Lugares y personajes curiosos de La Habana II
Entre las cosas curiosas que recuerdo de mi niñez con más nitidez, estaban los programas radiales y el fervor con que se escuchaban y discutía sobre los problemas del país y la esperanza en que Eduardo Chibás los resolviera. Las conversaciones de las mujeres versaban sobre temas domésticos, en particular la cocina y la moda y sobre todo los cambios que se iban produciendo en ella y que en sus inicios estaba solamente al alcance de los más pudientes, pero todos aspiraban a vestirse con lo moderno y cuando alcanzaban a hacerlo entonces comenzaba otra moda.
Y pocos años más adelante, cuando con doce años comencé a trabajar, conocí algo que me impactó mucho: los llamados “alligator goods”. Comenzaba a estudiar inglés y no entendía qué significaba pues los traducía literalmente como “cocodrilos buenos”.
Pero vamos a abordar estos temas a partir del gran impacto que dejaron en mí y lo que pude conocer de ellos, de forma tal que todavía los tengo presentes.
Chibas: verguenza contra dinero
Yo era un niño cuando en mi casa, como era costumbre, nos sentábamos toda la familia en la sala a escuchar la radio. Eran los tiempos en que tras la cena o comida como se le llama en Cuba, se reunían todos a conversar de lo ocurrido durante el día, los planes para el siguiente, comentar los sucesos o hablar de lo que se transmitía por la radio.
La radio era la reina y el día entero estaba sintonizado el radio receptor con CMQ, Radio Mambí o RHC Cadena Azul que eran las emisoras más populares, con las novelas, los programas musicales de los cuales todavía escucho con gusto a Daniel Santos, Panchito Riset y Los Panchos y después venían las noticias y los programas variados. Se ponía mucha atención cuando radiaban La Universidad del Aire, la Corte Suprema del Arte y en ocasiones los programas políticos, momento en que nos mandaban a callar porque era muy importante lo que se estaba hablando y nos daba igual porque no entendíamos nada. Pero el escuchar atentamente a aquellos analistas, periodistas o dirigentes políticos y su diatriba contra todos los gobiernos republicanos no trajo consigo otra cosa sino sumir a Cuba en el mayor desastre de su historia. Ahora, setenta años después, me doy cuenta de que lo que tanto se criticaba era muchísimo mejor que lo que tenemos ahora, sobre todo como sociedad, en la cual ya no existe la ética, la moral ni el respeto, y mucho menos la libertad que existía entonces para criticar lo que no nos gustaba.
Y dentro de estos programas destacaba alguien que sin duda era un gran comunicador: el Senador Eduardo Chibás. A esta distancia y con las vivencias que de él tuve no puedo ponderar sus virtudes y sus defectos con justicia, sobre todo porque se le ha catalogado como uno de los principales responsables e impulsores (al igual que a José Martí) de las ideas que representa la revolución liderada por Fidel Castro, que se autotitulaba muy cercano al líder ortodoxo cuando en realidad no lo era.
Cada domingo a las ocho de la noche, según conocí después, el Senador hablaba desde el antiguo edificio de la CMQ, entonces sito en Monte y Prado, en su programa “Hora” el que definía como un “llamamiento a la conciencia ciudadana”. Su gran oratoria, que entonces no entendía, me parecían los estertores de un tipo enardecido o un gritón, muy similar a lo que yo después identifiqué como un demagogo, alguien que exaltaba exitosamente a los que lo escuchaban y que era capaz de decir lo que otros no decían y contagiarnos con su prédica explosiva.
Eduardo Chibás y la Ortodoxia, partido político creado por él, encabezaron un movimiento cívico-político contra la corrupción que abarcaba a todos los sectores de la sociedad, en particular contra los gobiernos de Grau y de Prío, ambos del Partido Auténtico del cual Chibás se había separado.
Chibás había combatido la corrupción, el robo y la especulación durante el gobierno de Batista entre 1940 y 1944 y enfrentó desde su inicio la política de creación y financiamiento de pandillas por parte de los gobiernos Auténticos. Pero sus campañas por adecentar la fallida República cubana, para lo que creó un enorme movimiento de masas que veían en él a un líder incorruptible y en particular tuvo gran impacto en los miembros de la Juventud Ortodoxa, los que se sintieron identificados con el propósito de acabar con todos los vicios de la sociedad y los malos políticos.
