La Habana de noche como la recuerdo
“Qué sería de mí si no existieras,
Mi ciudad de La Habana.
Si no existieras, mi ciudad de sueño
En claridad y espuma edificada,
Qué sería de mí sin tus portales,
Tus columnas, tus besos, tus ventanas.
Cuando erré por el mundo ibas conmigo,
Eras una canción en mi garganta,
Un poco de tu azul en mi camisa,
Un amuleto contra la nostalgia
Ciudad de los amores de mi vida,
Mi mujer para siempre sin distancia.
Si no existieras yo te inventaría,
Mi ciudad de La Habana.”
Fayad Jamís
Donde quiera que se esté bien, allí está la patria, dijo el filósofo romano Marco Tulio Cicerón, lo que puede tener muchas interpretaciones, que se puede vivir mejor en otra parte, que se debe vivir donde recibimos mejor trato o que debemos valorar más lo desconocido que lo propio. Para Cicerón la patria no es el lugar en donde uno nace, sino aquel en donde puede realizarse como ser humano y eso es un pensamiento bastante acertado, pero aún así, para mí la patria es aquella Habana de los años cincuenta con la que añoro encontrarme cada día aunque sea un imposible, porque como dijera el mismo pensador, la vida feliz y dichosa es el único objeto de toda filosofía.
Ya hablamos de lo que era La Habana de Noche en otros artículos, pero la vida nocturna habanera era tan rica y variada que hay mucha tela por donde cortar, por lo que voy a referirme a las cosas más usuales que hacían los habaneros, los visitantes y los turistas, cómo pasaban las noches en una velada nocturna típica de La Habana de los años cincuenta.
Las opciones eran infinitas e iban desde las más sanas hasta las más deshonestas, había para todos los gustos y para todos los bolsillos, pero voy a referirme a las más aceptadas y concurridas, las más exclusivas y las más populares, pero todas iluminadas por las luces de una ciudad maravillosa.
Los fanáticos del cine.
El cine era el entretenimiento mayor en la ciudad con más cines en el mundo entonces. Estaban los estrenos en funciones de gala en los cines de lujo que exhibían las últimas producciones cinematográficas, pero estaban también los numerosos cines de barrio, más modestos y con filmes que ya habían pasado por los circuitos de estreno. Todos, absolutamente y casi siempre estaban a lleno completo o bien repletos, porque el cine era atractivo y sobre todo muy barato comparado con otros espectáculos. Ya fuera en las funciones de la llamada tanda (en horas de la tarde-noche) o nocturna (a partir de las ocho de la noche) el show siempre estaba disponible y si no se buscaban los cines de exhibición continua, en donde podías entrar en cualquier momento y marcharte cuando desearas, aunque quisieras ver varias veces la misma función.
La pelota
Otro espectáculo muy gustado era la pelota, o béisbol, que para los cubanos es simplemente “la pelota”. Es mucho más que el deporte nacional, es más que un pasatiempo, es una pasión, por eso nuestro lenguaje está lleno de expresiones beisboleras porque todos tenemos mucho de peloteros y de managers:
“Botó la pelota
Está en tres y dos
Lo cogieron fuera de base
Está arriba de la bola
Lo cogieron movido
Es ao (out) por reglas
Batea por las dos bandas
Esconde la bola
Le da (meterle) a algo en la misma costura
Está con las bases llenas
Ese es cuarto bate
Chocar con la bola
Entrar en caja
Estar fuera de liga
Dar por segunda base
Se llevó la cerca “
Todas con un significado muy claro comparado con las situaciones que se presentan en este deporte, porque recordemos que Cuba era considerada la segunda plaza en importancia de la pelota profesional en el mundo en la década de los 50.
Había cuatro equipos en la Liga Profesional Cubana: Almendares, Habana, Cienfuegos y Marianao. Y no hacían falta más. Todos eran equipos de calidad integrados siempre por los mejores, que casi todos eran también jugadores de equipos de Grandes Ligas y algunos peloteros de otros países, sobre todo americanos, convertidos en ídolos de nuestra pelota junto a los cubanos, como Tom La Sorda y Rocky Nelson, este último una curiosidad y más que ello una leyenda en la pelota cubana, donde mayor éxito tuvo. Pero existían limitaciones que regían la cantidad de jugadores extranjeros y que solo tuvieran dos años jugando en Grandes Ligas, para garantizar que la inmensa mayoría fueran cubanos.
