Lugares y hechos interesantes de Cuba VI
Quedé tan satisfecho con mi último artículo sobre este aspecto, y me trajo tantas vivencias, que creí prudente seguir abundando en esta temática, de la cual no avizoro un fin, porque son tantos los lugares, hechos, personajes y cosas interesantes en nuestro país, muchas de los cuales he tenido la oportunidad de vivir, que me he animado a una nueva entrega.
El Canal.
“Aquel recodo del viejo barrio del Cerro, era conocido como El Canal y desde siempre, famoso en toda la isla como un sitio de altas temperaturas humanas. Predio de guapos, navajeros, buscapleitos y sicarios desde la época de la colonia, en su territorio y en el vecino barrio del Manglar habían plantado sus banderas los negros curros llegados de Sevilla, unos andaluces de piel oscura y vociferantes que se distinguían de sus pobres parientes africanos por el pañuelo rojo que se ataban en el cuello, su habilidad para escupir por un costado y el cuchillo de brillante acero toledano que siempre llevaban envainado en la cintura…, hasta que llegaba el momento de sacarlo.”
Leonardo Padura, La Transparencia del Tiempo.
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En 1948 nos mudamos para el populoso barrio del Cerro, comparado con la tranquilidad de un pueblo como Bejucal, aquello era un cambio radical. Poco tiempo de estar viviendo allí ocurrió un hecho de sangre en el que el limpiabotas, que tenía su sillón en el portal de la botica de Benito Perales, y otro vecino suyo del solar del 20, a dos puertas de mi casa y que hacía esquina con la calle Salvador, se fueron a los puños, el vecino entró a buscar un cuchillo, pues lo habían apolismado a golpes, y al salir el limpiabotas le tiró varias botellas de tinta rápida, que se usaba para los zapatos negros, y uno de esos frascos vino a romperse en el frente de mi casa. No recuerdo o realmente no tuve conocimiento de más detalles, pero el sillón de limpiabotas fue retirado, señal o de que su propietario fue preso o estaba muerto. Así de caliente era el barrio, por poner solo un ejemplo.
Como he comentado, no salí maricón o al menos afeminado gracias a mis hormonas, porque me criaron casi como lo que se le decía entonces un niño “gótico”, un niño muy mimado por mi madre, mi tía y mi abuela, que me impedían ir a jugar a la calle, porque cada vez que lo hacía, algún vecinito venía a agitarme la pelota o las bolas (canicas) y por supuesto terminada fajado.
Solo me permitían compartir con algún amiguito, medio guanajo también, cosa que no me convenía, sobre todo en el ambiente en que vivía, pero que pude sobrevivir, sobre todo gracias a mi padre que me dió una lección el día que Dagoberto, un guapetón del barrio mayor que la mayoría de los niños me amenazó con una cuchilla de afeitar oxidada y yo solté la maleta y fui corriendo para la casa. A medio camino me encontró mi padre y me instruyó en cómo vencer, al menos ese miedo, y darle par de palos por la espalda a Dagoberto y recuperar lo mío. A partir de ese momento ya ni el matón ni más nadie se metió conmigo.
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La casa a la que nos habíamos mudado era una antigua pero suntuosa casa de piso, paredes y techo de madera construida a principios del siglo XX con portal elevado, habitaciones y patios gigantescos, un inmenso sótano y espacio para jugar de sobra. Y el entorno era predominantemente de obreros, albañiles, plomeros, carpinteros, zapateros y trabajadores de servicios y otros que se dedicaban a vivir de la santería, del juego o del tráfico de marihuana.
En el barrio había una gran cantidad de solares o casas de vecindad, (hasta entonces no sabía que la gente vivía en esas pésimas condiciones) tampoco tenía las calles asfaltadas, salvo las calles Salvador y Palatino, por donde pasaban las guaguas.
Por entonces mi padre trabajaba como capataz de una brigada de construcción y reparación de vías en el Ministerio de Obras Públicas. Por supuesto que ello trajo varias ventajas, entre ellas que nuestra calle fuera asfaltada y yo pudiera disfrutar de la delicia de irme con él y ver cómo se construía una avenida, la cantidad de pasos y rellenos que tenía y la calidad con que se entregaba la obra. Y por supuesto que sentarme junto con el operador de la aplanadora a la que le llamábamos cilindro, era todo un sueño convertido en realidad para un niño de mi edad, creo que lo único que lo hubiera superado era montarnos en un avión de propulsión a chorro, como se les llamaba entonces a los jets y que eran exclusivamente militares.
El Canal toma su nombre del canal o Acueducto de Fernando VII, antigua tubería de hierro fundido, de 20 pulgadas de diámetro con una sólida construcción vistosa por tramos, fue el segundo acueducto que tuvo la ciudad desde 1935 y que no posee ninguna señalización o tarja que lo identifique y proteja.
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Muy cerca, a dos cuadras estaba la entonces famosa cervecería Tívoli y lo que en su momento fue el Parque de Palatino, el centro de Estudios Sociales del Cerro en la calle Bellavista, la Universidad Popular José Martí, que estuvo provisionalmente en Cerro y Palatino donde después había estado el Cine Alaska y más tarde el Maravillas, uno de los principales de la ciudad y al que yo no era muy adicto pues se especializaba en películas españolas, mexicanas y argentinas y yo era fanático de las americanas. Al respecto hay que decir que el cine actual de esos países poco tiene que ver con las edulcoradas producciones de esos tiempos. Por suerte.
