A Prado y Neptuno

A Prado y Neptuno

“A Prado y Neptuno
Iba una chiquita
Que todos los hombres
La tenían que mirar

Estaba gordita
Muy bien formadita
Era graciosita
Y en resumen colosal

Pero todo en esta vída
Se sabe sin siquiera averiguar;
Se ha sabido que en sus formas
Rellenos tan solo hay
Que bobas son las mujeres

Que nos tratan de engañar

¿Me dijiste?

Ya nadie la mira
Ya nadie suspira
Ya sus almohaditas
Nadie las quiere apreciar”

Es difícil que haya algún cubano que no conozca esta canción, que no solo es considerada el primer cha-cha-chá, sino que también tuvo influencia mundial con la creación de un nuevo ritmo. Escrita por el violinista Enrique Jorrín y grabada por la Orquesta América de Ninón Mondéjar, el cual tenía el increíble nombre de Anacario Cipriano Mondéjar Soto, “La engañadora” fue un éxito total y el disco sencillo más vendido en la historia de la disquera Panart hasta entonces.

El pinareño Enrique Jorrín desde niño fue un virtuoso del violín, estudió en el Conservatorio de La Habana y de ahí pasó a integrar la charanga más importante de Cuba: Arcaño y sus Maravillas, entre cuyos integrantes estaban los hermanos Israel López “Cachao” y Orestes López, los que experimentaron con la última sección rítmica del danzón, creando un nuevo ritmo, el mambo. Jorrín, con su experiencia de años de trabajo con Arcaño y los hermanos López, así como su facilidad para componer danzones, se une a la Orquesta América. Ya se había dado cuenta de que el mambo no era fácil de bailar al compararlo con otros bailes de salón, por lo que altera su melodía para hacerla más accesible, y el resultado más importante fue “La Engañadora”, creada en 1953.

Jorrín había introducido una novedad, crear un danzón para cada uno de los clubes existentes, con un estribillo donde se mencionaba su nombre y sus bondades, en una mezcla de el viejo ritmo y el cha-cha-chá. Así surgieron “Liceo del Pilar”, “Liceo de Madruga” “Central Constancia” (…pero olvidemos al mundo, que así no tiene importancia, bailemos en el Constancia hasta que se acabe el mundo…), “Osiris” (…todos bailamos, Osiris invita, bien bobo eres si no lo imitas…), “Doña Olga”, “Unión Cienfueguera” (Cienfueguero en La Habana, te llama la Unión…), “El alardoso”, “El túnel” (… y ahora dicen las chiquitas cuando ven el maquinón: vamos al túnel mi vida, vamos al túnel mi amor…), “Nada para tí”, “Cógele bien el compás, “Poco pelo”, “Yo sabía” y muchos otros éxitos.

Pero “La engañadora” fue sin duda su mayor impacto, un estilo propio, algo nuevo que llevó a la orquesta al tope de la preferencia musical en Cuba y que hizo que pronto todo el continente estuviera bailando el nuevo ritmo.

El primer cha-cha-chá

La famosa esquina habanera de Paseo del Prado esquina a Neptuno, en uno de los costados del Parque Central, uno de los lugares más céntricos de la capital cubana, donde estaban situadas varias sociedades y salones de baile, entre ellos “Prado y Neptuno” y “Silver Star”. En uno de las salas de baile, “Amores de Verano”, de esta sociedad de Color, de cierto rango dnde no todos podían entrar porque había que ser negro y tener buena posición económica, es donde por primera vez se ejecutó la pieza musical donde nació el fenómeno rítmico que dominó las décadas de los cincuenta y los sesenta y que todavía sigue gustando.

La Engañadora tiene muchas historias asociadas a ella, todas pueden ser válidas y sobre el tema se ha escrito mucho, por lo que es difícil llegar a una aseveración, aunque probablemente todas tengan un poco de verdad en cuanto a cuál fue su origen y sirvió de inspiración para un número musical que daría comienzo a una nueva época melódica.

¿De dónde salió la engañadora?