Sumamos a la lista de los foráneos al gran Willie Mays, el fantástico pitcher Don Newcombe, Sal Maglie, uno que lanzaba sin wind up y al que le decían “el barbero” porque casi afeitaba a los bateadores, Dick Sisler, Solly Drake, Hal Smith, Jim Bunning y “el Diablo” Willie Wells. La Liga de peloteros negros norteamericanos aprovechó la oportunidad y muchos jugaron en Cuba, entre ellos leyendas como Leroy “Satchel” Paige, Roy Campanella, Monte Irvin y muchos otros, que más tarde serían grandes estrellas en la MLB al eliminarse la injusta barrera racial.
Si el juego era entre los llamados “eternos rivales”, Almendares y Habana, aquello era el acabose y aparte de disfrutar el juego, tomándose una cerveza o gustando de un pan con lechón, también podías apostar a quién ganaba el juego o hasta a sí ponchaban al bateador o daba un jonrón y casi nunca había problemas ni escándalos por ello.
Y en el verano estaba la Triple A, donde los Cuban Sugar Kings siempre estuvieron entre los mejores equipos en la antesala de las Grandes Ligas, o sea que en Cuba se jugaba el mejor béisbol del mundo después de Estados Unidos.
Los Cubans obtuvieron la victoria en la Pequeña Serie Mundial de 1959, cuando el club de Bobby Maduro se convertía en mucho más que otro campeón por el Circuito Internacional Triple A del Beisbol Organizado en su franquicia de la Triple A. Pero a diferencia de los otros equipos de la Liga Internacional no eran una sucursal, sino tenían un acuerdo con los Cincinnati Reds. Durante seis campañas los Havana Sugar Kings, su nombre oficial, no solo ganaron un campeonato sino que estuvieron varias veces en el play off y tenían un futuro asegurado como sede de un equipo de Grandes Ligas, lo que fue tronchado por la revolución marxista.
A diferencia de los demás equipos de la Liga Internacional, los Cubans no eran un equipo sucursal en el sentido tradicional del término, sino que mantuvieron, hasta su desaparición, un Acuerdo de Trabajo con los Rojos del Cincinnati que les permitía recibir refuerzos de ese club de la Liga Nacional y negociar con ellos jugadores que serían promovidos a las Grandes Ligas. Y por eso la pelota era uno de los mayores atractivos nocturnos de La Habana.
El Jai Alai
El Jai Alai o pelota vasca, en el Palacio de los Gritos, contaba también con miles de fanáticos y siempre estaba lleno. Y no le decían el Palacio de los Gritos por gusto, un deporte que sorprende por su rapidez y que excita hasta a un muerto no podía dejar de tener tanta gente amante de ese nerviosismo amplificado por el vocerío y los gestos que lo acompañaban.
Los vascos trajeron el Jai Alai a Cuba en 1898, casi al final del dominio español, y en 1901 ya se inauguró el primer frontón Jai Alai en América, en La Habana. Su éxito hizo que en la feria mundial de 1904 en St. Louis Missouri, llegara este juego a los Estados Unidos.
Las temporadas empezaban en octubre y terminaban a finales de junio, 9 meses intensos tras los cuales los pelotaris y corredores de apuestas regresaban a España con una fortuna. El término de Palacio de los Gritos no respondía solo por lo emocionante de la competencia, sino también por las apuestas, todo era gritos y emoción. Hemingway, con una larga relación con los vascos, fue uno de los mayores amantes e impulsores del Jai Alai.
El Coney Island
El Coney Island, ese gran parque de atracciones situado en Brooklyn, tuvo su versión cubana en la playa de Marianao, siendo inaugurado en 1918 como Coney Island Park y junto al balneario de La Concha y el Habana Yacht Club, fueron una de las atracciones más famosas de latinoamérica. .
Este parque de diversiones era disfrutado tanto de día como de noche. Los caballitos, sillas voladoras, carros locos, la Estrella y la Montaña Rusa, que era de madera, funcionó desde 1951 hasta los ochenta, y el parque estaba esperando por uno a toda hora. Y si no se satisfacía con ello podía cruzar la calle e incorporarse a una de las decenas de clubes y bares donde encontraba no el mejor ambiente, pero sí la mejor música en vivo entre los que destacan La Taberna de Pedro, Selva Club, los cabarés Panchín, Rhumba Palace, Pennsylvania o Mi Bohío y el más concurrido, el Choricera Club. Y encontrabas, probablemente, las mejores fritas de La Habana y exquisitas ofertas criollas en los restaurantes La Cocinita y el Himalaya.