También allí estaba el Liceo Auténtico del Cerro en la calle Armonía, sociedades de personas de color como El Maine en la calle San Salvador y famosa por sus bailarines (la separación racial no era sólo de parte de los blancos), el Club Cultural y Artístico en Salvador 161 o el Blanco Herrera de la Nueva Fábrica de Hielo, la antigua Tívoli en Palatino y la sede más conocida y creada para los carnavales de 1938, la comparsa El Alacrán.
Leo algunas cosas en el sitio cubano mal imitador de Wikipedia, llamado Ecured, el cual está plagado, diría yo que más que inexactitudes, de mentiras, y dice que antes de la Revolución toda esta gran comunidad de la barriada del Cerro tuvo una sola escuela pública. Solamente en la zona del Canal recuerdo una escuela en la calle Chaple, otra en Esperanza, las dos muy cerca de mi casa y otra más en San Salvador, y la Escuela El Salvador, contigua a la parroquia del Cerro, así como otras escuelas privadas, de las llamadas “pagas” en una de las cuales estuve, la situada en Esperanza y Parque y que era propiedad de dos maestras españolas llamadas “Las Montañesas” y que tiene que haber sido bien barata porque no precisamente estábamos bien económicamente. Y no recuerdo pero estoy seguro que no era la única y tenía varios vecinos que iban a la de la calle Chaple, escuela de la que todo el mundo tenía muy buen criterio.
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Me gustaba mucho ir a la escuela por muchas razones, primero porque hacía el viaje, nada peligroso y cercano, completamente solo, sentía la aventura cuando pasaba por la calle Resguardo, justo al fondo de mi casa y ya propiamente el Canal, la cual no estaba ni siquiera asfaltada, porque me gustaba estudiar y sobre todo leer, y por otra razón apetitosa: muy cerca de la escuela había una panadería, donde usualmente me mandaban a comprar el pan y que hacía unas versiones deliciosas, sobre todo una llamada pan polaco. En una de mis idas al colegio, por estar distraído, y ya justo frente a la escuela, al cruzar un auto me dio un golpe. Cargaron conmigo, fueron a buscar a mi mamá, viaje a la Casa de Socorros al lado de la estación de Bomberos, y al final todo fue más un susto que el rasguño y que fue recompensado con unos deliciosos helados y una caja de dulces por parte del chofer, lo cual repitió varias veces para que no ses nos ocurriera demandarlo o algo parecido.
El Canal se caracteriza por la fuerte presencia de las raíces afrocubanas, lo que parece que es histórico y en un principio me impactó, pues en Bejucal no había visto tantas personas de color, y supongo que ahora se habrá acentuado,en igual proporción que lo habrán hecho las históricas siembras de mariguana que en los tiempos en que allí viví eran demandadas por personajes como Benny Moré y el actor Otto Sirgo, a los que veía frecuentemente con sus autos.
Y del cuento de que la policía no entraba a el Canal, puedo afirmar, que yo que jugaba pelota allí, diariamente cuando se acercaba el policía del barrio sonando su tolete contra el contén, estábamos avisados y se suspendía momentáneamente el juego. El policía pasaba por todos los comercios y en ellos le ofrecían siempre algo. Un café aquí, un tabaquito allá, y supongo que en la vidriera de apuntaciones que estaba en un cafetín en la misma entrada de el Canal y que solo tenía un par de jabones y un perfume barato, se llevaba su mordida. A lo mejor no entraba en profundidad en lo que es propiamente El Canal, pero sabía lo que se movía y su complicidad silenciosa la pagaban con respeto.
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Las Cuevas de Bellamar
Probablemente las Cuevas de Bellamar sean el más antiguo centro turístico de Cuba y seguro que todos hemos estado oyendo hablar de este lugar desde que éramos niños.
Su origen se remonta al hecho de que un esclavo mientras estaba cavando un hueco en una cantera de cal con una barrena y ésta se hundió en la tierra y la perdió. El esclavo se asustó y avisaron inamediatamente al dueño de la finca, Manuel Santos Parga. El mayoral ordenó a otro esclavo perforar en el mismo sitio para recuperar la herramienta, pero al primer golpe de repente salió una corriente de aire caliente y apestosa que fue motivo de temor para todos menos para el dueño, que indicó se bajara al lugar para ver para explicarse que había allí, y si era una cueva o caverna que se había descubierto.
La caverna fue preparada para que fuera visitada y se nombró como Cuevas de Parga en homenaje a su descubridor, cuando debía llevar el nombre del pobre negro esclavo que la halló. Se construyeron escaleras de mampostería que todavía son las que existen, pusieron pasamanos y se instaló luz eléctrica. Un guía recorría con los turistas la cueva y sus pasadizos explicando sus características y curiosidades, lo que constituyó un gran éxito desde su apertura, un negocio redondo y con poca inversión.
Por suerte no solo turistas y curiosos la visitaron, sin que permitieron que científicos la exploraran e hicieran una caracterización de su origen, planteándose que la cueva fue inicialmente parte de la bahía de Matanzas, pero que la zona donde está situada emergió y de ahí las terrazas marinas que podemos ver en varias partes de Matanzas, en particular en Bellamar.
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Con el paso de los siglos las cavernas se fueron secando incluyendo a las cavidades que están por debajo del nivel del mar y comenzaron a tener lugar filtraciones entre las rocas, sobre el techo de las cuevas, de agua con carbonato de cal disuelto que fueron dejando residuos al gotear y, de ese modo formar las estalactitas desde el techo y las estalagmitas en el suelo, que son de los grandes atractivos del lugar, incluyendo las cubiertas por una capa cristalina que indican que una vez secas esos lugares volvieron a inundarse, lo que constituye formaciones poco comunes en otras cavernas, como podemos observar en las llamadas el pasadizo de Hatuey, el lago de las Dalias, el Baño de la Americana, la Capilla de los Doce Apóstoles, la Galería de los dos Lagos, el Manto de Colón y Doña Mamerta.
