagerados y a su vez hacendosos, amables, simpáticos y solidarios y ansían por sobre todas las cosas algún día regresar a su Cuba, aunque tengan que construirla nuevamente porque ya no es lo que conocieron.
El virus del castrocomunismo o como se llame porq ue es difícil identificar lo que ha sido el proceso revolucionario, pasará a la historia, al igual que el coronavirus, como una etapa oscura de la que hay que acordarse solamente para que no vuelva a ocurrir. Y la mafia que emergerá también tendrá su final.
Y el camino hasta ese momento no puede pasar por la intolerancia, ya la historia nos ha enseñado lo que trae consigo: interminables guerras durante siglos, destacando las Guerras Púnicas con millón y medio de muertos, la Guerra de las Galias un millón, la persecución romana a los cristianos cien mil, las Invasiones Bárbaras siete millones, las Invasiones Mongolas entre treinta y sesenta millones, la Conquista de América cuarenta y siete millones de muertos, la conquista de China por los Manchúes veinticinco millones, la Rebelión Taiping treinta millones, las Guerras Napoleónicas siete millones de europeos, las Guerras del Opio sesenta millones de chinos, las campañas de Tamerlán veinte millones, la Guerra Civil Rusa veinte millones de rusos, las Cruzadas cinco millones de muertes, la Guerra de los Treinta años en Alemania once millones, la Primera Guerra Mundial treinta y un millones, la Segunda Guerra Mundial 83 millones, la Guerra de Corea tres millones y medio, la Guerra de Vietnam seis millones y medio e incesantes guerras en casi todo el planeta han provocado no solo cientos de millones de muertos sino también han representado esclavitud y sufrimiento a otros muchos millones.
Y no solo la intolerancia religiosa ha afectado la vida de las personas, también ha provocado hechos como el fortalecimiento del crimen organizado por efecto de la La ley seca o prohibición de vender bebidas alcohólicas, que se mantuvo vigente en los Estados Unidos entre 1920 y 1933 dándole a los contrabandistas la fuerza para lograr un control importante de la sociedad y en Cuba en particular ha abarcado todas las esferas del accionar humano, en particular en las artes, impulsándose y manteniéndose vigente por decenios el concepto de politizar todas las manifestaciones. Comenzó con mucha fuerza a manera ejemplarizante con el caso del poeta Heberto Padilla y condenando al ostracismo a figuras de las letras como Virgilio Piñera y José Lezama Lima y ahora se manifiesta con los cubanos de la otra orilla a través del asedio de los “influencers”
Si bien la intolerancia sigue siendo la norma del gobierno cubano hacia toda forma de pensar crítica u opositora, no debemos permitir que en la segunda ciudad más importante de los cubanos en el mundo se cree un clima similar al que ha coartado nuestras libertades. La reconciliación entre cubanos y la reconstrucción del país tiene que basarse en el respeto a la libertad de expresión. No importa que las extravagancias, los amaneramientos, las vulgaridades, las ofensas y las mentiras nos irriten, hay que tolerar la diversidad de pensamiento, sin lo cual no hay unidad nacional y ello es totalmente incompatible con una nación libre.
Por suerte vivimos en el país líder de la democracia, (los influencers, Juan Juan y yo) y todo lo que se aparte de ella, por mucho que se cumpla aquello de lo que hablaron Einstein y Cabral sobre la estupidez y la idiotez, no van a salir adelante, sino las ideas civilizadas del razonamiento y la tolerancia siempre van a imperar.
Lo otro solamente le conviene a la dictadura que ha destruido a nuestro país. “O estás conmigo o en mi contra”, es un pensamiento que no tiene cabida en la Cuba que vendrá.
Nada, que al escuchar a algunos de esos cotorrones, me acuerdo de Pardo Llada cuando decía: “qué desparpajo, que relajo!
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