Chibás había sido candidato presidencial y a pesar del deterioro de la imagen del Partido Auténtico con la pésima gestión de Grau San Martín, el candidato de ese partido, Carlos Prío, que resultó ser aún más corrupto que su antecesor, ganó las elecciones de 1948. Pero a medida que su gestión opositora se fue haciendo más creíble, no había duda de que Chibás por su historia, su enfrentamiento a las dictaduras desde los años veinte, su carisma, su accionar como polemista acalorado y lo transparente de su programa de recuperación cívica, lo haría ser sin duda el triunfador en las elecciones de 1952.
No obstante, Chibás tuvo dos elementos en su contra, el primero fue que tenía un historial izquierdista que no a todos convencía, ya que desde la caída del dictador Machado integró el Movimiento de Izquierda Revolucionaria y hacía galas de su ideología antiimperialista. Fue su lucha contra la corrupción administrativa la que lo convirtió en una figura pública y lo llevó a ser Senador. No hay que olvidar que en medio de la Segunda Guerra Mundial, al ser la Unión Soviética (para los cubanos entonces se llamaba Rusia) aliado de los Estados Unidos, el izquierdismo tuvo cierta aceptación, aunque se diferenciaba claramente esa posición respecto al comunismo y sobre todo al desacreditado Partido-Veleta que fue el Partido Socialista Popular, siempre aliado al mejor postor y que contaba con muy pocos seguidores efectivos.
Sin duda los lemas del Partido Ortodoxo reflejaban su pensamiento a cabalidad. «Vergüenza contra dinero» y «Prometemos no robar» y tenía como símbolo una escoba que barrería todos los males de un estado corrupto, lo que hacía tolerar su inclinación política y considerarlo una posición moderada.
Pero ese no fue el mayor problema de Chibás, sino lo ocurrido con el ministro Juan Manuel Alemán, tristemente recordado por el llamado “BAGA” (Bloque Alemán-Grau-Alsina), poderoso instrumento de corrupción política, a lo que se sumó el robo del diamante de 23 kilates situado bajo la cúpula del Capitolio y que marca el inicio de la Carretera Central y que ante el escándalo resultante del hecho, apareciera milagrosamente en el buró del presidente Grau.
Chibás denunció en su programa radial que el Ministro de Educación había malversado fondos destinados a esa cartera para comprar terrenos en Guatemala a título privado. Probablemente nadie dudaba del hecho, pero no pudo mostrar pruebas de su acusación. Por ello se asume que decidió suicidarse al terminar su alocución el domingo 5 de agosto de 1951.
Esta última alocución, la que se ha llamado como “el último aldabonazo”, terminó con estas palabras: “Compañeros de la Ortodoxia, adelante!, ¡Por la independencia económica, libertad política y la justicia social!, ¡A barrer a los ladrones del Gobierno!, ¡Pueblo de Cuba, levántate y anda! ¡Este es el último aldabonazo!”.
El disparo que se dió en la ingle no provocó su muerte hasta el día 16 de agosto, algo que también ha quedado como una situación oscura.
Muchos politólogos y estudiosos de la historia cubana, objetivamente no desde el punto de vista dogmáticos y unilaterales de los intelectuales revolucionarios, valoran que el acto suicida de Chibás, tomando como móvil la vergüenza política, se considera el resultante de un discurso ingenuo. Sin duda que Chibás escogió la honestidad como forma imprescindible para conseguir la soberanía nacional, tanto en lo económico como en lo político y la justicia social, pero con su actitud lo que hizo fue perjudicar al país e impedir que la honradez lograra destacar en el proyecto republicano cubano. Probablemente a partir de ese hecho se hundió definitivamente la República.
La corrupción había sido un fenómeno inherente a todos los gobiernos de la fallida república cubana, por lo que el lema de “vergüenza contra dinero” no era el proyecto de un loco, o simplemente de una personalidad “valiente”, sino una necesidad encaminada a cambiar las cosas en un país que iba hacia el caos. Pero su fragilidad frustró el alcanzar ese objetivo.
Es probable que sea injusto establecer una comparación de que sus prédicas se asemejan al engaño que con sus charlas e interminables discursos, Fidel Castro hipnotizó y estafó a todo un pueblo, pero cuando me hablan del verbo y el ardor de las palabras de Eduardo Chibás, que para mi padre y para mi suegro era un ídolo, aunque probablemente sea una apreciación errónea de mi parte, lo calificaría dentro del grupo universal de políticos que hablan mucho y después no cumplen lo que dicen porque el poder los vuelve ciegos.