El salón principal de la cueva es el llamado Manto de Colón y más abajo se encuentra el Salón de las Esponjas, todo a lo largo de más de tres kilómetros de largo de galerías paralelas y a diferentes niveles. Todo lo que podamos contar aquí y que pude disfrutar, es nada comparado con la visita al lugar, que salvo el piso resbaloso en tramos, no es para nada peligroso, el aire es respirable y la temperatura fresca al menos en los 500 metros abiertos al público.
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Por lo antiguo de sus galerías y estar situado en el área donde existe el más rico manto freático en Cuba, Bellamar sirvió de refugio a la fauna cuaternaria de la región, confirmado por el hallazgo de restos numerosos de animales prehistóricos.
Se le llama Cuevas de Bellamar, pero los geógrafos y geólogos la consideran una sola cueva con muchos salones y Bellamar se refiera a la playa cercana y de igual nombre.
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Y después de disfrutar de las Cuevas, o la Cueva, como prefieran, existe un restaurante criollo al lado de la entrada al caverna, que no lo va a defraudar. El viaje lo hicimos en los años 80 a modo de excursión personal, pues fuimos hasta Matanzas en el tren especial que entonces viajaba hasta Santiago de Cuba, donde existía un coche comedor en que desayunamos y de la terminal de trenes hasta las Cuevas tomamos un taxi. En estos tiempos que corren no creo que sea posible hacer este viaje salvo que se cuente con mucho dinero o un auto que es lo mismo.
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El Shanghai
El Shanghai, fue un teatro del Barrio Chino de La Habana al que todos querían ir y que tiene una curiosa historia nada relacionada con lo que lo hizo famoso.
Durante la construcción del ferrocarril intercontinental en Estados Unidos, ese país se vió colmado de ciudadanos chinos que habían sido atraídos por esa obra y por los servicios que a lo largo de su construcción se requerían. Ya en 1860 los americanos prohibieron la entrada de más chinos y decenas de miles que intentaban radicarse sobre todo en la costa oeste, fueron expulsados. Muchísimos de ellos fueron a parar a Cuba, los que llegaron a nuestro país con sus costumbres, tradiciones y muchos dólares. No es es caso, pero gran parte de esa migración china procedente de California influyeron notablemente en la gastronomía china que se conoce en Cuba y que no es precisamente la del gran país asiático, sino que tiene sus variantes influenciadas primero por los gustos de los californianos y después de los cubanos.
Y a en Cuba existía una colonia china de relativa importancia, sobre todo los que habían venido a trabajar en la zafra y también en el ferrocarril, pero los nuevos emigrantes tenían medios económicos y conocimiento del mundo occidental que eran una ventaja para su desarrollo personal.
A partir de ello crearon su ghetto en la calle Zanja, el llamado Barrio Chino de La Habana, uno de los más antiguos y más grandes Chinatowns de América Latina, creando todo tipo de negocios, legales en su mayoría, pero también otros como la prostitución, la venta de drogas y el juego. Pronto crearon una sociedad con el propósito de importar de su país espectáculos, en especial una variante de la “ópera cantonesa” y construyeron un teatro al que llamaron “Shanghai” que acogió durante años, en exclusiva, esos sutiles y exóticos géneros teatrales .
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Y ese fue el antecedente del provocador “Teatro Shanghai” que, durante las décadas de los 30, 40 y 50, sería visita obligada de turistas y nacionales y el deseo de todo jovencito de visitarlo, aunque tuviera que pintarse las incipientes pelitos del bigotico para que lo dejaran entrar. Creo que muy pocos de mis contemporáneos pueden negar su asistencia a ese local, aunque fuese una vez en sus vidas, era un imperativo descubrir ese mundo que al final era más imaginación que sexualidad.
El teatro fue comprado por un cubano que lo convirtió en teatro bufo combinado con el burlesco, mediante una mezcla erótica muy cercana a la pornografía. El Shanghai fusionó el espíritu del famoso Moulin Rouge de París con el teatro vernáculo cubano, chistes picantes y desnudos atrevidos para la época y que serían pálidos en nuestros tiempos. También en el Barrio Chino había otros cines, del que solo recuerdo el Águila de Oro, que exhibía filmes chinos…hechos en New York.
El espectáculo se conformaba a base de sainetes aliñados con situaciones picantes, chistes de doble sentido, bailes con la sensualidad cubana y el colofón, la aparición de las modelos con grandes capas, abanicos o plumas que se abrían y cerraban, mostrando casi nada, una especie de truco de magia de ahora ves, ahora no ves.
Ahora que rememoro el Shanghai, me doy cuenta que las conejitas no fueron un invento de Playboy, ya existían en el Shanghai. No se si vendrían del Moulin Rouge o del Folies Bergere, pero al menos sé que eran del Shanghai. Las modelos aparecían con figuras de conejitos que cubrían sus partes íntimas, que al final se desplazaban para verlas completamente desnudas.
