El café de a tres quilos
“Llega tu recuerdo en torbellino.
Vuelve en el otoño a atardecer…
Miro la garúa y mientras miro
gira la cuchara de café…
Del último café
que tus labios con frío
pidieron esa vez
con la voz de un suspiro…
Recuerdo tu desdén
Te evoco sin razón
Te escucho sin que estés
“Lo nuestro terminó”
Dijiste en un adiós
De azúcar y de hiel
Lo mismo que el café
Que el amor, que el olvido
Que el vértigo final
De un rencor sin porqué…
Y allí, con tu impiedad
Me vi morir de pie
Medí tu vanidad
Y entonces comprendí mi soledad
Sin para qué…
Llovía y te ofrecí, ¡el último café!
Lo mismo que el café
Que el amor, que el olvido
Que el vértigo final
De un rencor sin porqué…
Y allí, con tu impiedad
Me vi morir de pie
Medí tu vanidad
Y entonces comprendí mi soledad
Sin para qué…
Llovía y te ofrecí… ¡el último café!”
Héctor Luciano Stamponi fue un compositor, pianista y arreglista argentino de tango. Compuso “El último café” dada a conocer por Julio Sosa, ese gran cantante de tango tan popular entre nosotros, pero los cubanos preferimos la versión única de nuestro Vicentico Valdés, y en mi opinión, esta es la más hermosa canción sobre el café. La canción es algo así como una frase que una vez escuché y que me llamó la atención: “me voy a tomar un café para que se me quite el sueño de vivir una vida a tu lado”, aunque me gusta más otra que dice: “Te quiero para un café, dos cigarros, cien besos, mil caricias y toda la vida”. Pero “El último café” es un tango y no podía terminar así, sino en tragedia, pero una hermosa tragedia como todos los tangos.
Y hay muchas otras canciónes representativas de la importancia del café, tal como pueden ser la más cubana de ellas: ¡Ay Mamá Inés!, de Eliseo Grenet(…todos los negros tomamos café); “Ojala que llueva café”, de Juan Luis Guerra; “En el café” de Pancho Amat, probablemente la más simpática; la fenomenal “Coffee time”, de Cole Porter por la no menos fenomenal Nathalie Cole (My dreamy friend, it’s coffee time); “Black Coffee” de Paul Francis Webster por Peggy Lee; Frank Sinatra con “The Coffee Song” de Bob Hilliard, siempre Sinatra; “40 cups of coffee” de Danny Overbea por Bill Halley and his comets (Forty cups of coffee, waiting for you to come home); Piero con “Tomamos un cafe” (Tomamos un café, después, otro café y tuve que esperar para volverte a ver); “Wake up and smell the coffee” de The Cranberries; Mike and the Mechanics con “Another Cup of coffee”; “One cup of coffee” por Bob Marley; el vallenato “Como duele el frío” por los Gigantes del Vallenato (quisiera ser tu café, tu despertar…); la inmortal “Moliendo café” de Jose Manzo por Mario Suárez, una de mis preferidas (Una pena de amor, una tristeza lleva el zambo Manuel, en su amargura, pasa incansable las noches moliendo café); y hasta Juan Sebastian Bach compuso la Cantata del Café, del cual era un gran amante. Y no olvidar un éxito reciente del argentino Daniel Indart: “Cafecito cubano”:
“Óyeme Guajira, prepárame el café, vieja, por Dios!
Mocca, Latte, Café Olé
Cuál capricho se antoja usted
De Colombia o de Brasil
Cuál Café se vá a servir?
Rico, fino y culto es usted
Espressito quiere beber
Espumita por encima
Ay, qué buena cafeína…”
Y no menciono decenas de otras obras relacionadas con esta infusión.
En este blog ya he abordado el tema del café cubano y el café con leche, dos bebidas que no le pueden faltar a nuestros compatriotas, así como su historia y el impacto en la vida nacional y nuestras costumbres.
Ahora bien, si hay algo que destaca es el café cubano, una bebida con un sabor particular, que según los entendidos, debe cumplir cuatro características: “Caliente, Amargo, Fuerte y Escaso”.
El café cubano es una de las bebidas más representativas del Caribe. Como lees, más allá de su nombre, se sirve en muchos otros países además de Cuba, en particular en Estados Unidos, sobre todo donde hay importantes asentamientos cubanos. Y por supuesto se ha modernizado con nuevos sabores e ingredientes, pero manteniendo sobre todo la característica de ser bien fuerte.