No comulgo con las ideas del anarquismo, pero verdaderamente la historia de los gobernantes en sentido general es la gente que hace muchísimo más mal que bien.
La rebeldía ante lo mal hecho no puede resolverse con un suicidio. El que crea que es así que averigüe por el suicidio colectivo de los indios ante los abusos de los colonizadores españoles (y hay quien sigue alabando a la santa madre iglesia católica, (sí, en minúsculas, o a cristóbal colón, ese desalmado, también en minúsculas como hay que calificairlos en la historia) o a los negros africanos arrancados de su tierras y que prefirieron la muerte antes que seguir siendo esclavos. O hasta se puede hablar de una forma muy cercana de suicidio: lanzarse al mar en una balsa para llegar a Estados Unidos y escapar de la desgracia de vivir en un país como Cuba. Ninguno de estos hechos arreglaron la situación, fueron muertes inútiles.
Si en Cuba en lugar de marcharnos del país, en una balsa o por cualquier otro medio, nos hubiéramos levantado contra el gobierno, como ha ocurrido en decenas de países en el mundo, seguramente habría dejado el saldo de unos cuantos muertos, pero la nación sería otra. Pero los cubanos no queremos poner el muerto, como lo puso Chibás. Por eso algunos pueden evaluar su actitud como ingenua y hasta cobarde. Para mí fue un acto de valentía, lo que pasa es que, como ahora, la gente no escucha el aldabonazo, por lo que fue algo totalmente ineficaz.
Chibás y la revolución castrista
Fidel Castro no era Chibás, sino exactamente todo lo contrario, pero fue muy suspicaz en copiar del líder ortodoxo sus características populistas. Mientras ocurría todo esto, el fidelista Fidel, porque en todas las posiciones políticas que ha tenido solamente ha sido un oportunista que se ha arrimado al árbol que daba más sombra, hay que destacar varios hechos.
Por su relación familiar, ya que a su cuñado Rafael Díaz Balart, hermano de su esposa Mirta,era muy cercano a Batista, le pidió que le presentara al expresidente, lo que ocurrió antes del golpe de estado de 1952. Fidel le ofreció a Batista que lo aceptara en su Partido, el PAU (Partido de Acción Unitaria), lo nombrara al frente de su organización juvenil y lo postulara para Representante a la Cámara.
Este encuentro, narrado en libros por sus participantes, entre ellos Díaz Balart y Andrés Rivero Agüero, y celebrado en las finca Kuquine, destaca que Fidel le comentó a Batista que había visto en su biblioteca el libro de Curzio Malaparte “La técnica de golpe de estado”, a lo que Batista le respondió que él se había leído todos los libros de su biblioteca y ese no estaba entre ellos ni lo conocía.
Por supuesto que ya se conocía el carácter de revoltoso y mafioso de Fidel Castro en la Universidad de La Habana y se comentaba, por varios hechos y su participación en el “bogotazo”, que era un tipo sin escrúpulos, por lo que ninguna de sus peticiones fue aceptada.
Y después de la revolución, de manera oportunista y efectista, muchos personajes cercanos a Chibás, hasta su secretaria, fueron llamados a ocupar al inicio del gobierno revolucionario, puestos importantes y hasta fueron designados ministros, pero finalmente Raúl Chibás, Huber Matos, Roberto Agramonte, José Miró Cardona, Emilio Ochoa conocido por “Millo”, Carlos Hevia, José Pardo Llada, Max Lesnick, Manuel Dorta Duque, Jorge Mañach, Manuel Bisbé y otros, más temprano que tarde llegaron a la conclusión de que la revolución no era una revolución comunista, sino además una revolución de mafiosos.
Que hubiera sido de Cuba si no hubiera muerto Chibás es una incógnita, porque ya vimos que a ese árbol se estaban arrimando, de manera oportunista, elementos como Fidel Castro y otros revoltosos, muy distantes de la limpieza gubernamental que propugnaba el líder Ortodoxo, y que solamente estaban ahí para aprovechar la marea que se había provocado.