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Voy a dar mi experiencia personal de una de mis visitas al Shanghai. Primero el ambiente era apabullante. Gente borracha, homosexuales, prostitutas, gente de todo tipo, pero predominantemente viciosos y gente con aberraciones sexuales. Y me refiero a finales de los años 50. En segundo lugar el visitante era rodeado de un ruido infernal, de una mezcla de gritos con el sonido de una orquesta de mala muerte, creo que solamente la he escuchado peores en los circos de barrio. Muy a menudo encendían las luces para contener la indisciplina del público. La orquesta siempre comenzaba tocando el danzón Almendra en una versión desastrosa. Y para los del interior del país, en su visita a La Habana no podía faltar el conocer al Shanghai. . Por un peso y algo más, era posible disfrutar de uno de aquellos atrevidos espectáculos y luego, además, permanecer hasta la madrugada viendo películas calificadas entonces como pornográficas.
A continuación venía el sainete al estilo del viejo teatro Alhambra pero un poco más subido de tono. El teatro vernáculo se basaba en personajes de los principales componentes étnicos de la población como eran el gallego (el cornudo), el negrito (el pícaro) y la mulata (el desencadenante) y el chino, (el trapichero).
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Arriba el chino Wong, abajo Garrido y Piñero.
Por suerte trabajaron en el “Shanghai”: Algunos de los más populares “negritos” de la época como Enrique Arredondo, Leopoldo Fernández, Carlos Pous y Alberto Garrido. Y también estaban en el papel de la mulata Candita Quintana y Emilio Ruiz, “El Chino Wong”, Armando Bringuier (el Viejito Bringuier), Alicia Rico, Federico Garrido. Y lo más curioso es que los papeles del negrito y del chino jamás fuesen interpretados por personas de esas razas el maquillaje primaba en sus personalizaciones.
Después del sainete venían otros números de ves-no ves que terminaban con el de todas las modelos ya narrado. Para los que querían, a continuación bajaba en el escenario una pantalla y pasaban películas de desnudos, semipornográficas y hasta una asquerosa sobre los efectos de la sífilis. En resumen, era más rollo que película.
Francis Ford Coppola le hizo un homenaje al llevar al Shanghai a sus personajes en la segunda parte de El Padrino. Guillermo Cabrera Infante lo menciona en sus libros que son un fiel retrato de La Habana de entonces. Y vale mencionar que hasta Don Juan Tenorio tuvo que ver con el Shanghai.
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Don Juan Tenorio de Zorrilla en el Shanghai.
Don Juan Tenorio era un clásico dentro de las producciones teatrales cubanas y en el mes de noviembre era costumbre presentar la obra. Lo mismo hizo el Shanghai pero con una versión caliente de la puesta teatral.
“Don Juan, Don Juan, soy doncella, la puntica nada más”, dijo Doña Inés; “Nada, nada, toda ella, y los cojones detrás”, responde Don Juan con exagerado acento gallego.
Y ahora que hablo de este tema, me recuerdo de que por esos meses también, cuando correspondía, eran las elecciones y la campaña electoral no daba tregua, por lo que muchos medios se burlaban de tal exageración con esta cita, también de Don Juan Tenorio: “Cuan gritan esos malditos, pero mal rayo me parta si terminando esta carta no pagan caros sus gritos”.
La mayoría de los habitantes de las cercanías donde radicó el antiguo teatro Shanghai ni siquiera conocen su historia. El teatro Shanghai es un lugar muerto en la memoria de las últimas generaciones de habaneros. El sitio, en manos de las tantas sociedades chinas, fue convertido en una imitación de parque, por suerte con cerca y candado, que ha sido dedicado a Confucio, con una estatua que nos muestra una máxima del pensador chino: “Cada cosa tiene su belleza, aunque no todos pueden verla”.
Ahora el Barrio Chino es un barrio sin chinos y con un barrio que no es tal, con calles destruídas, falta de higiene y negocios que de chinos no tienen nada con comida china hecha por ignorantes de la cultura china y con precios inauditos. En lo que un día fuera una ciudad dentro de otra, donde en la primera mitad del siglo XX estaba establecida la más importante comunidad asiática en Latinoamérica, ahora solo hay desidia y abandono. El Shanghai, burlesco o de relajo, toda una leyenda, se fue junto con el barrio chino y los chinos.
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Los tranvías de la Habana
No recuerdo con mucho detalle a los tranvías y creo que los monté poco, pero cuando lo hacía disfrutaba de su ruido, de los chispazos de los troles y también de su baja velocidad que nos permitía verlo todo con detenimiento.
El último viaje de estos tranvías en la Habana fue el 29 de abril del año 1952.Desaparecieron de la capital 32 rutas de tranvías que fueron sustituidas por ómnibus, pero en muchos lugares todavía se pueden ver vestigios de las líneas en algunas calles, que han sido rellenadas y por la razón de la mala calidad del trabajo han vuelto a salir.
Esta forma de transporte se continúa usando en otros países ampliamente como complemento a varios métodos de transportación, pero como es lógico modernizados, y tienen aún una amplia demanda por parte de la población. Puedo dar fe de los de Moscú y San Petersburgo (entonces Leningrado) que me encantaba montar, y muy recientemente, los históricos, eficientes y pintorescos tranvías de New Orleans.
Como en muchas cosas, La Habana fue una de las primeras capitales del mundo que contó con este tipo de transporte, como ocurrió también con los ferrocarriles, pero se conserva en la memoria de los que convivieron con este medio de transporte un buen recuerdo por ser muy populares. Las generaciones de cubanos actuales no tienen idea de lo que es un tranvía y la importancia que tuvo en nuestro país.
Prado y Neptuno 1944/http://www.cubadebate.cu
Revista Carteles 1949
En 1862 se inauguró “Ferrocarril Urbano de La Habana” entre las barriadas del Cerro, Jesús del Monte y el Carmelo, en el Vedado. Eran tranvías movidos por fuerza animal, tirados por tres caballos. Y ya el 3 de septiembre de 1901 la Havana Railway Company inauguró oficialmente el servicio de tranvías eléctricos de la ciudad de La Habana, y que habían sido probados en Guanabacoa meses antes. Para ello se construyó una planta eléctrica exclusiva para ese servicio en Águila y Colón, la cual fue desmantelada en 1913.
