Comprar un Cadillac y morir

Comprar un Cadillac y morir

Hace muchos años, tantos que ni recuerdo, me leí un libro con un título muy sugestivo: “Ver Londres y morir”. Los autores eran Paul Alexandre y Maurice Roland y me llamó mucho la atención cuando lo encontré, entre otros, en las ediciones baratas que ofertaba la librería e importadora de revistas, libros y cómics Madiedo, situada en la calle O’Reilly, en los tiempos en que yo trabajaba en la librería “El Gato de Papel”, situada a cuadra y media de ella y a donde iba a buscar títulos que los clientes habituales me habían pedido y no había en existencia, ante lo que les contestaba que pasaran luego y que lo iría buscar al almacén, algo falso porque en realidad lo compraba en Madiedo y muchas veces no se le ganaba nada, pero no se perdía al cliente habitual.

Esos libros (nuevos) normalmente costaban entre diez y quince centavos y me destornillo de la risa cuando veo que en Amazon ofertan ese mismo título, usado, a 26 dólares. Sin duda una novela de misterio y policíaca interesante, que leí con gusto pero nada más, pero que ahora me hace reflexionar en varias cosas debido a su título.

Esta es una frase parecida a otras famosas y cuyo origen se remonta a los tiempos del imperio Romano, donde primeramente se decía, junto aquella de “todos los caminos llevan a Roma”, la de “¡Para ver a Roma y morir!”, la que no se quedó allí y le siguió otra referente a Nápoles: “¡Para ver a Nápoles y Morir!”,lo que con el tiempo fue degenerando hasta que sobre la década de 1930 el escritor ruso-soviético Ilya Ehrenburg que vivía y trabajaba en la ciudad a orillas del Sena, se enamoró de ella de tal forma que escribió el libro “Mi París”, donde se repetía la frase “¡Para ver París y morir!”. Hay muchos que han escrito sobre la capital francesa, su cultura bohemia, la buena cocina, la creación de tendencias de moda y perfumes, los palacios y la Torre Eiffel, pero sobre todo la vida común de sus habitantes, desde los miserables hasta los más ricos, que hicieron o reforzaron la admiración por la Ciudad Luz.

Y supongo que los escritores hayan parafraseado este tema y lo hayan llevado a Londres. No he encontrado otras referencias de estos autores, por lo que probablemente su único triunfo haya sido el título del libro.

¿Pero por qué, sin ton ni son, me viene a la mente ese libro?.

Una razón que puede explicarlo o no, y es la siguiente:

El primo, o más bien el esposo de una prima de una amiga, que quedó viudo hace alrededor de dos años y que a pesar de que es una persona fiestera y con recursos económicos, una casa en los Cayos de la Florida con un bote, otra casa en Miami, un buen carro y sin problemas financieros, trató de buscar alivio a su soledad, pero todos los encuentros que tuvo le salieron mal, hasta que un día, en el club de Miami a donde los más viejos van a bailar, vio a una señora bailando sola y le pidió permiso para acompañarla y de ahí surgió una atracción.

La mujer, también viuda e igualmente con recursos económicos, era una compañera ideal, pues no había otra cosa por medio que no fuera la empatía y así fueron conociéndose y compartiendo.

Y con el tiempo conocí que esta mujer, cubana igual que todos los que menciono en este artículo, desde muy niña había tenido un anhelo: comprarse un Cadillac. Nunca lo hizo, pero ya viéndose con recursos y con una edad en la que el final se acerca, decidió comprarse un Cadillac del año. De ahí que me vino a la mente la imagen del caso: “Comprarse un Cadillac y morir”.

No es que en ambos casos lo que hacemos termina con la muerte, ni ir a Roma, ni a Nápoles, ni a París, ni a Londres, ni comprarse el Cadillac, pero se ve como el lograr una meta, después de lo cual, no importa lo que pase.

Pero ejemplos como ese podemos nombrarlos en cada familia, y yo voy a rememorar los míos.