Hay quien dice que si Martí no hubiera muerto los americanos no habrían entrado en la guerra y Cuba no hubiera sido un país títere de Estados Unidos y que Chibás, si no hubiera empleado un recurso mediático impresionante al suicidarse en su espacio radiofónico, no se hubiera modificado el rumbo de la política en Cuba y Batista no hubiera podido dar el golpe de estado del 10 de marzo de 1952 y con ello no habría motivo para una revolución. Al final en mi criterio el suicido de Chibás fue sin duda efectivo y valiente, pero un sacrificio inútil porque no evitó, a pesar de la manifestación gigantesca de duelo que conllevó, a que los males de la república no sólo no se solucionaran, sino que empeoraran al provocar la inestabilildad política el advenimiento de un gobierno mafioso disfrazado de revolucionario y comunista. “Morir por la patria es vivir”, como expresa nuestro himno nacional o las manidas consignas revolucionarias de “patria o muerte o socialismo o muerte” insta a una heroicidad sin sentido donde aparentemente es muy importante la muerte, con la que se acaba todo y no permite construir nada.
Ahí está la explicación de por qué Fidel Castro no tiene o tuvo, porque murió en su cama, un solo rasguño en su cuerpo. Ese es el espíritu que le transmitió al hombre nuevo que quiso crear y que nunca existió.
Pero Chibás, a pesar de su gran error, no puede compararse jamás con otros delincuentes que han vivido de la política en nuestra Isla y no han hecho nada por el pueblo.
Lo cierto es que con autoinmolación, Chibás no solamente conmovió a millones, sino hizo que abrazaran la bandera del adecentamiento político, cayendo probablemente como el último romántico que trató sacar al país del pantano donde estaba y que desgraciadamente se hundió en uno peor.
Su símbolo, una escoba que barría todos los males del estado corrupto y fallido, fue tristemente solo una buena intención. Setenta años después los cubanos nos seguimos preguntando si para mantener limpia la imagen de un país, una casa o una persona es mejor la escoba o la alfombra. Parece que escogimos la alfombra y el barrer y esconder la basura debajo de ella.
No en balde somos los campeones mundiales de la doble moral.
La moda en los cuarenta y cincuenta.
Repasando viejas fotos y viendo viejas películas, a las que doy una valoración muy diferente a cuando las ví originalmente (ahora casi todas en sentido negativo), me llevan a pensar en lo volátil y cambiante que son las modas. Y me refiero a lo que se usaba cuando nací y cuando era joven comparado con la tendencia actual y también a las películas que han sido objeto de un llamado “remake”. En la moda, como en el cine es válido el “remake” y no solo eso, los jóvenes quieren vestir con las ropas de sus abuelos, no importa lo ridículos que luzcan, eso no es ponerse cosas viejas o antiguas, es “vintage”.
Pero voy a hacer un repaso de las modas que recuerdo de mis primeros años, cuando era niño o joven y algunas cosas sorprendentes alrededor de ello.
Por supuesto que la década de 1940 estuvo marcada, diría yo no solamente esa década, sino el siglo XX en su totalidad, por la Segunda Guerra Mundial, porque no solo se produjeron importantes cambios económicos, sociales y políticos, acompañados por el comienzo del papel de la tecnología en la vida humana a partir de la traspolación a la vida civil de las numerosas inventivas que surgieron a partir de las necesidades de lo militar.
Como parte de ello, la moda de los años 40 se distinguió por el papel importante que asumieron las mujeres en el mundo laboral y de ello formaron parte la ropa inspirada en la vestimenta militar, las cinturas muy marcadas, con chaquetas entalladas y cinturones, las faldas por debajo de la rodilla, el uso de guantes, estolas y sombreros, así como zapatos estilizados y collares. Las telas y confecciones, a causa de la escasez propia de las necesidades de la guerra, cumplían normas en cuanto a lo empleado para cada traje, por lo que se comenzaron a ver modelos más cortos.
Se dejaron de fabricar medias de nylon a causa de que éste era destinado en su totalidad a la fabricación de paracaídas, y en su lugar el maquillaje se volvió muy importante, al igual que los peinados, los que se destacaron por ser muy complicados y trabajados.
También como una forma de ahorrar tela, los trajes de hombres comenzaron a usarse sin chalecos y con bolsillos sin tapas y desaparecieron los pantalones sin bajos o dobladillos y sin pliegues y se fue usando menos la chaqueta cruzada. Pero el sombrero siguió siendo algo imprescindible. En Cuba, cuando era pequeño, aunque estuvieran vestido hasta con un pullover sin cuello, la gente usaba sombrero.
Y a pesar de nuestro clima, que entonces era mucho más suave que ahora, mucha gente usaba trajes como parte de su indumentaria laboral. No se concebía un maestro dando clases que no fuera en traje y cuello y corbata o un oficinista, dependiente de una tienda, o gastronómico que no vistiera al menos una camisa blanca de mangas largas y corbata. Así veía yo en 1957 cuando comencé a trabajar, que la gente iba en guagua al trabajo y todos llevaban traje, las mujeres con tacones y medias y afortunadamente para mí en ese año comenzaron a usarse las camisas de manga corta para usar con corbata, si mal no recuerdo fue Arrow la que lanzó esa moda que tenía además un corte en V en la manga con un botón pequeño en su vórtice.
