Las Navidades, un mito convertido en costumbre y ahora en un negocio
“Ni aquí, ni ahora. Vana promesa
De otro calor y nuevo descubrimiento
Se deshace bajo la hora que anochece.
¿Brillan luces en el cielo? Siempre brillaron.
De esa vieja ilusión desengañémonos:
Es día de Navidad. No pasa nada.”
Navidad, de José Saramago
Siempre el fin de año está preñado de melancolía y nostalgia, dondequiera que estemos vienen a la memoria los buenos momentos en que toda la familia se reunía y al despedir el año viejo hacíamos votos porque el siguiente fuera el mejor, seguido por aquel instante en que los menores nos mostraban su mejor sonrisa al ver lo que le habían traído los Reyes Magos.
Pero lo que más recuerdo de las navidades está asociado a dos palabras: la cena de Nochebuena y el Aguinaldo.
El Aguinaldo.
El aguinaldo era una institución que esperaban todos los trabajadores como una forma de recibir ingresos económicos adicionales, una regalía que venía a ser un sueldo mensual extra, como mínimo, o más en algunos casos. Recuerdo que se le decía “el Arturito” porque hubo un senador camagueyano, Arturo Hernandez Tellaheche que propuso su legalización.
El aguinaldo era normalmente el salario extra que le daban los empleadores por navidad, pero también tenía otra connotación que para algunos la hacía parecer una propina o una limosna, pero para mí no era así. Algunas personas daban limosna no para compadecerse de la desventura ajena, sino para que los vieran y los consideraran buena gente, y otros daban propina porque lo trataron bien y esperaban que lo trataran mejor en su próxima visita al lugar donde la dio, ya sea un restaurante, un hotel, un taxi o una cafetería.
La práctica de la propina debemos haberla adquirido de los norteamericanos porque en España no se acostumbra, y casi todas nuestras costumbres vienen de la Madre Patria, pero la del aguinaldo nos viene de siempre, porque desde los tiempos más remotos, la pedian, mediante una tarjeta de felicitación, todos aquellos que de una forma y otra nos rodeaban, algunos de ellos de oficios ya desaparecidos o en fase de extinción como el cartero, el lechero, el bodeguero, el sereno, el farolero, el guaguero, los porteros, los acomodadores de los cines y hasta los barrenderos del barrio y todos los comerciantes habidos y por haber, desde el puesto de fritas o el punto de venta de café de a tres kilos hasta la tienda más exclusiva.
En todas partes aparecía un Santa Claus de barro, sonriente, esperando nuestro aporte, que no podía salir de otro lugar, sino del aguinaldo de los asalariados, el que iba mermando con tantos solicitantes. Paralelo a ello aparecían en esas fechas, aprovechando que la gente tenía un poco más de plata, las rifas en los centros de trabajo. Y también algunos dejaban una buena parte del aguinaldo en billetes de lotería y vidrieras de apuntaciones, a ver si la suerte les sonreía, lo que era muy raro.
El aguinaldo duró, como todo lo bueno, hasta que apareció la revolución. En diciembre de 1960 se pagó, pero se hizo saber que esa práctica no continuaría porque, según los sindicatos, esos que debían defender a los trabajadores, en cambio defendieron su eliminación.
La cena de nochebuena
De la cena de nochebuena ya he escrito hasta la saciedad, porque es algo de lo que nunca nos olvidamos. El lechón asado, la yuca con mojo, y sobre todo las golosinas que no se veían en otra época del año, identificaban a esa celebración, al igual que era de las pocas veces en que se reunía toda la familia.
Mágicamente aparecían los turrones (Alicante, Jijona, Yema y otros), los dátiles, los higos, las nueces y las avellanas. Y junto con ello estaban, aunque las había todo el año, frutas de climas templados como manzanas, peras, melocotones y uvas, y una de las más recordadas de esos tiempos era la venta masiva de manzanas acarameladas.
Y también estaban los dulces caseros hechos expresamente para esa cena, los buñuelos de yuca y malanga en forma de ocho y su almibar de anis, los cascos de naranja o toronja y los quesos blancos o patagrás para acompañar a ellos o a otros dulces de frutas en almíbar.