París en La Habana
No me refiero al Teatro Shanghai, esa sería una triste comparación, aunque en el famoso teatro semipornográfico había números imitando a los teatros parisinos, sino a Los Aires Libres del Paseo del Prado, que eran una versión tropical de la Rue de Paix en París, pero con más sabor. Sin duda uno de los lugares de cita infaltable de los habaneros y sobre todo de los turistas, en particular los que existieron en los bajos del Hotel Saratoga. La vista del Capitolio y sus jardines, con un buen acompañante, buena música y el trago preferido, no tenía desperdicio.
En resumen, los Aires Libres del Prado fueron un punto de encuentro por excelencia de varias generaciones de habaneros y turistas, donde las más exitosas orquestas populares se presentaban a lo largo de varias tarimas que iban desde Prado y Dragones hasta el teatro Payret, atendidas por decenas de bares y todas al aire libre en un ambiente de fiesta imparable. Cuando Hemingway escribió su obra: “París era una fiesta”, podía también haber hecho extensiva esa calificación a La Habana.
Bares, cabarés y restaurantes
La Habana nocturna estaba llena de luces, de anuncios neón y de bares y cabarés. Y si no alcanzaban, en cualquier bodega había una barra donde podías tomar cualquier cosa. Todos se empeñaban en que la cerveza estuviera más fría, que su oferta fuera más variada y que los “saladitos” o acompañantes de las bebidas fueran los mejores. Los bares competían por ofrecer mayor privacidad unos, más elegancia otros e impactante ambientación los más osados, como el Johnny’s Dream con su barra a desnivel o el Eloy’ s Club en Línea y F con su impactante pecera a lo largo de toda la pared, un espléndido nightclub al estilo de los años cincuenta de lo más hermoso que he visto en este tipo de comercios, el curioso Turf Club, la terrorífica “Las Catacumbas” en la Virgen del Camino y muchos otros.
De los cabarés ni hablar, estaban entre los mejores del mundo. No voy a volver sobre un tema que he tratado ampliamente, pero Tropicana, Montmartre, Sans Souci, el Capri, el Parisién o el Copa eran la pista de los mejores músicos y cantantes cubanos y mundiales.
También había una gran oferta de restaurantes de todo tipo y categoría, predominando los de comida española y cubana, aunque había mucha variedad, entre ellos de gastronomía judía, árabe, francesa e italiana y cientos de fondas cubanas y de chinos, a lo que se sumaban las comidas callejeras, dominadas por las fritas y sándwiches cubanos, los panes con lechón y los ostiones y huevos de carey.
Lugares para bailar
Y muchos turistas iban a las Academias de Baile, como eran el Habana Sport en Prado y Neptuno, el Sport Antillano en Galiano y Marte y Belona al lado de la tienda Sears en la calle Reina. Eso solo por mencionar los más céntricos, porque realmente en muchos barrios, en particular en el Cerro, la Víbora y San Miguel del Padrón había muchos otros lugares para bailar y para aprender a bailar.
Y para bailar solamente, La Habana era famosa por la cantidad de lugares donde se bailaba a todas horas, para todo tipo de gusto y categorías porque si algo le gusta al cubano es el baile y para ello había sitios acorde con cualquier bolsillo.
Había sociedades regionales y hasta las llamadas sociedades para personas de color, pero en todas existía un entretenimiento sano. El Pilar, Curros Enríquez y muchas otras eran muy concurridas.
Las cerveceras, entre las que destacaba los jardines de La Tropical, tenían salones destinados al baile y donde tocaban las mejores orquestas y no existía la inseguridad que ahora impera.
Las cafeterías: el café con leche y el batido
La Habana estaba llena de cafeterías-lecherías que ofrecían alimentos ligeros (si se puede considerar ligero a un sandwich cubano, una medianoche o un tamal preparado), café, leche fría, café con leche (un infaltable lo mismo para acostarse que para conversar que para hacer un negocio), pastelitos, croquetas, frituras y los batidos. Los lugares con menos variedad los ofrecían de chocolate, leche malteada o trigo pero en muchas la oferta abarcaba todo tipo de frutas.
Había muchos que repetían más de una vez al día la combinación perfecta: un café con leche bien fuerte servido en un vaso de cristal grande y grueso y un pan cubano con mantequilla.