Aunque en principio parece ser similar a un espresso, el café cubano es muy diferente y tiene un sabor único.
Destaca por su sabor fuerte, intenso y concentrado, ya que se elabora a partir de los granos de café tostados más oscuros. ¿Y en qué se diferencia de otros cafés intensos? Sencillamente en que el café cubano ya se sirve endulzado. Este es el gran secreto de la bebida.
En el pasado, se preparaba con agua azucarada que se vertía sobre el café, colocado sobre un embudo de tela para colarlo. Para que fuera aún más intenso, algunos habitantes de la isla volvían a colar el café. Así nació la bebida conocida como zambumbia.
Con la invención de la cafetera italiana, el modo de elaboración, al menos en ciudades como La Habana, cambió.
El café cubano se disfruta fuerte, sin agregar tampoco más azúcar, a la que se le agrega las primeras gotas de café para batirla y crear la llamada “espumita”, la que se coloca encima del café.
El café para el cubano está asociado a la familia, los amigos y hasta con los visitantes inesperados. No hay casa de cubano a la que uno llegue que no le brinden un cafecito.
Pero hay algo que como muchas otras cosas, desapareció en Cuba, y es el café de 3 quilos.
Café de 3 quilos.
En Cuba a los centavos se les dice “quilo”. En el mercado de la nostalgia de Miami, el Latin Miami Café en Hialeah en sus inicios vendía café a 3 centavos la tacita, tal como tradicionalmente se ofertaba en Cuba en casi todas las esquinas de La Habana y la mayoría de ciudades de la isla antes de la revolución.
Y como máxima expresión, están las llamadas ventanitas: la del Versalles, las de La Carreta y decenas de otros establecimientos, donde siempre hay gente esperando la colada.
El café de 3 quilos es parte inseparable de la memoria de nuestro pueblo. En Cuba el quilo es la unidad monetaria de menor cuantía, por lo tanto no puedes dividirlo en otras monedas. Hay que recordar la frase: “el quilo no tiene vuelto”. O aquella que dice: “me sacaron el quilo”, que es hacer sudar a alguien y trabajar con gran fatiga y desvelo. La antigua peseta española se componía de cien céntimos a los que popularmente se les llamaba quilo. De ahí viene la costumbre cubana de llamar quilo a la moneda de un centavo.
Aunque algunos pensaban que el modesto quilo no tenía mucho valor “no vale ni un quilo”, se decía antes en Cuba para indicar que algo tenía poco valor), con un quilo se podían comprar muchas cosas, como por ejemplo: un pirulí, una melcocha, un cigarro, un chicle, azúcar, sal, una galleta, un caramelo, un vaso de agua de seltz o carbonatada, por señalar algunas. Y con tres quilos tomabas una excelente taza de café. Una popular tienda habanera, que vendía artículos muy baratos se llamaba “La Casa de los Tres Quilos” y estaba situada enfrente de la iglesia de Reina y Belascoaín. Y por supuesto estaba la cadena de tiendas Woolworth, popularmente llamados Ten Cents o Diez Centavos. En La Habana aún se conservan los Ten Cents de Obispo, Galiano, Monte, Vedado, y La Copa, en Miramar. En el interior había otros cinco en Cienfuegos, Santa Clara, Matanzas, Camagüey y Santiago de Cuba.
Y mis contemporáneos y muchos otros recordarán que solían tomar café a 3 centavos, con su vaso de agua fría con hielo y gastaban otros 2 centavos comprando cigarros sueltos. Un amigo de mi padre puso inicialmente un puesto de venta de café de 3 centavos, a los dos años ya tenía 5 establecimientos similares. Y eso que era rara la esquina donde no hubiera uno al menos. No importaba tanta competencia, la demanda siempre era mayor porque un cubano no podía pasar frente a un lugar donde vendieran café que no se tomara uno.
Se arraigó tanto el café en nuestras tradiciones y prácticas cotidianas, que hoy los mayores que nos preceden hablan, con nostalgia, de cómo el inconfundible y estimulante aroma del grano tostado y recién colado estaba presente en cualquier parte de cada localidad y motivaba a muchos a consumir una taza del auténtico café cubano, humeante, sabroso, tentador y fuerte, por el módico precio de tres centavos.
Casi todos cumplían ese ritual a cualquier hora del día y todas las marcas en el mercado, suministraban la especie arábiga al 100%; eran muchas, pero todas con calidad indiscutible.