Pero la cumbre de todo ello era el turrón, que junto con el lechón asado, eran el símbolo de la Nochebuena. Había muchas marcas conocidas de turrones españoles, pero también eran muy demandados los de La Estrella (la marca del famoso chocolate) y La Ambrosía, dos grandes productoras cubanas de confituras que se destacaban por los chocolates en barra para derretir, ideales para dulces y chocolate caliente, pero también por los exquisitos turrones, sobre todo los de yema y de mazapán que no tenían nada que envidiarle a los españoles, lo que aumentó la bien ganada fama que ya tenían por sus galletas dulces, sus caramelos y sobre todo sus chocolates.
Llegó la revolución y durante sus dos primeros años mostraron una rara voluntad navideña, aunque se hicieron intentos de eliminar a Santa Claus, una figura extranjera, por un guajiro barbudo vestido con guayabera y sombrero de yarey, al que se llamó Don Feliciano y del que pocos se acuerdan. Junto con ello camiones militares recorrieron los barrios más humildes repartiendo carne de puerco, arroz, frijoles negros y turrones.
Pero al final resulta que una de las tradiciones más lindas de los cubanos se convirtió en una fiesta imperialista, por lo que se se suprimieron las fiestas de Navidad, desde 1969 a 1998, alegándose que interrumpía las tareas de la zafra azucarera (durantes siglos no la había interrumpido y Cuba era el mayor productor mundial de azúcar de caña). La celebración ya con otro carácter, se pasó para el 26 de julio, fecha del ataque vergonzoso y fallido al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba y junto con este hecho desapareció el Día de los Reyes Magos.
El primero de enero y fin de año se siguió celebrando, no despidiendo a un año que termina y haciendo proyectos y deseos para el nuevo, como es en todo el mundo, sino para conmemorar otra fecha política, el ascenso al poder de la revolución. Batista nos embarcó escogiendo ese día, una maldición adicional a lo que se avecinaba con su huida.
Los Reyes Magos se exiliaron de Cuba
Me pongo a pensar que pensarían los niños de hoy, mi nieto por ejemplo, si le digo que ya Santa Claus no va a venir el 25 de Diciembre, sino el 4 de julio porque es el día que se celebra la independencia de Estados Unidos. Seguramente no lo entendería, porque no hay nada más triste y a la vez cruel que acabar con tradiciones que no afectan absolutamente a nadie, sino que solamente traen alegría y buenos sentimientos.
Cuando éramos niños nos contaban que existían tres reyes barbudos montados en camellos llamados Melchor, Gaspar y Baltazar que, traían juguetes en sus bolsas a todos los niños, y que en otros países lejanos entraban por las chimeneas, pero que en Cuba entraban por debajo de la puerta y de sus bolsas sacaban los juguetes que anteriormente le pedíamos en las carticas que se ponían al pie de los arbolitos de Navidad.
Todos escribimos cartas que comenzaban: “Queridos Reyes Magos: Ante todo, esperamos que se encuentren bien, y si creen que nos hemos portado bien, y les alcanza, pues sabemos que llevan juguetes a muchos niños en el mundo, quisiéramos que nos trajeran…..”, una inocencia que algunos padres no podían complacer, pero que sin duda alguna estaba llena de magia.
Los Reyes Magos eran parte de nuestros sueños y fantasías infantiles y nuestros padres se desvivían por complacernos en lo que podían, y no olvidamos los paseos en los días navideños por las vidrieras de las tiendas de Monte, Galiano, San Rafael y Belascoaín, donde veíamos los juguetes que los reyes nos dejarían el 6 de enero.
Dejábamos la noche del 5 de enero leche, maíz y yerba para los reyes y sus camellos y dormíamos apurados con la ilusión de lo que nos dejarían en el arbolito. Los padres habían escondido los juguetes y los llevaban al arbolito en cuanto los niños se dormían.
A veces los juguetes, o en la mayoría de los casos, no eran los que queríamos, pero siempre eran motivo de felicidad y hasta mejores que los que esperábamos. Pero todo tiene su fin y fue un momento triste y desagradable cuando un alumno de mi misma escuela, mucho mayor que yo, me dijo que los reyes no existían y que eran los padres. Me fajé a golpes con él porque la ilusión hay que defenderla con todo.