El tío tanguero

Enrique era hermano de mi padre y como persona no valía mucho, había tenido muchos fracasos matrimoniales, se llevaba mal con todos sus hermanos y acostumbraba hablar mal de ellos. En más de una ocasión lo oí criticando a mi padre, pero mi abuela lo paralizaba y le decía que si no cambiaba el tema se fuera inmediatamente. Ella tuvo muchos hijos, algunos tuvieron buena posición y nunca ayudaron a los más pobres y solo iban a verla un rato, el día de las Madres y en Navidad, pero nunca admitió una queja al respecto.

Pero Enrique, guaguero como mi padre, tenía un anhelo, un objetivo central en la vida que nunca alcanzó, o ni siquiera le picó cerca porque tenía un defecto que aniquilaba cualquier meta que se trazara: era un borracho perdido.

Su afición era cantar tango, eran tiempos en que entre Carlos Gardel, Daniel Santos, Panchito Riset y Juan Legido se disputaban la preferencia musical de los cubanos y en particular la mía que pasaba una buena parte del día, quisiera o no, escuchando la radio que en mi casa se apagaba cuando el último se iba a dormir.

El trío Irusta-Fugazot-Demares, Hugo del Carril, Alberto Gómez, Libertad Lamarque, Agustín Magaldi, Julio Sosa, Charlo, Enriques Santos Discépolo, Mercedes Simone y por supuesto Gardel se convirtieron en ídolos en Cuba y varios cantantes cubanos comenzaron o hicieron toda su carrera dentro del tango, entre ellos Emilio Ramil, conocido como el Gardel Cubano por su timbre parecido al Morocho del Abasto, fueron seguidos por Olga Chorens, Tony Alvarez, Manolo Fernández, René Cabel, Fernando Albuerne, Elena Burke, Berta Pernas, Alfredo Cataneo, Roberto Espí, Olga Guillot y otros. La Habana fue la segunda plaza del tango en el mundo entero en la década de 1950 y La Habana tuvo tantas orquestas, clubes y cabarets como Buenos Aires, lo que hizo que muchos artistas del tango argentino fueran a cantar a la capital cubana, es más, el accidente de Carlos Gardel se produce cuando iba a viajar hacia La Habana.

En la familia se comentaba que Enrique cantaba muy bien el tango, eran tiempos en que en la moda masculina imperante no podía faltar el sombrero, así que cuando iba a cantar, se impersonaba con una bufanda, completamente anacrónica para nuestro clima tropical, pero Carlitos, que parece que todas sus películas las hizo en invierno, nunca se las quitaba y los imitadores del Zorzal Criollo no se sentían inspirados si no la usaban.

Enrique tenía sus tangos preferidos y uno de ellos era “Uno” que me aprendí de memoria pues diariamente venía por la calle (vivía al doblar de mi casa) tarareando y como yo era ya un experto en tangos por lo que mencioné del radio que no se apagaba, conocía las interpretaciones de Julio Sosa, de Hugo del Carril, de Libertad Lamarque y la que más me gustaba, las de Roberto Goyeneche, conocido por el polaco con la orquesta de Anibal Troilo.

“Uno busca lleno de esperanzas
el camino que los sueños
prometieron a sus ansias…
Sabe que la lucha es cruel y es mucha
pero lucha y se desangra por la fe que lo empecina
uno va arrastrándose entre espinas
y en su afán de dar su amor
sufre y se destroza hasta entender:
que uno se ha quedao sin corazón…
Precio de castigo que uno entrega
por un beso que no llega
a un amor que lo engañó…
¡Vacío ya de amar y de llorar
tanta traición!