Una de las versiones es que Jorrín obtuvo la inspiración, como muchos otros autores, de vivencias personales, en este caso se encontraba en la esquina de Infanta y Sitios con unos amigos cuando pasó una joven muy bien dotada que al sentirse admirada por los hombres, los miró con desprecio, ante lo cual uno de los presentes dijo:

  • Tanto cuento y a lo mejor tiene rellenos de goma

Otra versión se refiere a que Jorrín se encontraba tocando en el salón de bailes en Prado y Neptuno cuando entró una muchacha delgada pero con un voluminoso trasero. Como era algo que se puso de moda en esos tiempos, pensó: ¿será otra engañadora usando postizos?.

Otra historia se refiere a que su inspiración fue Manolo Maylán, un famoso travesti cubano, que años más tarde en Miami, le ocurriría lo mismo que aquella famosa escena con que finaliza la película “Some like it hot) o Algunos prefieren quemarse, donde el millonario le ofrece matrimonio a un hombre disfrazado de mujer que ha ido huyendo de la mafia y detrás de la corista de la que está enamorado, hasta Miami Beach.

Pero en más de una entrevista Jorrín habló de que se había inspirado en una muchacha que llegó a la sala de bailes muy desarreglada, entró al baño y cuando salió estaba bien peinada, maquillada, con un vestido de hilo y luciendo hermosa figura, por lo que unos músicos dijeron que la joven engañaba y otros que era una engañadora. “Esta es la verdadera historia de la engañadora. Muchos piensan que la escribí porque vi a una mujer con relleno, pero en realidad no fue así”, – dijo Jorrín.

Pero al margen de ello los motivos que inspiraron la célebre melodía popular y acertadamente se refieren a una mujer, de curvas espectaculares que siendo objeto de una discusión con otra en ese salón, se fueron a las manos y se le fueron cayendo todos sus encantos porque eran rellenos.

Y hay algo muy particular que llama la atención, entre los creadores del ritmo estaba la bailarina Agueda Alvarez, la que acompañaría a Jorrín y la Orquesta América en todas sus presentaciones en Cuba e internacionales, causando furor.

Jorrín afirmó que no tenía nombre para el nuevo ritmo, para él era una mezcla de rumba con mambo, o rumba con danzón, pero el nombre en cierta forma lo creó Agueda, ya que al bailarlo, los pies marcaban el sonido en tres tiempos seguidos con una onomatopeya que sonaba como cha-cha-chá. De ahí el furor de hacer ese sonido con los zapatos, a lo que se unía el güiro, acentuándose.

Todos los demás ritmos cubanos, el danzón, el son, el mambo, se rindieron ante el empuje del gusto popular por el cha-cha-chá, que estaba presente en las diez mil victrolas, las más de cien emisoras de radio, los canales de televisión, cabarets, clubes y en todos los sitios donde se iba a bailar.

Surgieron nuevas estrellas del ritmo: Abelardo Barroso, el gran sonero asumió el cha-cha-chá con la Orquesta Sensación (hay una sola), José Fajardo creó una charanga de primera categoría y aparecieron grupos exitosos como Melodías del 40, la Orquesta de Neno González, la Orquesta Sublime, y más tarde Enrique Jorrís se separó de la América y creó su propia orquesta,después de haber dejado con la América éxitos como El Túnel, Cogele bien el compás, El Maletero, Nada para tí, Miñoso al Bate, La Basura, Clara, Los Marcianos y muchos otros.

En una entrevista el maestro Jorrín dijo algo que es una verdad absoluta:

“Yo si quiero hacer un cha cha cha no tengo que pensar nada más que en escribir, si pienso en escribir me sale un cha cha ché, y los demás para hacer un cha cha chá tienen que pensar en el estilo mío”

A partir de ese momento las charangas, que solo tocaban en lugares de tercera, en la Playa de Marianao, en jardines de cerveceras o en fiestas de negros, de la noche a la mañana, gracias a ‘La engañadora’, se convirtieron en las predilectas y más populares.

Hasta los marcianos llegaron bailando cha-cha-chá, hasta que apareció la máxima expresión de este ritmo, la icónica Orquesta Aragón de Rafael Lay.

¡Aragón, Aragón!

El Restaurante Miami

En mi camino aventurero después de terminar el trabajo los sábados al mediodía, lo primero que hacía después de cobrar, era comprarme un pastel de hojaldre con ensalada de pollo, con el cual me pasaba toda la semana soñando, porque no era nada barato. Después seguí mi camino por toda la calle Obispo, donde me encontraba todo tipo de vendedores, sobre todo empanadas, fritas, carretillas con naranjas en forma de pirámide y peladas que valían un centavo, y por supuesto tamaleros y vendedores de maní.

