Los barbudos en Cuba

Los barbudos en Cuba

A veces, cuando me miro la palma de la mano izquierda por alguna razón, veo una fea cicatriz en el dedo del medio y recuerdo exactamente el día que me corté sacándole la punta a un lápiz de aquellos bicolor, mitad rojo y mitad azul, cuando estaba de visita en casa de unos tíos en el poblado de El Cano. La cantidad de sangre que manaba del dedo, a pesar de estar bien apretado por un trapo, el viaje hasta la Casa de Socorros de Marianao en el jeep Willys de mi tio Armando, el susto por las puntadas, me vienen a la memoria de golpe, como también me viene la cuchilla Gillette azul de un solo filo que me lo provocó, o me lo provoqué yo por mi descuido.

Era principio de los años cincuenta, cuando todo el mundo usaba sombrero, y todo el mundo se afeitaba sistemáticamente. El afeitarse me parecía entonces un acto propio de los hombres y mis pensamientos iban siempre encaminados a que me salieran al menos tres pelitos en el bozo para comenzar a afeitarme como hacían los adultos.

Muy atrás habían quedado los tiempos en que los hombres dejaron la costumbre de no pelarse ni afeitarse, de ser desaseados y malolientes y entre las prácticas más civilizadas estaba el estar correctamente afeitados y olorosos.

Este olor lo tengo presente, aunque ya no huele igual

Recuerdo a mi padre afeitándose diariamente, con agua caliente y un jabón para afeitar que con una brocha hacía una espuma grandiosa. Después se echaba, a golpecitos, una loción olorosa para después de afeitar, y parecía no un simple guaguero, sino un ejecutivo.

Cuando podía hacerlo, me metía en el baño y a escondidas me echaba aquella loción en la cara añorando el día en que pudiera hacerlo por necesidad. Creo que ese era un deseo de todos los adolescentes y algunos se declaran estúpidos por haber tenido esos pensamientos porque ahora les pesa ser esclavos del afeitado.

Unos no se afeitan porque quieren que una cuchilla les dure una eternidad o porque no usan un buen producto, o no usan agua caliente o dejan muchos días entre una afeitada y otra y por ello dicen que el afeitado les produce ronchas, erupción y molestia, o no saben descañonar debidamente y entonces se dejan crecer la barba.

Y entonces hemos vuelto a un siglo atrás, cuando imperaba el hombre barbudo, pero con una diferencia: la mayoría de las barbas que vemos no son cuidadas, sino crecidas espontáneamente, así que nos vamos acercando a la imagen del hombre primitivo.

Por eso mi memoria vuela a mi infancia y adolescencia, donde imperaba el hombre rasurado.

Afeitarse en Cuba antes del desastre comunista

Como dije cuando comencé este artículo, las hojas desechables de las cuchillas de afeitar, que sustituyeron en gran medida a las navajas y sus afiladores de cuero, una vez que cumplieron su cometido y no daba afeitadas satisfactorias, se les guardaba en un pomo con talco, sobre el que se frotaban para recuperar su filo y tenían múltiples usos, como eliminar los pelos de las piernas y las axilas de las mujeres, zafar costuras, trabajos manuales de los escolares, afilar lápices, y otras tareas no tan sanas como eran cortar carteras en las guaguas para robar su contenido, ponerlas en los rabos de los papalotes para cortar a otros y en peleas callejeras.

Ya he hablado del dia en que un aprendiz de guapetón del barrio me amenazó con una cuchilla de afeitar para que le diera mi maleta de piel con los libros, libretas y útiles de la escuela y tras entregarlos, el mandato de mi padre de recuperarlos, lo que hice con un bate y entonces el que corrió fue el pichón de delincuente, que más nunca se metió conmigo y cuando me veía se desaparecía.

Pero los hombres, sin excepción, estaban siempre pelados y afeitados. Cuando uno veía a alguien con el pelo largo o barbudo, la explicación siempre era que se trataba de un vagabundo o que era una persona que había hecho una promesa a algún santo.