Los tranvías se fabricaban en Cuba, en los talleres de la compañía y tenían una capacidad de 38 pasajeros. Contaba con varias terminales entre ellas Vedado, Cerro, Jesús del Monte, Víbora y Príncipe.
A las 12:08 a.m. del martes 29 de abril de 1952 hacía su postrer entrada en el Paradero del Príncipe, en la Avenida de Carlos III, el tranvía P-2, el último que circuló por La Habana.
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Un tranvía llamado deseo
“Un tranvía llamado Deseo” es una obra clásica obra maestra del dramaturgo Tennessee Williams y ganadora en 1948 del Premio Pulitzer en la categoría Drama. La obra fue escenificada en La Habana con un espectador especial: Marlon Brando, que la interpretaría en el cine en la magistral película dirigida por Elia Kazan en 1951.
Pero yo recuerdo el nombre además por una razón muy especial, y es que en la misma esquina de Calzada del Cerro y Avenida de Boyeros, justo al fondo de donde estaba el paradero de tranvías del Cerro, ubicaron un último tranvía que fue bautizado con ese nombre, el cual se convirtió en una cafetería. Con los años le perdí la pista, pero para mí era toda una atracción igual que lo fue el Avioncito de Malecón y E.
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Recuerdo el día en que en horas de la noche paralizaron todo el tráfico en Boyeros para llevar, sin alas al mencionado avión hacia su destino final, que en esos momentos no sabíamos si se trataba de una de las tantas movilizaciones militares o misterios a que nos acostumbró el régimen revolucionario. En el avioncito uno podía subir al avión o comer en el parqueo aledaño perros calientes, batidos o hamburguesas y disfrutar el malecón. Pero como todo en Cuba, donde nada perdura, un día desapareció esta atracción
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Y asociado con un tranvía, pero en Cienfuegos que también contó con este medio de transporte, apareció un restaurante llamado El Tranvía en un lugar muy céntrico al final del Prado y que tenía muy buena fama, pero igualmente desapareció. También hubo servicios de tranvía en Santiago de Cuba, del cual por cierto entre sus dueños principales estaba el padre de Eduardo Chibás, en Camagüey, en Cárdenas y en Matanzas
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Las enfermeras, sustitutas del tranvía
Yo creo que la sustitución del servicio de tranvías y trenes urbanos en muchos lugares, sobre todo en América Latina, ha respondido a criterios economicistas, para beneficiar al transporte automotor, hecho consumado por políticos propietarios o asociados a esas compañías. No tiene otra explicación lógica.
Durante el gobierno de Carlos Prío y después de Fulgencio Batista a principio de los años 50 se suprime el servicio tranviario en todo el país, beneficiando a los autobuses que se incrementan exponencialmente en la circulación urbana a través de dos compañías rivales: la COA o “Cooperativa de Ómnibus Aliados”, y “Autobuses Modernos S.A.”. La primera ya existía y la segunda fue creada para sustituir las líneas de recorrido de los tranvías.
Ell parque automotor de la COA se basaba exclusivamente en autobuses norteamericanos General Motors y Autobuses Modernos optó por los buses ingleses Leyland.
Cuba antes de la revolución, fue uno de los grandes mercados automotrices de América y del mundo, en relación con su población. Los carros, especialmente los norteamericanos y también, pero en menor cantidad, los mejores europeos, eran abundantes, existiendo casi un millón de unidades en 1958 para una población de poco más de 6 millones.
Pero junto con las máquinas, como llamamos los cubanos a los autos, había una tremenda cantidad de guaguas, con una red de transporte urbano colectivo de máxima eficiencia y que hacía a mucha gente despreciar el contar con un automóvil. La guagua pues era de gran importancia para la vida de la gente y hasta de su cultura. He hablado de personas con muchos recursos económicos, que preferían utilizar la guagua, por eficiente, puntual y segura, antes de ponerse a manejar en un ambiente saturado de tráfico.
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Los Leyland Royal Tiger llegan para crear los Autobuses Modernos S.A. Y de ingleses solo tenían el nombre, pues existía una planta de la Leyland en Quebec, Canadá. El color con que venían pintados era blanco, por lo que el pueblo las bautizó como “las enfermeras”.
Al triunfo de la revolución Fidel Castro no sólo heredó un país de los más desarrollados de Latinoamérica, sino también una capital con un excelente sistema de transporte público. Para ir quitando de la mente hasta el estigma de que las guaguas eran norteamericanas, comienzan a importarse autobuses soviéticos de pésima calidad como PAZ, los ZIL Liaz 158; los desastrosos, ruidosos y sucios Ikarus 620 húngaros; y por suerte y más masivamente los Skoda RTO Karosa checoslovacos, lo mismo para la ciudad que para el servicio interprovincial que fueron bautizados como “pepinos” por su forma alargada y su color verde; y el mejor ómnibus que entró a la Isla, las famosas Hino japonesas, similares en comidad a las General Motors y que fueron usadas por los paraderos del Cotorro, Regla y Guanabacoa, cuyas poblaciones fueron afortunadas.
Comparados con los General Motors, los Leyland eran autobuses incómodos, más difíciles de manejar pues no eran automáticos como los GM, pero sin embargo eran autobuses robustos que soportaron las sobreexplotación a que fueron sometidos.