Si yo tuviera el corazón…
(¡El corazón que di!…)
Si yo pudiera como ayer
querer sin presentir…
Es posible que a tus ojos
que me gritan tu cariño
los cerrara con mis besos…
Sin pensar que eran como esos
otros ojos, los perversos,
los que hundieron mi vivir.
Si yo tuviera el corazón…
(¡El mismo que perdí!…)
Si olvidara a la que ayer
lo destrozó y… pudiera amarte..
me abrazaría a tu ilusión
para llorar tu amor…”

Ese impresionante tango hacía que mi tío no saludara a nadie hasta terminarlo, era como una especie de fascinación que sentía por ese y por otros números.

Fue así que se presentó en un concurso y de ahí fue seleccionado para otro, hasta llegar a un nivel en que fue descalificado. Eso fue una verdadera catástrofe porque digno de un tanguero, Enrique se sumió en la bebida, algo para lo que no necesitaba justificación, pero que le daba un nuevo motivo, por lo que cuando cantaba, solo lo hacía con aquella de Enrique Santos Discépolo, “Esta noche me emborracho”.

Para tratar de aliviar su pena, se comentaba que otros actores comenzaron su carrera como cantantes de tango y tuvieron que dejarlo porque su verdadero talento estaba en la actuación como fueron los casos de Carlos Badía, Armando Bianchi, Guillermo Alvarez Guedes, Ricardo Dantés, Emroqie Santiesteban y hasta un político: Luis Conte Aguero.

Su tormento duró poco tiempo, porque un día llegó un personaje buscándolo para contratarlo para cantar los fines de semana en un bar especializado en tangos cuyo nombre no recuerdo. De ahí en adelante venía por la calle, cantando:

“Golondrinas de un solo verano
con ansias constantes de cielos lejanos.
Alma criolla, errante y viajera,
querer detenerla es una quimera…
Golondrinas con fiebre en las alas
peregrinas borrachas de emoción…
Siempre sueña con otros caminos
la brújula loca de tu corazón…

Criollita de mi pueblo,
pebeta de mi barrio,
la golondrina un día
su vuelo detendrá;
no habrá nube en sus ojos
de vagas lejanías
y en tus brazos amantes
su nido construirá.
Su anhelo de distancias
se aquietará en tu boca
con la dulce fragancia
de tu viejo querer…
Criollita de mi pueblo,
pebeta de mi barrio,
con las alas plegadas
también yo he de volver.”

No tendría mucho éxito y no tengo idea de cuanto duró en ello, pero al menos pudo realizar su sueño de cantar tangos y recibir a cambio unos aplausos.

Volver a España

Ya he comentado que no recuerdo mucho a mi abuelo paterno, es más, no recuerdo que nunca haya tenido un gesto amable hacia mí ni me haya dirigido la palabra. Murió cuando yo tenía tres o cuatro años, pero eso no es justificación para que no sintiera hacia mí algún afecto, porque recuerdo que la mayor parte de mi infancia estuve en los brazos de mi abuela andaluza, que me besaba, me hablaba, me hacía cuentos, me enseñó a leer, me cocinaba dulces especiales y me malcriaba a más no poder. A cambio de ello yo le hacía caso en todo y ella era mi refugio, mi roca, el lugar donde me sentía seguro.

Pues muchas veces escuché conversaciones entre mis abuelos de hacer un viaje y volver a España. Se hablaba de los que quedarían vivos y los que ya no estaban entre nosotros. De la vieja casa de Madrid y de Andalucía, de primos, hermanos, lugares comunes, comidas, romerías, de cómo sería la España que dejaron atrás hacía cincuenta años.

Supongo que esa sería la mayor aspiración de cientos de miles de españoles que por una razón u otra dejaron el terruño y se fueron a “hacer las Américas”. La imagen más exacta nos la dió Alberto Cortés con su desgarradora pieza “El abuelo”.

Y un día me atreví a preguntárle a mi abuela sobre el tema, ya era entonces yo un joven, casi un hombre y me contó que todos sus conocidos, amigos y parientes, siempre tenían presente el hecho de que de una forma u otra, algún día regresarían a España, de visita o para morir allá donde estaban sus raíces sin desdorar que en Cuba había creado una familia que a su vez se había ramificado en muchas otras.