Después, recuerdo que iba a cumplir 9 años y mi padre estaba sin trabajo y tenía que salir a luchar el sustento diario, fabricando y vendiendo chancletas de varios tipos. Un día sorprendí a mi madre y a mi tía cosiendo un traje de pelotero con mi nombre, no dije nada pero supuse que no era lo que le iba a pedir a los reyes magos pero era lo que podían traerme, así que sospeché la verdad, pero me dije que lo importante es que por escasas que fueran las posibilidades de la familia, para el día de Reyes los niños tenían que tener algo que los alegrara.
Pero un día impusieron el eliminar la navidad, con sus arbolitos, la cena de Nochebuena y la llegada de los Reyes Magos, porque era un símbolo religioso imperialista y que a partir de entonces lo que ameritaba una verdadera celebración era el 26 de julio. De un plumazo, una tradición de siglos, se vio destrozada.
Los reyes dejaron de venir, se exiliaron y en su lugar los juguetes se convirtieron en básico, no básico y dirigido y obtenerlos pasaba por dos momentos trabajosos, varios días de cola para poder comprar los primeros días y tener acceso a los mejores juguetes y después la sorpresa de lo que quedara disponible, lo que después se convirtió en una rifa, como si fuera la lotería: si te la sacabas comprabas un buen juguete, si no, los despojos.
Mientras tanto yo, como solo tenía hijos varones, aproveché mi habilidad de encuadernador, para crear aviones, carros, barcos, lo que pudiera con cartón y papeles de colores, para de alguna forma lograr la magia que hace un juguete en un niño, no un día en especial, sino todo el año.
Los Reyes Magos pasaron a ser una leyenda que solo los mayores recordamos con nostalgia, al igual que la celebración de la Nochebuena, sin arbolito y con lo que pudiéramos conseguir para acercarnos a aquel banquete tradicional, fingiendo que en lugar de despedir al año que terminaba, celebrábamos el aniversario del triunfo de la revolución, una de las muestras de la hipocresía en la que hemos vivido desde hace más de seis décadas.
A nuestros hijos le robaron la magia de la infancia, el brillo de felicidad en los ojos al descubrir los juguetes en el arbolito, una de las cosas de la vida que no tienen precio y algo que no es nocivo para nadie, por el simple hecho de adoctrinarlos en una existencia llena de odio contra el mundo real, como seres convertidos en hombres nuevos, como el Ché, una consigna vacía que por suerte no ha prosperado porque nadie quiere ser ni un loco ni un asesino como el argentino.
Cuba no es solamente un país en donde a los niños les robaron la ilusión, sino un lugar donde nos robaron nuestras costumbres y nuestros valores intrínsecos a nuestra nacionalidad y eso no se puede perdonar.
El origen de la Navidad
El 25 de diciembre, Día de Navidad, se celebra desde el año 336 cuando el emperador romano Constantino, el que dejó de lado las celebraciones y cultos paganos e hizo del cristianismo una religión de Estado.
Eso hizo que se apropiaron de un culto pagano y lo transformaron en una fiesta religiosa.
La celebración de esta fiesta el 25 de diciembre está relacionada con el nacimiento anual del dios-Sol en el solsticio de invierno adaptada por la Iglesia católica para permitir la conversión de los pueblos paganos.
En realidad el nacimiento de Jesús de Nazaret no está registrado ni en el Antiguo Testamento ni en el Nuevo Testamento. El 25 de diciembre ha sido una fecha clave para los pueblos de la antigüedad que celebraban el solsticio del invierno en el hemisferio norte desde el 21 de ese mes, lo que probablemente llevó a considerarlo una fecha apropiada.
Constantino, un monarca depravado y corrupto, fue el que implantó el culto cristiano y esta celebración. No en balde la Iglesia Ortodoxa considera a Constantino como un santo, a pesar de que está muy lejos de lo que puede considerarse una deidad o siquiera una persona piadosa o buena, sus acciones son horribles. Mandó a asesinar a su hijo porque su esposa lo acusó de querer seducirla y cuando supo que era mentira, también la mató a ella; la barbarie y la crueldad de su mandato fueron extremas, como el caso de que instauró que el dueño de un esclavo podía hacer con ellos lo que quisiera, inclusive matarlos, los que permitieran la seducción de sus hijas serían asesinados con plomo fundido por la garganta, los ladrones de la recaudación de impuestas ajusticiados, los prisioneros tendrían que estar sometidos a ver la luz del día continuamente y aunque eliminó la crucifixión por lo que representaba, implantó la horca como método de ajusticiamiento.