Pero mi destino, el sitio donde me gustaban las costumbres, las distracciones y demoras de la suerte, como había dicho el poeta, era el restaurante Miami, donde durante mi juventud disfrutaba las tardes sabatinas y de paso reflexionaba sobre mi vida, que casi recién comenzaba. Y pensando en ello llegué a una conclusión: Si uno pudiera manipular el tiempo volvería el año 1958, porque aunque estuvo lleno de malos momentos, sufrimiento también fue de esperanzas y anhelos que después se materializaron de forma aparente en un espejismo que vivimos todos los cubanos en 1959 para luego convertirse en humo.

Y el restaurante Miami era el lujo que me dasba los sábados por la tarde, sistemáticamente iba al Miami para disfrutar un Steak de Jamón a la Hawaiana y una cerveza Guinness Cabeza de Perro, pero a veces, no muchas, pero a veces, cambiaba la rutina y me encaminaba al Centro Asturiano para comerme uno de los gigantescos sandwiches que allí hacían con un vaso, no copa, de un vino grueso y fuerte. O excepcionalmente me comía un arroz frito, aunque estas variantes eran más de disfrutarlas los domingos.

E indagando en la historia conocí que en Prado y Neptuno existió en el siglo XIX un bodegón de mucha fama propiedad de los hermanos Alvarez de la Campa, un apellido que nos viene a la mente por ser el de uno de los estudiantes de medicina injustamente ajusticiados por los españoles en 1871 y el padre y el tío de Alonso, eran justamente los dueños del bodegón. Con el paso de los años el bodegón se convirtió en un café llamado “Las Columnas” y más tarde el restaurante Miami, que fue el que conocí en mis primeras andanzas.

Pero eso en aquellos momentos no lo conocí, es más sabía que algunas de esas salas de baile eran sociedades de color y otras eran muy concurridas por turistas norteamericanos.

Más tarde, ya con la revolución, que hasta considera subversivo el mencionar el lugar donde viven más cubanos después de Cuba, cambió el nombre por restaurante Caracas y toda la magia del lugar desapareció con ello.

Prado y Neptuno tiene en sus alrededores lugares emblemáticos y que mucho tienen que ver con mi accionar y mis recuerdos. Voy a mencionar algunos.

El Rialto

A muy pocos pasos de donde Jorrín tocó por vez primera La Engañadora y del restaurante Miami, en Neptuno 108, casi esquina a Consulado estaba el cine Rialto, uno de mis preferidos. Como ocurrió con todo lo que tocó la mano del destructor sistema, el cine dejó de proyectar tres películas, se rompió el aire acondicionado y no se repuso, lo convirtieron en cine de ensayo proyectando películas y documentales que a nadie interesaban y a finales de la década de los ochenta desapareció como cine y pasó a ser uno de los tantos locales devenidos almacén y en fase de derrumbe, destruyéndose poco a poco.

El Hotel Telégrafo

Este conocido hotel habanero, inaugurado en 1860 en las calle Amistad, se trasladó a Prado y neptuno en 1899 y tomó los locales de varios negocios que allí existían, como una fábrica de billares, una barberías, una casa de huéspedes, un café, varias viviendas y restaurantes.

Por su ubicación privilegiada y para hacerle competencias a su contiguo Hotel Inglaterra, en 1911 fue reconstruido y ampliado hasta un tercer piso, por lo que fue calificado en su época como el hotel más moderno de la Habana Vieja y entre los once mejores de América Latina. Hacia 1914 todas sus habitaciones y el restaurante tenían teléfonos que brindaban a los huéspedes servicios de llamadas nacionales e internacionales, y en una época en que hasta los baños públicos eran una rara y lujosa novedad, ya este Hotel en la Habana contaba con ellos. Todo ello lo hizo el preferido de hombres de negocio y periodistas extranjeros de paso por la Isla.