A principios de los veinte gozaban de buena posición por el puesto de ejecutivo de mi abuelo en el Banco Español de la Isla de Cuba, pero había una escalera de hijos que hacía imposible viajar con tantos, así que el viaje siempre se fue posponiendo y después vino una época de vacas flacas y la imposibilidad económica de realizar el sueño.

Pero durante toda mi niñez, mi abuela Amalia diariamente, en los cuentos que me hacía, regresaba a su pueblo, sus montañas, recreaba las costumbres andaluzas, las comidas, las romerías, las amigas y los familiares que dejó atrás, recreó hasta las vacas y cabras que pastaban en invierno en la parte baja de la casa de piedra y hasta los lobos que la atemorizaban cuando debía recorrer las serranías o los alrededores de la villa para hacer algún mandado.

Al final, pienso yo, que no necesitó, como muchos otros, el regresar físicamente a España, porque España siempre estaba presente, como nos ocurre ahora a los cubanos que estamos fuera de la Isla.

Manolo

Manolo era un muchacho de unos veinte años con el que trabajábamos juntos en la Librería y Encuadernación “Juan Cebrián” en La Habana Vieja. Nunca supe con certeza, porque no le gustaba hablar de ello, las particularidades de su vida, de lo cual siempre se quejaba. Algunos comentaban de que era homosexual, un escándalo en La Habana de los años cincuenta, porque vivía en un apartamente con un amigo, pero por lo menos a él no se le veían poses ni manifestaciones afeminadas, todo lo contrario, se veía que le gustaban las mujeres, pero como era tan hermético, tampoco supe de noviazgos suyos.

Y la gran meta de Manolo era hacerse piloto. Se pasaba la vida con revistas de aviación, algunas de las cuales me introdujo en su conocimiento, compartimos artículos de Mecánica Popular y nos fajábamos por traducir artículos de Aviation Week and Space Technology, y cualquier cosa en la que se hablara de aviones, aeropuertos, pilotos famosos, aviación comercial, historia de la aviación y otros relacionados, era motivo de conversación y de compartir la información.

En buena parte Manolo me influenció en el amor hacia la aviación, esa profesión tan compleja como peligrosa, al menos en aquellos años.

Cuando el gangster conocido como “Troncoeyuca”, pariente de mi compañero de juegos de la cuadra donde vivía y que era piloto de Masferrer o de El Colorado, no recuerdo bien, se estrelló con su avión Cessna, Manolo insistió en conocer los detalles y hasta fue a ver a mi amigo Mundito, el cual de su pariente solo sabía el nombre y que de vez en cuando iba a su casa a ver a su abuela. A ese nivel llegaba la obsesión de Manolo por los aviones, de investigar y conocer todo lo que pudiera sobre ese mundo.

Desde hacía un tiempo Manolo había solicitado entrar al ejército, donde iba a ganar menos que en la librería, pero era la posibilidad, según alguien le había prometido, de entrar en la Academia de Pilotos de la Fuerza Aerea y cuando la cosa en el país estaba más complicada por la inestabilidad política, el terrorismo y la represión, a mediados de 1958, Manolo fue llamado a filas.

Se fue muy contento, pensando que iba a resolver rápidamente su entrada a la escuela aérea, que a lo mejor tenía suerte por ser joven y fuerte, con buena estatura y físico y un buen nivel cultural, lo mandaban a estudiar a alguna academia en Estados Unidos y regresaría cuando ya toda la pesadilla de la revolución y la guerra hubiera acabado.

Nada más lejos de lo que pensaba fue lo que le ocurrió.

No volví a ver a Manolo hasta 1962, cuatro años después y fue cuando me enteré de su mala fortuna y de su mala decisión.