Todo ello tiene relación también con que la duración del día, el 21 de diciembre con el comienzo del invierno, es el día más corto del año en el hemisferio norte, por lo que se ha asociado en diversas culturas, como griegos, romanos, germanos, escandinavos y aztecas, con eventos de muerte y resurrección.
Y otros teólogos, consideran diferentes fechas, porque se sustentan que si los pastores cuidaban sus rebaños al aire libre el día del nacimiento de Jesús, no podía ocurrir en diciembre. Así algunos hablan del 20 de mayo, otros que ocurrió en la primavera y así sucesivamente, evalúan, según sus criterios, un hecho que no tiene sustento histórico alguno.
Algunas curiosidades de la Navidad
El Príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo llevó la costumbre de los árboles de navidad a su esposa, la Reina Victoria de Inglaterra, porque los abetos decorados había sido una tradición en su natal Alemania desde tiempos medievales. Una ilustración de la pareja al lado de un árbol de Navidad apareció en la prensa de 1848, lo que fue el inicio de una costumbre que se volvió universal.
Muchas de las canciones propias de la Navidad, tienen un origen muy curioso.
Jingle Bells, una canción clásica navideña, dada a conocer en 1857, fue escrita por James Pierpont, para celebrar Thanksgiving, o Día de Acción de Gracias y no para la Navidad. Aunque no hay ninguna mención a la Navidad en ellas, décadas después fue asociada, exitosamente con las fiestas navideñas.
Curiosamente las más icónicas canciones navideñas, fueron compuestas por judíos:
Las canciones de navidad más populares no son sobre Jesús, sino de campanas de trineos y los arreos de los renos, Santa Claus y el muérdago, en resumen sobre el invierno y por la estancia de la familia en casa por las fiestas.
Son de autores judíos piezas como “White Christmas”, “Let It Snow”, “Rudolph the Red-Nosed Reindeer”, “A Holly Jolly Christmas”, “Silver Bells”, “Rockin’ Around the Christmas Tree”, “Santa Baby” y “Chestnuts Roasting on an Open Fire”. Para rematar, una de las más recientes y muy popular: “Last Christmas”, es de la autoría de George Michael, de raíces judías.
Coca-Cola, la popular soda, ha jugado un papel muy importante en la difusión de la imagen de Santa, la que rediseñó en 1931 e hizo más humana y amable y es la que conocemos en el día de hoy y que hace las delicias de los niños
Y no pensemos que Fidel Castro fue el único que prohibió los árboles de navidad, también el presidente Theodore Roosevelt prohibió los árboles de Navidad en la Casa Blanca, debido a que por su espíritu conservacionista y ecologista consideró que esa práctica llevaba a la deforestación.
E increíblemente, los peregrinos, considerados como los iniciadores de la nación norteamericana, no celebraban la Navidad y en Boston de 1659 a 1681, estas fiestas fueron declaradas ilegales, lo que hizo que hasta poco después de la independencia, las Navidades no eran bien vistas porque se consideraban una costumbre inglesa.
La Navidad es un gran negocio
Las celebraciones actuales de la Navidad van mucho más allá de consideraciones religiosas, de hecho, a pesar de que muchos lo consideran una fiesta de fe, lo real es que su verdadera razón tiene un sustento comercial en el que participan no solo el consumo material de comidas y bebidas, sino también los medios de difusión, espectáculos musicales, el cine y la literatura y por ende Internet que es un resumen de todos ellos.
La Iglesia Católica habla de celebración y no de aniversario o nacimiento, porque eso, como tantas otras cosas, no tienen sustento histórico ni científico a pesar de que los dogmas y la ceguera dominen las mentes de millones.
Pero al final, es una época linda, evocadora, inspiradora y que nos trae muchos recuerdos y que no hay por qué desechar ni mucho menos combatir, sino disfrutar, aunque en Enero no tengamos un centavo y estemos llenos de deudas porque el negocio hizo que la tradición se quedara atrás.
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