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Años después, la Leyland Motor Corp. vendió a Cuba 450 autobuses, de cuya compra vale la pena hablar del naufragio del MV Magdeburg en el río Támesis en Londres. El 27 de octubre de 1964, el carguero Magdeburg de la República Democrática Alemana fue embestido por el japonés Yamashira Maru, que hizo que el buque alemán escorara y perdiera parte de su carga, todo según se dice, producto de la niebla. Sobre el hecho el gobierno revolucionario tejió todo una teoría conspirativa, pero el hecho real de que el único perdedor fue la Leyland y la compañía de seguros.
Sin duda alguna los Leyland fueron realmente colosos de la resistencia en un país cuyo gobierno incapaz convirtió a uno de los sistemas de transporte público más eficientes del mundo en un desastre total. Por estas circunstancias, la explotación de tales buses se hizo excesiva y probablemente sin paralelo en ningún lugar del mundo casi como única variante de transportación, algo imposible en el mundo actual. Países a años luz del desarrollo que en su momento tuvo Cuba, como es el caso de República Dominicana, cuentan hasta con servicio de metro y Cuba sigue atada a una única solución al transporte, la guagua, tema agravado además por la falta de piezas de repuesto, combustibles y lubricantes de mala calidad y una sobreexplotación fuera de cualquier diseño, hace que ante los Leyland haya que quitarse el sombrero a pesar de su poco confort.
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La COA siguió siendo la COA
La Cooperativa de Ómnibus Aliados, o la COA, fue el servicio de transportación urbano más extendido de La Habana. Era una empresa formada por pequeños propietarios, que adquirirían una o dos guaguas, las cuales ponían a funcionar en las rutas escogidas por ellos.
La compañía tenía alrededor de dos mil ómnibus para satisfacer la demanda de una población de alrededor de un millón de habitantes, sin contar los ochocientos de los Autobuses Modernos.
Cada carro tenía su chofer y un conductor, vestidos con uniformes, corbatas y gorras de plato, correctamente aseados y pulcros que los identificaban, tanto como el trato excelente y una información adecuada que brindaban ante cualquier interrogante. Recuerdo detalles como los relojes de bolsillo para ser fieles en el recorrido, debidamente inspeccionado, que garantizaran los horarios puntuales en cada punto de control, los monederos mecánicos a la cintura para facilitar dar los vueltos y las toallitas para limpiar el timón. También recuerdo que las Rutas 26 y 27 eran las únicas que tenían a mujeres como conductoras.
La frecuencia de cualquier ruta era entre 1 y 5 minutos como promedio, ya que había horas pico en que una guagua salía prácticamente detrás de la otra. La de atrás viene vacía era un dicho popular, si no había asientos, sencillamente esperabas la siguiente, que no iba a demorar en llegar. En muy pocas ocasiones se veían guaguas con gente de pie. Tenía que ser en tiempos de carnavales u otra festividad o a las seis de la tarde cuando todo el mundo salía del trabajo y quería llegar rápido a su casa. El pasaje costaba 8 centavos y 2 la transferencia, la que servía para tomar otro ómnibus de la misma empresa en un cruce para seguir a su destino y si existía una rotura, el trasbordo era gratuito.
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La COA se identificaba con la General Motors. En su interior tenían una pequeña placa metálica, que decía “GM General Motors Truck Coach Division” con el año y número de fabricación del vehículo, todos eran automáticos, con gran comodidad para todos, gran maniobrabilidad y muy adelantados tecnológicamente. Nada que ver con los Leyland.
No se veía a nadie mal vestido o sucio en una guagua, abundaban los trajes, los sacos deportivos, las corbatas y las guayaberas. Las mujeres llevaban carteras, medias y tacones. Yo trabajaba con cuello y corbata y veía decenas de personas diariamente que iban en traje y las mujeres muy elegantes. También en esos tiempos el clima no eran tan caluroso como hoy en día.
Mi padre con su uniforme de guaguero en un acto obligatorio a principios de la revolución en apoyo a la fallida Reforma Agraria.
Como mi padre trabajaba en la Ruta 57, que salía del Paradero de Miramar y recorría El Vedado, y por la calle 21 salía a la calle O, bajaba a 23, subía Infanta hasta San Rafael y, por ella, hasta La Habana Vieja, pasando por la Avenida del Puerto y regresando por Neptuno y siguiendo después el mismo recorrido a la inversa, aunque ahora por 23, mi paseo preferido era montarme con mi padre en la guagua y hacer varios recorridos. Veía como los choferes y conductores saludaban con amabilidad por sus nombres o apellidos a muchos de los pasajeros, conocidos de trasladarlos día a día. Nunca estaban apurados, cumplían los horarios y disfrutaban de los recorridos. La 57 era una Ruta tranquila que hacía caso omiso del correr del tiempo. Ya he hecho mención al caso del propietario del restaurante Castillo de Farnés y su aventura con los carteristas y el respeto hacia un servicio de transporte que sentía como suyo.
En mis viajes con mi padre aprendí que el marcaba un reloj por cada pasajero que abonaba el pasaje, y aunque el salario era bueno, la tripulación se apropiaba de parte de la recaudación diaria, siempre atentos a los inspectores (Cuidado que no nos coja dormidos) sin que ello representase una merma de la recaudación promedio, lo que los propietarios cuidaban con un cuerpo de inspectores avezados. Para ello el conductor tenía que estar a la viva, pues tanto la entrada como la salida era por ambas puertas, así que había que estar atento para que nadie se escapara.