Por supuesto que de los años cuarenta no recuerdo mucho, solo que predominaban las telas de muchos colores, sobre todo floridas y no puedo olvidar que a mí a mi hermano nos ponían los odiosos pantalones bombaches o bombachos, que me hacían ver como un personaje de Las Mil y Una Noches y las infaltables botas ortopédicas, lo que hacía que tuviera muchas ganas de crecer para vestir lo que me gustara.
En Cuba, después de pasar los cuarenta y la poco exitosa moda de los chucheros, vinieron otros tiempos de mayor prosperidad con la recuperación tras la desastrosa guerra mundial y sus secuelas
Los cincuenta
Ya en la década de 1950, en la medida en que el mundo iba recuperando la crisis dejada por la guerra, fueron apareciendo nuevos materiales, se hizo popular el llamado “wash and wear”,
algo que probablemente haya causado un furor que no se ha vuelto a ver, porque representaba la ropa que no requería ser planchada, aliviando a las amas de casa del suplicio de cuando hasta las sábanas, las fundas y hasta los calzoncillos, eran almidonados y planchados. Y ni qué decir de las guayaberas. Sin duda alguna el “wash and wear” fue un antes y un después.
El panorama cambió y se estableció un predominio por el uso del color, las texturas con lunares, rayas y flores resaltando el estilo femenino y hasta camisas de hombres con flores se hicieron populares. Se hicieron más admirados los zapatos de tacón fino, sombreros, bolsas en la mano, guantes, velos y cintos.
La silueta perfecta, como la de un reloj de arena o una botella de coca-cola fueron el paradigma, por lo que los cincuenta son considerados un momento de inflexión en la historia de la moda, en la que influenciaron mucho los deportes y sobre todo el rock and roll.
Las faldas estrechas, los hombros descubiertos, que tan bien venían con nuestro caluroso país, aunque era muchísimo más fresco que ahora, la cintura y el pecho marcados, como un avispa con cintura bien marcada, estampados con predominio de lunares, leopardo o los famosos cuadros Vichy o Guinga, que siguen siendo tendencia en la moda actual, eran los más empleados. Se usaron mucho los pañuelos de cabeza para mujeres, grandes escotes y creyones de labios de rojo intenso con el uso masivo de espejuelos para el sol.
Y fue en esos años que se comenzaron a emplear masivamente los zippers en la ropa como cierre habitual, los que antes se cerraban con broches y botones. Recuerdo que muchas veces, en ese período de transición entre zipper y botón, algunas veces se me quedaba la portañuela abierta, lo que daba lugar a expresiones de la época como la de “tienes el boticario de turno”.
Tras las masculinización de la ropa femenina en los años treinta y la austeridad de los cuarenta, la moda de la mitad del siglo XX devolvía la feminidad y la sensualidad. Había que tener el cuerpo de avispa y para la que no lo tenía, se empleaban fajas, brasieres, afinadores y las sayas de paradera dominaron en los ajuares de la mujer de esta época. Y por si fuera poco, apareció el bikini, la trusa de dos piezas que fue un grito de la moda.
En cuanto a los hombres, se hizo muy popular el uso de los jeans con pullover blancos o negros bien ajustados al cuerpo y chaquetas o jackets, como se le dice en Cuba, de piel, imitando a Marlon Brando o James Dean.
Las camisas con mangas cortas van sustituyendo a las de mangas largas, al igual que en camisas de vestir para usar con corbata, a las que se le van añadiendo adornos como el citado corte en V en la manga y botones a los lados o en el cuello o tachones a la espalda.
De los trajes anchos y pantalones anchos con raya la moda va siendo más informal, haciéndose los pantalones más estrechos, aparecen las americanas en forma de chaquetas más cortas y ajustadas y con poca hombrera, y ya desaparecen completamente los bajos y los pliegues en los pantalones.
De la raya diplomática y el color gris en todos sus tonos, lo que alguna gente llamaba estilo Al Capone, se va pasando a texturas menos serias, entre ellas algunas tornasoladas o brillosas que fueron muy gustadas en esos años y se estrechan las solapas de las chaquetas y se usan corbatas de colores menos escandalosos o de color entero y estrechas.