A diferencia de su vecino, el hotel Inglaterra, estaba colmado de anuncios: Coñac Fudador de Domecq, Pinturas Sherwin Williams, Hojas de afeitar Gillette Azul, Lagrima Christi de El Baturro, pinturas Kem-Tone. relojes Longines en Cuervo y Sobrinos, Coñacq Pedro I, Buick, Sidras Cima, Chocolate La Ambrosía y por supuesto, Coca-Cola, a la que se sumaban candidatos a puestos políticos en época de elecciones.

Aunque ya no era una instalación de primera, y a mediados del siglo XX su rango había descendido notablemente, con la revolución en el poder fue cerrado y se derrumbó parcialmente. Por suerte quedó intacta la fachada y tras el boom de recuperación del turismo en Cuba fue remodelado y volvió a alcanzar su esplendor, ahora con cuatro pisos.

El Parque Central

La Habana es una ciudad impactante donde se pueden encontrar incontables lugares que llaman la atención, tanto por su carácter histórico, monumental o simplemente por su belleza y majestuosidad. Una ciudad de medio milenio de existencia y asentada en un lugar bendecido por la naturaleza y el clima sin duda tiene mucho que ofrecer, tanto en lo antiguo como en lo moderno, en lo simple como en lo solemne. Y uno de esos atractivos es el Paseo de Martí o Paseo del Prado, como lo conocemos. El Paseo comienza en el Malecón, en la explanada y Castillo de la Punta en la misma entrada de la bahía de La Habana y frente al emblemático Castillo del Morro y termina en la calzada de Monte con la emblemática Fuente de la India, tras atravesar íconos habaneros como el Parque Central, el Capitolio Nacional y sus jardines y el Parque de la Fraternidad y decenas de otras curiosidades que es imprescindible repasar.

En la primera mitad del siglo XIX se colocó en una de las plazoletas existentes frente a la puerta de tierra de la muralla, la imagen de Isabel II, justamente en lo que hoy es el Parque Central. Más tarde, para los festejos del 20 de mayo de 1902, el alcalde de la ciudad compró al gobierno de Estados Unidos una estatua de calamina fundida que representaba la Libertad, pero esta fue derribada por el ciclón del 10 de octubre de 1903. Y el momento definitorio para este espacio público lo constituye la colocación en su centro de la estatua del Apóstol José Martí, cuando el escultor cubano José Vilalta de Saavedra, ganador del concurso convocado, la ejecutó en su estudio en Roma, en mármol blanco de Carrara. La estatua fue develada el 24 de febrero de 1905, en ceremonia que encabezaron el propio Máximo Gómez y el entonces presidente Tomás Estrada Palma.

Y es precisamente lo que se consideraba el centro de La Habana, la plaza más importante durante mucho tiempo: El Parque Central, el que está en una de las esquinas de Prado y Neptuno y es un punto de referencia de la capital, por el que crucé a diario.

La Manzana de Gómez

Ningún edificio resume mejor la historia contemporánea de La Habana que la conocida como Manzana de Gómez. Este inmueble, rodeado de un soportal público corrido, con cuatro esquinas achaflanadas y dos galerías interiores que lo cruzan en diagonal. La Avenida de Bélgica (todos la conocen como Monserrate), Ignacio Agramonte (todo el mundo la conoce como Zulueta), la calle Neptuno, y lo que sería la prolongación de la calle Obispo o el comienzo de la calle San Rafael, enmarcan a este histórico inmueble.

La Manzana de Gómez ha sido, a la vez, protagonista y testigo de la vida habanera, de su grandeza y su miseria, de todos los avatares registrados en los últimos 120 años, que han sido numerosos y muy trascendentales. Con su estilo neoclásico, es un caso muy particular en la historia de la arquitectura cubana, ya que fue, desde su origen, destinado a actividades comerciales, recreativas y administrativas.

Los cubanos decimos que la de Gómez es la manzana más famosa del mundo: ni la Gran Manzana (Big Apple: como se denomina a la ciudad de New York), ni la de Newton ni la de Guillermo Tell y ni siquiera la famosa empresa tecnológica Apple con su logo de una manzana mordida, se acercan a la importancia que ésta ha tenido en su historia para los cubanos.

La Manzana de Gómez era como una ciudad dentro de la parte más vieja de la ciudad, un cuerpo de edificio que desde el siglo XIX albergó a bufetes de abogados, oficinas consulares, comercios y oficinas, y estuvo y sigue estando enclavada en una de las zonas más visitadas por cubanos y visitantes extranjeros.