Al entrar al ejército pasó todo un período no muy largo de entrenamiento básico, disciplina militar, voces de mando, marchas, armamento, tácticas de combate y todo lo relacionado con una preparación elemental. Tras completarla, se dijo, ahora me mandan a la Academia, pero no fue así.

Le dieron equipamiento completo, lo montaron en un tren blindado y lo enviaron hacia la Sierra Maestra. Allí pudo ver que la mayoría de los reclutados estaban igual que él engañados y además muy mal preparados para enfrentar una guerra de guerrillas de grupos que llevaban meses en esas andanzas, conocían el terreno, estaban bien armados y contaban con el apoyo de los campesinos.

Manolo se convirtió, sin quererlo, en uno de los entonces llamados “casquitos”.

No quiso hablarme de los numerosos sustos que pasó, de los que vió morir o perder un brazo o una pierna, pero al final pudo sobrevivir, aunque muchos no saben si hubiera sido mejor la muerte que lo que le ocurrió.

Lo hicieron prisionero con un grupo numeroso de casquitos, los que fueron llevados al penal de Puerto Boniato y donde fueron sometidos a todo tipo de vejámenes, hambre, torturas físicas y mentales. Nadie le creía que el había entrado al ejército porque lo iban a preparar como piloto, pero además, le decían que si hubiera sido piloto entonces habría sido capaz de matar mediante bombardeos a civiles inocentes, por lo que lo encontraron culpable por lo que hizo y por lo que pudo haber hecho y se ensañaron con él.

A finales de 1962, justo después de la Crisis de los Misiles o Crisis de Octubre, me lo encontré en una guagua cuando iba a ver a mi abuela en el reparto Buenavista.

En un principio no lo conocía, aquel hombre fornido y joven, era ahora un flaco enjuto, con parte del pelo cano y los ojos hundidos. Nos bajamos del ómnibus y en una cafetería me contó lo que pudo, porque me di cuenta de que le costaba trabajo revivir su sufrimiento. Toda la conversación siempre fluyó debido a que su familia estaba fuera del país y él trataría de irse con ellos.

Después de ese día, también por su propia seguridad, nunca volvimos a vernos, pero estoy seguro que Manolo nunca más se sentiría atraído por la aviación, al menos por ser piloto, porque no solo no cumplió su sueño, sino que pasó por situaciones muy difíciles que lo dejaron marcado.

El viaje a México de mis suegros

Mi suegro Antonio tenía muchísimas virtudes. Era un hombre trabajador que con escasa instrucción pero con muchísima educación y cultura de la vida, logró por sus esfuerzos, llegar a ser carrero de la Canada Dry, y tener dentro de esa empresa la mejor zona de distribución, por lo que sus 14 o 15 horas de trabajo diario representaban un salario muy superior al que ganaban un abogado y muchos médicos u otros profesionales.

Así pudo comprar un terreno y construir la casa de sus sueños en el reparto Fontanar, comprar otros terrenos para fabricar, uno en el reparto Versalles en Marianao donde iba a construir apartamentos y una farmacia, otro en Santiago de las Vegas y un tercero en Brisas del Mar en Guanabo. Aparte de su trabajo como vendedor de Canada Dry, era comisionista de la tienda Ultra y vendía a crédito, por lo que sus finanzas estaban en un buen momento.

Mandó a sus hijos a buenas escuelas y guardaba celosamente los ahorros en dólares, porque tenía una misión en la vida, ir junto con mi suegra Josefina, a un viaje a España, la tierra de los padres de ambos, pero primero estaba decidido a hacer un corto viaje a México, país cercano que le llamaba la atención, lo que había sido reforzado por criterio de amigos que le habían dado buenas referencias sobre ese viaje.

Poco a poco fueron acumulando no solo dinero en divisas, sino también planificando las características del viaje, la ropa adecuada para el momento de la visita y otros detalles. Era una meta fácilmente alcanzable y todo apuntaba a que los esfuerzos de muchos años no habían sido en vano.