En muchas actividades se van popularizando prendas más cómodas y adecuadas al clima que los trajes, sustituidos por camisas frescas de manga corta, donde fueron muy gustadas las llamadas hawaianas, con cuello abierto y estampados tropicales. Y hasta para una salida nocturna se ofertaba mucha ropa sobria y elegante que no eran precisamente trajes. En ellos la marca McGregor tuvo un papel preponderante con ropa de sport elegante.
Como dije, el sombrero seguía siendo infaltable menos para los jóvenes. Y por supuesto muchachos como yo estábamos locos por poder ponernos un pantalón sin pliegues y sin bajos, lo que pude lograr al adquirir por un crédito que tenía en la tienda Sánchez Mola, al comprar un pantalón sin pliegues y una camisa de cuadros grandes rojos y negros, ambos McGregor, lo que sería mi ropa dominguera, la de pasear.
A través de las décadas he visto surgir pantalones tipo campana, las camisas Manhattan, las camisas llamadas “bacteria”, el resurgimiento de los trajes con solapas anchas, y la desaparición y la vuelta a los pantalones estrechos, en un ciclo interminable, y de las mujeres mejor ni hablar.
Resumen: la moda es un cachumbambé. Lo que hoy vemos como una tendencia de estilo o una novedad, ha sido inventado y fue la moda un tiempo atrás. No en balde el invento del “Vintage”.
El término Vintage, que en inglés significa “cosecha” surge cuando los vinos designados con ese nombre mejorann con el tiempo, por lo que la expresión se extendió a cosas de todo tipo que han mejorado y adquirido un nuevo valor a medida que ha pasado el tiempo.
De la palabra francesa “vendange, o vendimia”, se ha traspolado a todo lo que se ha convertido en un clásico preciado. Y todavía hay quien niega la frase de “cualquier tiempo pasado fue mejor”.
Los Alligator Goods y el calzado cubano.
Mientras estudiaba en la primaria mi mundo era muy limitado. Desde mi casa hasta la intersección llamada “Agua Dulce” cercana al colegio “Redención”, donde estudiaba, que era uno de mis límites territoriales por una parte y por otra a los alrededores de la intercepción de Palatino y Calzada del Cerro, adonde iba asiduamente a los cines Edison, Maravillas y a veces a algunos más lejanos como el Coloso en la calle Prensa frente al antiguo paradero de los tranvías en Cerro y Boyeros, al México situado camino a mi escuela o al cine Principal, un poco más allá de la Casa de Socorros y los Bomberos del Cerro, le podía sumar mis excursiones al Parque Forestal, donde después se construyó la Ciudad Deportiva, eran principalmente mi conocimiento de La Habana.
Por supuesto que estaban los viajes a Bejucal, donde se tomaba la ruta 36 en Cerro y Boyeros y que iba directa al pueblo o se cogía la ruta 76 hasta Santiago de las Vegas y allí se hacía transferencia y también estaban lo que se le llamaba “ir a La Habana”, sobre lo cual ya he escrito y que no era más que ir a comprar algo o simplemente ir a recorrer las tiendas, sobre todo en la calle Monte, la Filosofía en la calle Reina con sus sellos comerciales entregados a partir del monto de alguna compra y que se pegaban en una libreta y daban derecho a adquirir determinados artículos, y sobre todo a la más llamativa sin dejar de ser popular: la calle Galiano y algunas que la atravesaban como Neptuno y San Rafael. Por supuesto que no olvido una calle que se visitaba mucho: Muralla en La Habana Vieja, donde proliferaban como la verdolaga las tiendas de telas y mercería.
Y de otros lugares de la capital, solamente conocía el Zoológico de 26, la playa de Santa Fé, adonde íbamos a un círculo militar gracias a un tío que era miembro de la Marina de Guerra, y de lo cual no olvido los viajes en la ruta 50 por una ruta sombreada de grandes árboles a ambos lados de la ruta que se iniciaba en el famoso Café Raúl en La Lisa, al Paseo del Prado en tiempos de carnaval y del Vedado solo conocía el Hospital Infantil en la Calle G, adonde fui un par de veces a quitarme unas verrugas de las manos. No sé por qué se me ha quedado grabada en la mente esa imagen porque ni fue doloroso ni estaba asustado, supongo que sea porque fue en una época donde había un frío inusual y las consultas era bien temprano en la mañana, por lo que probablemente se me hayan congelado las neuronas que registraron el hecho
Por eso mis primeros años de trabajo, de 1957 a 1959 los disfruté muchísimo porque al sentirme libre de ir a cualquier parte pude conocer la vitalidad y la diversidad de lo que era La Habana de esos años y muy particularmente la Habana Vieja. Como parte de mi trabajo consistía en visitar bufetes de abogados, los que abundaban en esa zona y en el Vedado, mis tareas de entregar catálogos de libros de derecho, recoger los pedidos, entregarlos y cobrar, hacían que caminara y conociera al detalle aquellos lugares por donde pasaba. Recorría casi todas las calles de la Habana Vieja y disfruté de la intensidad de la capital, la que no descansaba, ni siquiera de noche. Y aproveché para conocer La Habana al detalle, pues todos mis recorridos, inclusive aquellos para los que me daban dinero para ir en guagua, los hacía a pie. Había juventud y ansias de saber todo acerca de donde vivía.