En esos tiempos los accesorios más conocidos eran las máquinas y cuchillas de afeitar Gillette, Gem, Wilkinson y Pal, mientras que las cremas de afeitar y lociones para después de rasurado, más demandadas eran Gillette, Mennem, Old Spice, Varon Dandy, Palmolive, Williams y Colgate.

Pero sin duda alguna el sinónimo de una buena afeitada era Gillette.

Gillette y las dos caras

King C. Gillette fue el inventor de una máquina de afeitar de hoja económica y desechable hecha con acero estampado. Ya había inventado el tapón o tapa de las botellas, que se convirtió en un estándar en la industria embotelladora, pero un día, mientras se afeitaba con las conocidas navajas, le vino la idea de crear una hoja de afeitar que fuera desechable, por lo que fue a una ferretería y compró las piezas sobre las que trabajó para desarrollar un prototipo de máquina de afeitar.

Tenía claro un concepto de que el éxito consistía en producir algo barato, que se hiciera de uso habitual y cuyo empleo conllevara a ser demandado sistemáticamente.

En 1899 patentó la maquinilla de afeitar, con un marco para fijar las hojas de acero, que tras varias afeitadas, eran desechadas y sustituidas por otras. Con ello fundó la Gillette Safety Razor Company en septiembre de 1901.

En su primer año las ventas fueron desastrosas, se vendieron 51 maquinillas y 168 hojas, pero dos elementos, la aceptación popular y su propaganda de “Usted tiene dos caras”, con la fotografía de un diablillo, con cuernos y barba, sobre un cuerpo con cola y trípode y otra, la del rostro afeitado y el peinado perfecto, la sonrisa satisfecha y alas en la espalda, como un angelito, lograron que el producto tuviera un éxito insospechado rápidamente, que hizo que en el segundo año se vendiera noventa mil máquinas y más de doce millones de cuchillas.

Paralelamente Gillette se convirtió en uno de los hombres más conocidos del mundo porque su foto estaba presente en miles de millones de envoltorios de cuchillas.

No pasó mucho tiempo para que Gillette dominara el mercado y surgieran nuevas ofertas, la máquina de mariposa o Gillette Relámpago con su expendedor, con el que era más fácil cambiar la hoja, la Gillette Azul, que se decía era la hoja del filo perfecto sobre todo para barbas duras y cuya propaganda decía que garantizaba que sus usuarios tuvieran cada mañana una cara de domingo, los jabones, lociones y otros accesorios, tuvieron todos gran acogida.

Tuve la suerte de que salieran cuatro pelitos antes del triunfo revolucionario y pudiera conocer las afeitadas con Gillette, que acompañé con la crema de afeitar Colgate Mentolada y mi preferida, que sigo usando, la Loción para después de afeitar Mennen Skin Bracer.

Llegó el comandante.

El triunfo de los rebeldes del 26 de julio y otros movimientos en contra del gobierno de Batista, que anduvieron meses en las montañas sin afeitarse ni pelarse en su mayoría, hizo que se hicieran populares los “barbudos”, por lo que llevar barba en esos primeros meses de la victoria revolucionaria era signo de distinción.

Por eso me extrañó cuando mi padre, el mismo día de Reyes de 1959, cuando regresó a casa tras una ausencia de ocho meses, lo primero que hizo, junto con el botar la ropa del ejército rebelde, fue pelarse y afeitarse la barba. Años después, comprendería lo que me dijo ese día.

Pero con el paso de los meses, la práctica de llevar barba se convirtió en algo no tan simbólico como pragmático, no había hojas de afeitar y la existencia de navajas se agotó.

Se promulgó un ridículo Código de Defensa Socialista en 1961, que pretendía combatir el acaparamiento y la especulación y que amparaban sanciones contra la venta callejera de varios artículos, entre ellos muchos productos de aseo y limpieza, entre los que estaban las cuchillas de afeitar.