La revolución cubana, que lo revolucionó todo, la mayoría para mal, destruyó, poco a poco, la Manzana de Gómez. Medio siglo sin mantenimiento ni reparaciones nos muestran que solamente una construcción sólida, como la Manzana, podría resistir sin derrumbarse completamente.

Inevitablemente, casi antes de derrumbarse, se decidió reformar el lugar y construir un hotel. El Gran Hotel Manzana Kempinski La Habana, ha sido el primer cinco estrellas plus de Cuba. Se hace difícil, aunque el marketing lo exija, identificar ese lugar como Manzana Kempinski, así que seguramente dejará de ser para muchos la Manzana de Gómez pero lo que siempre quedará será “la Manzana”, aquella por la que yo transitaba casi todos los días y que tenía negocios de todo tipo y al alcance de todos los bolsillos.

El Hotel Parque Central

En un viejo edificio de dos pisos, con grandes columnas, como dominaba casi todo el paisaje urbano habanero de las época, “La ciudad de las columnas”, la había llamado Carpentier, y que permitía refugiarse del fuerte sol capitalino, situado en la esquina de enfrente de Prado y Neptuno y frente al Parque Central, se ubicaban diversos negocios, sobre todo dirigidos hacia el turista norteamericano, dominados por negocios de souvenir, artesanías y alligator goods.

En su fachada y techo se anunciaban contrincantes de los anunciantes que aparecian en el Telégrafo, como Tres Cepas, cuchillas de afeitar Gem, ropa interior para hombres Viti, Cerveza Cristal, aceite Oliveite, farmacia Taquechel, Vermut Cinzano, Trusas Jantzen, Toallas Antex, Canada Dry, Chorizos Nalón, Sábanas Palacio, Camisetas Perro, Ron Yucayo y en época electoral numerosos anuncios de candidatos.

Allí se construyó, tras el derrumbe de los viejos edificios, un Hotel de cinco estrellas, el Hotel Parque Central.

Ubicado en el mismo centro de la ciudad, con un estilo colonial español combinado con modernismo, que recoge la cultura de las calles, tuvo reputación de ser el mejor hotel de La Habana. Se construyó aprovechando toda la manzana que colinda con Neptuno, el Parque Central y el hotel Plaza y está conformado por dos edificios, uno colonial y otro moderno que están unidos por un túnel bajo tierra. Fue operado inicialmente por la Golden Tulip y habiendo sido aceptado yo como Gerente de la parte cubana, fui vetado por influencias de Vila Sosa, un corrupto dirigente de la esfera militar con el que tuve diferencias. La Golden Tulip, por hechos como este que se fueron acumulando, se retiró de su presencia en Cuba y ahora el hotel lo administra Iberostar.

Hotel Inglaterra

Es el establecimiento hotelero en activo más antiguo de la Isla. Data de 1875 y se ubica frente al Parque Central. No se explica por qué se llama Inglaterra un hotel que se caracteriza por mostrar el encanto de la bella época española con vistosos azulejos sevillanos, los mosaicos valencianos y alicantinos, losas importadas de Andalucía, esculturas hispánicas, y con una fachada llena de elementos ornamentales criollos de época como balcones con barandas de hierro fundido y vitrales. El Café Louvre, lugar de encuentro para simpatizantes de las causas independentistas cubanas y turistas de la elegante ciudad del siglo XIX.

Ahora es un elegante y exclusivo hotel, algo muy lejos de lo que siempre fue.

Centros Gallego y Asturiano

En dos aceras del Parque Central, una frente a la otra y a pocos metros de Prado y Neptuno, están dos lugares que representaron mucho en mi juventud y donde pasé muy buenos ratos: el Centro Asturiano y el Centro Gallego. Hoy en día no son más que recuerdos de mis contemporáneos y míos, pero ese tipo de recuerdos que no se olvidan nunca, aunque los Centros ya no sean los dueños de esos majestuosos edificios y estén destinados a otros fines.

Al final, Prado y Neptuno y sus alrededores, fueron parte principal de esa Habana de los años cincuenta que siguen viviendo en mi memoria junto con “La Engañadora” y el cha-cha-chá. Y por supuesto, el restaurante Miami ,, el Centro Asturiano y el cine Rialto junto con ellos.

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