Admiré por primera vez lo que ahora se consideran viejos edificios, unos de principio de siglo, otros del siglo XIX o más viejos y unos pocos modernos eran el objeto de mi visita por el trabajo que hacía y por eso me he referido particularmente porque me llamaban la atención el Edificio de la Metropolitana, en O’Reilly y Aguacate, siempre con una multitud yendo a sus oficinas y a los bancos, el National City Bank of New York y el Godoy Sayán; la Manzana de Gómez que era una maravilla entonces y la gran cantidad de hoteles en la Habana Vieja y el Vedado, en donde me impresionaba el edificio de la Ambar Motors, el del Retiro Odontológico que como su nombre lo indica estaba colmado de dentistas pero donde también había muchos abogados, Radiocentro, que aparte de CMQ Radio y Televisión y sus emisoras, también tenía despachos legales y de agencias de publlicidad y por supuesto el majestuoso Edificio FOCSA y grandes hoteles como el Capri, el Nacional y el St. John’s.
Una curiosidad que se repetía es que casi todos los edificios, exceptuando los más modernos, tenían ascensores OTIS de aquellos que se accionaban manualmente con una media rueda y una palanca y se cerraban con una rejilla retráctil. Sin duda alguna puedo afirmar que eran más rápidos, ventilados y no daban la sensación de claustrofobia que se siente en algunas cajas-elevadores más modernos. Y algo muy importante: nunca se trababan y podían detenerse dondequiera.
Mucho ha llovido de entonces acá, pero siempre hay algo que nos renueva la memoria y ví con asombro que en Saks Fifth Avenue se ofrece un cinto igual a uno que me costó un peso, cuando nuestra moneda estaba a la par con el dólar, en un Alligator Goods en la calle Aguiar y Obispo, y que se vende ahora en 428 dólares. Me dije, debe ser por la fama de la tienda, pero ello me impulsó a buscar y vi otro parecido en Scully & Scully en 295 dólares, otro en Hansen’s Clothing en 350 dólares y el más barato que encontré fue en Allen Edmonds en 197.97 dólares.
El valor actual del dólar comparándolo con 1957 según la tasa de inflación promedio, que es de aproximadamente un 3.6 anual, implica que un dólar de 1957 equivale a 9.31 dólares en 2020.
Eso quiere decir que un precio justo, sin tener en cuenta las regulaciones que limitan el sacrificio de determinados animales con fines comerciales, debía ser de alrededor de diez dólares. Vamos a suponer que por el carácter exótico de esas pieles, se vendiera en veinte, o hasta en cincuenta, pero casi doscientos dólares el más barato, es verdaderamente una aberración.
Las calle O’Reilly, Obispo, Aguiar y Habana, contaban con varios negocios, grandes o pequeños que vendían productos originales fabricados a partir de piel de cocodrilo. Así estaba la casa Emilio en O’Reilly Compostela, frente al edificio de La Metropolitana, Rose Alligator Goods en la plaza de la Catedral, Antonio Pérez en Aguiar 304, Antonio Blanco en San Nicolás 170, en Aguacate 468 estaba Duranza y Compañía que exportaban artículos de piel de cocodrilo, en Compostela 157 estaba M. Gabort, en la calle Teniente Rey había varias talabarterías como El Potro Andaluz, la Casa Jaime, Casa Sobrino, El Estribo, La Cueva y Flor de Lis. Y en Consulado 24, paralela a Prado, estaba el gran almacén de pieles de cocodrilo de Bertrán y Alvarez y en San Ignacio No. 2 Colombus Store.