Pero llegó el comandante y mandó a parar.

Ni dólares, ni terrenos (por suerte los pudo vender a tiempo), ni España, ni México.

Uno de los tantos sueños rotos por una revolución que lo ha destruido todo.

Aviador o guitarrista

Siempre tuve dos cosas muy claras: yo iba a ser un guitarrista, pero no uno cualquiera y además también un piloto y para ello iba a esforzarme al máximo.

Al final no fui ninguna de las dos, pero no por dejar de tratarlo o quizás por no lucharlo suficientemente.

Sobre el tema de la aviación ya sabía la odisea de mi amigo Manolo y después la de otro conocido del barrio que se incorporó a las milicias con el mismo objetivo y tras años de sacrificio nunca pudo lograrlo, pero lo de la guitarra transitó por varios momentos, unos que pude haber superado y otros no.

Siempre me llamó la atención la guitarra como instrumento musical, el piano también pero se decía que los pianistas todos eran “maricones” y ponían el ejemplo de Ernesto Lecuona, Bola de Nieve y Liberace, y además había que comprar un piano, mientras que la guitarra era un instrumento más asequible.

Comenzando por los tríos, de los cuales me impresionaron los requintos como el de Los Panchos (Alfredo Gil), Los Tres Reyes (Gilberto Puente) y los Tres Caballeros (Chamín Correa), Chet Atkins con su música country, pero en particular me llamaba la atención la guitarra acústica y el virtuosismo de los guitarristas españoles, como Andrés Segovia y los numerosos intérpretes del flamenco. La introducción de la guitarra eléctrica en el jazz me resultaba particularmente atractiva y disfrutaba con el Nat King Cole Trio y sus solos de guitarra junto con el virtuosismo de Nat.

Después vendría el Rock and Roll y la guitarra traería nuevas sonoridades, impensables hasta entonces y gracias a la tecnología estas se irían desarrollando sin parar.

Y que hice para materializar mis deseos: muy poco realmente, estaba tan centrado en trabajar y ganar dinero, con lo cual me iba muy bien, que di unos meses de clases con un virtuoso y reconocido profesor de guitarra, Nené Enrizo, pero al final lo dejé. Retomé mis estudios de guitarra con un amigo, vecino de una noviecita en la antigua Quinta Canaria en Arroyo Apolo, que llevaba años estudiando y era todo un virtuoso y a pesar de ello continuaba sus estudios.

Cuando tocaba piezas clásicas españolas como el Concierto de Aranjuez, los ojos se me iban para sus dedos y lo único que deseaba era poder tocar igual que él. Mi vieja guitarra la había descuidado, inclusive se había mojado y tuve que comprar una nueva y gracias a que tenía dinero adquirí una mejor.

Pero igual, el ganar dinero era mi prioridad y también me peleé con la noviecita, así que mis viajes se hicieron menos frecuentes y luego vinieron otras prioridades que nunca debían haber sido tales y así mi relación con la guitarra se quedó en la simple admiración por ese instrumento.

Paco de Lucía, Vicente Amigo, Manolo Sanlúcar, Atahualpa Yupanqui, Carlos Montoya, Carlos Santana, George Benson, Jimmy Page, Jimmy Hendrix, Stevie Ray Vaughan, Eddie Van Halen, Tommy Emmanuel, Brian May, Chuck Berry, Django Reinhardt, Mark Knopfler, Gypsy Kings, Robert Johnson, Al Di Meola, Slash, Neil Young y muchos otros que se me quedan, son personas que no solo admiro, sino que envidio de la forma más sana posible porque tuvieron la voluntad que no tuve.

Por eso solo me queda disfrutar sus interpretaciones y mover los dedos al compás de sus melodías como si fuera yo el instrumentista y de paso mirar hacia el cielo cuando pasa un avión.

No todos llegamos a conseguir lo que ansiamos. Y a otros le llega aunque le quede poco tiempo, lo cual es mejor que nada.

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