Afeitarse se convirtió en una odisea, y la llegada de cuchillas de afeitar, hechas en Checoslovaquia, atenuó pero no resolvió el problema. Aparecieron primero las Patria o Muerte y Venceremos, una marca tan revolucionaria como de desastrosa calidad, a la que bautizaron como “lágrimas de hombre”. Después vendrían otras soviéticas como Sputnik y Neva, y otras Checas como Admiral y Astra, ya de mejor calidad.

No obstante no se me olvida que una de esas cuchillas tenía impresa a un hombre con la cara enjabonada afeitándose y con una cara de sufrimiento tremenda. Una dolorosa experiencia era afeitarse en un sistema que no dejó casi ningún resquicio de la sociedad que no afectara negativamente.

También estuvo disponible una máquina de afeitar soviética que al menos a mí no me afeitaba nada. Luego inventaron el Barberito, un dispositivo para pelarse en casa con un par de cuchillas de afeitar, que muchos empleamos, pero que al final era una porquería.

Con el paso de los años y el incremento de la emigración, algunos tuvieron suerte de que sus familiares enviaban dentro de las cartas (si llegaban tras meses después de haber sido enviadas y en el correo no se las robaban) cuchillas Gillette.

Con los cambios en el sistema monetario del país y los viajes de los emigrados, ya algunos tienen nuevamente buenas máquinas de afeitar y cuchillas y otros al menos tienen acceso a las baratas máquinas desechables. Pero como todo en Cuba, si no se cuenta con divisas, afeitarse es un suplicio.

Es por eso que la barba ha regresado a Cuba cuando a la revolución no le quedan barbudos.

Los nuevos barbudos.

En el siglo XVIII Pedro el Grande puso un impuesto al uso de barbas, para evitar que se usaran, pues habían pasado de moda y el afeitado diferenciaba a las clases pudientes de las populares. Ya esa idea se le habia ocurrido antes, en el siglo XVI a Enrique VIII de Inglaterra, pero con un único objetivo: recaudar impuestos y no como el de Pedro el Grande, que era el cambiar los hábitos capilares de la población.

Una cosa es la relacion de las barbas con las religiones, ya sea el catolicismo, el judaismo o el islam, donde los hombres buscan alcanzar la apariencia de sus idolos y otra los que usan la barba como moda estética para aparecer como gente muy ruda (los lumberejack) que muestran su hombría con barbas tupidas y camisa de cuadros y también muchos conocidos homosexuales se hicieron patrones de esta moda.

En determinadas profesiones como pilotos y bomberos o en el ejército, están prohibidas las barbas por razones lógicas, el sellado de las máscaras de oxígeno o antigás, pero para muchos el no afeitarse tiene una excusa perfecta en la moda actual aunque haga que la gente parezca mucho mayores de lo que realmente son y una barba descuidada y desaliñada da la sensación de falta de higiene.

Yo se que las modas van y vienen, desaparecen y regresan, pero no es lo mismo un pantalón más ancho o más estrecho, una blusa o camisa más ajustada o desahogada u otros vaivenes de la moda al hecho de que la gente no se afeite ni se pele, que parecen vagabundos o mendigos con una imagen deplorable. Si a veces creemos que el estilo es una cosa superficial y que por supuesto que hay otras cosas más importantes, no hay que dejar de lado que el lucir más atrayentes equivale a hacernos más humanos, porque enriquece nuestras vidas.

Algunos artistas o deportistas impusieron la moda de usar barba, pero barbas cuidadas, cortas o hasta aquellas que más bien parecen una sombra pareja, pero de ahí a lo que veo en deportes, en particular el que más me gusta, el béisbol, me parece infame.

En los tiempos de mi juventud, lucir una barba era propio de personas muy mayores, de fuerte personalidad, artistas, científicos o escritores y que regularmente eran respetados, como el caso de Hemingway, magia que se rompió cuando apareció Fidel Castro y sus seguidores, pero hoy en Cuba por necesidad y en el resto del mundo por moda absurda, la gente quiere parecerse al hombre de las cavernas.

Resumiendo, que tener barba no es necesariamente sinónimo de adultez.

Mientras tanto, yo sigo a la antigua, porque cuando pasan dos días y no me he afeitado, me siento más viejo.

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