Lo mismo pudiéramos decir del amanecer clásico del cubano. La taza de café era imprescindible para comenzar adecuadamente el día, para no hablar del siempre popular y altamente demandado desayuno básico: un nutritivo café con leche y pan con mantequilla. Y si era en el campo, el gran jarro de café recién colado con unas viandas y unos pedazos de carne de puerco.
Pero lo más tradicional para los cubanos que están en los más disímiles confines del mundo, en su casa, como gesto cordial de bienvenida, seguramente le ofrecerán al visitante esa taza de café, sea de donde sea su origen pero hecho a la cubana, bien fuerte y caliente, pero siempre tomando el café con la taza y el platillo debajo, que es una costumbre muy vieja de los cubanos.
Cortadito y otras variedades del café cubano
“Cortadito”, así en diminutivo, se le llama a una versión más ligera del café con leche. En realidad es una palabra que se usa para definir un tipo de café combinado que se toma en muchos países y que no es privativo de los cubanos, aunque se pretenda demostrar lo contrario. No intente asociar el cortadito con lo cubano, aunque nos guste mucho. Exclusivo de lo cubano es el buchito o cafecito, una simple tacita de café fuerte pero endulzado según el gusto que es lo que apreciamos los cubanos. No confundir con el café expresso, tan popular en muchos países.
Mientras que el preferido de muchos es el cortadito hecho con leche evaporada. No tiene competencia.
Pero también están otras variantes como:
Rocío de Gallo. Un café cubano con una cuarta parte de ron, ¡delicioso!
Y nos hemos enviciado en los últimos años a tomar un café que resulta una maravilla para el paladar: el café bombón, hecho con leche condensada.
Ya pasaron aquellos tiempos en que colabamos café tantas veces al día como podíamos: al levantarnos, después del desayuno, al regresar del trabajo, después de la comida, antes de acostarnos y en los días no laborables, otras coladas adicionales, y todas seguidas de un cigarrillo o un tabaco.
Y ahora, aprovechando la tecnología, tomamos varias veces al día una coladita de uno de los tantos buenos cafés que se encuentran en los supermercados de Miami, como “La Llave”, “Bustelo”, “Pilón”, “Regil”, y otras menos conocidas pero que cumplen con los estándares de calidad que nos gustan, como “La Rica”, “Sedano’s”, “Publix”, “La Carreta”, “Cachita”, “La Shalala” y otros, hechos en mi cafetera Chefman, que le extrae al café molido el máximo de sabor.
Y como nota nostálgica, están las matas de café caracolillo que sembré a partir de poner en una lata de leche condensada unos granos de café que nos habían regalado para tostar. De allí salieron cuatro máticas que sembré y llegaron a dar una cantidad increíble de libras de café, ya que se hicieron unos arbustos frondosos y muy altos que en su madurez hacía que colgaran como racimos las bayas del café. Entonces aprendimos a cosechar en el momento justo sin lastimar al cafeto, cómo secarlo y tostarlo y ello nos permitió tomar el café más delicioso.
Estos cafetos tuvieron la misma suerte que corrió mi mata de aguacate. Ni ellos se salvaron de la barbarie socialista.
No en balde se dice que tanto Balzac como Voltaire se tomaban entre 40 y 50 tazas de café al día. A Voltaire el médico le advirtió que tanto café lo iba a matar, pero vivió 83 años, mientras que Honoré de Balzac se levantaba temprano en la madrugada y escribía entre 7 u 8 horas, las que pasaba tomando café. Johann Sebastian Bach y Ludwig Van Beethoven eran no solo adictos sino también maníacos en cuanto al café se refiere.
Y estos ejemplos me hacen recordar esta frase: “Te quiero mas que al café…pero por favor, no me pidas que te lo demuestre”. En fin, el café, ese compañero de todo momento, negro como la noche y dulce como el pecado, que nos hace soñar despiertos y después nos despierta, es algo imprescindible, al menos para los cubanos. Por eso parafraseando un dicho popular, cuando la vida te de limones, no hagas limonada, hazte un café, porque no se puede comprar la felicidad, pero si una taza de café, lo que viene siendo casi lo mismo, por lo que si te despiertas y hueles el café, es imposible volver a dormir.
Y prueba de ello es que mi nieto, ahora de cinco años, desde que era casi un bebé, cuando me veía saborear un oloroso café, me decía : ¡abu dame cafito!.
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