Si andabas cerca del Prado no podías dejar de ir al Anón de Virtudes, donde cualquier cosa sabrosa era posible tomar, y si te tomabas allí un batido de mamey o una champola, nunca la ibas a olvidar. Y como esa catedral de las frutas había otros establecimientos tratando de igualarla. Entonces Cuba era un paraíso donde había todo tipo de frutas en abundancia tal que se exportaban a Estados Unidos y España principalmente.
Había sitios muy atrayentes como eran El Anón del Prado en el Paseo del Prado entre Virtudes y Neptuno, pero hoy las ruinas de El anón de Virtudes son tan imposibles de recuperar como la champola que allí se tomó García Lorca o que nos tomamos nosotros más de una vez en esos lugares o en otros que también desaparecieron junto con las guanábanas, los canisteles, los anones, las chirimoyas y los caimitos.
El entretenimiento de los pobres
Los que no tenían ni para el cine, ni la pelota, ni el Coney Island, para ir a un bar, un restaurante o un cabaré y ni siquiera para tomarse un café con leche o una cerveza, tenían dos opciones, nada desdeñables: el Prado o el Malecón.
En el Prado, junto a los leones, nos podíamos sentar y disfrutar de la vista del paso de los innumerables carros que transitaban en un sentido u otro. Convertibles, Colas de Pato, Fotingos, iban muchos con un solo objetivo, darle la vuelta al Prado desde la calle Monte hasta el Malecón, ver el paisaje, disfrutar del fresco y meterse con la gente. Si tenías suerte podía aparecerse y plantar su show cerca de donde estabas, uno de los “comecandelas”, el “patinador de la muerte” o el “hombre rana”, u otros de los raros personajes que hacían espectáculos para ver si sacaban aunque sea para una frita. O los numerosos cantantes, dúos o tríos que daban todo un recital y después pasaban el cepillo pidiendo: ¡ayuden al artista cubano!.
Y un lugar privilegiado era el Malecón, el banco más largo del mundo, y también el más fresco, un lugar que invita al descanso, a disfrutar de la brisa marina, al relax, a ver la farola del morro, pasear de la mano a los niños y soñar con un mañana en que tenga dinero para ir a una de las tantas alternativas que ofrecía La Habana de noche.
Había otra opción, gratificante sobre todo en tiempo de navidad y reyes, que era pasear por las principales calles comerciales, como Galiano, a observar las vidrieras de las tiendas y sus ofertas para las fiestas.
Probablemente a la gran mayoría de los que viven hoy en La Habana, la única opción que les queda es la del entretenimiento de los pobres: o ir al Prado a ver pasar lo que pueda moverse, que ya no son colepatos ni convertibles, o irse al Malecón, eso sí, alejándose de los sectores donde se aglomera la comunidad LGBT (que antes conocíamos por otro nombre) o tratando de que no lo confundan con jineteros o jineteras, traficantes de drogas, o la fauna afín. Y de ir a ver las vidrieras de las tiendas, mejor ni hablar.
Por ello lo más probable es que la gente se quede en su casa viendo la televisión, aunque la programación sea un clavo ardiendo, porque aunque no hubiera una pandemia, no hay mucho que buscar afuera.
A La Habana le llamaban los cronistas, el París de América, los que la visitaban por primera vez, asombrados, comentaban que la sociedad habanera de aquel entonces, podía compararse con la brillante sociedad parisina y es que La Habana era un multifacético abanico de lugares de entretenimiento y diversión, donde existían casi mil 200 bares o locales nocturnos musicales; 250 clubes sociales con actividad musical; 50 orquestas que habitualmente tocaban; 100 tiendas de discos y 150 comercios de instrumentos musicales, múltiples ofertas gastronómicas y deportivas, y a la par de todas estas ofertas te encontrabas en la capital de Cuba, la ciudad musical por excelencia y la más bailadora del mundo.
Simplemente recordemos que cuando Las Vegas no era más que una parada en el desierto, el “Tropicana” era ya un “paraíso bajo las estrellas”. Y ni se diga de los otros excelentes cabarets y casinos.
Tal parece que Neruda adivinara el triste destino que le deparaba a nuestra Isla cuando escribió:
“…Y luego fue la sangre y la ceniza.
Después quedaron las palmeras solas.
Cuba, mi amor, te amarraron al potro,
te cortaron la cara,
te apartaron las piernas de oro pálido,
te rompieron el sexo de granada,
te atravesaron con cuchillos,
te dividieron, te quemaron…”
Pero al margen de esa triste realidad, para mi, y para muchos como yo, La Habana sigue siendo esa otra imagen que nos dejó el gran poeta chileno: “Desnuda eres azul como la noche en Cuba”.
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