Y el Paseo del Prado y sus calles aledañas era el paraíso de los Alligator Goods, tiendas donde además se vendían los mejores tabacos, licores, tallas en maderas preciosas, perfumes y souvenirs cubanos, y hasta se vendían pasajes nacionales y reservaciones en compañías de aviación o el ferry. Entre los más importantes estaban King Salomon’s Store, Helen’s Store, Washington Dept. Store, Herman’s Dept. Store. Sam’s Store, Central Park Store, Maraca Store, Zamba Store y muchos otros pequeños puestos de venta.
Algunos tenían más de una tienda y sucursales en lugares visitados por el turismo como la Iglesia de la Merced y calles cercanas al Prado y al Malecón y hasta bares-restaurantes famosos como el Two Brothers en la Avenida del Puerto vendían Alligator Goods. Y una curiosidad, muchos de los dueños de esas tiendas eran americanos que llevaban muchos años viviendo en Cuba y conocían las particularidades del turismo norteamericano.
Y aunque es algo que no se menciona mucho, también tenía mucha aceptación el calzado cubano.
En Cuba se producía calzado y productos de piel como cintos, billeteras, carteras y maletas de todo tipo, todas de gran calidad, donde competían marcas tan reconocidas como Amadeo, Ingelmo, Bulnes, Cordobán y Olemberg, pero había muchos artesanos, sobre todo zapateros que hacían maravillas. Y hablo con propiedad porque mi padre y mis tíos eran zapateros y lo mismo eran remendones, donde le ponían a un zapato la media suela o la suela entera, lo cosían o en su lugar hacían zapatos a la orden. No en balde se creó la Comisión Reguladora de la Industria del Calzado Cubano, porque la calidad de la producción cubana se iba imponiendo en países latinoamericanos.
Una cifra a la que he logrado acceder es que en 1954 se produjeron en el país casi quince millones de pares de zapatos cuando Cuba tenía poco más de seis millones de habitantes, por parte de 1500 fabricantes importantes, constituyendo el calzado el segundo renglón industrial en importancia por su rendimiento económico. Ni Thom Mcan, Florsheim o los afamados productores italianos le hacían sombra al calzado cubano. El eslogan de la CRIC era: “…se nota la calidad, es calzado cubano”.
Después de la revolución vendrían calzados que pasaron a la historia como un triste recuerdo, como fueron los kiko plásticos que era el terror de los jóvenes, sobre todo los becados, porque eran capaces de cocinarle los pies a cualquiera: los “catarritos”, sandalias para niñas hechas de cartón plásticos, quedaban al campo en cuanto les caía una gota de agua; las chancletas plásticas negras que se suponía eran para la playa pero que las tenían todos y eran pesadas y poco cómodas para el pie; los “bocaditos” sustituyeron a los kikos plásticos pero seguían siendo un engendro que no era ni deportivo ni mucho menos de piel, eran bien feas y los jóvenes las odiaban; las botas cañeras y después las botas rusas cumpiieron un papel de primera importancia, porque lo mismo eran útiles para trabajar en la agricultura que para ir a una boda y otros desaparecidos que tuvieron mejor recuerdo fueron los Amadeos, sobrevivientes de la famosa marca pero en producciones muy limitadas y destinada a dirigentes y a los que se les asignaba un viaje al exterior, los zapatos Primor que se les vendían a las quinceañeras y los tenis que vendían en tiendas como Yumurí (la antigua casa de los 1, 2 y 3 centavos en Belascoaín y Reina) y que valían 120 pesos, el salario mensual de mucha gente entonces. En resumen de excelencia en el calzado para todos pasamos a una etapa de pies adoloridos y maltratados.
Recuerdo que en 1958 me compré, con el propósito de destinarlos a trabajar, donde habia un componente principal que era caminar, un par de mocasines de marca Ingelmo. Eran de los más caros y me costaron algo más de seis pesos. Pero de su calidad todavía me acuerdo, parecía que los pies estaban no en un zapato sino en un guante, los usé durante muchos años; llegó la revolución, comenzaron las escaseces, la gente no tenía zapatos y yo todavía “guapeaba” con mis Ingelmo, a los que no les faltó, hasta que se desapareció, el betún Griffin. Ese modesto calzado duró por el equivalente de decenas de “bocaditos” “botas cañeras” o cualquier otro engendro revolucionario para los pobres pies cubanos.
Y siempre iba acompañado por mi cinto de piel de cocodrilo, que todavía no sé por qué me deshice de él, porque aquello era irrompible, eterno. Y me costó un peso.
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