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Tio Rogelio, hermano mayor de mi padre, fue a la guerra Civil Española con el bando republicano, estuvo en campos de concentración en Francia, regresó a Cuba con una ideología contraria al izquierdismo que había practicado, se dice que fue policía secreto, fue a vivir a Venezuela, de donde regresó hecho un joyero y con mucho dinero; invirtió en varias guaguas en la COA, las que eran trabajadas por mi padre y mis dos tíos, Enrique y Armando y al final con el gobierno revolucionario se las confiscaron todas. Hasta ahí llegó su amor por la república española y el comunismo.
“¡Dale que ya montó!”, “¡Pasito alante, varón!” y otras eran frases diariamente repetidas cientos de veces en nuestras populares “guaguas”. Todos los que conocimos la COA seguro que la hemos extrañado mucho durante los años de dominio revolucionario, que convirtieron lo que antes era un paseo en un recorrido por el infierno.
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Triscornia
Cada vez que uno habla con un español emigrado a Cuba, de lo primero que habla es de Triscornia. Tan misterioso se me hizo ese nombre que, sumado a lo que decían de él, de lo cual nada era bueno, Triscornia se volvió para mí y seguramente para muchos cubanos como una especie de purgatorio pero que a diferencia del concepto católico, no son las almas, sino el cuerpo, y es un espacio físico donde los emigrantes tenían que pasar un tiempo transitorio de expiación y purificación para poder alcanzar el paraíso, que en este caso era la tierra prometida: Cuba.
Las autoridades de la intervención norteamericana en 1900, dispusieron, a partir de su experiencia en Ellis Island, en New York, que todos los inmigrantes que llegaban al Puerto de la Habana, luego que el servicio de Hospitales de Marina y el Administrador de Aduanas daban su consentimiento, eran puestos bajo el cuidado de la Comisión de Inmigración. A los inmunes a la fiebre amarilla y que tenía asegurado un trabajo, se les permitía desembarcar. El resto era conducido al muelle en Tiscornia que era una estación de detención.
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Es decir que con fines de control migratorio, se decide construir en este sitio el campamento que albergaría a los inmigrantes que no cumplieran con los requisitos exigidos. Tiscornia o Trisconia como aparece en algunos documentos, fue también el nombre con que se conocía.
Tiscornia surge a partir del incendio que consumió completamente al poblado de Casablanca en 1785. Años después había crecido el caserío y el maestro de ribera José Tiscornia edificó un muelle y un lugar para reparar buques menores, negocio que por las características del lugar, proliferan en la zona. De ahí que el lugar toma el nombre del precursor de estos negocios.
Del tema de la numerosa inmigración española en Cuba hemos hablado ampliamente, pero fe de ello son algunos datos estadísticos oficiales, tales como que en 1907, el total de inmigrantes españoles llegados a los distintos puertos de Cuba fue de 32,436, en 1908 fue de 27,999, que no es poco, de 1904 á 1908 el total de inmigrantes españoles 145 219 y el total general incluyendo distintas procedencias llegó á 177,677. Cuba tenía entonces alrededor de 3 millones de habitantes, incluidos los inmigrantes.
Y lo más impactante, de su fundación hasta 1958 pasaron por Triscornia más de dos millones de inmigrantes.
Pero a pesar de todo lo propagandizado por los diferentes gobiernos, fue evidente que no todo lo oficialmente ofrecido por las autoridades de la Isla, era cumplido en las instalaciones de Triscornia.
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Desde el punto de vista higiénico, sanitario, de alimentación y salubridad era deplorable. Muchos que entraban como personas sanas probablemente contraían enfermedades, por lo que eran deportados a su país de origen o fallecían debido a la escasa atención médica.
Las asociaciones de Beneficencia y centros regionales radicados en La Habana, como el Centro Gallego o el Asturiano, denunciaban los abusos cometidos en el campamento y exigían fueran mejoradas las condiciones de vida de los viajeros recluidos, que calificaron de bochornosas. A su vez las actividades ilícitas proliferaban en Triscornia, las jóvenes que no tenían quién las representara terminaban en la prostitución por acción de chulos y meretrices.
Hubo emigrantes que permanecieron meses y hasta años en esas instalaciones antes de ingresar en territorio cubano. Algunos han calificado a Triscornia como el peor recuerdo para toda la emigración española en el Cuba. Triscornia es parte de la historia más dura de los emigrantes españoles en Cuba.
Cualquiera visitaba Regla, Casablanca, o Guanabacoa al otro lado de la Bahía de La Habana. Pero, Triscornia, eso era, punto y aparte, era como un mundo perdido del cual no podías salir si no tenías dinero para comprar un pasaje e irte para otro país si no eras admitido en Cuba.
Y como todo en Cuba, donde dicen que convirtieron los cuarteles en escuelas, todo lo demás lo convirtieron en cuarteles. Y hoy Triscornia es una Unidad Militar.
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La Farola
Uno de los lugares más hermosos de Cuba, pero también más pobres y más olvidados es Baracoa. La primera villa cubana, fundada por los españoles en 1511, nos muestra que no siempre es conveniente ser los primeros si los de atrás corren bien. Baracoa no tuvo comunicación con el resto del país, salvo por vía marítima o aérea, hasta 1965, cuando después de muchos años se terminó el viaducto de la Farola, carretera de más de treinta kilómetros que serpentea la cordillera Nipe-Sagua de Tánamo – Baracoa, la zona más lluviosa y cuenta con la mayor selva tropical de Cuba. Guantánamo tiene todo tipo de climas diferentes, incluyendo al sur la zona más seca del país con la presencia del único semidesierto y al norte la más lluviosa y húmeda.
Esta carretera de acceso a la ciudad por tierra constituye una aventura en la que hay que atravesar once puentes colgantes y su punto más elevado son los Altos de Cotilla, a más de 600 metros sobre el nivel del mar. Para países montañosos esa altura es nada, pero para uno con escasas alturas como Cuba, es bastante. En los Altos de Cotilla pude observar el cielo más limpio que he visto en la vida, y ya lo había hecho desde otras alturas quizás mayores en la Sierra del Escambray, pero desde allí todo me pareció más puro.
Por el viaducto de la Farola, a pesar de las curvas, es por donde transitan hoy el 97% de las personas que entran o salen de Baracoa, y el 85% de las mercancías.
Y como todo en Cuba, el abandono hace que muchas de las barandas que sirven como barreras de protección en el borde de la vía, están destruidas debido a colisiones o vandalismo, hay huecos en la carretera no han recibido una atención inmediata y se han ido extendiendo hasta convertirse en socavones, con gran peligro para la vida de los conductores y pasajeros, sobre todo en una ruta que por sus características es altamente peligroso y donde, incluso, en no pocas de sus curvas hay que ser extremadamente cuidadoso para advertir a los conductores que transitan en sentido contrario.
Los históricos desprendimientos de rocas desde las cimas de las montañas, sobre todo cuando llueve no tienen la respuesta de mantenimiento adecuada para dejar libre la vía. Y cuando llueve, las losas de hormigón fundido que forman la vía son muy resbaladizas, lo que se une a los peligros anteriormente citados. Si a las pendientes, abismos y lluvias le sumamos la dejadez del hombre, esto se convierte en un cóctel mortal.
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Solamente una vez crucé por esta carretera, cuando en Guantánamo me invitaron a mediados de los años 90, a comernos un puerco en púa en Baracoa. Hicimos el viaje en un viejo jeep Willys con que contaba la Radio Guantanamera y cruzamos el viaducto no sin pasar varios sustos con vehículos que aparecían de frente al salir de una curva o los numerosos vehículos artesanales llamados carriolas o chivichanas que alcanzan en su descenso hasta 70 kilómetros por hora.
Una vez en Baracoa, fuimos a tomar chocolate, delicioso en un lugar famoso y después, para que no se nos olvidará, a comprar los famosos Cucuruchos, el dulce típico de la ciudad, hecho de coco rallado cocinado en su propia leche, piña, fruta bomba, canela, vainilla y azúcar, aunque hay otras variantes, todas relacionadas con la estrecha relación con el entorno y sus tesoros naturales.
Después vino lo del cerdo asado en púa. El ambiente era festivo y alcohólico. Tras varios accidentes fallidos, en que el puerco, por desatención del que le daba vueltas a la púa o por el exceso de grasa del animal, se incendió completamente varias veces, vino la repartición, después que le echaran sal gruesa por encima a los pedazos cortados. Siempre tuve en mi imaginación que sería todo un manjar comerse un puerco criado en el monte, debidamente aliñado y asado lentamente. Ya había tenido una buena experiencia, aunque solamente con paletas del puerco, con el padre de Denis, un amigo de Horquitas, Yaguaramas, Cienfuegos, más concretamente de la parte de la Ciénaga de Zapata, que resultó espectacular.
Pero este puerco asado en púa en Baracoa, es el más malo que me he comido en mi vida, al que solo le hace competencia el que me ofrecieron en un restaurante en Buenos Aires. En Argentina la carne de res es excelente y el cerdo el peor del mundo, a pesar de lo cual lo alababan. Se ve que no saben lo que es un puerco asado cubano. Pero bien adobado y asado.
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En horas de la madrugada se acabó la fiesta, porque se acabó el puerco y la bebida. Yo si disfruté y mucho unas yucas con mojo deliciosas y tomamos camino hacia Guantánamo. Pero ya sobre las 4 de la mañana, se veía que el viaje era peligroso por la carga alcohólica y nos quedamos en los Altos de Cotilla a esperar el día y a refrescarnos. De ahí conservo mi mejor recuerdo: el cielo más estrellado que he visto y que me hicieron recordar a Neruda aunque no venía al caso en ese momento, pero es una imagen que vale la pena disfrutar una vez más, y siempre.
“Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir por ejemplo: “La noche está estrellada, y tiritan,
azules, los astros, a lo lejos”.
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería
Como no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca,
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos verso que yo le escribo.”
Pablo Neruda. Poema 20. 20 Poemas de amor y una canción desesperada.
Baracoa es un lugar es en toda la Isla, creo que únicamente Viñales le hace competencia en belleza.
5 Comentarios
Onelio Rosell
May 20, 2018 at 5:19 pmMe ha encantado estos paisajes , asi como la narracion escrita , lo cual me transporto a mi edad
de oro en mis andanzas por mi querida Habana de esa epoca
carlosbu@
May 20, 2018 at 8:16 pmMuchas gracias por sus comentarios, es un gusto compartir lo vivido
Shirley
March 9, 2020 at 6:59 amQue bonito lo del tranvía hecho cafetería, en Milán donde el tranvía es uno de los principales medios de transporte hay uno que es restaurante y va dando toda la vuelta a la ciudad. Que lindo sería eso en la Habana.
carlosbu@
March 9, 2020 at 5:14 pmLa Habana era la ciudad mas linda del mundo, gracias por su comentario
Shirley
March 10, 2020 at 2:33 amSiempre he querido ir a Baracoa pues he oído solo cosas hermosas de su naturaleza, no lo he hecho pues es más fácil de la Habana ir a otro país que ir allí.